lunes, 31 de octubre de 2016

NOSOTROS NO TEMIMOS A LOS MUERTOS

LOS VIEJOS MUERTOS Y LOS NUEVOS MUERTOS
Panteón Particular
(el panteón de los "ricos")






     Los muertos no nos asustaban, aunque éramos niños. Eso de temer a los muertos, quizá nunca ha sido cosa de chicos o grandes, sino de otras cosas, como supersticiones o cosas más rebuscadas. La situación era, que los muertos andaban entre nosotros, y nada disturbaba nuestros juegos de la pájara pinta, el amo-a-to, y don Juan Pirulero. 
     Había cerca de nuestra escuela un panteón muy grande, que era el panteón municipal, mejor conocido como el panteón de los pobres. Se decía esto, debido a que junto a este, estaba el panteón particular, que sigue ahí hasta la fecha, conocido como el panteón de los ricos. Pero lo que habita ahí, no es de ricos ni pobres. Sólo quedan los mausoleos ostentosos y la mayoría sembrados en el olvido. 
     Nos llegó la noticia que iban a desaparecer el panteón de los pobres. Los que tuvieran una cantidad de dinero precisa, podían desenterrar a sus familiares, o si no, perderían las osamentas inútiles. Y vaya que si vimos infinidad de huesos amarillos a las afueras de la escuela. Esa fue nuestra nueva diversión. Hasta los profesores se enterraban en los montículos arenosos que dejaban los camiones, para encontrar los cráneos más completos. Era casi imposible, sin embargo hubo un maestro joven que se sintió afortunado, al encontrar uno, que le faltaban algunos dientes. 
     Se paseó por todos los salones explicando las partes del cráneo. Era perfectamente perceptible las líneas del parietal, del occipital, del frontal, y la mandíbula milagrosamente rescatada la atornilló para decirnos que era la parte móvil de la cabeza. También nos explicó cómo se llamaban los dientes, y nos dejó claro, que la persona que hubo tenido ese hueso, era una persona de nariz chueca. Se notaba claramente el hueso virado a la izquierda. Lo demás estaba hueco, y fue cuando nos dijo que lo que seguía de ese hueso, era el cartílago, y que por ser una pieza blanda, se perdía con facilidad. 
     Llegamos a encontrar pedazos de cráneo con cabello pegado. Huesecillos menudos que quizá eran falanges, o sabrá Dios qué.  
     Más nos asustaban las leyendas de la llorona y la Condesa de Malibrán, que tenían los abuelos, la costumbre de platicar, las noches de luna llena, y con las luces eléctricas apagadas.
     Una tarde lánguida, en que todos parecíamos bobos por el calor y teníamos la mirada parda de cansancio, aburridos por la monotonía del día a día, un ruido espantoso, cruento,  fuera de todo contexto, nos hizo saltar, a todos, al mismo tiempo.

     La gente que vivía en la colonia más cercana al colegio, se descolgaba corriendo, aunque, este colegio quedara a un kilómetro de distancia. Todos se veían angustiados y el desasosiego los hizo correr sin pensar, que no llevaban los pies calzados y la arena ardiente los derribaría en algún momento. La mayoría eran mujeres, pensando en sus críos. Todos escucharon el estruendo, un motor extremadamente ruidoso, un avión, ¿una avioneta? ¡Quién sabe! Algo en el cielo que perdía el control, y se avistó, aproximadamente a un kilómetro, a la altura de la escuela primaria, el golpe mortal, y enseguida una altísima llamarada.
     No quedó claro, quién y cómo organizó a los párvulos para abandonar el plantel. Dentro del desorden, alguien, encontró el modo. Los estudiantes ilesos. La avioneta calló a un lado de la escuela. No había tiempo para indagaciones. Estaban llegando bomberos, ambulancias, carros de policía y reporteros de periódicos, radio ¡y televisión! Yo quería quedarme, era mi oportunidad de salir en la televisión. Vi mi sueño alejarse, al tiempo que me alejaba mi hermana la mayor del lugar del siniestro. Me levantó en vilo, y me di cuenta cuán pequeño era yo, y qué grandes eran mis ilusiones ya desde entonces. Entonces ya no querría ser bombero jamás en la  vida, sería un reportero de televisión. Mientras eso se daba, si acaso pude ver como acordonaban la zona de la avioneta siniestrada, con una lazo amarillo chillante. 
     Fueron cuatro hombres quienes venían en una avioneta, tipo Cessna 206; eso fue lo que estuve oyendo por casi un mes, en lo que duró la impactante noticia. No se hablaba de otra cosa, incluso en el noticiero de la capital. Y me desentendí del asunto e ignoré lo que la gente trataba de suponer, que si el piloto intentó un aterrizaje de emergencia en la cancha escolar, que si buscó evitar el colegio y busco una zona más plana, como la zona de al lado, justo donde estaban los montículos con los restos de osamentas de sabrá Dios quienes. Que si esto, que si lo otro. Yo, estuve extasiado vagando con mis amigos y gozando unas vacaciones inesperadas. Decían que, hasta nuevo aviso reingresaríamos a las clases, porque tuvieron que levantar los cadáveres, que quedaron esparcidos en muchos, muchísimos pedazos, y que desinfectarían el lugar para evitar epidemias.
     Una mañana de recreo, cuando todo el desastre del avión  parecía que había sucedido hacía muchísimo tiempo, estaba tratando de dirigir un juego. Quería trazar unas porterías para que jugáramos fútbol cuando me encontré un  dedo humano. Sí, un dedo. Parecía un dedo pulgar. Se veía inflado y amorcillado; la uña pugnaba por salirse de su sitio. Ignoro si la cal que esparcieron para desinfectar, hizo algún efecto para que el dedo no tuviera tan fuerte el olor a putrefacción. Sin ningún mohín de miedo y de asco lo tomé, tracé la cancha y las porterías. Lancé el dedo a los montículos de tierra que aún tenían en sus entrañas infinidad de huesos de aquellos muertos viejos, lo dejé ahí. Este fue un hueso invitado, era de los muertos nuevos.
*Nota. Me encantaría que sobre este breve cuento, se documentaran más, con el excelente trabajo que hizo mi gran amigo y paisano veracruzano ALEJANDRO SANCHEZ TAGLE (Jack Tagle) con una EXTRAORDINARIA película-documental "REINO MÁGICO Y LA LEYENDA DE BLANCA NIEVES.

