jueves, 27 de agosto de 2015

UN HUMILDE TEJEDOR DE ALAS

UN  HUMILDE TEJEDOR DE ALAS









     Un hombre viejo y enjuto  se dedica  a tejer petates; no se le conocen clientes, ni se le ve jamás salir a venderlos a algún otro poblado o la ciudad.
     Todos sus vecinos le temen; porque es ermitaño y creen que es hostil.
     Tiene un jacal vencido por la decrepitud, con piso de tierra y afuera un pozo profundo; de donde se abastece de agua. Está en un poblado muy pequeño; justo en la frontera de Puebla y Veracruz. El pueblo es tan pequeño, que  no hay ahí más de diez familias que se dedican a cultivar el campo.
 Los que espían trémulos al viejo, aseveran que ese hombre se alimenta con muy poco maíz; que se cree que lo come crudo, porque nunca prende fuego dentro de su choza; aunque a la vez se preguntan, cómo hará para morder las mazorcas. No tiene un sólo diente.
     Hay dos o tres personas, que afirman también, que este hombre es visitado por ángeles.  Creen que son ángeles porque los han visto llegar, con forma de hombres o mujeres; todos con alas muy diferentes a otras. Cuando van, dicen que llevan a alguien sin alas, y cuando sale, las primeras alas que lleva son de petate.
     La historia la han contado casi real. En efecto, este hombre es visitado por los ángeles, y llevan a quien se ha ganado unas alas que al principio, deben ser de petate.
     Lo que no saben, es el porqué de estas alas, y por qué, unas alas lucen muy diferentes de otras.
     Yo me enteré por Rogelio.
     Rogelio; a quien le gusta que le digan Roger tenía ocho años de edad, y le gustaba andar en bicicleta. No tenía una propia, y por ello, iba a un sitio donde las alquilaban a muy bajo costo.
    Una tarde; tras terminar sus tareas escolares, más otras labores que le encargaron su madre y su padre como ayuda en el hogar; le dieron una moneda para que fuera a rentar la bicicleta. Se había ganado ese premio. Iba exultante y por ello perdió la concentración. Cruzó la calle y fue atropellado por un carro que cargaba materiales para construcción.
     Cuenta Roger  que no sintió dolor alguno. Cuenta también, que de entre un sueño raro; veía a la gente que lo rodeaba con gestos de asombro, y volvió a hundirse en un sueño tranquilo y reposado.
     En ese sueño; Roger dice que vio desde lo alto, a unos hombres trabajando en una mesa de operaciones, y se vio a sí mismo en la mesa de operaciones. No sintió miedo. Miró todo, y vio una luz hermosa que lo llamaba, pero al acercarse; de entre la luz salió un susurro que le hizo caricias al oído. Y sin darse cuenta, ya estaba de regreso en su cuerpo.
     Pasó casi un año en un hospital y fue un niño valiente y bien portado. Lloró poquito cuando le dijeron que habrían de cortarle todos los dedos de su pie derecho; pero no se los amputaron todos a la vez. Se llevó su tiempo, y el trance fue difícil, pero no imposible, ya que, aquel susurro que salió de la luz; le daba siempre nuevos bríos para salir adelante de aquello que sólo fue, un trago amargo. No sabía que le esperaba un manantial tibio y dulce.
     Roger aprendió a dar nuevos pasos en su vida. Su madre se aplicó con entereza a ayudarlo; a pesar de que su esposo, es decir, el padre de Roger, sucumbió ante la ominosa experiencia vivida. Una mañana no se pudo levantar, pidió un zumo de frutas y se quedó dormido para no despertar jamás. Ante la ignominia, Roger siguió teniendo arrojo. Ya tenía nueve años para ese entonces.
   Un mediodía brillante, caminaba  con la desnivelación que le daba la nueva estructura del pie izquierdo; que fue el más dañado – los dedos que mutilaron del pie derecho, fue que sin motivo aparente se gangrenaron; y por ello fue estrictamente necesaria la eliminación de éstos – cuando se topó con una persona muy alta y delgada, de apariencia andrógina, que lo llevó al jacal del viejo tejedor de alas.
     En ese sitio, Roger vio al viejo a punto de terminar sus alitas de petate. Más tarde llamaron a la puerta y llegaron otras dos personas. En el momento que el viejo le colocó las alas a Roger; pudo ver aquellas alas – antes invisibles– de su acompañante y de los visitantes. Todos eran ángeles. El que lo llevó; tenía unas alas inmensas. Veía asombrado cómo traspasaban el desmirriado techo del lóbrego jacal. Los que recién llegaron; lucían alas muy blancas y con destellos parecidos a la luz de las estrellas.
    El viejo le dijo que los huesitos que perdió de su pie derecho; eran el soporte para sus alas. Por todo cuanto había sufrido; se había ganado éstas. Claro que, había que seguir haciendo méritos para que el material del petate no se secara y las perdiera. Tenía que seguir siendo tan valiente como lo fue desde el principio. Tan bondadoso como lo fue, incluso desde antes del accidente.
     Cada buena acción,  haría ese material incorruptible para asir las alas para siempre a su cuerpo. También a su alma.
     Roger podía contar esta historia si quería, a cualquier persona; pero no debiera enojarse si se reían de él, o lo tachaban de  loco. Eso, era un sentimiento negativo que no le hacía bien a las alas. De tal manera, que aquellos niños y hombres crueles que lo señalaran porque caminaba diferente a los demás, debía perdonarlos súbitamente. ¡Pobres de aquellos niños y hombres crueles, que estaban deshaciendo, con cada mala acción; el material de sus alas!
     Como yo sí le creí; después de limpiarme las lágrimas y me sané la frustración de que perdería mi seno izquierdo; vi las alas hermosas de Roger.  Entendí por qué no las había visto antes. Parecía difícil, pero analizándolo concienzudamente, fue fácil: sólo tuve que creer.
     Me llevó donde el jacal del viejo, y Roger me dijo que el hombre luce igual que cuando lo vio la primera vez. Me acompañaron unos ángeles de alas doradas, y conocí al ángel que lo llevara a él.
     El viejo aun no terminaba mis alas. Me dijo que mis lágrimas por ser lágrimas de vanidad, eran como ácido, y quemaban el material. Pero había dejado de llorar, y fue que pudo iniciar el trabajo.
      Mis ojos chocaron con otros ojos que atisbaban por las rendijas de la casa. Era uno de sus vecinos. Le di alcance y transido de horror me hizo la cruz con los dedos; para luego  irse corriendo fuera de sí.  Se me perdió de vista tras una nube de polvo.
     Me llamaron para colocarme mis alas de petate. Mientras hacían esto, le pregunté al viejo que cómo hacía para alimentarse de maíz crudo; si no tenía dientes. El viejo me dijo que tomaba agua y  tragaba muy pocos granos de maíz; alimento nacido de la tierra para no perder su apariencia de mortal.

