martes, 25 de agosto de 2015

Cuento de Antología "EN EL CIELO DE LOS ALEBRIJES"

EN EL CIELO DE LOS ALEBRIJES






     Toñito era un niño extremadamente inquieto. Le era muy complicado concentrarse en algo y mantenerse entretenido, por ello, infinidad de veces hacía berrinches y pataletas que tenían a sus padres tan abrumados que definitivamente, tomaron la decisión de darle a beber una infusión que les dictó la desesperación –a fin de que se calmara–hecha de hierbas de pasiflora, sauce blanco, flores de anís, y para que al niño se le hiciera agradable a la vista dicha pócima, usaron un líquido extraño que nunca supieron de dónde provenía, pero no se preocuparon porque leyeron sobre la botellita, una etiqueta borrosa que decía: endulzante vegetal.
     Este bebedizo sí surtió efecto y Toñito se sumió en un sueño profundo y reconfortante. Sus padres nunca se enteraron que el endulzante vegetal tenía poderes asombrosamente mágicos, y por fue esto que Toñito soñó con muchos alebrijes, y no sólo esto, al despertar, pudo traerse uno consigo y sólo este alebrije robado de su sueño;  lo mantenía calmo porque le contaba las historias más inverosímiles que el niño hubiese escuchado.
      El alebrije se sentía muy cansado porque ya llevaba quince días con sus noches sin poder descansar. Toñito era muy demandante. Le exigía al alebrije que le contara cada vez más historias, y el alebrije cuenta que cuenta sin parar. Para Toñito no era ningún problema debido a que, mientras estaba despierto tenía al alebrije, y cuando dormía lo llevaba a su sueño, y terminando el sueño, lo sacaba de este, y total, que mientras Toñito parecía un niño más sosegado; que no hacía rabietas porque estaba arrobado con su nueva distracción, el pobre alebrije estaba a punto de sucumbir.
     Llegado un momento, el alebrije le pidió a Toñito que era su turno de contarle algo; pero Toñito no encontró alguna historia que le pareciera interesante como para asombrar al alebrije que,  tenía sus encantos en aquellas alas de mariposa monarca; con la cabeza de un pez azul. El cuerpo era una esfera que no se parecía a un ningún animal, pero las patas parecían de pato; y tenía astas de venado. La cola; parecía ser de un pavorreal, pero no exactamente.
     — No tengo nada que contarte. Mis historias son aburridas;  sólo tengo que ir a la escuela, hacer tarea, y creo que lo más maravilloso que tengo eres tú; y tú tienes las historias más bonitas que he conocido en mi vida. — Dijo Toñito.
     El alebrije tuvo la magnífica idea de pedirle a Toñito; que al menos le dijera, cómo es que lo conoció. Cómo pudo franquear el muro de ilusiones para llegar a él, y tener el poder de tenerlo como mascota. Toñito no tenía respuesta. A lo sumo, recordó que había sido la noche de una tarde en la que él se tiró de los cabellos y con chillidos  estridentes;  les dijo a sus padres que se sentía muy aburrido, y que le llegaron apenas residuos de las lamentaciones de sus padres; que le darían a beber, quizá un té de hierbas. Desconocía cuáles habían sido esas hierbas, pero a partir de eso, su vida había cambiado.
     Parecía entonces que, era un té la solución para que el alebrije pudiera descansar, tal y como le resultó a Toñito, por lo que le pidió al niño que le dijera a sus papás; que le dieran un poco más de aquel té con acciones milagrosas. Así lo hizo Toñito.  Sus padres, temerosos de que el niño volviera a sus pueriles e insufribles rabietas, le prepararon el té, omitiendo el endulzante vegetal porque lo arrumbaron a lo más profundo y oscuro olvido de los gabinetes de la alacena.    
     El té, sin ese ingrediente mágico, no surtió ningún efecto en el alebrije. Todo lo contrario. El efecto fue soporífero; pero no pudo conciliar el sueño. Los alebrijes no pueden dormir en el mundo de los humanos, y tampoco, si están atrapados por uno. El pobre alebrije sólo consiguió ser presa de un cansancio insondable, y seguía sin parar, contando historias a Toñito, dentro de su sueño y fuera de éste. Creía que no iba a poder más, pero parecía que esa era la consigna; si no conseguía el brebaje exacto que había tomado Toñito.
     Una tarde en que Toñito estaba resolviendo una tarea de matemáticas, el alebrije aprovechó para volar torpemente con sus alas de mariposa monarca, y logró treparse a la alacena. Llegó muy cansado, porque sus fuerzas estaban mermadas por la vigilia desastrosa en que estaba atrapado. Además, sus astas de venado chocaron varias veces con las puertas de los gabinetes, pero finalmente;  atoró un asta en la manija y pudo abrir la puerta de uno, y revolvió dentro de éste y se ahogaba con accesos apremiantes de tos, porque sumió su boca de pez en un bote de harina. Nada. Anduvo revoloteando;  dejando sus empolvadas huellas de pato por las bolsas de sopa de pasta, la tapa del consomé de pollo;  el cual, ni intentó abrir porque su color amarillento no le parecía que tuviese poder alguno para llevarlo de regreso a su mundo onírico. Se hacía daño cuando derribó el bote de los granos de frijol y de arroz. Eran para él, piezas muy duras y no creyó que pudiera tragarlas con su anatomía de anfibio.