MUERTO EL PERRO, SE ACABA LA RABIA

MUERTO EL PERRO, SE ACABA LA RABIA




... Nunca confundas el silencio con ignorancia
la calma con aceptación
la amabilidad con debilidad...



     Parecía perdida por la zona de la Boticaria, más adelante de la zona militar, ya ni siquiera era el puerto de Veracruz, ya era la zona de Boca del Río. Pero empezó a ser exhibida en los matutinos y vespertinos que circulaban, no sólo en el puerto, sino en el estado. Por desgracia siempre en la nota roja aparecía el nombre de esa escuela secundaria federal.
    El director de la escuela, habló a los estudiantes sólo una vez al respecto, terminada una ceremonia cívica. Habló sobre al hacer caso omiso de las notas en los periódicos y que se enfocaran en lo que era menester, que era, su aprendizaje. Aunque en la materia de historia, quién sabe qué tanto podrían aprender. El maestro faltaba a menudo, y cuando se presentaba, tenía hálito a alcohol, y solía echar muchas pastillas dentro de un refresco de cola y se lo tomaba de un solo trago. 
     El nombre de Víctor René Martínez Guzmán no era muy familiar para muchos estudiantes en un principio. Le conocían como René, a secas. Fue por las notas periodísticas que se enteraron del nombre completo. Cuando no era una riña en una cantina, era porque había chocado su automóvil por manejar borracho, y el colmo, una menor se había embarazado del profesor. No se supo por qué, este señor no fue encarcelado, ni despedido del plantel educativo. Tenía a cargo la materia de historia y ¡cuánta ironía! también civismo. Los muchachos dicharacheros optaban por decirle “cinismo” a esta, que como de la otra materia, no aprendían absolutamente nada. 
     Irasema fue el nombre hecho público por otra  menor, que resultara embarazada del maestro René. No exigía cárcel, sino matrimonio. Esto no pudo ser, ya que, el profesor era casado.  En fin, que hubo algunos padres, que hartos de la situación, sacaron a sus hijas de esa escuela. Los que pudieron, quienes no, se aguantaron. 
     Una muchacha que gozaba de popularidad por su belleza dijo — Quiero tener relaciones sexuales con el maestro René. Ante esta afirmación, hubo quien enmudeció de susto, otras de asco, algunas otras de pudor, pero hubo quién se sumó — Yo también. ¡Hasta lo sueño! No me importan las consecuencias, no me importa que esté casado, no me importa si me embarazo.
     El refrán que versa, verbo, mata carita, aquí se aplicaba a la perfección, porque el susodicho no era guapo propiamente dicho. Por eso crea fama y échate a dormir, estaba haciendo que muchas jóvenes desbordaran su imaginación y querían conocer el misterio que lo hacía sensual. 
     Cuando se supo de una tercera joven que abandonaba la escuela por embarazo, el escándalo ya era algo desquiciante. Y es que René decía: levanten más la alambrada, que las gallinas andas con ganas, porque no mostraba el mínimo asomo de vergüenza. Era al contrario, parecía ufano con su etiqueta de conquistador. Era un sujeto absurdo y de pacotilla, que mostraba su caza de palomas mensajeras, muertas y clavadas en su concupiscencia.
Obviamente, era perceptible que ante sus compañeros de trabajo era un ser nefasto y lo tenían como apestado. Nadie le hablaba, y las maestras y secretarias del plantel lo evitaban, hasta para darle los buenos días. Quien quita la ocasión, quita la tentación; y no fuera la de malas, porque cuando el diablo no tiene que hacer, con el rabo mata moscas.