     Entonces supuse que también él era un ángel, por lo que pregunté por qué no se le veían las alas y el me respondió, que aún no estábamos listos para verlas; algo nos lo impedía. Además, él no sentía pretensión alguna de mostrar sus alas a nadie. Él había sido enviado, hacía apenas dos mil años a la tierra, para ser un humilde tejedor de alas.

martes, 25 de agosto de 2015

Cuento de Antología "EN EL CIELO DE LOS ALEBRIJES"

EN EL CIELO DE LOS ALEBRIJES






     Toñito era un niño extremadamente inquieto. Le era muy complicado concentrarse en algo y mantenerse entretenido, por ello, infinidad de veces hacía berrinches y pataletas que tenían a sus padres tan abrumados que definitivamente, tomaron la decisión de darle a beber una infusión que les dictó la desesperación –a fin de que se calmara–hecha de hierbas de pasiflora, sauce blanco, flores de anís, y para que al niño se le hiciera agradable a la vista dicha pócima, usaron un líquido extraño que nunca supieron de dónde provenía, pero no se preocuparon porque leyeron sobre la botellita, una etiqueta borrosa que decía: endulzante vegetal.
     Este bebedizo sí surtió efecto y Toñito se sumió en un sueño profundo y reconfortante. Sus padres nunca se enteraron que el endulzante vegetal tenía poderes asombrosamente mágicos, y por fue esto que Toñito soñó con muchos alebrijes, y no sólo esto, al despertar, pudo traerse uno consigo y sólo este alebrije robado de su sueño;  lo mantenía calmo porque le contaba las historias más inverosímiles que el niño hubiese escuchado.
      El alebrije se sentía muy cansado porque ya llevaba quince días con sus noches sin poder descansar. Toñito era muy demandante. Le exigía al alebrije que le contara cada vez más historias, y el alebrije cuenta que cuenta sin parar. Para Toñito no era ningún problema debido a que, mientras estaba despierto tenía al alebrije, y cuando dormía lo llevaba a su sueño, y terminando el sueño, lo sacaba de este, y total, que mientras Toñito parecía un niño más sosegado; que no hacía rabietas porque estaba arrobado con su nueva distracción, el pobre alebrije estaba a punto de sucumbir.
     Llegado un momento, el alebrije le pidió a Toñito que era su turno de contarle algo; pero Toñito no encontró alguna historia que le pareciera interesante como para asombrar al alebrije que,  tenía sus encantos en aquellas alas de mariposa monarca; con la cabeza de un pez azul. El cuerpo era una esfera que no se parecía a un ningún animal, pero las patas parecían de pato; y tenía astas de venado. La cola; parecía ser de un pavorreal, pero no exactamente.
     — No tengo nada que contarte. Mis historias son aburridas;  sólo tengo que ir a la escuela, hacer tarea, y creo que lo más maravilloso que tengo eres tú; y tú tienes las historias más bonitas que he conocido en mi vida. — Dijo Toñito.
     El alebrije tuvo la magnífica idea de pedirle a Toñito; que al menos le dijera, cómo es que lo conoció. Cómo pudo franquear el muro de ilusiones para llegar a él, y tener el poder de tenerlo como mascota. Toñito no tenía respuesta. A lo sumo, recordó que había sido la noche de una tarde en la que él se tiró de los cabellos y con chillidos  estridentes;  les dijo a sus padres que se sentía muy aburrido, y que le llegaron apenas residuos de las lamentaciones de sus padres; que le darían a beber, quizá un té de hierbas. Desconocía cuáles habían sido esas hierbas, pero a partir de eso, su vida había cambiado.
     Parecía entonces que, era un té la solución para que el alebrije pudiera descansar, tal y como le resultó a Toñito, por lo que le pidió al niño que le dijera a sus papás; que le dieran un poco más de aquel té con acciones milagrosas. Así lo hizo Toñito.  Sus padres, temerosos de que el niño volviera a sus pueriles e insufribles rabietas, le prepararon el té, omitiendo el endulzante vegetal porque lo arrumbaron a lo más profundo y oscuro olvido de los gabinetes de la alacena.    
     El té, sin ese ingrediente mágico, no surtió ningún efecto en el alebrije. Todo lo contrario. El efecto fue soporífero; pero no pudo conciliar el sueño. Los alebrijes no pueden dormir en el mundo de los humanos, y tampoco, si están atrapados por uno. El pobre alebrije sólo consiguió ser presa de un cansancio insondable, y seguía sin parar, contando historias a Toñito, dentro de su sueño y fuera de éste. Creía que no iba a poder más, pero parecía que esa era la consigna; si no conseguía el brebaje exacto que había tomado Toñito.
     Una tarde en que Toñito estaba resolviendo una tarea de matemáticas, el alebrije aprovechó para volar torpemente con sus alas de mariposa monarca, y logró treparse a la alacena. Llegó muy cansado, porque sus fuerzas estaban mermadas por la vigilia desastrosa en que estaba atrapado. Además, sus astas de venado chocaron varias veces con las puertas de los gabinetes, pero finalmente;  atoró un asta en la manija y pudo abrir la puerta de uno, y revolvió dentro de éste y se ahogaba con accesos apremiantes de tos, porque sumió su boca de pez en un bote de harina. Nada. Anduvo revoloteando;  dejando sus empolvadas huellas de pato por las bolsas de sopa de pasta, la tapa del consomé de pollo;  el cual, ni intentó abrir porque su color amarillento no le parecía que tuviese poder alguno para llevarlo de regreso a su mundo onírico. Se hacía daño cuando derribó el bote de los granos de frijol y de arroz. Eran para él, piezas muy duras y no creyó que pudiera tragarlas con su anatomía de anfibio.
      Quería abandonar a Toñito; quien jamás se sentía satisfecho, ávido siempre de escuchar historias de un alebrije prisionero; que tuvo la mala fortuna de cruzarse en su camino.
     Una botellita con un líquido oscuro llamó su atención. La etiqueta borrosa que no sabía que significaba eso de, endulzante vegetal no le importó mucho; le importó más el contenido y se le hacía agradable lo con sus branquias percibía a través del tapón de corcho. No le era posible abrirlo. Así que con sus patas de pato  lo empujó y la botella se hizo trizas al caer. El líquido aceitoso se desparramó por el suelo. Toñito se incorporó de su posición encorvada sobresaltado, y fue corriendo a la cocina para saber de qué se trataba.
     Vio el estropicio en el lugar y no entendía lo que pasaba hasta que escuchó al alebrije;  que le imploraba lo sacara del gabinete, y le diera a probar aquel aceite oscuro que estaba regado en el piso. Toñito hizo acopio de todas sus ideas y se le ocurrió; que con un trozo de cartón levantaría el aceite, lo disolvería en agua y ni el alebrije ni él;  pudieron creer lo que veían.
     El agua dentro del vaso;  al principio transparente y limpia, empezó a tener una reacción extraña. Empezó a girar como si tuviese un vórtice y cuando volvió a la calma, el agua tenía muchos colores, miles, millones, eran todos los colores del Universo en un simple vasito con agua. El alebrije tomó esa agua y Toñito se tomó el resto.
     Al mismo tiempo ambos se perdieron en un sueño denso y hermoso. Sin saberlo;  el alebrije había encontrado la fórmula para volver a su mundo, pero Toñito estaba también ahí. El alebrije sintió el aroma de la libertad, y lo primero que hizo fue irse a descansar. No se preocupó por Toñito, ya que, ahí habitaban miles de millones de alebrijes que entretendrían, por siempre jamás a Toñito, contándoles todas las historias que él quisiera.
     Sucedieron muchos años, demasiados. Toñito consideró que era tiempo de regresar. Extrañaba a sus padres. Se sintió de pronto desolado en un paraíso al que él no pertenecía, y buscó al más viejo de los alebrijes, para que con su sabiduría, lo pudiera regresar a su mundo. El alebrije brujo le hizo una pócima con pedacitos de sueños de niños recién nacidos, juntó cantos de pájaros silvestres de selvas ignotas,  y  le puso esencia de llantos de felicidad. Esto último, era muy difícil de recolectar y lo usaba;  sólo en casos muy necesarios. Tan necesario como el hecho de que Toñito volviera a casa. El vehículo para tomar todo esto era el agua. No había agua en el mundo de los alebrijes, así que usaron el soplo de los que estaba ahí. Toñito aspiró fuerte y se vio de pronto sentado en un mecedor. Tenía barbas blancas y largas que llegaban hasta su pecho.
     En el mundo de los alebrijes Toñito fue siempre niño, pero al llegar al mundo de los humanos fue viejo, demasiado. Tenía cien años. Pero se sentía muy fuerte, tanto como cuando se había marchado de ahí. Sufrió mucho al saber que sus padres ya habían abandonado el mundo; y jamás dejaron de llorar su ausencia, porque lo buscaron por todas partes y nunca volvieron a saber de él.
     Y se le ocurrió que con tantas bellas historias, él podría hacer algo provechoso, ahora que estaba de regreso.
     El cáncer, se enteró, era una de las enfermedades que más estaban azotando a la humanidad. Se percató que eran las personas menos felices quienes lo padecían, y era más la tristeza, el rencor, y la ira, lo que terminaba con sus vidas. Ahora era él –el viejo Toñito– que andaba deambulando por todos los hospitales, contando historias que hiciera más felices a las personas.
     No se enteró,  que por cada personaba que sanara de aquella enfermedad;  el viejo Toñito iba acumulando puntos para irse a vivir a un sitio muy especial. Y es que las personas durmiendo con un dejo de felicidad; soñaban con un alebrije dentro de su mundo. El secreto – les decía el viejo Toñito– era que aunque podían, no debían traerse un alebrije aquí, era mejor, reproducirlo y moldearlo con papel y pintura. Los alebrijes verdaderos; no les es buena la vida en el mundo. Y muchas personas sanaron de sus malestares e hicieron alebrijes a la vez de una publicidad tremenda al viejo Toñito que apenas le alcanzaba el día para ir de lugar en lugar, a sanar gente contando historias.
     Alguna noche llegó el viejo Toñito  muy cansado y se fue de bruces sobre su catre. Ni se enteró cómo se quedó dormido. Y volvió a soñar con los alebrijes, y vio a su viejo amigo;  al que trajera a este mundo y le pidió perdón por haberlo tenido cautivo. Buscó al alebrije brujo para agradecerle lo que había hecho por él, y fue entonces que este sabio alebrije le dio las albricias: Toñito se había ganado ir a vivir para siempre al arcoíris infinito. Le puso en la punta de la lengua un polvito de tres colores que nunca había visto, y con esto voló, voló y voló.

