LOS VIEJOS MUERTOS Y LOS NUEVOS MUERTOS
Panteón Particular
(el panteón de los "ricos")
Los muertos no nos asustaban, aunque éramos niños. Eso de temer a los muertos, quizá nunca ha sido cosa de chicos o grandes, sino de otras cosas, como supersticiones o cosas más rebuscadas. La situación era, que los muertos andaban entre nosotros, y nada disturbaba nuestros juegos de la pájara pinta, el amo-a-to, y don Juan Pirulero.
Había cerca de nuestra escuela un panteón muy grande, que era el panteón municipal, mejor conocido como el panteón de los pobres. Se decía esto, debido a que junto a este, estaba el panteón particular, que sigue ahí hasta la fecha, conocido como el panteón de los ricos. Pero lo que habita ahí, no es de ricos ni pobres. Sólo quedan los mausoleos ostentosos y la mayoría sembrados en el olvido.
Nos llegó la noticia que iban a desaparecer el panteón de los pobres. Los que tuvieran una cantidad de dinero precisa, podían desenterrar a sus familiares, o si no, perderían las osamentas inútiles. Y vaya que si vimos infinidad de huesos amarillos a las afueras de la escuela. Esa fue nuestra nueva diversión. Hasta los profesores se enterraban en los montículos arenosos que dejaban los camiones, para encontrar los cráneos más completos. Era casi imposible, sin embargo hubo un maestro joven que se sintió afortunado, al encontrar uno, que le faltaban algunos dientes.
Se paseó por todos los salones explicando las partes del cráneo. Era perfectamente perceptible las líneas del parietal, del occipital, del frontal, y la mandíbula milagrosamente rescatada la atornilló para decirnos que era la parte móvil de la cabeza. También nos explicó cómo se llamaban los dientes, y nos dejó claro, que la persona que hubo tenido ese hueso, era una persona de nariz chueca. Se notaba claramente el hueso virado a la izquierda. Lo demás estaba hueco, y fue cuando nos dijo que lo que seguía de ese hueso, era el cartílago, y que por ser una pieza blanda, se perdía con facilidad.
Llegamos a encontrar pedazos de cráneo con cabello pegado. Huesecillos menudos que quizá eran falanges, o sabrá Dios qué.
Más nos asustaban las leyendas de la llorona y la Condesa de Malibrán, que tenían los abuelos, la costumbre de platicar, las noches de luna llena, y con las luces eléctricas apagadas.
Una tarde lánguida, en que todos parecíamos bobos por el calor y teníamos la mirada parda de cansancio, aburridos por la monotonía del día a día, un ruido espantoso, cruento, fuera de todo contexto, nos hizo saltar, a todos, al mismo tiempo.
La gente que vivía en la colonia más cercana al colegio, se descolgaba corriendo, aunque, este colegio quedara a un kilómetro de distancia. Todos se veían angustiados y el desasosiego los hizo correr sin pensar, que no llevaban los pies calzados y la arena ardiente los derribaría en algún momento. La mayoría eran mujeres, pensando en sus críos. Todos escucharon el estruendo, un motor extremadamente ruidoso, un avión, ¿una avioneta? ¡Quién sabe! Algo en el cielo que perdía el control, y se avistó, aproximadamente a un kilómetro, a la altura de la escuela primaria, el golpe mortal, y enseguida una altísima llamarada.
No quedó claro, quién y cómo organizó a los párvulos para abandonar el plantel. Dentro del desorden, alguien, encontró el modo. Los estudiantes ilesos. La avioneta calló a un lado de la escuela. No había tiempo para indagaciones. Estaban llegando bomberos, ambulancias, carros de policía y reporteros de periódicos, radio ¡y televisión! Yo quería quedarme, era mi oportunidad de salir en la televisión. Vi mi sueño alejarse, al tiempo que me alejaba mi hermana la mayor del lugar del siniestro. Me levantó en vilo, y me di cuenta cuán pequeño era yo, y qué grandes eran mis ilusiones ya desde entonces. Entonces ya no querría ser bombero jamás en la vida, sería un reportero de televisión. Mientras eso se daba, si acaso pude ver como acordonaban la zona de la avioneta siniestrada, con una lazo amarillo chillante.
Fueron cuatro hombres quienes venían en una avioneta, tipo Cessna 206; eso fue lo que estuve oyendo por casi un mes, en lo que duró la impactante noticia. No se hablaba de otra cosa, incluso en el noticiero de la capital. Y me desentendí del asunto e ignoré lo que la gente trataba de suponer, que si el piloto intentó un aterrizaje de emergencia en la cancha escolar, que si buscó evitar el colegio y busco una zona más plana, como la zona de al lado, justo donde estaban los montículos con los restos de osamentas de sabrá Dios quienes. Que si esto, que si lo otro. Yo, estuve extasiado vagando con mis amigos y gozando unas vacaciones inesperadas. Decían que, hasta nuevo aviso reingresaríamos a las clases, porque tuvieron que levantar los cadáveres, que quedaron esparcidos en muchos, muchísimos pedazos, y que desinfectarían el lugar para evitar epidemias.
Una mañana de recreo, cuando todo el desastre del avión parecía que había sucedido hacía muchísimo tiempo, estaba tratando de dirigir un juego. Quería trazar unas porterías para que jugáramos fútbol cuando me encontré un dedo humano. Sí, un dedo. Parecía un dedo pulgar. Se veía inflado y amorcillado; la uña pugnaba por salirse de su sitio. Ignoro si la cal que esparcieron para desinfectar, hizo algún efecto para que el dedo no tuviera tan fuerte el olor a putrefacción. Sin ningún mohín de miedo y de asco lo tomé, tracé la cancha y las porterías. Lancé el dedo a los montículos de tierra que aún tenían en sus entrañas infinidad de huesos de aquellos muertos viejos, lo dejé ahí. Este fue un hueso invitado, era de los muertos nuevos.
*Nota. Me encantaría que sobre este breve cuento, se documentaran más, con el excelente trabajo que hizo mi gran amigo y paisano veracruzano ALEJANDRO SANCHEZ TAGLE (Jack Tagle) con una EXTRAORDINARIA película-documental "REINO MÁGICO Y LA LEYENDA DE BLANCA NIEVES.