      Quería abandonar a Toñito; quien jamás se sentía satisfecho, ávido siempre de escuchar historias de un alebrije prisionero; que tuvo la mala fortuna de cruzarse en su camino.
     Una botellita con un líquido oscuro llamó su atención. La etiqueta borrosa que no sabía que significaba eso de, endulzante vegetal no le importó mucho; le importó más el contenido y se le hacía agradable lo con sus branquias percibía a través del tapón de corcho. No le era posible abrirlo. Así que con sus patas de pato  lo empujó y la botella se hizo trizas al caer. El líquido aceitoso se desparramó por el suelo. Toñito se incorporó de su posición encorvada sobresaltado, y fue corriendo a la cocina para saber de qué se trataba.
     Vio el estropicio en el lugar y no entendía lo que pasaba hasta que escuchó al alebrije;  que le imploraba lo sacara del gabinete, y le diera a probar aquel aceite oscuro que estaba regado en el piso. Toñito hizo acopio de todas sus ideas y se le ocurrió; que con un trozo de cartón levantaría el aceite, lo disolvería en agua y ni el alebrije ni él;  pudieron creer lo que veían.
     El agua dentro del vaso;  al principio transparente y limpia, empezó a tener una reacción extraña. Empezó a girar como si tuviese un vórtice y cuando volvió a la calma, el agua tenía muchos colores, miles, millones, eran todos los colores del Universo en un simple vasito con agua. El alebrije tomó esa agua y Toñito se tomó el resto.
     Al mismo tiempo ambos se perdieron en un sueño denso y hermoso. Sin saberlo;  el alebrije había encontrado la fórmula para volver a su mundo, pero Toñito estaba también ahí. El alebrije sintió el aroma de la libertad, y lo primero que hizo fue irse a descansar. No se preocupó por Toñito, ya que, ahí habitaban miles de millones de alebrijes que entretendrían, por siempre jamás a Toñito, contándoles todas las historias que él quisiera.
     Sucedieron muchos años, demasiados. Toñito consideró que era tiempo de regresar. Extrañaba a sus padres. Se sintió de pronto desolado en un paraíso al que él no pertenecía, y buscó al más viejo de los alebrijes, para que con su sabiduría, lo pudiera regresar a su mundo. El alebrije brujo le hizo una pócima con pedacitos de sueños de niños recién nacidos, juntó cantos de pájaros silvestres de selvas ignotas,  y  le puso esencia de llantos de felicidad. Esto último, era muy difícil de recolectar y lo usaba;  sólo en casos muy necesarios. Tan necesario como el hecho de que Toñito volviera a casa. El vehículo para tomar todo esto era el agua. No había agua en el mundo de los alebrijes, así que usaron el soplo de los que estaba ahí. Toñito aspiró fuerte y se vio de pronto sentado en un mecedor. Tenía barbas blancas y largas que llegaban hasta su pecho.
     En el mundo de los alebrijes Toñito fue siempre niño, pero al llegar al mundo de los humanos fue viejo, demasiado. Tenía cien años. Pero se sentía muy fuerte, tanto como cuando se había marchado de ahí. Sufrió mucho al saber que sus padres ya habían abandonado el mundo; y jamás dejaron de llorar su ausencia, porque lo buscaron por todas partes y nunca volvieron a saber de él.
     Y se le ocurrió que con tantas bellas historias, él podría hacer algo provechoso, ahora que estaba de regreso.
     El cáncer, se enteró, era una de las enfermedades que más estaban azotando a la humanidad. Se percató que eran las personas menos felices quienes lo padecían, y era más la tristeza, el rencor, y la ira, lo que terminaba con sus vidas. Ahora era él –el viejo Toñito– que andaba deambulando por todos los hospitales, contando historias que hiciera más felices a las personas.
     No se enteró,  que por cada personaba que sanara de aquella enfermedad;  el viejo Toñito iba acumulando puntos para irse a vivir a un sitio muy especial. Y es que las personas durmiendo con un dejo de felicidad; soñaban con un alebrije dentro de su mundo. El secreto – les decía el viejo Toñito– era que aunque podían, no debían traerse un alebrije aquí, era mejor, reproducirlo y moldearlo con papel y pintura. Los alebrijes verdaderos; no les es buena la vida en el mundo. Y muchas personas sanaron de sus malestares e hicieron alebrijes a la vez de una publicidad tremenda al viejo Toñito que apenas le alcanzaba el día para ir de lugar en lugar, a sanar gente contando historias.
     Alguna noche llegó el viejo Toñito  muy cansado y se fue de bruces sobre su catre. Ni se enteró cómo se quedó dormido. Y volvió a soñar con los alebrijes, y vio a su viejo amigo;  al que trajera a este mundo y le pidió perdón por haberlo tenido cautivo. Buscó al alebrije brujo para agradecerle lo que había hecho por él, y fue entonces que este sabio alebrije le dio las albricias: Toñito se había ganado ir a vivir para siempre al arcoíris infinito. Le puso en la punta de la lengua un polvito de tres colores que nunca había visto, y con esto voló, voló y voló.

     Ir al lugar del arcoíris infinito es un  premio un tanto difícil de conseguir; pero es el mejor lugar del Universo. Desde ahí, Toñito pudo avistar a sus padres y los vio muy tranquilos en su paraíso. Ahí no era el viejo Toñito, ni era niño. Era un ser etéreo y verdaderamente feliz,  porque ahora estaba en el cielo de los alebrijes.