     Ir al lugar del arcoíris infinito es un  premio un tanto difícil de conseguir; pero es el mejor lugar del Universo. Desde ahí, Toñito pudo avistar a sus padres y los vio muy tranquilos en su paraíso. Ahí no era el viejo Toñito, ni era niño. Era un ser etéreo y verdaderamente feliz,  porque ahora estaba en el cielo de los alebrijes.

viernes, 7 de agosto de 2015

EL QUERIDO PROFESOR POUS

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Ante las atrocidades, tenemos que tomar partido.
El silencio, estimula al verdugo
Elie Wiesel. Premio Nobel de la Paz 1986
















EL QUERIDO PROFESOR POUS





     No la reconocí a primera vista. Tenía el cabello tan procesado con químicos, que lucía extremadamente albina y maltrecha. De haberla visto en el día, habría pensado en una bruja de antología,  perdida en la luz. Nunca fue popular en la  secundaria, porque era demasiado tímida. Era chocante verla con la cabeza hundida entre los hombros y el cabello -en ese entonces lacio y negro- sobre la cara. Yo fui la única que notó que era bonita, la más bonita del colegio, y fui tildada de tonta por las compañeras que no  percibieron, que sí, Angélica Márquez era la muchacha más bonita de la escuela  en ese tiempo.
     Era la única mujer en el taller de electricidad, a cargo del profesor Pous. Por llegar tardíamente al curso, los cupos para corte y confección, y secretarias, estaban llenos.
     El profesor Pous era esposo de la maestra del taller de secretarias. La simpática y gorda Ernestina que nos daba, aparte de la clase, muchos consejos sobre sexo. Solía decir: Cuando estén besándose con sus novios, no dejen que con la boca les acaricien el cuello y se vayan hasta la orejas. Eso la pone a una demasiado caliente, y es ahí donde pueden perder. No sean pendejas.
     El profesor Pous no era menos simpático que Ernestina, aunque jamás nos hablaba de los mismos temas que nos hablaba Ernestina.  A mí me tenía fascinada porque me tomaba muchas fotografías, las veces que yo cantaba como solista en el coro escolar. Todos mis profesores, no hubo uno solo que no dijera, que mi futuro serían los escenarios. Y ahí estaba yo. Claro que pensé que los escenarios, todos, eran de  prestigio. Me equivoqué. Estaba trabajando en un burdel, como cantante, pero era un nefasto burdel. Aunque no tenía queja, al menos, del escenario a mi camerino, estaba de fábula.
    Fui muy directa y honesta en el sentido de que, si me tocaba cantar en un lugar donde hubiese ficheras, por nada en el mundo iría al salón, para no ser confundida con ninguna de ellas. Anhelaba hasta el delirio, convertirme en una artista famosa que grabara discos, para nunca en la vida, cantar en antros disfrazados de ladies-bar.
     Por lo mismo, mi respuesta fue contundente, cuando oí que alguien dio unos leves toques a la puerta de mi camerino. Creí que era un mesero y grité — ¡No voy a ninguna mesa de ningún cliente! Supuse que el camarero se fue, pero enseguida, escuché otros toques a la puerta, y repentinamente vi al dueño adentro de mi camerino. Me indigné y  se lo mostré con mi gesto hosco. Lo seguí con mi mirada airada cuando lo vi sentarse en la punta del diván capitonado. — Disculpe señora. Es que hay una mujer, de mis muchachas, usted sabe, las putitas. — Interrumpí. — No me interesan sus putitas. — Y él siguió. — Fíjese que hasta yo me extrañé, porque aquí la conocemos como Roxana, pero dice que se llama Angélica, y que entre ustedes se conocen, de la escuela dice. ¿Usted fue a la escuela? —Yo  con los brazos en jarras y mi boca fruncida dije — ¡Claro que fui a la escuela! Y tocante a su putita, qué se supone que yo deba hacer. — Le dije. —Él dijo — Que le gustaría platicar con usted.
     El cuadro se resquebrajó cuando el dueño, se quedó ensimismado un momento, pero después soltó una risita burlona. — ¿De qué se ríe usted? — pregunté frenética. — No nada, es que, pensé, que fueron a la escuela, y terminaron aquí.
     Le indiqué con mi dedo índice y con mucha furia la salida, al tiempo que se asomaba la carita pintarrajada de Angélica. — ¿En verdad no te acuerdas de mí?

