viernes, 11 de noviembre de 2016

AQUÍ ESTÁ LA RAMA, QUE LE PROMETÍ (Ayes, cantos y alegrías de mi barriada)

AQUÍ ESTÁ LA RAMA
QUE LE PROMETÍ





     ¡Llegaron las posadas! También con éstas, el permiso para cantar en cada puerta de las casas con una rama ornamentada con globos, farolitos de papel y cadenas hechas de papel de China. Acompañamos nuestros cantos con sonajas que hacemos nosotros mismos con corcholatas.
     Primero: agujeramos el centro de la corcholata con un clavo, luego las aplanamos hasta que quede como una tortilla. Después: las travesamos todas juntas en un alambre y con éstas acompañamos nuestros cantos:

NARANJAS Y LIMAS, LIMAS Y LIMONES,
 MÁS LINDA ES LA VIRGEN
 QUE TODAS LAS FLORES.

     Nos juntamos tres o más chamacos. No pueden ser muchos, ya que de ser así, el dinero que recaudemos nos tocará de a menos. Mas si por ambiciosos llegamos a ser muy pocos, la rama sonará triste y "desangelada", y ésto no invitaría a nadie a abrir su puerta y regalarnos unas monedas.
     Hay gente muy sangrona. 
     De veras.
     Dan ganas de partirles el alma, porque apenas escuchan nuestros cuchicheos y el cascabeleo de nuestras rústicas sonajas y las voces desafinadas que dicen:

A LAS BUENAS NOCHES
 YA ESTAMOS AQUÍ, 
AQUÍ ESTÁ LA RAMA
 QUE LE PROMETÍ

    Se hacen los sordos y fingen que ya se van a dormir, y apagan las luces. De esta forma nos responden sin misericordia que no nos darán ni un quinto partido por la mitad, aunque nuestras voces se desgarren cantando:

BLANCAS AZUCENAS,
 BELLOS GIRASOLES, 
NARANJAS Y LIMAS, 
LIMAS Y LIMONES.

     Durante las posadas, hay noches que hace frío, no siempre, pero durante las nueve noches que se puede cantar la rama, del dieciséis al veinticuatro de Diciembre, alguna que otra vez entra el norte. El norte es un ventarrón implacable que irrumpe en nuestra ciudad cuando llega el otoño y el invierno. Llega a azotarnos un frío que nos cala hasta los huesos.
     Nosotros los pobres, que no vivimos propiamente en el centro de la ciudad, sino en un viejo barrio; una colonia un tanto retirada y cerca del panteón de lo pobres, tenemos que protegernos con los suéteres viejos y ordinarios que hay que desapolillar de los roperos. No tenemos los grandes abrigos finos porque durante todo el año, se encuentran guardados en el último lugar del guardaropa; a donde no sea posible ni verlos, pues aquí la mayor parte del tiempo hace calor. Tenemos abrigos corrientes porque no vale la pena el sacrificio de gastar mucho dinero en una prenda que casi no vamos a usar. Por ésta razón, las noches frescas con nuestros suéteres corrientes, nos hacen parecer aún más pobres de lo que somos, pero eso sí, muy alegres y cantadores.
     Para salir a cantar la rama, las noches frías, son precisamente las malas. Las puertas de las casas, al contrario de lo habitual, permanecen cerradas. Las calles se ven oscuras y tristes.
     En este suburbio donde no contamos con calles pavimentadas ni alumbrado público, el espectáculo es deprimente una noche de frío; porque hay más que quietud, una insondable soledad y hasta miedo tal vez. Uno que otro estará tratando de paladear un chocolante rancio del año pasado, pero habrá quien, esté rumiando su insmonio por su noche sin una tibia caricia en su cama gélida.
     Perdón. Yo digo todo esto con ciertos toques de poesía, porque estoy más acostumbrado a la bullanga endémica de mi bello puerto: Veracruz.
     Papá nos cuenta que antes, sólo los versos alusivos a la religión eran los que se cantaban en la rama, y que además, en alguno que otro pueblo, lo que se recaudara tenía que ser donado a la Iglesia. Yo no estuve de acuerdo. La rama es para pedir aguinaldo nosotros, justo como el aguinaldo que le da a mi papá su patrón, para que la Nochebuena nos la pasemos a gusto cenando buñuelos con miel, y esa noche comer sardinas de lata y frijoles refritos con manteca de cerdo. ¡Que deleite!
      A mi papá no hay que hacerle mucho, o acabaría uno como él. Sucede que ya es muy viejo. Y tan sólo porque es nacido en Tlacotalpan se pone bilioso cuando ve que las tradiciones se desbaratan o sufren algún cambio.
     Él dice que de muy chamaco recuerda que la rama se hacía sobre una flor de maguey, esa que se da en sabanas arenosas de los médanos costeros. No es pesada y se presta muy bien para decorarla con "el portalito" donde vienen los peregrinos: San José y la Virgen María sobre el burro, y que además, la rama se podía seguir cantando hasta el día 6 de Enero; el día de los Santos Reyes. Carraspeo y admito que ésta tradición sí es lamentable que aquí en el puerto haya cambiado, porque de ser así, podríamos andar en la calle con nuestro pretexto escandaloso y recolectar más centavos.
     Yo le digo a mi papá, aunque se ponga tieso por atrabilario, que los tiempos cambian nos guste o no, y que nada se puede hacer para planchar las arrugas del viento, de sus nostalgias sotaventinas. A veces, somos nosotros quienes  estamos de buen humor para escuchar sus historias y leyendas que recita de memoria, cuentos de "la llorona" y esas cosas, pero por ahora, no tenemos ni humor ni tiempo, estamos en la rama, la rama que le prometí.
     Tan cambiado está todo, que nadie repela si entre los versos de la rama, cantamos otros que no son propiamente religiosos o alusivos a la belleza de la Virgen. Sabrá Dios quién los inventó, pero ya se hicieron tradicionales también. y muy divertidos como el de:
ARRIBA DEL CIELO 
TOMARON CERVEZA, 
LO SUPO SAN PEDRO 
Y SE FUE DE CABEZA

