Los cimientos de una compañía que nació tras cruzar unos estadios adversos, sostuvieron lo que nunca antes se pensó, y creció, e ignoro si se mantuvo. Lo más probable es que no, pero mientras yo estuve a cargo, caminó maravillosamente mi empresa que, dio trabajo a varias personas hispanas.
La noticia de que mi prima fue arrestada nos sacudió a todas, a pesar que, mis otras primas estaban resentidas. Habían sufrido desplantes y majaderías de Richards y de mi tía. El caso de mi tía debiera ser un caso superado. No sé qué tipo de padecimiento mental tiene, pero todas sabemos que lo tiene. Cuando yo era pequeña y mi tía llegaba a la ciudad, no podía comprender cómo era posible tanta belleza en una sola mujer. Mi mamá me decía que no veía la belleza por ningún lado. Ella sabía que mentía. Nunca le habló a mi tía Marilyn, según mi mamá, que porque la había metido en un chisme, muchísimos años más tarde, cuando yo estuve en Estados Unidos me dijo, que prefería no tener ningún acercamiento con Marilyn porque estaba rematadamente loca.
Cuando era yo pequeña, pensé que era un decir. “Vieja loca” se dice así nada más, cuando alguien no piensa o actúa igual que nosotros, pero nunca se imagina uno que se trate de una locura real, como enfermedad. Y si ves a la persona que actúa de una manera, por así decirlo, normal, y que, además posee una belleza extraordinaria, piensas que lo dicen más por envidia que otra cosa. El familiar consanguíneo era mi tío, Marilyn no. Y de los primos, a quien más conocí fue a Oscar. Sus ojos, siempre me parecieron un par de uvas verdes. De hecho, cuando iba, yo le decía a mi mamá que quería comer uvas. Me inspiraban los ojos de Oscar. De ahí, la demás parentela no la conocí, o simplemente no lo recuerdo. Acaso a María que, siendo muy pequeña, estuvo unos días en casa de mi tío. No me hablaba. Habría de recordar María que me tenía miedo, mucho miedo. Le dijeron que yo era una persona mala, y extremadamente peligrosa. Cuando quizá yo tendría ocho o nueve años de edad. María, un par de años menos. Dice que ella intentó acercarse a mí, y que yo volteé a verla y se asustó. Salió corriendo porque me vio los ojos rojos. No hinchados o algo parecido, dice que los recuerda rojos, mi iris era color rojo y tuvo un ataque de pánico.
Lo que puede resultar en la mente de un niño cuando se le siembra cualquier cosa. María no tuvo más que aceptar que tuvo una alucinación. Pero dijo que su miedo seguía vivo y latente, y aun así, ella quiso ayudarme cuando estuve por aquellos lares.
Una amiga mexicana, muy cercana a Richards nos llevó los papeles sobre el arresto. Y mis otras primas me decían que Richards había heredado la enfermedad de mi tía. No me lo parece, y quedó demostrado que no, aunque tuviera que suceder aquella desgracia. Mi tía, puede estar muy amable a ratos, y ponerse agresiva en cuestión de segundos. Es acumuladora compulsiva, y de lo más reciente que supe, empezó a ver milagros y cosas así, debido a que, tanto Richards, como ella, se hicieron miembros de una congregación cristiana. De hecho, mis otras primas también, pero no son ortodoxas, me han dado tanta ternura, cuando las he visto rezar el Ave María y el Padre Nuestro y santiguarse en un templo cristiano protestante que, detesta cualquier actitud de la religión católica. Pero mis primas, todas, son buenas personas.
La crisis de la que fue acusada mi prima Richards por parte su esposo, se debió a que él, la estuvo fustigando. La persiguió todo el tiempo con la cámara de un teléfono celular. Las personas cristianas ortodoxas tienen una forma muy peculiar cuando se adentran mucho en la oración. A mí, hasta me ha parecido que tienen una especie de ataque. Richards en su oración gritaba:
¡No la amo, Señor cuando es mi obligación amarla! ¡Manda una pistola para vaciarla en mi pecho, antes que faltarte a ti! ¡Soy desobediente! ¡No la amo!
Se refería a su suegra quién, lejos de defenderla de las agresiones de su hijo, también la agredía. Mi indignación se elevó a
niveles insospechados, por el hecho de que, en una actitud tan íntima como la
oración, mi prima haya sido objeto de burlas, filmada sin su consentimiento, y
que esto fuese tomado como una prueba en su contra, me puso muy alerta tocante
al tipo llamado Richards. No recuerdo su nombre y no lo escribiré, primero,
porque en verdad no lo recuerdo, y segundo, porque ese sujeto está tan enfermo y
desarrollado en un país donde todo lo resuelven a través de demandas. Me alegro mucho de haberlo dejado siempre, con un palmo de narices las veces que intentó hablarme. Incluso me entregaron regalos de Navidad a su nombre que, yo devolví, dejándolos en la puerta de su casa. Mis primas son nobles. Yo no.