    — Tú te mereces esto. — Decía Angélica al tiempo que se le iba la vista en el tapiz de figuras de terciopelo, la alfombra, el espejo enorme rodeado de focos, el vestuario luminoso. Ignoraba la pobre, que ahí yo parecía una reina, pero era una miserable, en un hotel donde no había agua, excepto de siete a  nueve de la mañana y luego de ocho a diez de la noche. Era un nido de cucarachas donde reinaban el ruido de las polillas y el comején en los muebles podridos.  Me sentía muy incómoda con su presencia. Nunca fuimos amigas, de hecho, ella no fue amiga de nadie. No sabía de qué podríamos hablar.
     Todo el tiempo estuvo con la cabeza gacha, sin mirarme a los ojos, y gracias a esto pude ver estragos de mala vida en toda ella. Me dijo que antes de entrar a la escuela donde la conocí, habían sufrido un aparatoso accidente, en donde su madre recibió un golpe en la cabeza que la dejó con la mirada fija a un solo objetivo, de quién sabe cual otra dimensión. No hablaba. No podía atender a su hermana menor, de apenas un año de vida. Su padre, quien era alcohólico, y alcoholizado estuvo al volante aquel fatídico día, la abusaba. Ella lo soportaba con tal de no perder de vista a la pequeña que quién sabe cuál sería su suerte ante lo ignominia. Se sentía al borde de los más injustos abismos de la crueldad, y no podía escapar. Una tarde, quiso desahogarse, temiendo envenenarse con sus propios sentimientos, y al finalizar el taller de electricidad se lo contó todo al profesor Pous. Siempre tan bonachón y bromista, con su puro en la boca con mostacho. — Se portó más atento conmigo después del desfile de modas. — Me dijo. — Me inspiró confianza, y por eso hablé, lo que hable. Y pasó, lo que pasó.
    ¡Ah! ¡El desfile de modas!
    Recordé claramente que yo organicé eso, con tal de tener una oportunidad más para cantar,  y fue cuando dije, que era Angélica Márquez, y no Evangelina, ni Blanca, ni Alma Rosa, las niña más bonita del colegio.
      Se habló con la maestra de corte y confección y se organizó un desfile con vestidos hechos por las alumnas. Recuerdo el alboroto de la organización entre las prefectas, las maestras y yo.  Nunca se había hecho un evento así. Montaron una muy decorada pasarela, y por allí desfilaron las chicas, con atavíos rebuscados de telas vaporosas. Se hizo una especie de concurso, mientras contabilizaban los votos, yo canté.
 Ganó el vestido que modeló Angélica, y ella, ganó notoriedad, que casi al mismo tiempo mató, porque volvió a su ostracismo desquiciante.  
      Yo estaba perdiendo el control, estaba sintiendo náuseas, ante lo que escuchaba de una muchachita tan delgada, que parecía el pellejo apenas sosteniendo los huesos. No lloraba. Sólo hablaba, y decía que, aquella tarde en que las clases habían concluido, corría un viento caliente con olor a llanta quemada. El sopor le quemó las mejillas y le ardieron las lágrimas que le rodaron al tiempo que le decía al querido profesor Pous, la inicua vía en la que estaba a punto de descarrilar. El profesor se quedó paralizado un momento, pero luego, se abalanzó sobre ella y la poseyó sobre una de las mesas del taller. Vio los ojos vidriados de lujuria y sintió la pestilencia de su aliento a tabaco, al tiempo que mugía de placer. Se acomodó la ropa, terminado su acto salvaje, y la amenazó con denunciar al padre violador, si ella lo acusaba. Y le dijo una retreta de sandeces de lo que sería su futuro si no lo obedecía. Le dijo que su madre iría a un asilo donde se pudriría en el siniestro abandono en que tienen a todos los manicomios del mundo, su padre, iría a la cárcel para ser penetrado infinidad de veces por el culo, por violador y desgraciado, y su hermana y ella, a un orfanato, donde, casi siempre, las mujeres eran adoptadas por depravados insaciables, bueno, qué más le podía decir...  Ella ya los conocía.
     Y tragué un nudo ponzoñoso al tiempo que se sobresaltó el sujeto que venía en el asiento junto al mío, en aquel autobús destartalado porque solo atiné a gritar. ¡Hijo de su puta madre! porque estaba a nada de ahogarme. No entendí el peso del silencio de Angélica en aquellos tiempos. Me fastidiaba cuando adolescente, y me purgó la existencia esta otra vez. Me corrieron del burdel y no me quisieron pagar mi pasaje de avión, para colmo, escuché ese deleznable relato. El hígado se me habrá dañado permanentemente, al recordar la llamada que me hiciera la profesora Ernestina. Ya habíamos terminado la secundaria, pero nos mantuvimos en contacto algunas compañeras, y nos enteramos que Pous amaneció muerto en su cama. — ¡Tuvo la muerte del justo! — Dijo bañada en lágrimas  Ernestina. Y la consolamos, y la abrazamos, y todas la acompañamos con - para mostrar respeto- vestimenta negra y talar, hasta la tumba que regamos con nuestras lágrimas y dijimos adiós, al aquel entonces, querido profesor Pous.

FIN.

lunes, 3 de agosto de 2015

NUDOS Y ENREDOS EN UNA FALDA DE HILAZA (Novela)

Todo niño viene al mundo con cierto sentido del amor,
Pero depende de los padres, de los amigos, que este amor  salve
O condene.
Graham Greene.




   