     Hay casas, donde sabemos que sus moradores nos darán de menos veinte centavos, o un poco más. Allí son los primeros lugares donde vamos y cantamos con un entusiasmo tan desbocado, que nos hace desafinar más de lo que ya somos.
     También sabemos de las casas, donde sus moradores, lo sabemos, son unos tacaños empedernidos; y que no nos harán sentir la gloria al escuchar el tintineo de las monedas que chocan, en el fondo de la lata que ofrecemos para que aporten allí su donativo. Eso también es divertido. No todo es dinero en la vida. Por eso vamos también a esas casas, porque el sabor de nuestra venganza, es parecido al sabor de los cacahuates y los dulces de colación que reparten en las posadas, o los que salen de la piñata cuando la reventamos. Justo en esas casas, donde nos apagan la luz o de plano, nos gritan que nos callemos, y hasta nos echan agua, e incluso, nos mientan la madre; nos colocamos a una distancia prudente; donde puedan escuchar claramente nuestro canto, y después de esto, podamos correr presurosos, para que no nos alcance el zapatazo que nos lanzan, y terminemos aullando como gatos con mal de amores. El canto es así:

YA SE VA LA RAMA
 CON PICO Y BANDERA, 
PORQUE EN ESTA CASA,
 TIENEN CAGALERA.

    Y aun, más enardecidos y orondos por la celebración de nuestra victoria, les cantamos:
YA SE VA LA RAMA
 POR TODO EL ALAMBRE, 
PORQUE EN ESTA CASA,
 ESTÁN MUERTOS DE HAMBRE

     Menos mal que al correr, los vecinos no se enteran de quienes somos. Nuestros padres nos darían una tunda sin olvido, si las viejas chismosas van y nos delatan. Mi mamá me deja ir a cantar la rama, con mis amigos, siempre y cuando; esté limpio. Haya lavado mis orejas por dentro y por detrás de éstas que es, donde más se me acumulan costras de mugre. Debo tomar mi vaso de leche, y sobre todo, que no haga frío. Pero por encima de todo ésto, tengo estrictamente prohibido cantar groserías. Reciba dádiva o no, nuestro canto debe ser:

YA SE VA LA RAMA 
MUY AGRADECIDA, 
PORQUE EN ESTA
 CASA FUE BIEN RECIBIDA.

     En el último de los casos, y eso, los que se dicen modernos, porque los timoratos no aceptan este canto:

YA SE VA LA RAMA
 MUY DESCONSOLADA,
 PORQUE EN ESTA CASA 
NO LE DIERON NADA.

