sábado, 9 de junio de 2018

NO PASA NADA, AHÍ TIENES TU "COCA"





NO PASA NADA, AHÍ TIENES TU "COCA"
Todos llevamos un sobreviviente dentro.
Carlos Páez
(Sobreviviente de los Andes)






            Ya había perdido ese cosquilleo que me invadía la emoción al hecho de tan sólo pensar, que ya estaba viviendo en la capital. Cuando recién llegué, me quejé poco del frío, y quizá me habría quejado nada, si hubiese tenido y llevado la ropa adecuada para el clima de la Ciudad de México.
                  Llegué con la esperanza viva, tan viva como ahora. No tengo la cuenta de cuántos años han pasado. Pero, desafortunadamente, siempre me quejé y me sigo quejando -cuando se me olvida que no tengo por qué hacerlo- que si Dios se tarda, que por qué se superó más "fulano" si no es mejor que yo, que si soy fea, que si soy flaca, cuando era flaca, que si soy gorda, cuando fui gorda, que si soy vieja, porque ahora soy vieja. 
                  El frío no. Alguna vez, por llevar unas sandalias más apropiadas para el clima de mi tierra, la costa, sentí en mis pies un muy doloroso calambre, que con el simple hecho de recordarlo, aun se me eriza la piel. Entonces debió ser fuerte. Algunos médicos me dicen que tengo un amplio umbral de dolor. Pero eso no quiere decir que me guste el dolor. Y en cuanto al frío, pues no sé. No quiero decir con esto, que estaría muy contenta en un desierto de nieve sin protección alguna. No. Definitivamente no.
Sin embargo, sí me siento mucho más cómoda, con la ropa apropiada, en un clima no cálido. Me quejo tanto que, algunas personas me han retirado el habla, y otras me han dicho que no saben por qué se frenan, de no golpearme, porque cuando estoy en tierras calientes y húmedas. Me quejo al delirio.

               -Si te veo una gota de sudor más, te voy a dar una cachetada- Dijo- Era un joven chaparro que alguna vez fungió como mi representante. Era veracruzano, como yo. Me di un baño de agua tibia, y de ahí fuimos a un súper mercado, y no lograba controlar el calor. De plano me quedé un rato en el estante de las verduras... Temía un "golpe de calor". Me han dado como tres, hasta hoy sin consecuencias graves, pero dicen que incluso esto, puede conllevar a la muerte. No entendí ni entiendo por qué tanta violencia o intolerancia. ¡Me quería dar una cachetada! 

                    Aquella tarde, recién pasado el medio día, hizo calor en la capital. Aún recuerdo que me olvidé del sabor amargo que tuve en la televisora, y vi un negocio de hamburguesas -que en aquel tiempo, eran para mí una novedad- y me la compré. No le puse picante. Y me dieron, dos vasos de papel encerado, con refresco de cola y hielo picado. Tomé un taxi de regreso a casa y le regalé el vasito extra de refresco al conductor.

                          Al llegar a casa, prendí el televisor. ¿Qué? ¿Ese tipo que estaba viendo en la televisión estuvo sentado junto a mí? ¿Y era nada más que un... ?

                             Fui a mis rondines de siempre. Con el acerbo y haciendo una coraza por el tan repetido "no", que aun sigo escuchando... la esperanza viva... y seguimos andando. Era el calor, pero sin conocer ni el nombre del señor que estaba sentado junto a mí, le dije: "Todos son basura. Nada más porque la ven a una prieta y fea. Míreme, es que tengo las piernas flacas" ¿Es a mí? Preguntó con acento el señor. Y lo miré con desdén. Era alto, blanco, de ojos azules, y me dije: ¡Un pinche argentino! Para aquel tiempo, yo solía dejarme llevar por lo que el populacho decía; no tenía mis propias convicciones. Los argentinos son malas personas. Y yo lo creía. Hoy día, a mí me gusta la gente, de donde sea.  Era el calor lo que me tenía hastiada y de mal talante. Me quejé ante el fuereño de lo que había sido mi vida, en aquel tiempo, a dos años de carrera artística. Y ese deambular, y ese "no", sólo porque no soy como usted. Casi le escupí la cara cuando una secretaria muy gentil le dijo: "Don Carlos, en un momento pasará a mi maquillaje".
                      
                      Pero por supuesto que pasaría a maquillaje, y a un estudio de televisión, que, en aquel tiempo, yo aún no conocía uno en Ciudad de México. Y de seguro, ya iba por un protagónico. En México el malinchismo a la orden del día. Tenía todo para triunfar, el talento era lo de menos.