     La escuela, por desgracia, siguió ocupando la nota roja un par de veces más, pero no por culpa de René. Una joven muerta por atropellamiento y unos jóvenes en pandilla, asaltaron una tienda de ultramarinos. Y se observó el afán de protagonismo del maestro René cuando organizó, exigiendo se le obedeciera por su investidura de profesor, que tanto las mujeres como los varones, portaran un moño negro en la manga izquierda del uniforme, y consiguiendo autobuses, quién sabe cómo, llevó a más de una veintena de estudiantes en tropel, a dar el pésame a la madre de la joven acaecida, y a montar guardias alrededor del ataúd. Así mismo lo organizó con el sepelio, en donde, a la vista de todos, tenía seleccionadas nuevas víctimas, ya que, estas tres jóvenes, no ocuparon ningún autobús, sino que fueron a darle el último adiós a la infortunada muchacha, pero en el coche blanco del maestro René. 
    En cuanto al desastre del asalto y estropicios contra la tienda de ultramarinos; abogó para que no se levantaran cargos contra los jóvenes identificados. Se supo por todos los rincones, que el maestro dio una bonificación a los ofendidos, y esto salió de su propia bolsa. Y no era como para creer que: Nunca es tarde para bien hacer, haz hoy lo que no hiciste ayer. Consentir una acción de esta naturaleza, hablaba de un carácter torcido del profesor. No parecía un ser en sus cabales. O quizá estaba arreglando un tinglado por si alguna vez, requería ayuda de simpatizantes; algo así como dar el alón y comerse la pechuga.
     Aun con sus cacareadas buenas acciones, de los recientes sucesos,  el profesor no se congratuló con nadie de sus compañeros de trabajo. No querían aprender a aullar como lo hacía él; y es que su copa estaba a punto de rebosarse de abominaciones. Apenas a dos meses del funesto día de la estudiante fallecida, una joven llamada Shirley anunciaba su deserción por embarazo y no tuvo empacho alguno al decir que el autor era René. Y nadie lo puso en duda, todos la vieron muy oronda ocupar el asiento del copiloto la tarde fría del entierro. Aparentemente se escaparon las otras dos que lo acompañaran también. Estas dos jóvenes, a quienes las más mojigatas ya les asqueaba su presencia, también fueron expelidas de la mayoría de círculos de estudiantes, por aquello de las cochinas dudas, y porque la virginidad que todos tenían en la mente, parecía que ellas ya no la llevaban… donde la tenían que llevar. 
     Y sucedió de nuevo. Era Marzo y como todo Marzo engañador, uno día bueno y el otro peor, esta vez la nota, aunque roja, ocupó el titular de muchos diarios. El profesor Víctor René Martínez Guzmán fue baleado hasta morir, y se desconocían al homicida y los motivos que lo llevaron al cruento incidente. Hecho consumado, y no hubo ni siquiera un llamado al alumnado en ninguna ceremonia cívica, ni se les informó a donde se le harían las pompas fúnebres.  Apareció un profesor con muchas huellas de acné en su rostro y unos lentes de fondo de botella, con los dientes superiores de fuera, y dijo amablemente que él se haría cargo de las materias del profesor difunto. Se adelantó a decir, que no sabía nada de lo pasado, ni de lo presente, y fue lo mejor, pues se dice que en boca cerrada no entran moscas, y aunque el tipo tenía las características antes citadas, creyó que calladito, se miraba más bonito, incluso más, que el extinto René, y a darle que es mole de olla. Se concretó a dar las clases y se aplicó de modo tal, que no dio tregua a los estudiantes acostumbrados a flojear en una clase que hasta ese día, empezó a ser importante. 
     Una aparente calma reinó entonces, y empezaron a cabecear de aburrimiento los que se habían hecho adictos a los sobresaltos y los impactantes sucesos que envolvían aquella institución;  porque ya había pasado mucho tiempo, que se  leyó  la auditoría de la vibrante vida que llevara el occiso, sumando el total de las entradas y salidas bajo caución, por escandalizar y manejar ebrio. Se supieron los nombres de las estudiantes que parieron un hijo de él,  que sumaron siete, y se conoció la suma total de dividendos a favor, por una cooperativa escolar que había empezado a manejar, poco antes de su partida.
    Y tanto va el cántaro al agua, hasta que se rompe; que, se rompió el silencio y se develó el misterio, cuando se le quebró la paciencia a su mujer. Cuando todo arrojó que era la autora intelectual del asesinato, y se le detuvo por sospecha, no puso la mínima resistencia, y en el diario pudieron enterarse que esta mujer, fue ninguneada pública e impunemente por un narcisista perverso, que se ufanaba de sus fechorías y la golpeaba salvajemente cuando esta, exigía al menos una disculpa ante el descaro. Envió a sus hijos a la capital del estado, y ni así, pudo esconder la conducta reprochable del profesor, puesto que, se había convertido en un foco de atención para los ávidos periodistas. Ellos y él, se romancearon y le encontraron gusto al juego maquiavélico, sin pensar que dañaban sobremanera a gente inocente. Gorgojo, más chico que un piojo, así de chiquito produce enojo. Esta señora fue acumulando ira sobre ira, y reventó contra todos. Por eso figuró también en primeras planas, porque arremetió contra la prensa escrita, y por ello, fue exhibida ante la radio y la televisión. Y les gritó: Cuando fuiste martillo no tuviste clemencia, ahora que eres yunque ten paciencia. No rogaba piedad,  ni quiso conseguir abogado que la defendiera, puesto que asumió súbitamente que sí, ella lo había mandado matar. Decidió que el profesor no debía vivir más, porque era un ser pernicioso para su familia y para la sociedad. Los de la prensa escrita trataron de defenderse contestándole que entre bueyes no hay cornadas, entre marido y mujer nadie se debe meter. Y lo decían porque los exhibió como exhortadores a una conducta viciosa, porque al “profe” le resultaba exultante verse retratado en los periódicos como si se tratara de una celebridad.
      « Que hablen de mí, bien o mal, pero que hablen, que se sepa quién es Víctor René Martínez Guzmán, que no deja títere con cabeza» Dijo la auto viuda que solía decir su difunto marido, inflamado de vanidad. Y les aseveró entonces, que si querían seguir haciendo circo ante la fatalidad de otros, buscaran un nuevo protagonista, porque René estaba muerto y tieso dentro de su tumba. Se propuso mirar, con los ojos bien abiertos, cómo le caían paladas de tierra, y selló  el sepulcro con una loza de maldiciones y escupitajos para que no se le ocurriera regresar jamás. Ahí lo tenían, pútrido, inerte, frío… muerto el perro, se acabó la rabia. 
FIN.
   





