     Obviamente, a mi mamá yo le juro y le perjuro que me porto bien, y me callo que sus órdenes de no ser lépero, me las paso por el arco del triunfo.
     Desde hacía algunos años, se me ocurría que quizás, nos recibirían de buen modo en la mansión del vasco. Era una casa enorme, que nada tenía que hacer en nuestra barriada pobre. Lo único que hacía, era ensombrecer la colonia con su soberbia belleza, su suntuosa opulencia. Está erguida sobre nosotros, como un gigante flemático que nos ha observado sin un resquicio de vida dentro.
     Al tiempo que concebía la idea de ir allí, la desechaba. Me sentía un tanto absurdo y muy ambicioso y me daba vergüenza. Ese, era un lugar impenetrable. Era un lugar negado para una bola de desarrapados, pedigüeños, con una tradición muy mexicana y veracruzana; quizá en Vasconia nada sepan de ésto, y si saben, no les importará.
     Hubo una vez que me deshice de mis propios prejuicios, me fajé los pantalones percudidos y raídos de viejos, y les dije a los otros que subiríamos a esa mansión. Nadie estuvo de acuerdo. Alegaron que había una reja de acero que no permitía franquear la enorme barda, y que no querían subir la tremenda cantidad de escalones que llegaban hasta la puerta de la casa.
     Yo seguía entusiasmado con la idea de sí ir a esa casa. Quería saber qué había dentro y cómo era la gente que poseía semejante patrimonio. Si ya de por sí, se me hacía inconcebible su grandeza por las terrazas de mármol con los balcones alabastrinos, que se veían claramente desde cualquier punto de la colonia lóbrega, no podía imaginar como era por dentro. Anhelaba saber cómo lucía todo detrás de aquella puerta de cedro, con un oval de flores en el centro, y a mis amigos no les interesaba. No entendía por qué, pero no querían pararse frente a esa puerta tan singular y hermosa. Varias veces les insistí, que por lo menos intentáramos, algo bueno saldría.
     - Total, si nos echan, ya sabemos lo que hay que hacer.
      Traté de convencerlos que si no nos recibían, les cantaríamos su precio, quienes son y lo poco que valen. Fue tanta mi ansiedad, que hasta les dije que había escrito unos versos bastante ofensivos para ellos:
   AUNQUE ES RICO, ES TRISTE
 Y A "NADIEN" ENGAÑA, 
SALUDO A SU MAMI 
QUE VIVE EN ESPAÑA.

     Sólo burlas y risas recibí, pero no flaqueé y les dije este otro:

SE CREE MUCHA MIERDA, 
POR PUTO DINERO, 
PINCHE VASCO "OGETE" 
ES "USTE" UN GRAN CULERO.

      Y ni así. Nadie me secundó. Si los había llegado a, medianamente entusiasmar, con mis versos majaderos se amilanaron más. Eran traviesos, pero se escandalizaron los muy cobardes. Por eso, concebí un plan picaresco.
     Una tarde, tras mascullar mi plan tomé la decisión y no me remordió un céntimo la conciencia, puesto que a ellos no les interesaba ir ahí, y a mí sí. Les dije que no iría a cantar la rama. Culpé la noche anterior, que de repente se puso álgida y fingí un resfriado:
     - ¡Cof! ¡Cof! Mira que feo toso.
      Y lo que supuse sucedió. Sin mí, no quisieron andar en el revoloteo. Yo sabía que mi plan era perfecto. Así que, ni me extrañó que se fueran a sus casas tristes y desconsolados por los centavos que se iban a dejar de ganar. Ni modo. Yo soy el líder. Sé que sin mí, no son capaces de nada. Tienen que tener el incentivo de mi carácter bullanguero y guapachoso de veracruzano que soy. Tengo el alma de pirata, porque puedo robarle una sonrisa al más tozudo con su ceño fruncido, con cualquiera de mi payasadas más estúpidas, hago cosas rumbosas, y se me ocurren buenas gracejadas. Nací, como dijo Agustín Lara, con la luna de plata, que me da la riqueza para regalar la alegría, sin cicaterías del corazón. 
     Mis amigos quedaron formalmente de volver hasta la noche siguiente, es decir, hasta que yo "mejorara".
     La rama siempre se guardaba en mi casa. Sus hojas ya estaban secas y marchitas. Los globos con que la adornamos, y que brillaron por lo requintados que estaban, al quinto día ya estaban débiles y arrugados. Los faroles de papel estaban hechos jirones, porque la segunda noche que salimos nos increpó el norte. Se vino en desbandada el ventarrón, que nos zarandeó de una manera tal, que casi nos hizo barrer las calles con nuestra rama.
     Ya estaba. Había un poco de frío. La onda gélida ya se estaba disipando. Tomé la rama y no la emperifollé. A decir verdad, no quise gastarme los pocos centavos que me había ganado como para comprar globos y faroles. No tenía nada. La cadena, que mi papá exige que deba ser obligatoria se rompió. Mi padre insiste en que la cadena de papel es de lo más significativa por el verso que dice:

LA VIRGEN MARÍA
 SU PELO EXTENDIÓ, 
HIZO UNA CADENA
 QUE AL CIELO LLEGÓ.

     Bonito verso, y muy tradicional, pero yo no estaba para escuchar sermones, ni para respetar tradiciones que me crispaban. Con tanto protocolo lo quitan lo festivo al baile. Esos son, puros estiramientos inflexibles. Yo me fui a la mansión del vasco.

