lunes, 26 de diciembre de 2016

SÓLO MIS LÁGRIMAS REGARÁN TUS FLORES

SÓLO MIS LÁGRIMAS REGARÁN TUS FLORES



        Un ser sumiso necesita tanto las risas como las lágrimas. Con las dos disfruta plenamente.


     Creí que había llegado a vivir a un paraíso ¡Casa propia! Aunque el día que ocupé mi vivienda propia, me percaté que el edificio se balanceaba, de un modo tal, que la primer vez creí que era un temblor de tierra, de los endémicos que se sienten en la capital; después, el administrador (no sabía que tenía que pagar ese servicio, ni que existiera ese tipo de servicio, como una profesión tal cual) me informó que había un estudio minucioso de que el edificio era seguro. Lo del balanceo se debía a que está situado muy cerca del viaducto, y que los carros pesados lo hacían vibrar.
     Lo que fuera, ya había comprado el departamento, un hogar vibrante, pero "propio". Uno busca "algo propio y seguro" ¡Ajá!
    Un departamento situado geográficamente muy bien, a diez minutos del aeropuerto, a diez minutos del centro de la ciudad, rodeado por más de quince bancos, enfrente de un mercado ¡Ajá! Vale mucho dinero ¡Ajá!
          "Nada vale nada, y todo vale todo" Descubrí ¡Ajá! ese tipo de lema. Todo es perecedero, incluso las rocas. Así que ¿propio? ¿seguro? Nada es propio, nada es seguro. Nada vale nada porque finalmente la vida se termina, y todo vale todo porque somos los humanos a quienes nos encanta ponerle precio a todo. Costo y valor, no son la misma cosa. Por ejemplo, una madre "muy cursi" podría considerar un gran tesoro el primer mechón de su hijo, el primer diente de leche que pierde, y si se pasa de "cursi" se dejaría arrancar los ojos y quedar tuerta pero conservando ese tesoro de su hijo ¡Ajá!
       Otro ejemplo: una muy mala madre, que le da estudios a sus hijos, pero siempre con la esperanza de que sus hijos le devuelvan, peso sobre peso, todo lo que ella gastó para darles una carrera y se defiendan en la vida ¡Ajá! Y si el hijo se casa, entonces, la madre, quien fuera la primer mujer que amó en su vida, pasará a segundo plano y es ley de vida, de Dios, y ¡Ajá! Y bueno, que me dicen del oro y la plata, valen más que otros metales. Pero metal al fin ¡Ajá!
      Bueno, toda esta parafernalia o introducción es debido a que, cuando dos personas se casan ante la Iglesia, en la católica al menos, sólo la muerte es la autorizada para romper esa relación. Nada debiera pues romper esa unión, no importa que el marido sea un picaflor, un "Don Juan", un culero, un cabrón ¡Ajá! ¿Y la mujer? poco se dice, pero se supone que debe ser fiel, limpia, trabajadora, y dispuesta a tolerarlo todo. Lo de la fidelidad, el juramento debiera aplicar a ambos ¡Ajá! Pero, pues, aunque la costumbre no es ley, pero se parece, la costumbre es que el hombre, puede ser infiel, culero, cabrón, y sólo parecerá más hombre, mientras que si la mujer es infiel, culera y cabrona, sera "una pinche perra y puta" ¡Ajá! Y hasta entre nosotras las mujeres, la señalaríamos: "Pinche puta ¡mira que ponerle el cuerno al marido! ¡Ajá!

       Regresando a mi nueva y vibrante vivienda, mi nido de amor, mi patrimonio para toda la vida ¡Ajá! con mi esposo fiel, trabajador, limpio, ordenado, y ... ¡Ajá! y yo otro tanto de... ¡Ajá! quise presentarme de la mejor manera a mis nuevos vecinos. Ahí todos éramos nuevos vecinos porque el edificio lo agarramos de estreno. Todos. Y la mayoría de vecinos, hasta el sol de hoy, han sido personas amables, poco me entero de chismes o problemas, quizá ha sido la suerte, o ... ¡Ajá!
     