Richards, mi prima, al ver que la estaban grabando actuó de manera ofensiva.
(Eso no quedó grabado, por cierto) Le pegó al sujeto, su marido, y él la
denunció por lesiones. Según mi sobrino, él vio cómo su papá se auto infligía
unos rasguños en las entrepiernas.
Penosamente, el delito no alcanzaba ningún
tipo de fianza. Nos tendríamos que esperar al veredicto del juez.
Desde ese entonces en el condado de
Olathe, nunca me sentí a gusto. A veces tenía que ir para allá, pero siempre
iba con un resabio desagradable y el gesto fruncido. Hacía las diligencias
necesarias y me devolvía con rapidez. Estuve cantando en un club en Olathe,
casi todos los meses que viví allá, pero afortunadamente el club estaba un poco
antes de compenetrarse al centro. Olathe me venía mal por donde le buscara. En
verano, me pareció un rancho lleno de moscas, la vez que canté en un parque
donde unos hispanos hicieron una fiesta. El lago parecía un charco de agua
podrida. Que me perdone Olathe y su gente, pero habrá sido quizá aquel suceso
extraordinario y amargo, el que me marcó con esas ideas.
El Richards, marido de mi prima, lo vi,
con unos rasguños en el cuello. No entiendo por qué se me acercó a mí,
precisamente a mí, para decirme no sé qué. Lo esquivé. No necesitaba que me diera
ninguna palabra de bienvenida o lo que fuera. Yo necesitaba ver a mi prima
Richards, libre, y ese era mi único objetivo, así que, lo menos que se me
acercara. Incluso una secretaria pidió que los familiares del ofendido,
estuvieran sentados en un área, y los familiares de Richards, acusada, en otra.
Nosotras no nos movimos de nuestros lugares. Vi a mi prima Richards a través de
un monitor, y con una traductora al lado. El juez le decía que ella no podía
acercarse al ofendido a un radio de no sé qué medida, no podía ir a buscarlo
a su casa, no podía ir a su trabajo, y fue cuando mi prima dijo:
- Pero él no trabaja. Es un alcohólico.
Por supuesto que, para los efectos de
aquel momento, eso era irrelevante. Para continuar con lo que restaba, sí. El sujeto
llamado Richards era, en efecto, un alcohólico superlativo. Tenía en su expediente un par
de estados de coma por alcohol, y estamos hablando de estados de coma que
duraron meses. Aun así, a mi prima se le dictó una orden de restricción y para
empeorar las cosas, no podía ver a mi sobrino.
La compañía Richards Maids, Co. Quedaba
flotando. Al ser dueños los dos, y con esta desavenencia, no podía operar. Mi
prima quedó libre al día siguiente del juicio, y Richards esposo no tenía la capacidad de
echar andar nada, no era capaz de trabajar ni de comandar una brigada. Mi prima
Richards podía hacer ese trabajo, pero la ley se lo impedía. Y ahí entré yo.
Por manos y buenas voluntades no pararía.
Yo, tenía a mi primer clienta, quien rechazó en primera instancia los servicios
de Richards Maids, Co. Pero fue mi prima quien me dio su firma para presentarle
a la clienta, un seguro contra daños menores, en el servicio de limpieza que yo
le daría. Era una mujer canadiense, muy gentil, muy platicadora, que, aceptó
sin remilgos, el contrato que se le ofreció como No Laundry No Windows, Co.
Mis primas no entendían el por qué yo
quise llamar a mi compañía así. Antes y no le puse Filemón, como a mi carro.
En el nombre sobraban las explicaciones.
Por una empleadora que tuve, llamada como yo, Lety, extremadamente aturullada y
tramposa que era, entendí que, el servicio de limpieza no incluía lavar la
ropa. Si en un caso dado, hubieran querido ese servicio, por supuesto que lo
haríamos, pero sería otro contrato, y otro tipo de paga. El caso de las
ventanas, ese sí era todo un caso. Me enteré, mucho antes de ir allá, que
existen servicios de limpia de ventanas especializados. Los empleados de éstas
compañías se presentan con arneses y equipo de seguridad porque a veces son
ventanas muy altas, o ventanas de un edificio de varios pisos, así que, en mi
empresa, nadie limpiaría ventanas, y es que las clientas, ya tomando más confianza, le pedían a las "maids" que limpiaran los vidrios de las ventanas... Para ellas, siempre eran pequeñas y pocas, además, eran ventanas sencillas, nadie corría riesgo alguno... Pero el contrato decía que nuestro servicio no contaba con limpieza de ventanas y fin de la discusión.