     La calle estaba más oscura y sola que de costumbre. Me desconcerté. Eso sucedía sólo cuando el frío se agudizaba, pero esa noche, aparte de ser temprano, pude salir un suéter sencillo de franela sobre la camisa. Suéter que cuando fue nuevo, era de manga larga. Ahora las mangas rozaban mis codos y me ceñía mucho los hombros. Ni siquiera me lo pude abotonar; pero aun así me sentí cómodo. Preferí este suéter estrecho a los otros que me quedaban bien, pero me picaban la piel por ser un material muy corriente.

     Seguía pensando en mi aventura de llegar a esa enorme casa. Creí que lo difícil sería franquear el portón principal. Era una reja blanca con figuras caprichosas. Casi me fui de bruces porque la empujé con una gran fuerza, y como no estaba atrancada, extrañamente se abrió de par en par. Después, temí que tuvieran un vigilante que me echara a patadas del lugar. Subí trémulo los primeros escalones, silencioso y lento. El lugar parecía estar solo, más no parecía estar abandonado. Me extasié con el aroma de tantas flores juntas. Olía por sobre todo los aromas, muy fuerte un hálito de rosas, pero la combinación de tantos aromas abigarrados en mi nariz me hizo sentir el aroma de una loción que usan los brujos y curanderos para sanar; dicen que está hecha de flores.
     Todo lucía muy oscuro debido a la espesa flora que ensombrecía  los prados verdes, azules y violetas. Sentí un extraño escalofrío cuando pensé que no quizá no tenían un vigilante humano, sino que tenían era un perro guardián.
     ¡Pácatelas! Recordé el chisme que pululaba en el barrio: "En la mansión del vasco tienen por vigías perros feroces de raza doberman que atacan a los extraños que osan meterse a esa casa. Se abalanzan sobre la yugular y no se desprenden de ésta, hasta saber que sus víctimas ya están muertas".
      Me regresé de inmediato con la sensación de que un mostruo de esos ya me estaba pisando los talones. Ante mi terror traté de defenderme aventando ramazos por todos lados y a lo loco, sintiendo que de un momento a otro iba a escupir mi corazón. Cuando llegué a la reja mi pánico estaba desbordado, al descubrir que la reja ahora parecía atrancada, fusionada, imposible de abrirse para que yo pudiera escapar.
      Y me burlé de mi propia estupidez. Ahí estaba el rumbero con alma de pirata y riqueza de plata para repartir con hidalguía su alegría de pacotilla. Me serené. Yo, como un desquiciado aventando ramazos cuando ni siquiera escuché el ladrido de perro alguno. ¡Que pendejo! Lo único que sí quería hacer, era irme. Renunciaba a culminar mi aventura, pero no sabía cómo salir de ahí. Y fue entonces que me di valor diciendo que no tan fácil me asustaban los cuentos de "la llorona", ni el tan afamado cuento del barrio de "la huaca" que decían que a las seis de la tarde la gente cerraba sus puertas porque "la Condesa de Malibrán" desfilaba por las calles echando lumbre por la boca. Tampoco me tragué la historia de la "La mulata de Córoba"; una bruja que dicen que fue tan bruja, y fue prisionera en San Juan de Ulúa por la Insquisición, que con una tiza dibujo un barco en la pared del fuerte, hizo un conjuro, el barco cobró vida y con éste huyó del islote; yo no me habría vuelto loco como el pendejo guardián que dijeron que la vio escaparse con una cauda de luz y ya no pudo más. Acordándome de estas historia sentí como rabia, misma que me empujó a subir de nuevo. Me di valor diciendo para mis adentros, que les diría la verdad. Les explicaría que sólo fui a cantar la rama y como seguramente me echarían, por lo menos, que me dijeran como abrir la jodida reja.
     
      Ya me sentía que me faltaba el aire y había contado treinta y nueve escalones; sólo por seguir investigando cuantos escalones había que subir para llegar a la puerta de esa casota. Y me dije, treinta y nueve y ahí en el treinta y nueve me senté. Me repetía que estaba en treinta y nueve, entre el sofoco y con un extraño temor que me fuera a olvidar que estaba en el treinta y nueve. Sentí demasiado calor pero no pude quitarme el suéter de franela, parecía que algo me lo impedía. Miré hacia arriba y veía que me faltaban aun muchos escalones por subir, y me sentí desguanzado. Mientras tomaba nuevos bríos pensé: ¡Que casa tan fea a final de cuentas! ¡Que soledad tan fría se respira aquí! ¡Qué difícil y cansado resulta llegar a la puerta!

       Una vez que me sentí repuesto decidí seguir subiendo. Cuando llegué a la puerta vacilé un poco antes de iniciar mi canto. Creo que estuve dubi