domingo, 30 de octubre de 2016

TOMA CHOCOLATE, PAGA LO QUE DEBES

TOMA CHOCOLATE, PAGA LO QUE DEBES


En la venganza, como en el amor, la mujer es más bárbara que el hombre.
Friefrich Nietzche 
Imgaen: Hopper Edward







     No era posible que no lo recordara. Lo recordó y lo reconoció desde el instante en que él le dijo: « ¿Ya no te acuerdas de mí?» Le dio gusto ver que permanecía intacta la cicatriz que rompía el camino de su ceja izquierda. Saboreó el recuerdo que tenía tatuado en la mente de cómo consiguió esa huella.
     Lo que no le quedó claro fue,  por qué él le habló así. Con qué derecho, o qué esperaba que ella le respondiera. De hecho, a ella no se le ocurrió de momento qué hacer o decir. 
     Eran estudiantes de secundaria cuando lo conoció. Le rescató para bien, el lunar en el centro del labio inferior, y lo hermoso que lucían sus ojos con el marco de aquellas cejas tan pobladas y sus pestañas densas y rizadas. Sin embargo, a ella le gustó para novio el hermano mayor de él, de nombre Gustavo. Pero este no le prestó atención, si acaso, cuando se enteró que ella estaba interesada en él,  tuvo el atrevimiento de dos y hasta tres veces por semana, pedirle prestados cincuenta centavos que nunca solía pagar. Pero ella se los siguió prestando hasta que dejó de estudiar ahí.
    Este otro, se llamaba Roberto y le gustaba tener novias por un mes, las terminaba, y luego las volvía a rescatar, y las terminaba de nuevo. Más tarde, se descosía hablando de todo cuanto, supuestamente les había hecho. Aun así, siempre había quien caía en la trampa. 
    La mortificaba el hecho de que la mirara a los ojos con tanto descaro.  Emilia dio por perdido el sueño de hacerse novia de Gustavo,  siempre necesitando cincuenta centavos, y sucumbió pisando, como muchas, la trampa de  Roberto. Todo parecía bien, excepto lo chaparro. Una tarde en que le insistió por enésima vez, ella le dijo que sí. Le trató de mantener esas manitas calientes en paz, pero el tipo era extremadamente necio y Emilia no toleró que el joven intentara tocarla grotescamente.
     Como bofetada le cayó el grito de: ¡te vas a la chingada! Y lo dejó el mismo día que aceptó ser su novia,  con un palmo de narices en medio de la plaza cívica del colegio. El se sintió un náufrago en una isla perdida y tiritó de rabia al grado que se le congeló la sangre. Entonces optó por hacer lo de siempre: hablar mal, y de ella, hablaría un tanto peor.
      La puso en una picota para exhibirla ante todos como el monumento a la hipocresía. Esa joven, se empezó a decir, era lasciva, era rapaz, era ofrecida, tenía mucho de todo eso, menos vergüenza. En fin que Roberto, con la lengua desvirgó a la muchacha que tuvo que soportar estoicamente, las murmuraciones que la denigraron por un tiempo.
     Alguna otra joven víctima de las trapacerías de este tipo Roberto, se enredó con un aspirante a delincuente profesional, que iba a la escuela, no a aprender lecciones, sino a tratar de reclutar a todos aquellos que llevaran en la sangre el mismo fervor que él, y  tener una pandilla que soñó con liderar. Desgraciadamente este sueño no  se concretó. Dos años después de abandonar la escuela, recibió un disparo en la espalda y murió, cuando huía de la policía por haberse robado algo que le arrebató a un transeúnte distraído. Cuando al fin voltearon el cuerpo, que ante el estertor de la muerte,  apretó entre sus puños lo hurtado, se dieron cuenta que había robado una bolsa de plástico que contenía frascos con muestras de orina y excremento para ser analizados. 


     Este infortunado muchacho, le decían Chonina, y nunca se supo por qué. Y fue él, Chonina, quien le propinó una madriza descomunal a Roberto. Le hizo una abertura profunda en la ceja izquierda y lo marcó para siempre. Lo hizo escupir sangre y lo clavó sobre sus rodillas para que le pidiera perdón a la joven que había ofendido con su lanceta de víbora,  que cada vez era más larga y perniciosa. Emilia se sintió complacida pero no aliviada. No fue a ella a quien le pidieron perdón.  Trató de seguir su vida lo mejor que pudo y sortear ese traspié. 
     No pasaron muchos años. Sucedió que Emilia resultó una excelente diseñadora de modas, que iniciara aprendiendo a coser en el taller de corte y confección de la escuela; y salió con el título de excelencia. Sus vecinas tuvieron que coserse una cremallera en la boca, a fin de que no se les escaparan comentarios incisivos y Emilia no se negara a hacerles vestidos, faldas y blusas.  Creció vertiginosamente su prestigio  y se involucró con gente que le dio cada vez más nombradía y pudo salir de aquel paraíso de viejas chismosas. 
   Lo logró.
   Pronto era una de las damas más famosas y sofisticadas de su estado. Salía retratada en los periódicos, en la sección de sociales, y sus diseños eran requeridos para vestir a celebridades e incluso, a primeras damas de otros estados. Medró a tal grado, que obtuvo una propiedad que hubo sido un edificio histórico. Respetó la arquitectura y la fachada, pero por dentro lo acondicionó para tener su casa, oficinas,  departamentos de diseño y costura. También una enorme bodega al fondo en donde estaban las telas finas, hilos, agujas, botones, lentejuelas, plumas, encajes…  