Tuve que ser muy meticulosa al describir
el tipo de servicio que ofrecíamos. Por ejemplo, con doña Lety, no se lavaban
los trastes que estuvieran en los fregaderos. A mí me chocaba esta orden,
porque mi trabajo no lucía impecable. Pero era una orden, y debía acatarla. En
mi compañía sí, siempre y cuando, se tratara de menos de una docena de platos, vasos y cucharas. Se
debía escribir esta cláusula así, no fuera ser que al día siguiente del Thanksgiving, nos dejaran la charola con
los restos del pavo que se achicharraron entre tanto recalentado y toda la porcelana usada. Eso, nos
quitaría tiempo y sin pago extra, además de resultar riesgoso. Tampoco limpiábamos hornos. Esto lo aprendí,
porque a la casa donde yo me fui a vivir, mi casera me pidió que le lavara la
estufa, y fue tal el desastre que encontré, que ni con los cincuenta dólares
que le pedí se solucionó nada. Tenía tanto cochambre, en sí, toda la estufa,
que cuando se lo quité, a las parrillas se le veían sendos agujeros, al grado
de que la dueña tuvo que comprar otra estufa, la cual, me ofrecí darle
mantenimiento semanal por treinta dólares. Si dejaba pasar una semana, es
decir, que no quisiera el servicio semanal, entonces, le cobraría el doble,
es decir, sesenta dólares, porque era obvio que en dos semanas, se acumulaba
más trabajo.
Había muchas casas con estilo minimalista,
y aun así, el cobro mínimo por una casa con una estancia grande, máximo tres
recámaras y un sótano, el pago que pedíamos era de cuatrocientos dólares, si el
servicio lo querían semanal. Si era quincenal, el precio se elevaba.
Si era una casa no minimalista, es decir,
si eran como yo, que le encanta la porcelana Lladró y son afectos a tener muchos adornos, entonces el precio era
otro. En fin que, yo era una especie de secretaria, escribiendo los estimados, así le dicen allá, cuando uno
está haciendo cálculos de costos. Sobre todo, esta tarea la podía realizar por
los conocimientos del inglés. Por lo mismo, podía entenderme con la clientela.
Clientela robada. No me apena decirlo, porque lo he dicho de un modo chusco. En
efecto, nuestros primeros clientes, fueron los clientes que le quité a doña Lety.
Lo horrible de trabajar con esa señora fue
que, ni siquiera nos daba productos para limpiar. En un organizador con asa,
solo teníamos los envases, donde, apenas lo que medía la mitad de mi pulgar
ponía líquido para limpiar vidrios, y en otro, líquido para limpiar cocinas,
para baños, pero nunca más arriba de lo que medía la mitad de mi dedo pulgar.
Decía que, debíamos llegar a las casas, y de las alacenas, tomar el jabón
líquido y llenar los envases. Me acuerdo que yo tenía que llevar mi propio squeegee, que compré en la tienda de Todo Por un Dólar. Le digo así, porque
es más fácil pronunciar squeegee (escuiyi) que, enjugador de agua para
superficies. Debía llevarlo diariamente, y no debía olvidarlo, porque quién sabe por qué, si
lo olvidaba, se perdía. Una compañera llamada Gaby, tenía un cepillo con mango,
de forma rectangular que, le facilitaba limpiar algunos espacios que con los
cepillos redondos y desgastados de doña Lety. Y por ahí empecé a ganarme a la
clientela. No me interesa saber si hice trampa, si a eso vamos, que me digan
quién hacía trampa.
Prácticamente, nos estaban obligando a
hacer un robo hormiga a la clientela,
y eso no me parecía justo, y punto. Y al parecer, a la clientela le disgustó
también. Yo, sólo tuve que poner a accionar la cámara de mi teléfono y grabar
la evidencia con las órdenes a gritos de doña Lety. Me chocaba mucho, una
hedionda mezcolanza que hacía con agua y vinagre, y decía que, si queríamos los
recipientes llenos, los llenáramos con ese menjurge. Y si algún cliente llegaba
a protestar, nos descontaban la paga de esa casa. Pero claro que la clientela
protestaría, cuando pasábamos ese líquido por alguna superficie, quedaba una
hedentina insoportable.
