YO CONOCÍ EN PERSONA AL ASESINO
¿No sabes quién fue ese hombre? −Preguntó
la mujer gorda, insidiosa, chismosa, revoltosa… en fin, esa mujer, que ha sido
uno de los peores seres humanos que he conocido. Y en cuanto al hombre, no. No sabía
de quién se trataba.
Quizá fue esa, una noche común. Nada
extraordinario. Al menos para mí: clientes interesados únicamente en el placer
sexual y una tremenda borrachera. Otros, los menos, apantallados por el glamour
del lugar, las mujeres, y dispuestos a admirar las tremendas producciones
artísticas. Ha quedado para la historia, incluso en documentales, que aquellas
producciones tenían parangón con los espectáculos que se presentaban en Las
Vegas. Y bien, yo nunca he ido a Las Vegas, y no tengo interés en ir. Pero por
supuesto que sí creo en eso de que, aquellos espectáculos de cabaret, eran
equiparables a algún show de Las Vegas.
Yo, nunca produje nada así, pero
participé. Obviamente, cuando han hecho referencia a Las Vegas, se habrán
referido exclusivamente a la producción y no a las artistas coristas. Ahí sí,
participábamos de distintas clases: con algunos kilos de más y yo, con muchos
kilos menos, y eran menos porque los cánones establecidos de los años 80’s,
señalaban que, la escualidez no era considerada belleza, muy diferente a los
tiempos de hoy. Pero ahí estábamos, con las espalderas, los tocados, las capas,
y todo eso forrado con cristales cortados, adoquinado de plumas de avestruz, marabú,
pavo real y gallo. La mayoría de las vedetes, iban a Las Vegas a comprar el
vestuario, de segunda mano, de cualquier producción que finalizara su temporada
en Las Vegas.
Aquella mujer gorda de quien no
guardo buenos recuerdos, tuvo un cuerpo impresionante, bello y escultural en su
juventud, y en sus inicios, tuvo que ser corista y también usó esos atavíos de segunda mano de los shows concluídos de algún lugar de Las Vegas. Algo sucedió después, su cuerpo cambió y no le afectó en su trabajo. Dijeron, había construido un buen
nombre artístico, era buena cantante, la mejor, sin duda. Se desempeñaba como maestra de
ceremonias, era comediante, y ya dije, un ser bastante ruin y cruel. Era tal la
inquina de algunos que, cuando querían ofender a alguien, solo tenían que decir
¡Zaida Castillón, eres una Zaida Castillón!
Y eso, era suficiente para que la afrenta
fuera grande. Quizá hoy, que ese personaje o persona, ya murió, habrá quién
guarde silencio, o simplemente, sus contemporáneos ya no existan tampoco, o
quién sabe qué. He visto el nombre de ésta persona en algunas telenovelas, la
he visto en películas viejas, y hasta en programas de revista del pasado. Y
bien, esa persona sabía mucho más que yo, porque insistía
−¿Realmente no sabes quién fue ese señor?
Y yo no sabía de quién se trataba, y ni de
qué, y no entendía por qué Zaida estaba verde de rabia. Esa mujer siempre tenía
hambre, y, yo también. La gran diferencia es que ella sí comía, comía todo el
tiempo, y yo no. No me alcanzaba el dinero para eso. Fui tonta, pero siempre le
di prioridad a mi carrera que, como estaba iniciando, le ponía toda mi
atención, mi esfuerzo y dinero. La comida después, y eso, me tenía en un estado
patético. Estaba famélica y por lo mismo, cuando un mesero puso su brazo para
que yo enganchara el mío, me dejé llevar como un cordero al matadero.
− A ver si no amaneces muerta, chaparrita,
pero el señor Cárdenas me pidió que te llevara con él.
Pensé que se trataba de un cliente muy
exclusivo. El mesero mencionó su nombre y eso, no era la costumbre. Tampoco era
mi costumbre ir a donde los clientes me llamaban. Tampoco diré que eso
sucediera muy a menudo, que los clientes me llamaran, pero si sucedía, no iba.
Nunca me gustó eso, y no por presumir de decente ni nada por el estilo, no me
gustaba. Me aburría horrores responder las mismas preguntas, hacer una plática
a gritos, porque, la música de la orquesta seguía sonando, las compañeras
cantando, o bailando, y en aquella espesa nube de nicotina haciendo vida social, y yo, tan intolerante al
alcohol, a los borrachos, a las putas… ¡Huy no!
Pero aquella vez, no entiendo qué pasó. Ni
siquiera llegamos hasta la mesa del cliente el mesero y yo. El señor Cárdenas
esperó en un pasillo. Le pidió al mesero que esperara, para que, me acompañara
de nuevo, de regreso del lugar donde me trajo.
Tenía varios billetes en la mano, y los
puso en la mía, y me cerro el puño.
− Este lugar no la merece niña, prométame
que buscará algo mejor.
− ¡Claro! – Le respondí con celeridad. –
Este no es mi ambiente, pero sí es mi carrera.
El mesero dijo
− Es de lo mejor que tenemos, no tiene
idea de cuánto la queremos aquí ¿Verdad?
Y todos estábamos de buenas esa noche, por
lo que dijo ese mesero, y porque yo asentí a la estupidez que dijo y le sonreí,
sin más. Era uno de los meseros más jóvenes del equipo, no era un tipo vulgar
que me cayera demasiado mal. Era guapo, sí, pero no me interesaba, y él, era
tan petulante como yo. Alguna vez me dijo que, a él no le interesaban las
mujerzuelas que trabajaban de noche, que él tenía una novia, una señorita de su
casa, hija de familia…
− ¡Hija de la chingada! – Gritó una
compañera ebria de ira por lo que escuchó. Yo, me desternillé de risa, y me
desembaracé de aquel asunto. Es que, yo era muy presumida, a mí, tampoco me
interesaban esos tipejos que, más que meseros, eran rateros que, a la mínima
oportunidad, robaban a los clientes que ya intoxicados por tanto alcoholes, no
sabían ni de sus vidas mismas.