NUDOS Y ENREDOS EN UNA FALDA DE HILAZA





     Alfa era el nombre de la niña, casi prodigio, que cursaba el quinto año de primaria. Por tres años gozó del cariño y la preferencia del director de la escuela, quien a su vez, también estaba a cargo de la enseñanza. Al llegar a este nuevo grado, el profesor Córdoba, ya no pudo continuar con su función de profesor, sino sólo de director, y fue por ésto, que presentaron ante el grupo, a la profesora Martha Elena Cano de Díaz.
     Desde un principio, esta profesora mostró ojeriza a Alfa. No soportó sus ojos vivaces ni su sonrisa apenas dibujada. Tampoco toleró ver que el profesor Córdoba, le acariciara la cabeza al tiempo que le decía, que era una niña en extremo aplicada. Había cursado dos años en uno, le dijo.
    Sucedió que, cuando los padres de Alfa la llevaron a inscribir a primer año, la niña sabía leer y escribir perfectamente, tenía una caligrafía preciosa. En aritmética, sabía sumar, restar, y tenía aprendidas las tablas de multiplicar. Esto hizo, que el director, no matriculara a la niña en primero, sino en segundo grado.
     Era la oradora oficial, por así decirlo, de los eventos escolares. Solía decir poemas sensibles el día de las madres y participaba en todos los eventos artísticos de danza. Todo esto le fascinaba a Alfa. Decía que lo disfrutaba mucho, porque el día que bailaba, la maquillaban y la ataviaban con aretes y collares vistosos.
     Martha Elena Cano de Díaz, como un terremoto devastador destrozó cuanto quiso. Puso alto en todo ello, que a Alfa le hiciera sobresalir. De tácito y sin explicar por qué, le bajó las notas. Esta fue la razón que dio al director, para que no la pusiera a aprenderse ningún poema de la primavera, o las madres, y al parecer, ni el discurso de despedida de fin de curso. De no aplicarse al estudio y recuperar las calificaciones bajas, la niña reprobaría inminentemente, así que no podía distraerse en alguna otra actividad.
     Alfa se estuvo mostrando tranquila, ante la atrabiliaria conducta de su nueva profesora. Pensó, y se equivocó, que con el tiempo, Martha Elena desistiría de su inquina contra ella. Afortunadamente, sus notas bajas, no fueron motivo para que sus padres se presentaran a la escuela a hacer indagaciones. Alfa se las arregló, para que todo pareciera que caminaba bien; e hizo esto, cuando se percató que la maestra estaba embarazada. Imaginó que el estado interesante torció las ideas a la profesora, y que ella, de algún modo, vería cómo hacer para sacar adelante el año, que parecía turbulento entre los seises que predominaban en su lista.
     Martha Elena, aunque intentaba, no podía reprobar a Alfa así como así. Le costaba mucho, y eso, le descomponía más el humor, ya de por sí virulento.
    Alfa renunció al intento de congraciarse con la profesora y se aplicó, esta vez, más concienzudamente. A Alfa no le era necesario estudiar tanto para conseguir buenas notas. Todo se le presentó en el pasado, con mucha facilidad. Esta vez, no lo lograba, pero tampoco la mortificaba. Con la paciencia que la caracterizaba, veía con pena a Martha Elena, chapaleando en su escritorio atiborrado de cosas de comer, que a veces, frente a la clase, vomitaba. Nadie parecía estar aprendiendo nada en ese quinto año; porque Martha Elena no podía sostenerse en pie, debido a lo tumefacto de sus piernas por el peso su vientre. Pedía, a algún niño, de los que tenía como consentidos, que se pusiera frente al pizarrón, y que anotara los nombres de aquellos  que hablaran en voz alta, y  no estuvieran leyendo por enésima vez la biografía de Benito Juárez. Siempre en silencio. El ruido le destemplaba los nervios. Todo aquel que estuviera en la lista negra, que por la tiza se veía blanca, Martha Elena le bajaría dos puntos. Mientras el niño que hacía el papel de vigía, se sentía orondo por la deferencia que la hacía la maestra, quien  se la pasaba masticando hielo, y sollozando quedo por su preñez desastrosa.
    — ¿Por qué no pide un permiso señora? — Dijo Alfa al ver el sufrimiento de la profesora. A Martha Elena se le puso la mirada vidriosa, y como pudo, se levantó de su lugar y fue hasta el lugar de Alfa. La señaló con el dedo, como infinidad de veces, ella, y otros profesores dirían al alumnado, era una falta de educación reprobable, y le dijo: — ¿Por qué me faltas al respeto? — Alfa dijo — ¿En qué momento le falté al respeto señora? — Martha Elena se espetó de rabia, y le dijo a la niña que no tenía derecho alguno de llamarla señora. A lo que Alfa le dijo que, llamarla señora, no tenía nada de malo. Martha Elena chilló al tiempo que gritó: — ¡No me hables así! Entonces Alfa encontró su oportunidad. Todo indicaba, que la profesora no tendría buenas con ella jamás, así que aprovechó para decirle que le decía señora, porque creía que era una señora, pero si no lo era, le diría maestra, a secas. — En el último de los casos —Volvió a decir Martha Elena — ¡Soy la señora Cano de Díaz!
      En ese momento quedaba declarada una guerra sin cuartel entre ambas y con testigos. Niños medrosos que ante la idea de que la ira de esta mujer, arremetiera contra ellos también,  nada dijeron a nadie.  Pero Alfa no necesitaba refuerzos para contender contra Martha Elena.
    Esa tarde, finalizadas la clases; Alfa enfrentó a Martha Elena. Le dijo con toda claridad, y con un léxico un tanto rebuscado, para demostrarle a la profesora lo bien cultivada que estaba, que aceptaba el reto, y que además, aseveró, no temía en determinado momento ser reprobada. Alfa tuvo que enfrentarla debido a que Cano de Díaz, la llamó para mostrarle una pluma fuente roja, de cartucho, y a la vez dijo
    —Para destruirte no necesito pistolas. Esto, míralo bien, es un arma que puedo usar para destruir tu tan cacareada presunción de niña prodigio.
    La pluma el arma, la tinta las balas. La fuente con la que escribiría con letras enormes la palabra: reprobada.
     Nunca pudo entenderse por qué la tirria de Martha Elena contra Alfa, si la niña no era presuntuosa o altanera como la acusara. Obviamente le estaba quedando claro que tampoco era sumisa, ya que no vio el mínimo atisbo de miedo ante su amenaza, sino al contrario, la asustada fue ella cuando la niña le respondió que, siempre y cuando ambas respetaran la reglas de la riña, que sería, nadie acusar a nadie con nadie. De no ser así, es decir, de resultar reprobada de una forma fraudulenta, entonces ella se acercaría al doctor Garzón Arcos, jefe de la zona escolar a la que pertenecía el colegio, y pediría ser examinada por un inspector,  tras poner la queja de la arbitrariedad de la que estaba siendo objeto. Decía todo con voz firme, sobre la mirada turbia de una Martha Elena llorosa y compungida.

      Las calificaciones de Alfa subieron un poco después del altercado, sólo un poco. Pero después fueron bajadas con cualquier pretexto. La maestra argüía siempre a la mala conducta de Alfa. Martha Elena se angustió ante una niña que no mostró ni un resquicio de temor.  Esta angustia también,  hizo que la inquina de Martha Elena aumentara, mostrando, su falta de ética moral y profesional. Cuando Alfa la escuchaba proferirle calificativos nefastos entre gimoteos, sólo atinaba a decirle: — ¡Pobre mujer!
     El director de la escuela intervino,  porque en un momento dado se extrañó del supuesto bajo desempeño de la niña, y le extrañó el no verla ni siquiera en los ensayos de los bailables regionales para el día de las madres. Alfa mintió al decirle que sus padres la andaban pasando mal económicamente, y no podrían financiar vestuarios  para el bailable. Cuando el director Córdoba dijo, que él se haría cargo de sufragar los gastos, Alfa volvió a mentir diciendo, que además del problema familiar, ella tenía una lesión en el tobillo, que le impediría desempeñarse con fluidez en el baile. Dijo esto al tiempo que miraba siniestramente a Martha Elena. De este modo le dejaba claro que la guerra seguía en pie, y parecía, que la niña estaba dispuesta a ganar, sin romper las reglas.

     Una tarde que toda la clase estaba harta de no hacer nada, viendo a una, -como Alfa solía decir-  pobre mujer, recargada sobre sus brazos contra el escritorio, vomitando y sollozando, le dio por lanzarse pajaritas de papel, hablar alto, y hubo algunos que hasta se pusieron a cantar a gritos;  Martha Elena se tiró al suelo fingiendo una especie de ataque.  Era un mal show. Una niña muy asustada fue corriendo a llamar al director y éste, resolvió todo, mandando a  todos los niños a sus casas. Por ese día, la clase terminaría temprano. Se fueron todos, excepto Alfa, quien no tenía permiso de irse a casa, si no iban su madre o su abuela a recogerla. Así que esperó, con la mirada inquisitiva hacia una mujer que no le dejaba claro, por qué tanta  intransigencia e inmadurez. El director tratando de incorporar a la profesora, y a la vez limpiándola de la porquería con la que embarró, le preguntaba si querría solicitar un permiso, ya que parecía que no podía tolerar el trabajo en su estado. A lo que ella dijo que podía tolerarlo, pero, levantó su dedo flamígero y dijo — ¡Ese monstruo está acabando conmigo!— Señalaba a Alfa. — Esa desdichada escuincla es un demonio que no me deja en paz.
    El profesor Córdoba estaba bastante contrariado. Era la primera vez que alguien acusara a Alfa de mal comportamiento. El profesor la cuestionó y la niña dijo — Profe; parece que la profa está pasando por un muy malo y desafortunado momento.
       A Alfa le indignó que Martha Elena rompiera, por así decirlo, una regla que se había pactado entre ellas. No debió extrañarle, porque  esa mujer no era una persona de principios ni de honor. Una mirada amenazante de la niña hacia la maestra, hizo que la mujer soltara un llanto compulsivo. El director invitó a Alfa a que se fuera al pórtico de la escuela, que allí esperara en lo que llegaban por ella.