        La mujer que fue la más gentil de todas, era quien fungía como la más ocupada en las cuestiones de las mejoras para los servicios de mantenimiento, y es hasta la fecha, quién no se preocupa, sino se ocupa personalmente de todos esos asuntos engorrosos, sin percibir un sólo centavo. 
     Todos prefieren pagárselo a un "administrador" que aunque no haga bien su trabajo, no están dispuestos a que una mujer que es vecina, que se parte en muchos pedazos, ya que es una mujer sola con hijos, pudiera hacerse "rica" ¡Ajá! con los pagos que le damos a un "administrador" que como no vive aquí, le importa un pito lo que nos pase. 
      Ya llevamos más de siete administradores. Y la vecina, sigue metiendo la nariz, robando horas a su sueño, pendiente de que las áreas comunes estén limpias, bueno, es admirable, conoce todas las conexiones de la luz, el agua, y cosas, que ¡ay no! No sé cómo hace para ser una mujer tan admirable.
        Tenía yo dos meses viviendo en mi nuevo hogar, y recibíamos a la segunda administradora. Una mujer gorda que creí que era muy mala, y para peor, su apellido era "Rabia" ¡Ajá! Rabia.
         Resultó una de las mejores administradoras que he conocido, pero los vecinos nunca están conformes. La echaron y de ahí, ha sido un ir y devenir de administradores y así las cosas...
          La administradora se hizo amiga de muchos, de la mayoría, y se entendió muy bien con la vecina gentil, que omitiré su nombre y solo le diré "G".
        Esta historia es verídica y ella, es mi amiga. Precisamente nace la gran amistad cuando ocurrió una tragedia.
         Alguna vez, en una de las áreas comunes del edificio vi a un hombre muy ebrio, sentado sobre un matorral, G lo ayudaba, trataba de asistirlo y apenas si me sonrió. Yo no pensé mal. Creí que era parte de su bonhomía tan característica de ayudar, y quizá se trataba de algún vecino. ¡Que paciencia! pensé. ¿Un borracho? ¡Ay no! ¡Que se joda! ¡Ajá!
           A las dos o tres horas unos toques desesperados casi derribaban mi puerta. No me despertaron, porque tengo la mala costumbre de dormirme hasta las cinco de la mañana, por escribir, pintar, dibujar, etc. 
         Era la administradora que, venía casi sin aliento por haber subido cuatro pisos, y con su obesidad y con la mala noticia a cuestas. Me pidió ayuda para G. En el camino me contó que su... amigo... su compañero... ¡Ajá! Ya entendí. Ese señor estaba ahí con ella, no es su esposo, no es su compañero, es su... ¡Ajá! Eso. Bueno, no es que yo sea de criterio amplio, sino que no tuve tiempo para pensar ni bueno ni malo, porque de tácito, ya estaba yo, no sólo en el departamento de G, sino en la recámara, viendo el rostro del hombre que estuvo ebrio, con la cara amoratada, un semblante espantoso por lo que pudo haber sido el último estertor de la vida, o de muerte. 
        Sí. Estaba muerto. ¡Ajá! Todo. De pies a cabeza. Estaba muerto. En la cama de una mujer que no era su esposa. ¡Ajá! de repente susurros, y tres hombres estaban ya ahí con una camilla. G lloraba. Me decía con la voz entrecortada que la administradora le había aplicado una inyección al ya difunto, pero no fue la inyección lo que lo mató. Estaba desahuciado porque tenía cirrosis hepática. Era un pobre alcohólico, enamorado de G, y casado con otra mujer.
         Los camilleros sacaron al muerto con sigilo. Yo fui parte de ese tipo de ¿conciliábulo? Sí. Ya que me estaba haciendo cómplice para tapar el "pecado" de G. Él, era hombre, y sólo fue un cabrón. Ya dije, y si todos los demás vecinos se enteraban de que un hombre, un grandísimo cabrón se había muerto en la cama de G, pero que ese hombre estaba casado con otra mujer, a la pobre G de puta no la habrían bajado ¡Ajá! ¡Segurísimo!
          Los trámites, papeleo, funeraria, acta de defunción se hizo muy ágil gracias a, ya lo dije, la mejor administradora que hemos tenido. Tenía "palancas" como se dice en México. Había sido esposa de un hombre que trabaja para el gobierno como judicial. Ella, la administradora no era más la esposa de ese señor, no le perdonó mal trato ni infidelidad. ¡Ajá! Pero creo que es una mujer muy tolerante, porque no juzgó ni de broma a G, y yo, pues, tampoco. Ahora viene lo bueno.
          El hombre muerto con atavío de caballero de fina estampa. Con traje de buena calidad, corbata, el rostro encerado para que denotara muy buena salud, para que luciera mejor de muerto que cuando estaba vivo ¡Ajá! Así es con los muertos. Son servicios muy caros, y bueno, G, gastó mucho dinero para darle un, digamos, funeral digno a ese hombre que ella amó hasta el último suspiro que, dejó en su cama de madre soltera. 
       Irrumpió violentamente la esposa ofendida, con la cruz de mártir sobre la frente, llorando con estridentes gritos de ser la única que merecía estar ahí. 