     Regresó de un viaje corto hacia su empresa, tras sortear los flashes que la enceguecían, y tras responder la infinidad de preguntas que le hacían los reporteros cada que llegaba al aeropuerto. Se veía feliz caminando con sus sandalias de pedrería, un traje de lino, diseñado por ella e inspirado en Jawaharlal Nehru, primer ministro de la India, y dando pasos que dejaban la idea de un brote de primavera en su andar, por el hálito de su discreto y delicioso perfume francés.
     Enseguida fue informada por su secretaria de los pormenores, y le dijo que tenía en espera a una persona, que estaba solicitando el trabajo para la bodega. Revisó su documentación y ni la foto en la esquina de la solicitud amarilla, ni el nombre con apellidos le pellizcaron alguna pieza en su memoria. Leyó que tenía la instrucción de bachiller trunca, y encontró en la solicitud que había trabajado como chofer, ayudante de mecánico, empleado de limpieza y maletero en la estación de autobuses foráneos. Parecía que podía funcionar, porque  para que alguien operara la bodega, sólo necesitaban gente que supiera leer, escribir y hacer sumas y restas.  Fue entonces que por medio de un interfono le pidió a su secretaria, que hiciera pasar al solicitante. Se presentó con desparpajo y fue muy osado al decirle: « Emilia, soy Roberto y fuimos novios en la secundaria». Optó una pose fanfarrona y le dijo: « ¿Ya no te acuerdas de mí?»
     A Emilia no se le desdibujó la sonrisa que le iluminaba el rostro,  y lo divisó lentamente, de pies a cabeza, percatándose lo disminuido que lucía en tan poco tiempo. La vestimenta estaba sucia y raída, y le faltaban dientes a su boca. Fue entonces que  pidió a su asistente que estuviera en su oficina inmediatamente. Sólo en ese instante perdió el estilo; cuando tronó los dedos para indicar que ese sujeto, no podía estar  en su empresa ni un segundo más. Por esta razón fue escoltado hasta la salida. No estaba preparada para un encuentro fortuito con ese gañán, pero estaba doctorada para sobresalir y triunfar. Por esto,  recobró la compostura y decidió darle alcance. Llegó justo cuando los escoltas y el bocón, estaban muy cerca del portón de salida.
        Le dio una moneda de cincuenta centavos. Roberto, quiso hacer gala de su verborrea diciendo: « Voy a guardar esto como una reliquia Emilia » A lo que Emilia, haciendo señales a sus empleados para que pusieran a Roberto totalmente fuera de la propiedad, le dijo, dándole la espalda y caminando con donaire  « Esa moneda no es para ti, es para tu hermano Gustavo».
FIN.
     

     

