jueves, 26 de agosto de 2021

EL VENADITO Y EL GUAPO (1000 palabras)

 

EL VENADITO Y EL GUAPO

Entre el Guapo y el Venadito había una distancia abismal, aunque los dos eran mis abuelos. Ambos se conocieron hasta que alcanzaron más de ochenta años de edad y no pude percatarme si entre ellos hubo alguna química, lo que sí, es que tenían en común algo que les haría perdurar más allá de su ciclo en el mundo: yo.

El Guapo era un hombre sabio gracias a que, por ósmosis, el chorro de la luz del sol le trasmitió la sapiencia. Vivía labrando la tierra y lo que más amaba era pescar en el mar. Tenía tal habilidad en este campo que los peces se adormecían tras unas palabras que él les transmitía en un lenguaje ignoto; lo peces se dormían antes de ser sacados del agua y no sentían el espasmo de la muerte. Mi abuelo Bardo entendía el lenguaje de las flores que orlaban la vereda que conducía al río; obedecía las indicaciones del viento que le susurraba sus secretos y se ponía en alerta al ataque de los chaneques. Él se autonombró como el Guapo y cuando hubo algún temerario que lo cuestionó al respecto, mi abuelo siempre respondió lo mismo:

―Quién sabe por qué, pero siempre he sido muy guapo.

A mí me aconsejó que hiciera lo mismo y que cuidara mucho el no enredarme en las trampas de la vanidad o la petulancia. El Guapo aseveró que, si de un modo ineluctable nos pondrían un sobrenombre era mejor elegir por uno mismo uno que nos sentara bien. Y por eso él era el Guapo porque lucía galán bajo el sombrero sin importar que no anduviera vestido como un catrín. Calzaba huaraches y ropa repelente al calor. Su sonrisa le adornaba aún más su rostro tostado aunque solo se asomaran dos clavijas por dientes. Sabía tejer la palma y arreglar el tejado para que la casa no se lloviera, y mi abuela no llorara temiendo el grito de los huesos que sentía que se le llenaban de espuma.

Un día enfermó y no entendí por qué.

Con sus conocimientos bien pudo remediarse con la infinidad de yerbas que había en el campo y que él conocía a ciegas de entre tantas otras plantas que servían para dormir, para llorar, para reír o para sanar. Pero no las quiso usar, me dijo que había llegado su tiempo de irse un poco más allá del sol para ver cómo nacían las estrellas, para conversar con la luna y adquirir más conocimientos sobre las mareas que hacían picar a los peces que no estaban en veda. Y de allá del campo lo trajeron a la ciudad.

Acá conoció al Venadito. Se llamaba Pablo y tenía el eco de lo que fue su vida en el sombrero Tardan y el bastón con empuñadura de plata. El Venadito también se autonombró como tal porque dijo que de joven tenía la ligereza de estos hermosos animales astados. Él solo hablaba de bailes emblemáticos donde siempre resaltaba por el fulgor de su cabello tan negro como las noches sin luna, su camisa de seda y su pantalón de casimir, hechos particularmente para la ocasión. El Venadito sabía mucho de minerales. En el anular izquierdo lucía un diamante que parecía que tenía vida propia, él decía que era un gota de agua, carbono puro. A decir verdad, el Venadito no era tan cariñoso conmigo como lo era el Guapo. Pero los sigo amando a los dos.

Le pedí al Venadito que ayudara al Guapo a salir de su apuro, aunque mi abuelo Bardo me asegurara que no tenía ningún problema, y yo le creía, pero también sabía que el Guapo se iba a ir y yo lo quería seguir teniendo aquí.

El Venadito me dijo que consultaría a su amigo Víctor Hugues.

Lo conoció cuando él venía huyendo de España de la persecución del franquismo y el terror al fascismo. Vio al señor Hugues en un barco hecho de telarañas que lo saludó con mucha cortesía.

―Je suis Victor Hugues, et je serai ton ami pour toujours.

Dice el Venadito que así le dijo. El guapo y yo le preguntamos qué significaba eso que nos dijo arrastrando la «r» de modo cómico y él nos explicó que le habló en francés y le prometió que sería su amigo por siempre. Esto me invadió de esperanza y le imploré a mi abuelo Pablo que le dijera a su amigo que nos considerara por esta vez, que yo le estaría por siempre agradecido. Me convertiría en el grumete de su embarcación que andaba por el océano de la eternidad que se sostenía mágicamente con sus velas hechas por arácnidos, pero que convenciera a los duendes que pretendían emboscar al Guapo para que no se lo llevaran. Vi cuando mi abuelo Bardo le guiñó un ojo al Venadito. Sé que querían tomarme el pelo y no iba a ser tan fácil, yo ya era grande, tenía doce años e iba a seguir los pasos del Guapo, iba camino a la sabiduría más que las empuñaduras metálicas y los pedazos de carbón del Venadito.

Una mañana mi abuelo Pablo no despertó. Yo lo sacudí frenéticamente y le reclamé que se hubiera ido sin antes hablar con don Víctor Hugues. El guapo me sacó de mi error. Me informó con su juicio correcto que no había despertado precisamente porque se había internado en la densa penumbra del lado oscuro del espejo de su armario para hablar con el señor Hugues. Y volví a creerle al Guapo que también se quedó dormido para siempre unos días después del Venadito.

Algún día creceré y podré viajar en un cohete de sueños hasta donde hoy habitan mis abuelos; son un par de estrellas brillantes que titilan con efervescencia cada vez que busco respuestas a mis preguntas, y oteo el cielo y allá están. El Venadito sin el Tardan y sin el bastón y el Guapo sin el sombrero de paja… ya prontito voy a con ustedes.