Así es que, por eso, yo me quedé con casi
todos esos clientes.
La inversión no fue mucha, o quizá, es que
yo había ganado mucho dinero. Eso no lo sé. Mi prima Richards tenía su cuenta
congelada, porque su situación iba a tardar, estaba con todo mancomunado con su
marido, y estaban en guerra. Ya ni soñar con volver a su casa. Un paraíso con
luces automáticas en el jardín. Acaso lo único malo de mi prima, era el
mencionar el precio de cada cosa que poseía. A nosotras solo nos daba risa,
pero, era tal su manía, que conservaba los tickets en un compartimento especial
de su bolsa, y no perdía oportunidad para mostrarlo a quien fuera. Esta vez, le
dije que, así como conservaba tickets, notas y facturas de los muebles del su
jardín, los espejos biselados de la estancia, el columpio del porche, para No Laundry No Windows, Co. era
absolutamente necesario que se conservaran y no para presumir a nadie, sino
que, debíamos ser muy cautelosas para el pago de impuestos y todo eso del income tax. Y aunque a mí, no me
interesaba demostrarle a aquel gobierno que yo no vivía de su ayuda para que me
dieran la Green Card, tampoco quería problemas. Supe de muchas personas que, en el afán de conseguir la
residencia legal, hasta pagaban más de lo que debían, en impuestos a ese país.
Así que, no son tan malas aquellas personas de la que, algunos políticos
reniegan. Son gente que paga impuestos, y por lo tanto, merecen tener derechos.
De empleadas, también tuve a las que
fueran empleadas de doña Lety, con excepción de una que, la sorprendí robando y
esas cosas para mí eran intolerables. De mis primas, sólo María no quiso
participar. Mi prima María, siempre se la andaba llevando la tristeza,
literalmente. Ella, aseveraba que moriría de tristeza. Arrastraba los pies y no
sonreía mucho. Cuando No Laundry & No
Windows, Co. arrancó, pidió que empleáramos al novio de mi sobrina, un
musulmán que era el monumento a la pereza. Al segundo día renunció. Y ahí se
quedó a vivir sempiterno en la casa de mi prima María. Llegó una noche en que
el hielo en las calles hacía que los frenos no agarraran y ese fue el magnífico
pretexto para quedarse. Nunca entendí, cómo es que pudo ir más tarde a su casa
y sacar toda su ropa y todos sus zapatos que desbordaron los armarios. A mí,
solía preguntarme si la carne que estaba cocinando era cerdo, y me dejaba claro
que él no comía cerdo por su religión. Entonces yo, alguna vez tuve que decirle:
¿When you gave me some money for buy
chicken?
Y ahí empezaban los pequeños problemas
que se tienen cuando está uno en familia. Por ello, para que No Laundry & No Windows, Co. caminara sin
problema, una mañana, después de que María se fue a trabajar, me fui de ahí. Mi
sobrina me ayudó a empacar, y no sé si anhelaba que yo me fuera, creo que
estaba ambivalente, porque, por un lado, ella amaba a su novio, pero ella,
conmigo se entendía muy bien. Nunca fue mi intención comprar su afecto, pero
siempre le hice muy buenos regalos. Me confió muchas de sus cosas, e hicimos
una relación de complicidad. Además, tuve que irme de esa manera, no porque el
musulmán haya pateado mis cosas gritando: ¡No
more place for Lety! Ni por las crisis que padecía mi sobrina: realmente se
ponía bastante mal. La vi encerrada en instituciones de salud mental varias
veces… Me fui porque era mi tiempo.
Sentí que llevaba muchos puntos ganados.
Richards, mi prima, era un magnífico elemento como socia. Quién diría que, una
modelo, mi prima Richards en Veracruz, México fue modelo, y yo, una artista
retirada temporalmente, estuvieran levantando una nueva compañía de limpieza, con todo en orden.
Llegamos a tener clientes que, no eran
solamente de casas. También fueron requeridos nuestros servicios en oficinas.
Eso, era lo más perseguido para las mujeres que trabajaban en Estados Unidos.
La limpieza en las oficinas era un trabajo muy relajado y excelentemente bien
pagado. Ahí, sí participó la prima María. Tuvimos como clientes a un banco, y
una mueblería de diseños exclusivos. Recuerdo que la limpieza de estos dos
últimos negocios, se hacía de noche, e infinidad de veces realicé ese trabajo
yo sola, sin ningún problema.