      Pasado el festival de día de las madres en donde Alfa no tuviera participación alguna, la maestra Martha Elena, pidió que las estudiantes tejieran una falda de hilaza a ganchillo. Exigió que el material fuera de la marca que ella quiso, por cierto, una hilaza cara. También demandó el color para cada niña. Decía: « Tú, morada, tú, azul marino, tú, negra…» pero nadie estuvo de acuerdo. Los padres compraron la hilaza cara,  pero  del color que les apeteció. Martha Elena a regañadientes aceptando la protesta,  exigió que fueran colores fuertes y no claros, porque las niñas, dijo, normalmente eran descuidadas, y de tanto tener la labor en las manos, ensuciarían la prenda. Ella seleccionaría las mejores para exponerlas en una feria de trabajos manuales, que la escuela estaba organizando para fin de curso.
     Los varones eran llevados al patio a realizar estructuras metálicas, híper vigilados por un profesor, para evitar quemaduras y accidentes. Las niñas, terminado el recreo, empezaban a tejer.
  La maestra Martha Elena, puso sobre su escritorio, diversas muestras de puntadas para faldas de varios colores, a fin de que, una vez terminada la pretina, las niñas escogieran la puntada para realizar el largo de la falda.       En tres días, Alfa había terminado la pretina de la dichosa falda, del hilo caro y de color vino.  Pretina que Martha Elena rechazó, dijo, porque estaba chueca. No estaba chueca. La abuela, experta en esos menesteres, supervisó el trabajo y no le quedó más que enseñarle a Alfa, cómo debía continuar el largo de la falda. En dos semanas, la mayoría de las niñas finalizaron la pretina e iniciaron el largo. Todas hicieron la misma puntada. Ninguna dijo haber podido entender, las puntadas que tenía Martha Elena en el muestrario. Así que a todas se le facilitó la de abaniquitos: consistía en tres puntos macizos, una cadena de separación y otros tres puntos macizos.      
     La falda de Alfa no estaba siendo hecha de abaniquitos; su abuela le puso una puntada diferente. Quizá Martha Elena estaba muy cansada, o muy abrumada con su gravidez insoportable, porque ignoró  por completo a Alfa en esa ocasión. Parecía que aceptaría la falda.

     El destino entonces, pareció virarse a favor de Martha Elena. Si las niñas no entregaban la falda antes de una semana para finalizar el curso, bajaría dos puntos a la calificación general. Alfa tenía siete de calificación, con dos puntos menos, estaría derrotada. Desgraciadamente, Alfa perdió la labor justo cuando faltaban tres vueltas para rematarla. Esta vez, no intervino la insidia de la profesora. Fue una ominosa tarde, en que  fue a tejer a un parque cercano a su casa, acompañada de su abuela, y ambas se distrajeron al comprar helados, y no supieron dónde quedó la bolsita con el tejido.
       Faltaba una semana para entregar la falda. Las niñas se daban prisa tejiendo, y le habían encontrado el gusto y el sabor a ese trabajo. Podían tejer con velocidad y chacotear entre ellas. Martha Elena, cuando levantaba la cabeza de su postración, les gritaba que no iba a aceptar faldas rabonas. Tenían que ser justo a la rodilla, tal y como dictaba la buena costumbre y la decencia.

