miércoles, 1 de septiembre de 2021

LOS EFLUVIOS DE UN TESORO MALDITO

 LAS JOYAS DEL PESCADOR 

Alguna nota de ese perfume removió los sedimentos dormidos de aquellas reminiscencias apagadas. Un anhelo le nació en el alma, como limo en una tierra donde se respira la humedad y la calidez de un pueblo tropical. Le habría encantado teletransportarse y al abrir los ojos descubrir el viejo mar que en la espumarada de sus olas semeja las barbas blancas de la senectud, pero aun así, seguiría vigoroso e infinito. 

     -¿Qué ha pasado durante mi ausencia, mi viejo mar?

     -¿Qué habría de pasar, mi sirena terrenal? pasó el tiempo, pasó la vida.

      Cierto. Pasó el tiempo y se le esquilmaron las fuerzas para correr por la arena sin fatigarse, pasó la vida y con ella se fue la vida de mucha gente. Tan solo le quedó el consuelo de aquellos vívidos recuerdos de cuando la Negra cantaba que la luz de los cocuyos bordaban de lentejuelas la oscuridad. Pero ella se tuvo que ir en un velero de ambiciones que encalló a medio camino en las arenas desérticas, y arribó a una ciudad de cristal que se quebró por el peso de sueños acumulados.

     -Pero he vuelto, mi viejo mar. ¿Crees que me puedas regalar alguna historia para hacer más placentera mi estadía en la soledad?

     -No, mi sirena descarriada. Yo no podré. Ve a donde las palmeras del norte y arranca los cuentos de los pescadores frustrados. Sumérgete en los intersticios de los que escuchan los susurros de los arrecifes de coral, yo te prometo que de ahí surgirán tales relatos que te harán levitar.

      Tuvo miedo, el salitre le resecó el cabello y le marchitó la piel, pero aquello no sería nada grave. Aspiró con vehemencia y anduvo tras la pista que dejaron las plantas de cadillos y se fue siguiendo las huellas del llanto de la viuda que fue la mujer del pescador de pulpos, el que su arpón tuvo el infortunio de chocar con una pieza sólida al errar el ataque del molusco. Aquella pieza era de oro, más la rémoras del tiempo bajo el mar la hacían parecer una barra vieja de metal, que no servía para gran cosa, pero el pulpero la guardó como solía guardar las cosas extrañas que le daban la impresión que tenían historia, y una jiribilla para tener amontonada con tantas cosas que aparecían bajo el agua. Quién habría de pensar que aquella pieza era de oro, y que erróneamente se llegó a precisar que era el tesoro de Moctezuma que nadie había podido encontrar, le costaría tantos días de horror y lágrimas ácidas. Y que sin saber nada del asunto, el hombre encontró más piezas, y otras más. Nunca sabremos si él las encontró al azar o aquel tesoro lo eligió a él para que fuera acusado de ladrón, de un hombre que le robó un gran tesoro a la nación nada más porque no sabía leer y escribir, y esas joyas, lo señalarían para siempre y lo harían infeliz y desgraciado. ¡Cuánta iniquidad, lamentos y desesperación vividos por culpa de las joyas del pescador! 

     Quién sabe por qué, cuando Raúl Hurtado murió, lleno de años y el resentimiento apretujado en el rescoldo de su ser, quiso que se llevaran sus restos en un bote al que él bautizó como: "el tonto siempre fui yo".