lunes, 24 de octubre de 2016

¡LASTIMA! ELLA NO SIRVE PARA NADA

¡LÁSTIMA! ELLA NO SIRVE PARA NADA







     Toda su tarde de sábado la pasó tejiendo una carpeta de hilaza, al tiempo que veía una película donde una mujer lloraba desesperada, porque su hombre la había abandonado por otra, así nada más. La mujer por quien la abandonó no parecía ni mejor ni peor que la abandonada, simplemente sucedió. 
     La mujer que tejía no se incomodaba con las escenas de sexo explícito y el argumento subido de tono cuando ella decía: "¿Verdad que a mí no me vas a abandonar como a tu mujer? Anda, dime que yo no soy como las demás. Tú, te has de morir a mi lado porque ve, ve mi frente, tengo el pico de viuda" El hombre sólo atinaba a mirarla al tiempo que se movía haciéndole sexo y la mujer insistía: "tengo la marca de la fidelidad tatuada en la piel, ¡y en el culo! Y el respondió: ¡Sí, en el culo! Y volvieron a la pasión desenfrenada.
     La mujer casada, abandonada y con hijos hacía monólogos profundos sobre su abandono, sin importar que ella fregara pisos, cuidara los hijos que procreó con él, y también le diera todo lo que el quisiera con el culo, simplemente, el quiso cambiar de culo. 
     Mientras la mujer tejía, y veía que la actriz lloraba, pensaba en cómo adaptaría una argumento para hacer un "remake" de una película que se llama "Tiburoneros". A la vez que pensaba, cómo combinar la ropa de invierno inminente y adecuar los accesorios y las bolsas para la temporada.
      No. No tenía hijos. No nacieron y su esposo, con quien llevaba más de quince años de casada, jamás le puso "pero" alguno a esta situación. Era una mujer de 55 años y todo mundo solía decir que parecía de 40.
     Cuando terminó de ver la película, dejó la labor de hilaza para ponerse a editar unos vídeos que había realizado y quería que quedaran muy atractivos para la audiencia por Internet. También editó algunas fotos con los "softwares" que ya empezaban a caducarse y pensaba el modo de ganar más dinero para reemplazarlos. A la vez, llenaba o hacía el "feedback" de unos blogs que tenía como escritora, dibujante, fashionista, y su propio sitio web donde ofrecía sus servicios artísticos como cantante y comediante.
     Al día siguiente anduvo a las volandas cobrando dinero que había prestado a algunos amigos que recién había dejado en los Estados Unidos. Se alegró. Ya tenía dinero para preparar una comida estilo "gourmette". Se gastó casi 500 pesos. Así recibiría a su esposo. Este, degustó esa cena, sin preguntar acaso, si esta había salido cara o no. Terminó la cena, y se metió a su cama, para ver a su artista favorito: "Ritchie Blackmoore".
     La mujer volvió a sus quehaceres, arreglar dos que tres computadoras que ya se venían abajo de viejas. El dinero iría llegando poco a poco. Además, como ya había regresado de Estados Unidos, su esposo le pidió que se pusiera " a mano" con los gastos de la casa. 
     Ella, en los Estados Unidos, era una mujer, que en las gasolineras, infinidad de hombres, hispanos y sajones le decían: "You are a very beautiful woman ¿ Can I have your cellphone number?" La mujer se sonreía y decía para sus adentros: ¿Y como para qué? Ellos solo quieren el culo. ¿ O no ?
     Un año en aquel país donde hizo de todo. Limpió casas, que no tenía la gran ciencia. Enseguida le dieron trabajo en una cabina de radio, donde fingió entrevistar a artistas como "Alejandra Guzmán" y ¡jamás estuvo "la Guzmán" presente. Ella grababa la voz de la "entrevistada" y así parecían haber, dos o más gente en cabina, y estaban sola ella y su alma. Podía hacer eso.
     Trabajó como maestra de actuación porque estudió la carrera de actriz y tuvo algunas participaciones en series televisivas y era medianamente conocida.
     Había dejados su país, porque de pronto, se sintió ahogada por las deudas de las tarjetas de crédito. Ella pagaba todos los servicios de la casa. También compró automóviles, casi siempre del año, pero nunca los manejó. No sabía manejar porque le horrizaba. En Estados Unidos sí manejó. No le quedó más remedio, y no sufrió ningún percance, porque ella siempre creyó, ser consentida de Dios.
     No podía creer que algunas mujeres en los Estados Unidos pagaran hasta sesenta dólares porque alguien las maquillara, porque, ¡ellas no sabían cómo hacerlo! Para esta mujer, era un estilo de vida el maquillarse, y por ende, maquillar a otra gente también.
     Alguna vez, en la clase de actuación lució una enorme cicatriz que le cruzaba toda la cara. Sus alumnas estaban sorprendidas al ver el mal aspecto que le daba esa herida. El argumento también lo escribió ella: Se tituló "el monstruo". Trataba de una mujer que por andar borracha, sufrió un accidente, y quedó marcada. Cuando los años pasaron, su hija, que ya era una adolescente participaría en un certamen de belleza y le negaría a su madre la asistencia porque ésta se avergonzaba.
     Esa día después de ver aquella película, recorrió con la velocidad de la luz, todo lo vivido un año en Estados Unidos y suspiró. La gente, camino al banco, la detenían de nuevo para preguntarle, dónde había conseguido esa ropa que le sentaba tan bien. Ella se sentía muy halagada, pero no tenía tiempo de dar explicaciones. Quería preparar un guiso excelente.
     Eran trocitos de pollo, que sazonaría con ajo en polvo, pimienta en polvo, sal, y bañaría en huevo con harina y freiría después. Después haría una mezcla de algo, con finísimo ajo picado, perejil, queso parmesano y mezclaría todo. A manera de guarnición, serviría puré de papa decorado con hojas de laurel, y con la cáscara del jitomate, acomodaría una rosa roja.
     Más tarde ensayó unas canciones nuevas que quería montar en su nuevo espectáculo. Estudio un poco de Francés porque ama los idiomas. Revisó los últimos escritos y corrigió los detalles de su último libro, también hizo una llamadas telefónicas para ver si alguien estaba interesado en grabar alguna de sus muchas composiciones musicales, y parecía que ya le tenían algunas propuestas. Ya chapurreaba bastante bien el inglés y gracias a ello se pudo comunicar con la gente del servicio de los "softwares". Y, bien, esta historia que no parece conducirnos a nada, es para rematar, que ella, pues, no sirve para mucho porque es totalmente inapetente sexual. Debido a una histerectomía total, donde le fueron extirpados los ovarios y la matriz y no siente ningún deseo de tener sexo y cuando esto se da, el dolor es tremebundamente espantoso.
      Pensando en la pobre mujer de la película que peleaba a su hombre porque cambió de culo, ella le daba de todo, hasta el culo, ella tenía armas para luchar por él ¡que sería de esta mujer que sabe de informática, de literatura, de dibujo, de idiomas, de cocina gourmette

, de arte, de belleza, de buenos modales! si su esposo de repente le dijera que tenía resuelto cambiar de culo, y es que sí, lástima, sin eso, ella no sirve para nada.

martes, 18 de octubre de 2016

Trazos desesperados

su noche
su día
MI NOCHE Y MI DÍA. SOLEDAD AMANTE MÍO.  SOY LA ESPOSA TRISTE DE JOSÉ SOLEDAD. 
Estoy tan desesperada, que en el tedio del trabajo extenuante, libero un exiguo suspiro enajenante... 
Volar! Dos palomas quietas y estáticas... Volemos... A donde sea... Nadie nos espera en sitio alguno, como tampoco alguien  llorará si abandonamos este lugar.  Nadie nos extrañará... A nadie hacemos falta... Volemos... Volemos sin parar como hojas secas que eleva el viento... Volemos... 
... Lástima, ella no sirve para nada... !


sábado, 15 de octubre de 2016

EL ULTIMO GRITO DE LA MODA


EL ULTIMO GRITO DE LA MODA



















Las apariencias no engañan a nadie, sólo lo ponen a uno en su lugar.