      No hubo lamentaciones de ningún tipo, por el hecho de que parecía que Alfa reprobaría su quinto grado de primaria. Sus padres y su abuela, llegaron a comentar que sabían de buena fuente, que había estudiantes brillantes un tiempo, y más tarde sucumbían; cuando el grado de dificultad crecía. Amaban a Alfa por ser su niña, no por ser una persona de determinado coeficiente intelectual. Por supuesto, que el hecho de haber vivido esos meses con tanta tensión, Alfa mostró algunas secuelas. Un día amaneció con prurito en la piel, y la llevaron de urgencia al doctor, quien descartó cualquier enfermedad viral que requiriera cuarentena. Se le quitó en tres días. Y otra mañana, Alfa despertó entre sus sábanas orinadas. No recibió ningún regaño, pero tuvo miedo que su familia intuyera que algo no andaba bien, y sacó más fuerzas, de alguna coyuntura que tendría, en alguna gaveta de su esperanza, y salió a flote.
       A pesar de que todo apuntaba que el velero inicuo en el que Alfa navegaba, se iría a pique en el océano cruel de la aversión de Martha Elena, la niña pidió a su abuela le comprara otra hilaza. Iniciaría la labor de nuevo. Parecía algo inadmisible. Por más prisa que se diera, no terminaría tiempo. Aun así, la inició.  Dio la última puntada a la pretina, estando en la escuela. Fue hasta el escritorio donde agonizaba la profesora malasangre en su pantano sórdido, con las muestras de las puntadas sobre el escritorio, que ya eran obsoletas para ese tiempo, ya que, todas las niñas estaban afanadas con sus abaniquitos que tejían con destreza, y le pidió que le enseñara la puntada de unas florecitas, que a Alfa le encantaron desde que las viera en el pedacito tejido con hilo color ocre. La maestra dijo — Esa puntada es muy difícil, y más aún para una estúpida como tú. —Alfa no se inmutó y dijo —Eso no importa. Usted enséñeme la puntada y ya. Lo demás es cosa mía. —Martha Elena alzó la voz. — ¡No insistas niña! No tiene caso que te enseñe nada. No vas a terminar la falda ¡Ya es por demás! — Alfa frunció la boca al decir — ¿No será que no sabe hacer usted ninguna de esas puntadas del muestrario? ¿Son herencias de su abuela?— Se mofó Alfa.
      Otro zafarrancho. Otra vez gritos y ataques de berrinche. Martha Elena abusó de su condición de gestante e hizo cosas por demás reprobables. Urdió hasta donde más pudo, el modo de desgraciar la vida de una niña que aún no cumplía nueve años. Puso el derecho, en un revés, para esconder que torcía la red de trampas con las que se propuso destrozar su candidez. Tejió con la puntada de tiranía, la labor de romper sin el mínimo escrúpulo, la paz de una personita que era totalmente ajena a lo que parecía su desgracia. Realmente no se sabía nada de la vida de una profesora que ostentaba su nombre y había que rematar con Cano de Díaz, como si en la ostentación llevara la verdad absoluta. Parecía una mujer muy irritada, muy dolida. Parecía tan sola, que no se soportaba ni a sí misma.
        Alfa, terminó tejiendo su falda, de color claro, verde mar, con otra puntada que le enseñara su abuela.  Milagrosamente, el día citado, Alfa entregó la falda terminada  ante los ojos desorbitados de Martha Elena, que ya contaba con una asistente para ese tiempo. Intentó rechazar la prenda diciendo que la falda no llegaba a las rodillas, y la asistente, ajena a la cizaña entre estas, la sacó del error, y la sacó quicio, porque en cuclillas, midió el largo de la falda y estaba por demás correcto. Lo que sí parecía incorrecto, era la pretina. En su momento la hizo de su talla; pero al abotonarla se veía grande. Era evidente que Alfa había perdido peso. La profesora se mostró feliz ante la resulta de su sevicia.  Se mostró airosa y displicente. Sonrió de una forma que parecía más una mueca, que afeaba aún más su cara abotagada y curtida de paño. Asumió que la victoria era de ella, y presumió de bondadosa poniendo un seis a una Alfa; que ni en ese momento, suplicó piedad ni nada que se le pareciera.   
       El director, tres días antes de hacer la fiesta de clausura, le pidió a Martha Elena las faldas seleccionadas para la exposición. Seleccionó siete, de veinte.  Por supuesto que la de Alfa no estuvo en esa selección. Como se dice vulgarmente, de panzazo, Alfa pasó a sexto año, con un resabio y una experiencia que la tuvo que haber fortalecido más. Parecía la misma niña callada, la mayor parte del tiempo, y sonriente a veces con sus amigas.
       En esos tres días restantes, en que con un suspiro secreto, Alfa pareció haber descansado de aquella absurda batalla; inició a la falda una pechera que terminó en una tarde. Su abuela le hizo los tirantes, le ajustó la pretina y le cosió un forro de tafeta. Le compraron una blusa blanca con detalles de encaje, y le dijeron que llevara la falta puesta para recibir su boleta adoquinada de seises. Además, de una nota con la tinta insidiosa de Martha Elena que decía: Obtuvo bajas notas porque la alumna no escribe legible, no se entienden las respuestas y por ello las di por malas. Atención con su ortografía. Atención a su falta de pulcritud, tanto en su persona como en su trabajo. Mayor atención a su pésima conducta.
      Los padres de Alfa intentaron hablar con la maestra respecto a la nota, pero esta, no los recibió argumentando que estaba muy ocupada preparando la exposición. Colocaban una falda, y en una pieza de cartón, con letra de molde muy bien hecha, aparecía el nombre de la niña autora de la labor, su edad, y el grado.
     Alfa, una vez terminada la ceremonia de clausura, y tras felicitar a su gran amiga y compañera, de nombre Delta, quien fuera la nueva abanderada de la escuela por su alto desempeño y magníficas notas, se fue a ver la exposición de las manualidades que anunciaron con tanta pompa. Era la primera vez que se hacía y la novedad causó revuelo. Fue tanta la quisquilla, que ignoraron a los alumnos de sexto grado que recibieron sus diplomas y no hubo discurso de adioses con lágrimas, que Alfa solía arrancar de los corazones, con sus emotivas palabras.  Alfa no pudo ser tomada en cuenta, ni siquiera para pertenecer a la escolta. Pero no quiso amargarse con esto y se explayó viendo como acomodaban las manualidades de otros grupos.  Vio unos abanicos hechos con popotes rígidos, y entrelazados con listones y encajes. Vio canastas con flores de migajón y le hubiera encantado aprender hacer cosas así.  Odió los manteles en punto de cruz sobre el cuadrillé. Estaba harta de ver eso, que parecían los taches que Martha Elena sin piedad le ponía sobre el cuaderno o sobre sus exámenes. Siguió viendo más cosas  y cuando menos se esperó estaba en el salón de quinto año, viendo las faldas de sus compañeras. El director, entonces le preguntó cuál de todas era su falda, a lo que ella dijo que no había sido seleccionada, pero, era  la que llevaba puesta. Al director le pareció una magnífica idea exhibir una falda entallada en un cuerpo. Buscó el banco, justo en el que hacían que se subieran los niños pequeños para alcanzar el micrófono cuando les tocaba dar el juramento al lábaro patrio. Lo puso en una esquina. Sobre una cartulina que pegó en la pared, escribió el nombre de Alfa y le pidió a la niña, que se subiera al pequeño estrado y modelara la prenda.

      El destino entonces, pareció cambiar de bando, si es que antes, estuviese a favor de Martha Elena. La profesora empezó a gritar que no estaba de acuerdo con que el director se entrometiera en su exposición. Alfa, con una mirada pícara y una sonrisa, que hasta parecía malévola, con un hoyuelo en la mejilla derecha, empezó a moverse coquetamente, levantado la falda, girando, y  mostrando esa labor que estuvo tejida con muchas  cadenas de amargura, y que ahora parecían estar cambiando de sabor.
   Martha Elena repentinamente se tocó el vientre y lanzó un alarido pavoroso. Si se había llegado la hora del parto, o era un chantaje, fue lo de menos. El director, sin prestar mucha atención, le dijo a la asistente que se llevara a Martha Elena  al hospital si era necesario o simplemente a su casa. Parecía que su trabajo ahí había terminado, y había sido muy azaroso. — Trate de descansar maestra. —Dijo el director Córdoba sin prestar tanta atención a la "enferma".  — Yo me encargo de esta fiesta que apenas está empezando.
    Fue así como terminó el desgastante curso, del quinto grado de primaria de Alfa, víctima del reprochable comportamiento de una profesora llamada Martha Elena Cano de Díaz.
FIN.






                                                    


    


sábado, 1 de agosto de 2015

DIABLO GUARDIAN de Xavier Velasco





... Considero  Xavier Velasco un "lucky guy", pero también lo considero buen escritor. No soy conspicua en la materia, pero leo bastante y escribo menos, y casi como que escribo para mi. Y bien, no obstante que no creo en la suerte, absolutamente no, no me queda más que calificar a Xavier Velasco como un tipo con suerte (lucky guy) porque no se me ocurre cómo calificar a un escritor, antes desconocido, de repente premiado por ALFAGURA 2003 y de ahí su Novela se vendió como pan caliente, y fue así como, se percataron que era MUY buena. Muchos, miles, millones, billones de BUENOS ESCRITORES -tan buenos como él- se quedarán  sepultados con su montón de sueños rotos y nadie sabrá jamás  ni de ellos ni de sus historias, y entre se lumen de escritores, estoy yo. Pero bien, no es de eso lo que lo quiero escribir, sino del libro ANGEL GUARDIÁN.

  E    X    C   E   L   E   N   T   E

1.- Quien de ellos no era yo? 2.- Parábola del buen postor

         Este inicio me atrapó. Percibo este relato en primera persona y con un lenguaje un tanto ordinario y soez, casi al tiempo dije - ¿Este es el libro que me recomendaron con tanto fervor?- Al continuar me percaté que, en efecto, en primera persona, es Violetta quien está narrando, hasta la oigo como susurrando su historia y es picaresca, sin tintes de léxico rebuscado, todo lo contrario. Ligero. Pero determinante para, aunque no es descriptivo en cuanto cómo lucen exactamente los personajes, sí se radiografían por sus conductas. Clasistas, Violetta lo aprendió de su familia por supuesto.