                     El argentino sólo me miraba y se sonreía. Negaba con la cabeza a cada descalificación que le daba a la conducta de los empresarios, a mi persona, y a mi propio país. Dejé a la mitad mi retreta de sandeces, para ir a una máquina de golosinas y refrescos; metí una moneda, apreté un botón, y se rodó hasta mis manos una coca cola de lata. Y seguí hablado, con un léxico de carretonera que a la vida yo, fui prácticamente eructada. Sí, como vómito fui arrojada aquí, y todo para qué... hablaba yo con tal vehemencia y negatividad, que mi aliento pudo haber podrido la fruta que llevaban en una canasta, para el camerino del visitante distinguido. Y ahí seguía yo, como una tubería de agua rota y un vocabulario pestilente, que, un par de tetas y una "panocha" disponible, hacían la voz más codiciada del momento, como mi paisana Yuri. Sí, tenía buena voz. Pero, ella era güerita, con un par de piernas hermosas, ojos verdes... Y yo, yo qué. Le reproché a la vida el por qué no tener un micrófono para que desde ahí me escucharan lo buena que era yo también cantando. Que había estudiado danza, pero nada. Todo parecía como echar margaritas para alimentar a los cerdos. 

                     Llegado un momento, mi escucha dijo de buen talante y una serenidad que hasta me dio miedo
                            - Pero no es tan grave. No pasa nada. Mírate, ahí estás, con tu coca.

                              Me odié por no haber tenido la fuerza bruta para, como aquel representante, de darle una cachetada. Ni se lo dije, ni lo hice. ¿Con qué derecho me hablaba así? Y me respondí, tengo la pésima costumbre de hablar con desconocidos, y discutir de temas sin importancia. Además, a ese tipejo qué tanto le podría importar mi baja estima, porque él, ya iba a pasar a maquillaje, con sus ojos azules, su tez tan blanca. Y que bueno que no estuvo de pie. Se me habría torcido el cuello de tanto mirarlo para arriba. Ahí seguía él, con la pierna cruzada que, hizo que la valenciana de su pantalón se levantara y pudiera yo ver, unos finos calcetines, y su resplandeciente zapato de charol. A pesar del calor, vestía traje y corbata. Bueno, dentro de esa sala de espera, había aire acondicionado. 

                           Abrazada por mi ataque de ira, y dominada por mi soberbia no le pregunté quién era. Algunas otras personas me miraban con recelo y hasta con un gesto de molestia. Y qué bueno que nadie me hizo algún reclamo, estaba yo en un plan tan atrabiliario, que habría hecho un zafarrancho sin olvido. 

                          "No pasa nada, ahí estás con tu coca"

                           Estúpido, pendejo, superlativamente pendejo. Qué más podría decir. Pensé que fue una muy débil defensa porque le dije, en cuanto a su persona, toda la verdad. Que era buen mozo, que se distinguía por su personalidad y que tenía los ojos azules. No creo que ese señor, hubiera podido negar eso.

                              Salió de nuevo la recepcionista y le dijo al visitante que pasara. Yo la arribé y le pregunté por el jefe de reparto artístico. Ella me dijo que ya le había entregado mi material y que la respuesta era que por el momento yo no les interesaba. Con mi mirada torva seguí el camino del visitante hasta que se cerró la puerta. No se volvió a mí. Y dudo que haya sido por miedo. Quizá me tuvo demasiada lástima, pero  me adivinó agresiva y me evitó la vergüenza de un espectáculo atroz. Poco logró.

                              Estaban entrevistando a Don Carlos. Conocía esa historia, primero, por una película mexicana, no muy bien hecha. Años después hicieron una versión en inglés, muy al estilo de Hollywood , y como ellos aún dicen, es la versión Disney.

                              Me imagino que él, y los que aún viven, están acostumbrados a muchos tipos de preguntas. La pregunta que le hizo el entrevistador a don Carlos fue ¿A qué sabe la carne humana?

                                Siempre sentí gran admiración por aquella épica supervivencia. Lloré cuando leí el tamaño de su fe, y me dije que si algún día veía a uno, al que fuera, a uno solo, le abrazaría fuertemente, y les diría que, creyentes o no, fue la Virgen de Guadalupe quien intercedió por ellos. Según lo que leí, el 12 de Diciembre encontraron plantas verdes, y agua corriendo, antes de ver a don Hilario.

                                 Estaba yo metida en mi cama, con un nudo en la garganta y hasta entonces entendí eso de que "no pasa nada, ahí tienes tu coca" mientras que yo vociferaba mi gran desgracia, cuando sólo tuve que meter las monedas a una máquina, tuve incluso las monedas... 

                                 Estuve diciéndole los peores improperios, no a un actor que iba por el protagónico, no era argentino sino chileno. Estuve sentada junto a uno de los 16 sobrevivientes de los andes, y lo supe, ya que había orinado la coca cola... ya que había llegado a mi casa aún rumiando mi suerte desgraciada, cuando la desgraciada era yo, por no darme cuenta, cuán agraciada era, y lo sigo siendo.

FIN.