Y todo cuadró aquella noche de la
presencia del señor Cárdenas, elegantemente vestido, perfumado, con sus lentes
y un bigote muy bien aliñado. Era Zaida la que lo miraba con insistencia, y el
señor, le brindó una inclinación de cabeza en señal de respeto, y ella le dijo
− Cómo está usted, señor, don Goyo
Cárdenas.
El mesero entonces se puso como nervioso,
del brazo me conducía a mi camerino y Zaida, atrás de mí.
La inquietud de estas dos personas, era,
la de saber cuánto dinero me había regalado el señor, y qué me había dicho. El
mesero siguió lleno de esperanza porque el tal Goyo Cárdenas no se fue, siguió
en el establecimiento, con un par de amigos quizá, pero hubo quien dijo que,
probablemente eran gente de su equipo de seguridad. Tanto Zaida como el mesero,
esperaron en vano, porque el señor, no repartió más dinero a nadie. Estuvo
acaso media hora más, pagó su cuenta y se marchó con sus acompañantes.
Zaida rio a carcajadas cuando le pregunté si
se trataba de algún político, y como si hubiese sido un zarpazo, con sus
garras, en un santiamén, me quitó el rollo de billetes que tenía yo en la mano.
Los barajó y dijo:
− ¿Qué cenamos? Yo voy a ordenar medio
pollo a la parrilla ¿Y tú?
Chillé y pataleé de rabia. Yo no tenía
hambre. Hacía un rato me había comido unas empanadas de chicharrón, que sabrá
el buen Dios quién me las invitó. No iba a quitarme lo mío de nuevo. Todo el
tiempo, cuando alguien me invitaba cosas de comer, entraba Zaida y me quitaba
el plato con comida. Esta vez yo no quería que me quitara el dinero, como solía
quitarme muchas cosas, esta vez, no estaba dispuesta a permitírselo. Siempre le
tuve tanto miedo, porque era mala, era una mujer muy mala… El gerente se
percató de lo sucedido e intervino. Zaida me devolvió el dinero no sin antes
lanzarme sus amenazas de siempre. Y quizá las cumplió, no me acuerdo, lo que sí
me acuerdo, es que, finalmente supe de quién se trataba ese hombre que, ante el
resto de la clientela, las artistas, y el personal, pasó desapercibido. Lo
supe, dos o tres días después. Era domingo, y con el dinero que generosamente
me dio ese señor, me compré un coctel de camarones y ordené un filete sol. (filete de pescado capeado
con huevo). Y me enteré que, Gregorio Cárdenas, más conocido como Goyo Cárdenas o el estrangulador de Tacuba, asesinó a cuatro mujeres menores de
edad, entre agosto y septiembre de 1942. Sus víctimas fueron, una compañera de
la carrera de ciencias químicas y tres prostitutas. Las prostitutas, primero
tuvo relaciones sexuales y después, las ahorcó y enterró en el jardín de su
casa. La que fue su compañera de estudios, la señorita Graciela Arias, tras
asesinarla, estuvo violando el cuerpo en repetidas ocasiones, para luego,
enterrarla también. Por este acto, fue
señalado como necrófilo.
No obstante, su calidad de asesino serial,
fue indultado por el presidente Luis Echeverría Álvarez en 1976, y esto se dio
porque, aparte de haberle encontrado un coeficiente intelectual elevado, se
dijo que, era él, un ejemplo vivo de la readaptación social, porque durante su
estancia en prisión, se aprendió el código penal y fue defensor de otros reos,
que, como él, estuvieron en el llamado Palacio Negro de Lecumberri. Este lugar, ya no opera como prisión, pero,
hay muchas historias, negras, profundamente negras de ese lugar.
A pesar de lo miedosa que soy, no sentí
temor al recordar la voz suave de éste señor, que fuera ovacionado de pie en la
Cámara de Diputados, a petición del presidente en turno, para la indignación de
tantos, incluso para mí, si me hubiese enterado en el momento que sucedió, pero
eso, había acontecido quizá cinco años atrás de cuando lo vi en persona, y ni
siquiera sabía que se trataba de una especie de personalidad. Este señor, quiso hacerme un espléndido regalo porque
dijo que le había encantado mi forma de cantar, y por ello dijo «Éste lugar no
la merece». Y de eso no sé si tuvo razón, pero me dijo algunas otras cosas
como, que debía cuidarme, debía cuidarme mucho… Y vaya que sí debí hacerlo. Pasaron algunos meses y fui ultrajada sexualmente por un mesero.
Con el paso del tiempo, se van creando
mitos y leyendas alrededor de personas como éste Goyo Cárdenas, pero fue un
asesino confeso, con severos problemas psiquiátricos. Se ha dicho, que padeció
una encefalitis aguda a una temprana edad, y como consecuencia, le quedó una
enfermedad llamada enuresis, y que, es probable que, debido a la falta de
control de sus esfínteres, alguna prostituta se burló de él, al defecar
mientras tenía sexo con ella, lo que lo llevó a asesinarla. Pero, nada
justifica a un homicida de este calibre.
Y
cuando digo que no tuve miedo de saber de este personaje, es que no lo tuve,
pero la que habría mostrado incontinencia urinaria por horror, habría sido yo, si lo
hubiese visto de nuevo en el cabaret donde cantaba. Por fortuna, yo, no volví a
verlo en persona jamás, y no lo veré, porque Gregorio Cárdenas, falleció en la
ciudad de Los Ángeles el 2 de agosto de 1999.