3.- El Huérfano invisible

    Aquí inicia la historia de Pig, que es así como se relata el libro, la historia pues, uno y uno. Violetta narra en primera persona, y aquí es el autor, insisto, no cae en muchas descripciones, pero queda estampada la esencia del personaje Pig. Quien está escondido en una cripta, para ver el entierro de la autonombrada Violetta, muerta a los 25 años de edad. Para ello, la vemos no como Violetta, sino como Rosa del Alba Rosas Valdivia, que será "vecina eterna" de la familia de apellido Macotela. Es decir, Rosalba o Rosa del Alba muere.

4.- Vengan esos mil

     Aquí veo cómo se va gestando y agarrando forma el carácter de Violetta, víctima de la cicatería, y excentricidades de sus padres, no dejándole más salida que iniciarse como "prostituta" aunque de un modo pueril y hasta lúdico, no llegando al contacto sexual, pero sí obteniendo dividendos. No gazmoña no timorata, pareciera que eso jamás lo aprendió, y veo una "inconsistencia" (no sé si así se diga) en cuanto al comportamiento de la familia, que va a misa, que se confiesan antes de comulgar,  y que son voluntarios de la Cruz Roja y hacen comidas para recabar fondos (aunque se roban mucho con esto) pero si bien, son tremendos hipócritas, discrepo un poco que a Violetta, no le hubieran inculcado un poco, eso de estar bien con Dios, aunque fuera con el miedo de ir al infierno. No entiendo cómo, una niña de quince años, no tiene culpas  ni remordimientos de bailar desnuda por mil pesos, obvio, a escondidas de la familia, frente al hijo del jardinero.

     Al menos que, como una persona de mi familia, sí, de mi familia, decía con apenas trece años de edad, que su ilusión era ser puta. Por supuesto que vio a otras putas en la familia, aunque no vio como eran tratadas, ni tampoco las vio viviendo en mansiones, bueno, se iban a putear en camión, no tenían ni nunca tuvieron automóvil. Así que esto de tomar una decisión a tan temprana edad, de no querer estudiar y perder el tiempo porque el anhelo es ser puta, yo lo vi, con alguien de mi familia. Y por supuesto que lo ejerció en un momento dado, pero por muy poco tiempo. No paraba de maldecir, por el hecho de lo pésimamente mal, que se sintió, al ser, dijo ella, tratada de lo más vil. No hubo tampoco buenos dividendos, y eso que la vocación, parecía que la tenía. 

5.- Pasajeros en trance

    En este capítulo queda claro que Pig, no se acepta sólo como un huérfano lleno de frustración, muy consentido por Mamita (su abuela) sino que intenta comprar lectores para sus historias pagando con drogas, pero ya drogado, no creo que hayan puesto mucha atención a sus relatos.  De ahí, que por ello escribí en un principio, que Xavier Velasco es un "lucky guy". O, quizá, drogó a todos, les combidó ácido y muchas cosas más, para que decidieran darle el premio Alfaguara 2003 (SE LO MERECE)

6.- Sin pecado concebida

     En este capítulo Violetta narra... No, no narra, dice en el cassette, cómo se las arregla para hacer el primer robo a su familia y lo rápido que se lo gasta. Siempre andaba quebrada, de hecho, así es en lo sucesivo, pero así también se las gasta para SIEMPRE, conseguir dinero, sin trabajar, digamos "trabajar" lo que uno conoce como TRABAJAR.

7.- Mayúsculo Patíbulo

    En este capítulo Pig, consigue, ya no tener que ser escuchado por amigos babeando de droga sus escritos. Aquí consigue trabajo, haciendo críticas incisivas sobre artistas y películas, queda como una Paty Chapoy cualquiera, o un frustradísimo "Alex Caffi"

8.- Más rápida que "Superman"

    En este capítulo, que me divirtió indudablemente, pero pensaba ya no seguir leyendo. Y es que -por desgracia- leí comentarios al respecto, sobre el libro entero, ya que, decidí leer este después de haber leído "Lolita" (no me gustó) y pedí sugerencias por mi FB y sugirieron este; a lo que me di a la tarea de investigar antes de comprarlo. (fue fácil conseguirlo) Entre las cosas que leí (al respecto del libro) me enteré que piensan hacer una serie de TV en  donde -también por desgracia- Violetta será encarnada por Martha Higareda. Así que todo este capítulo que pudo llamarse "La Aventura" y otros capítulos más, Violetta tiene sólo quince años. ¿De dónde se le ven XV años a Higareda, y lo más tremendo, dice: "Yo voy a ser Violeta, porque estoy dentro del rango de la edad, este personaje crece durante el proceso, pero no va a ser necesario contratar a otra actriz para hacer el personaje de la "chavita" (Me acordé cuando Florinda Meza, SÍ, FLORINDA MEZA, se escribió una novela, en donde el personaje principal lo hace ella, y este inicia desde que tiene doce o quince años, hasta que llega a ser una viejita y siempre fue ella quien hizo los papeles, dijo que no confiaba su "estelar" a nadie, excepto a Daniela Romo, pero dijo, Daniela Romo no podía verse de doce o quince años, es decir ¿ella sí? (MILAGRO Y MAGIA)

 Por supuesto que entra, como ventarrón la SUPER FICCIÓN, y a mi no me gusta la ficción. 

Independientemente de quién protagonice la historia para TV, aquí hablo del libro (lo otro, va a ser otra historia seguramente) No entiendo, y por donde se le busque, que Violetta, sí, clasista, con carácter de los mil demonios, harta de usar ropa de segunda, bañándose con agua fría porque la caliente el papá se la prohibía, con el pretexto de que la frugalidad era para el bien de un futuro, de cuidar un patrimonio, etc  ¿De donde pudo y supo, que quería ir a comprar a Saks? Siempre quejándose de las "clasemedieras" señalándolas como "Coatlicues" o gente de espíritu "Tlahuica" y ¡zaz! Ya comprar ropa  en Macy's era para nacas y coatlicues como YO. Aquí, suena a caricatura, en serio. Cierto que cuando traes dinero para gastar el mundo lo ves muy diferente, pero si ni de niña la llevaron a Disneylandia, ¿cómo pudo saber que si compraba en Saks la vida era de otro nivel?    

 Mi primer viaje a EUA, fue para ir a competir a Univisión cantando salsa, y no sólo gané, sino que me gané el carro en el 93. En menos de un mes, ya estaba volando a California, ahí vivía mi hermana, y por supuesto, con 20 000 dólares, sí me compré ropa, y sí fue en Macy´s (P.D. no estoy segura si esa tienda es del OGT de Trump, por ende, quizá ahora sí compraría en Saks, si puediera claro... )

     Y hasta aquí me quedo. El libro? Recomendable. No puedo afirmar como una joven estudiante, muy molesta dijo "Mis compañeras, tras haber leído "Diablo Guardián" ya se creen, no sólo intelectuales, sino que ahora, todas son clasistas, frívolas, y todas quieren ser "violettas". ¡Que libro tan más malo!

     Por supuesto que no puedo comparar -es estúpido- a Gabriel García Márquez (mi numero uno) o Naguib Mahfuz (numero dos, les recomiendo "El Callejón de los Milagros, (Callejón de Midaq) El Nuevo Cairo, y no me vienen a la mente más, y si alguien tiene "Principio y Fin" védamelo) pero, sí, por supuesto que es recomendable. No cualquier historia es elegida para convertirla en serie televisiva, aunque aquí, pueden desmadrar el numerito.