        ¡Fuera de aquí maldita perra! ¡Usurpadora de propiedades! ¡Mi marido! ¡Mi esposo! ¡El hombre al que le diera yo cuatro hijos, tres mujeres y un varón! ¡La legítima! ¡Ajá! ¡La única que tiene el derecho del hombre, de la Iglesia, y de Dios para quedarme aquí! ¡La que le amó sin importar su conducta reprochable! ¡La única que no tendrá la capacidad de maldecirlo! ¡Soy la esposa! ¡Ajá!
            Yo no podía creer que la esposa del muerto -No voy a dar su filiación, pero, viendo a G y a la legítima, uno se da cuenta enseguida por qué la muerte sorprendió al beodo en otra cama- la mujer esa, pululaba a gritos todos sus derechos, escupía su rabia contra la "ladrona" de maridos, la "verdadera culpable" de que su matrimonio ahora luciera, terriblemente turbio y ahora, exigía que por lo menos le dejaran el decoro de estar ella, y no la amante, en sus últimas horas. 
          Las últimas horas y minutos y segundos ya habían pasado. Lo que estaba tendido ahí, con traje para baile de gran gala, no era más que el bagazo de alguien que ya no sufría, ni amaba, ni odiaba, ni nada. Era nada. Pero el reclamo de la legítima era inquebrantable, y a nada estuvo de golpear a G, que lloraba de un modo quedo, más resignada que triste, más cansada que nada. No fue difícil convencerla que ya no había nada que hacer ahí. Ya, lo peor, había sucedido, por desgracia pues... 
       Pero yo no me quedé con la duda. Me llevé a la legítima a un rincón, que parecía más lúgubre que la capilla ardiente. Era un rincón frío, hacía frío a pesar de que ya era Marzo y había iniciado la extraña Primavera con unas lluvias tempranas. Y la cuestioné sobre el por qué quería velar a ese hombre que - no lo juzgué, lo juro- pero ¡se murió en la cama de otra mujer! Aunque esa mujer era mi amiga. ¿Por qué reclamaba con tanto ahínco el velar y abrazar a esa materia? ¿Ese cuerpo que alguna vez estuvo lleno del alma de su marido? ¿Que fue infiel? Si me contestaba algo, lo que fuera, coherente o no, la dejaría en paz ¡Ajá!
        Y la señora sollozando me dijo que le asistía todo el derecho, porque era la esposa. Allí se estaría, tiritando de rabia, pero cumpliría hasta el último momento del paso por la vida de su finado esposo, cumpliendo con lo que, según ella, era su obligación.
       Yo le dije, que si a mí me hubiese sucedido algo similar, una de dos, o me pongo el mejor traje de gala y me voy a "rumbear" por la vida, o me acostaba a dormir, bien calientita en mi cama, quizá viendo películas, comiendo rositas de maíz, y hasta ¿por qué no? jodiéndome con otro cabrón si es que tenía en la mira a alguien. ¿Fidelidad? ¿Obligación? ¡Ajá!
         Me daban ganas de ahorcarla por verla tan superlativamente pendeja. G, es hasta la fecha una magnífica persona y nunca hemos platicado al respecto, ni la he visto con algún otro prospecto. Sigue tan amable y gentil. 
          La vieja, perdón, la esposa legítima se desahogó conmigo, diciendo que ella era una muy buena esposa ¡Ajá! Que ya había telefoneado a sus hijos para que también estuvieran presentes, dándole el adiós a su padre, y viendo partir, sus restos, en lo que sería su última morada. Ese hombre, decía ella, era el padre de todos sus hijos ¡Ajá! el verdadero, el primer hombre que la vio desnuda ¡Ajá! el primer hombre al que le permitió introducirse a lo más recóndito de su intimidad. Ella, llegó virgen al matrimonio ¡Ajá! Y ella, estaba respetando los votos que juró ante El Santísimo y seguía sintiendo el mismo amor que sintió desde que lo conoció. ¡Ajá! Y ya para terminar, fue que dijo: Y no sólo eso. Yo, permaneceré viuda y sola hasta el día de mi muerte, porque si bien es la muerte la que me separa de mi marido, yo, como la mujer decente que soy, he ir a su tumba cada domingo, y lo lloraré hasta que Dios se acuerde de llevarme junto a él. Yo, la más pura y la mejor mujer que pudo haber elegido mi marido. Esto, le sumará puntos y brillos a la corona que Dios me tiene preparada en el cielo, y a él, que Dios le perdone, haré mandas para ir de rodillas hasta la Basílica de Guadalupe, para que María Santísima abogue por él y que Dios no le tome en cuenta su tremendo pecado capital, haber permitido que la muerte lo sorprendiera en la cama de esa casquivana, prostituta, que ya tiene asegurado su pase al infierno, que ni por el purgatorio ha de pasar, pero en fin, yo, la perdono. Sólo que aquí no la quiero, o la moleré a golpes.
      Yo, su esposa, la legítima, la verdadera, la única que regará con llanto las flores frescas que le llevaré cada domingo a su tumba, porque es mi esposo, mi amadísimo esposo, a quien, ni muerto él, yo, seré capaz de manchar su nombre.
       ¡Ajá!
           Lety Grey.