EL ÚLTIMO GRITO DE LA MODA













     Fui corriendo a buscar a esa mujer que de vez en vez, aparecía en televisión. Al principio me era indiferente, después, me caía mal. No le creía ni un carajo que fuera artista, y todo porque, yo creí que las artistas, particularmente, las actrices, eran mujeres más bellas y elegantes que ésta mujer que tenía como vecina. Nunca la vi de pipa y guante, con vestidos ceñidos al cuerpo, con estola de piel, ni nada de todo aquello que parecía de a mentiras. En una palabra: ¡No se parecía a María Félix!
     Cuando la fui a buscar, que fui corriendo, iba sudando todo el miedo acumulado en mis trece años de edad. Ella tenía joyas, sí, pero no tan ostentosas como las actrices de las películas a blanco y negro. Tenía automóvil también, pero era un coche que podían tener la mayoría de los vecinos que sí tenían automóvil. De no ser, por haberla visto varias veces en series de televisión, jamás habría creído, que en efecto era una actriz. Decepcionante; pero era actriz. No digo que sea buena o mala actriz, simplemente, decepcionante porque me desgarró la idea de cómo debieran ser las actrices.
     Pero la necesité. Pensé y con razón, que ella podría ayudarme. Se me bifurcaron las ideas, se  desnivelaron mi seguridad y mi decisión, y tomé un camino chueco que me dejó adolorido de por vida. El dolor físico pasaría, como cualquier dolor, el dolor de vida, ese… trabajo en ese.