Y es que, habiendo tenido la experiencia
de limpiar casas con dos diferentes empleadoras, quise darle un trato mejor a
las hispanas que se postulaban para trabajar en mi empresa. Ofrecí pagar a doce
dólares la hora, siempre y cuando estuvieran puntuales. Toleraba una tardanza
de no más de diez minutos, y si había una falta, el suelo era de diez dólares.
Perdían el privilegio que les ofrecí, y era la única manera de mantener la
disciplina. En cuanto a Richards, que era mucho más exigente que yo, estuvo
siempre de acuerdo con mis propuestas.
Fui tan meticulosa que, recordando que trabajé
con una mujer a la que, había que decirle maestra porque trabajó como profesora
en México, tenía pequeños paños de diversos colores que debían usarse para cada
lugar. Con la maestra llegué a encontrarme con trapos de ropa vieja, y me reí a
carcajadas cuando vi unos calzones de hombre para limpiar. Esta maestra y yo,
no tuvimos propiamente un desencuentro, pero me caía bastante mal. Para
empezar, solo ella podía limpiar las cocinas, a su parecer, nadie era tan
limpia para hacerlo. Todo su personal debía pertenecer a la religión cristiana
protestante y en mi caso hizo una excepción. Me molestaba tener que ir hasta
Olathe, que era el lugar donde me recogía, y además, el pago era de doscientos
cincuenta dólares por semana, sin importar cuántas casas se limpiaran. Eso no
era tan injusto, porque siempre debíamos finalizar a las dos de la tarde. Pero
sí, insisto que me caía mal, tanto ella como el resto del personal. Había que
rezar antes de iniciar el trabajo en cada casa, y cantar alabanzas mientras se
limpiaba. No soporté las pedradas que
me echaban las compañeras, porque yo cantaba en un restaurante de mariscos los
fines de semana e insistían que solo se debía de cantar al rey de reyes. Si
bien, me considero cristiana, la conducta de estas tipas me sacaba el demonio
que llevaba dentro.
Alguna vez, cuando ya todas habíamos
terminado, mientras la maestra limpiaba con meticulosidad una licuadora, nos
platicaba su decencia exacerbada, incluso cuando había contraído nupcias. Dijo
que le dijo al recién esposo, que la dejara ir con su madre, aunque fuera unos
días.
Es que yo, no quería dejar sola a mi
madre, porque es una santa ella, tan buena… Y él me decía que no, ya eres mi
esposa y conmigo te debes quedar, y yo le decía, sí, ya me casé contigo y te
amo, pero, al menos unos días déjame volver con mi madre…
No
soporté tanta mojigatez y le pregunté: Maestra,
y eso, usted se lo dijo antes? O después de coger…
La maestra, tras
reponerse y hasta que le regresó el verdadero color de su cara, quizá por la
ira, o la pena, no sé, no me importó, me dijo que esas cosas no se preguntaban.
No me echó, fui yo quien esa tarde le dijo que, no volvería a trabajar.
Detestaba estar viajando diario al condado de Olathe, dejar a mi Filemón estacionado en un centro comercial y además, sus empleadas me caían
mal. Ella, me acuerdo perfecto, me pidió un día más de trabajo, y cuando me pagó,
me entregó un regalo, y fue porque, sabía que en unos días sería mi cumpleaños.
Y vividas esas experiencias, la regla de No Laundry & No Windows, Co. era que,
nosotros habríamos de proveer a las empleadas con un organizador con los productos
para limpieza, así como cepillos, escobillas, estropajos y todo lo que fuera
menester. Los paños, debían usarse según el sitio a limpiar: paños naranjas y
amarillos para la cocina, azules y solo azules para limpiar los baños, y
blancos para sacudir el polvo de las estancias. Si había trastes en el
fregadero, había que lavarlos, a manera que se notara el trabajo hecho.
Requería que se tomara fotografía y enviarla, con la etiqueta del día y la
hora. Nuestra compañía pagaba doce dólares la hora, a partir de que llegaban al
punto de partida, hasta que regresaban. No estaba permitido hablar de
preferencias religiosas, sexuales o políticas. Nadie podía hablar de su estatus
migratorio. Y si la conducta de alguna empleada era intachable, contaba con el
lunch, pagado por la compañía.
Me he sentido muy orgullosa de muchas
cosas, pero en particular, haber creado No Laundry & No Windows, Co. ha sido un
orgullo muy especial. Me mostró mis capacidades e incluso, me mostró que, así
como alguien estuvo dispuesto a darme la mano cuando la necesité, yo pude
retribuirlo. Recuerdo que mi prima Richards estuvo viviendo con tal holgura
que, en el verano fue a Miami, celebrando que seguía siendo dueña y señora,
aunque ahora, una señora libre de un energúmeno.