     Con mi mano trémula di unos toques perentorios a la puerta, al creer que su timbre no funcionaba. Y es que, mi ansiedad me hacía sentir que el tiempo apremiaba, mi frustración y todo mi ser, se ahogaba en mí mismo. La puerta se abrió y ¡ay qué horror! La señora lucía unos rulos en la cabeza y lentes. Parecía peor con esa pinta y ese look: pantalones muy desgastados, tenis y una playera sin sentido. Apenas y si tragué saliva al decirle “buenas tardes” y ella de tácito sonrió. Me invitó a pasar y me sentí confortable en ese departamento que  parece un bazar con tantos espejos, figuras de porcelana, tapetes persas e infinidad de cosas que en mi casa no hay. Vaya que si tiene vicio de comprar chécheres para adornar su casa. Su esposo es un señor muy serio pero muy gentil. Afortunadamente esa fría tarde no estaba. El ámbito estaba cálido por la presencia de ella y gracias también a una chimenea eléctrica que tenía una pantalla con leños que parecían reales.
     Me invitó un refresco de cola y acepté para quitar el resabio de mi amargura y ella se tomó otro y me pidió de favor que si iba a la tienda a comprarle más gaseosas y pastelillos de chocolate. Obviamente, después de decirle mi razón de estar allí. Preferí hacerle su mandado a manera de relajarme más, y bajé los cuatro pisos y fui hasta la tienda. En el camino, dudaba si al regresar conservaría el valor de decirle sobre mi desgracia.
     ¿Qué iba a pensar de mí? ¿Y si se lo contaba ella a mi mamá? ¡Qué estúpido he sido toda mi vida! He ido a decírselo a ella por querer desahogarme con alguien, y no con mi mamá, pero, ¿y si esta mujer no se lo callaba?
      Ni me percaté si me dieron el cambio correcto cuando pagué las botanas, los refrescos y los pastelillos de chocolate que la señora me encargó. Subí otra vez hasta el cuarto piso donde la señora artista, checaba algo en su computadora, daba algunas puntada a una bufanda, al tiempo que en la pantalla de su televisor se veía una película para nadie, pero ella, como una loca, repetía los diálogos de los actores de memoria.
     Le entregué su pedido y me regaló el cambio y apenas si lo agradecí cuando el sudor de mi frente se fusionó con mis lágrimas. Ahí me derrumbé. La señora artista, apagó el televisor, cerró su computadora,  hizo a un lado la labor de la bufanda y sólo me prestó atención a mí.
      Se veía realmente bondadosa y muy preocupada por mi situación.
      Y fue eso lo que me dio la oportunidad de romper aquello que me iba hacer explotar, perder la razón, o incluso, perder la vida por mi propia voluntad. Sí, si yo no encontraba solución a mi problema, estaba resuelto a suicidarme.
      -¡Oh no! – Dijo la señora cuando le dije mi idea de matarme.
     – Todo tiene solución. – Dijo al tiempo que se desbarató los rulos y le caían unos rizos suaves sobre los hombros y fue eso lo que aminoró también el mal aspecto que me dio al principio. 
      Lloré sobre sus rodillas hablándole de mi dolorosa experiencia.
      Yo no era muy popular en la escuela. O creo que yo no me sentía popular porque no me consideraba guapo. Creo que no soy guapo, pero soy simpático. Y bueno, creo hoy, que ya menos tonto.
      Había tres jóvenes de mi edad, muy amanerados, con facciones finas, y sí, eran homosexuales. Eran ellos los más populares entre las chicas. ¿Por qué ellos? No lo sé. Estaban de moda. Yo los odié cuando vi que Laura, la más bonita de mi salón, le tenía tanta confianza a uno de ellos, al líder que se llamaba Ronnie.
       Yo era un cero a la izquierda ante esos jóvenes, y más ante Ronnie que hablaba de moda al vestir, al maquillar, a muchas cosas que yo no entendía y sigo sin entender. Y fue entonces que me asaltó una idea que al principio, parecía maravillosa. Dije que era “gay”. Sí. No homosexual. Preferí decir que era “gay” porque eso sonaba más “cool”. Y me uní con mi falacia a ese grupo de muchachos depravados.
     Parecía que iba a tener éxito. Sólo yo sabía mi verdadera preferencia sexual; y no parecía difícil al principio. Me hice bastante popular y prácticamente le quité a Ronnie a Laura. Laura me prefirió. Ahora nacía otro conflicto. ¿Cómo decirle a Laura la verdad? Mi doble vida. Cuán amarga resultó.
     Caminaba viento en popa mi hipocresía, y aunque me era muy complicado trasponer las libretas con forros de flores y mariposas y esos tonos lilas ridículos de la vista de mi mamá,  iba yo rumbo al éxito. Cuando se me ocurrió decirle a Laura, esa niña de ojos negros y profundos, esa boca de botón de rosa, y ese cutis de porcelana, que yo, parecía que era bisexual. Porque, ella me gustaba. No me gustaba nadie más de sexo femenino, le dije, sólo ella era la excepción. Se le arrebolaron la mejillas de indignación, los ojos se pusieron espeluznantemente furibundos y le tembló la mandíbula y acaso suspiró y tragó saliva, antes de soltarme una bofetada que aún me duele. No más que mi propio dolor. Pero me duele.
     ¡Cómo no habría de indignarse Laurita! Si me tuvo tal confianza que alguna vez me invitó a su casa, me metió a su recámara, se cambió de ropa delante de mí, me mostró su ropa interior que era dulce y tierna. Yo, lo admito. Me masturbé más tarde en el baño de mi casa con la imagen de aquella revelación, pero fui incapaz de faltarle al respeto. O quizá sí le falté: con mi mentira.
     La venganza de Laura fue decirles a “mis amigos” los populares. Los “gays”. Los reyes del protagonismo. Yo nunca pensé que así sucedería. Creí, que Laura sólo me descubriría como un impostor y volvería a ser relegado a la silla de los ignorados. Y me resigné a eso.
     Pasó una semana y creí que Laura no había dicho nada, porque “mis amigos” me trataban como si nada hubiese sucedido. Excepto que Laura no me hablaba, pero ellos decían “Así son las viejas, por eso nosotros, no somos ni hombre, ni viejas, somos “gays”.
     Sentía una rabia infinita cuando despotricaban contra las mujeres y más sobre Laura y la señalaban como bipolar o voluble. Yo sabía las verdaderas razones.
     Se habló de una fiesta una tarde de viernes terminada la escuela a la que yo asistí, con la esperanza de pedirle perdón a Laura. Me gustaba realmente, no sólo eso, estaba enamorado de ella.
     La fiesta estaba bastante animada cuando sentí un ligero mareo y me fui al baño, creí que vomitaría. ¡Oh sorpresa! Ahí estaban mis amigos los “gays”. Ronnie me miraba como un desquiciado, y como si escupiera, me dijo todo lo que Laurita le dijo sobre mí. Mis mentiras, todo. Yo temblaba horrorizado y estaba a nada de desvanecerme y los otros dos me detuvieron, pero no para ayudarme, sino para maniatarme con sus propias fuerzas. Me bajaron los pantalones y los calzones y Ronnie me penetró.
     Aparte del dolor, jamás creí que existiera una humillación tal como la de una violación. ¡Pobre de aquellos seres que son violados del modo que sea! Jamás creí que hubiera tanta desdicha ni pensé que maldeciría tanto estar vivo en aquel momento. Sí vomité, vomité hiel al tiempo que me herían físicamente y con palabras altisonantes. Mi mentira merecía un castigo, pero creo que no ese. Esos degenerados pusieron una pastilla a mi refresco. Eso fue lo que me mareó, y me hizo caer en su trampa. Me enteraba de todo al mismo tiempo. Yo no insulto a los homosexuales por ser homosexuales, pero a esos sí. Creo que nada tiene que ver el ser un ser vil que ser un “gay”.
     Eran quizá las cuatro de la mañana cuando Laurita me encontró desmayado en el baño de la casa de su amiga, lugar donde se dio la fiesta. Estuvieron muy ocupadas levantando el tiradero que queda en todas las fiestas. Al final dejaron el baño y fue ahí donde me vieron, con mi ano sangrando, desgarrado por dentro y por fuera, mutilado mi orgullo, destrozada mi vida por completo. Les rogué, tanto a Laura como a su amiga que no llamaran a ningún médico ni hospital de emergencias. Que no llamaran a mi madre. Que yo estaría bien.
     Lo único bueno que saqué de esto, fue el saber que Laurita jamás pensó que esos tipos fueran tan salvajes. Me acusó, sí, pero ella nunca estuvo enterada de cuál sería la reacción de estos, por lo que insistía en que yo debía demandarlos. Sí. Quizá eso debió ser lo correcto, pero no quise hacerlo. Entonces, todo el mundo se enteraría de mi mentira, de mi falsedad y de mi… pago.
     Entonces fue que hablé con la vecina artista que salía de vez en vez en la televisión. Se calló para siempre mi historia y le dijo a mi madre que me necesitaba como asistente para su empresa de espectáculos. Otra mentira, pero ésta totalmente piadosa.
     La señora me llevaba a las terapias con una psicóloga, y si bien, también fue de la idea de poner una denuncia, respetó mi decisión por las razones que ya antes dije.
      Trabajo en ello. Reprobé el grado escolar y fue fácil convencer a mi madre de que lo mejor sería cambiarme de colegio y así sucedió. He mejorado notablemente.
     Mi única angustia es pensar, a veces, que la artista algún día suelte la lengua. No la odio, pero, a veces quisiera que se muriera, o bien,  que se fuera lejos, muy lejos. Ojalá triunfara como otros y agarrara camino como esos actores que tantito se hacen famosos se van a vivir al extranjero, pero veo todo igual y tendré que seguir confiando en su buena voluntad. No parece mala persona, pero eso es, como una ligera piedra en el zapato que me tocó llevar, o bueno, decidí ponerme.
     Y pensar que a partir de que el popular Ricky Martin dijera a través de “twitter” que era homosexual y lejos de perder popularidad se hizo internacional, y yo, por mi timidez y falta de autoestima fingí ser lo que no era y dije estar a la moda: ser “gay” y di entonces, el último grito de la moda. ¡Que absurdo! El último grito de la moda! ¡Auch!