martes, 23 de octubre de 2018

CONVIVENCIAS CON UNA VEGANA

CONVIVENCIAS CON UNA VEGANA






Cuando amas más a los animales que a los humanos, la empatía que sientes es un tanto ilógica.


      Lo último que quiero es cuestionar sobre el veganismo y todo lo que ello conlleva. Hace mucho tiempo, aprendí a respetar a todo tipo de personas, con gustos diferentes a los míos, preferencias de todo tipo, incluso, aprendí a tolerar -con reticencia de mi parte- a un asesino convicto y confeso; que ya gozaba de libertad, y aún así, le costaba mucho controlar su carácter violento. Alguna vez quise -pero no pude- conversar con otro ex presidiario, quien purgara una condena por pederastia contra su hijastra.  Me increpó una náusea y ese fue el pretexto para abandonar la plática -que no era referente a su delito- y no volví a estar cerca de esa persona que, afortunadamente, al poco tiempo dejó de ir a ese lugar, que era una especie de club, o no sé como llamarlo. La gente se reunía, platicaba sus cosas, y hubo alguno, como los que antes mencioné, que confesaba sus cosas más íntimas. En fin que, yo, practicaba mi tolerancia.

          Sucedieron muchos años de aquel, especie de club, cuando yo sentí el ferviente deseo de viajar a Estados Unidos de Norteamérica, y quedarme un año, para practicar mi inglés. La bienvenida fue de antología con  unas primas que apenas recordaba, pero que ellas, a mi madre le siguen diciendo tía, no obstante que el lazo sanguíneo lo llevan por parte de mi padre. Por supuesto que había ido a Estados Unidos, viajes máximo de cinco días, y la mayor parte veces era a Miami; ahí no se necesita el inglés. Un par de veces fui a San Francisco, a Oakland, precisamente, y tampoco hablaba inglés porque llegaba con mi hermana. Esta vez estuve en Kansas. Me reservo mis impresiones; pero tras estar una semana en Chicago, por tierra llegué a Kansas.

                Tras dormir casi seis horas, rendida por la travesía en el incómodo autobús, o autobuses, ya que, había que cambiarse de uno a otro, desperté de buen humor y me preguntaba dónde sería mi recámara, ya que, mi prima me informó que en la casa tenía inquilinos. Pero no quise arruinarlo todo preguntando antes, y me compenetré en mi arreglo personal porque mi prima Juanita -otra prima- viviendo en la casa contigua de donde llegué, tenía lista una fogata en la yarda, cena para muchas personas, invitadas nativas de Veracruz, y quería presentarme esa noche a todos mis sobrinos.

                   Todo resultó maravilloso . Mis sobrinos, los que nacieron en Estados Unidos hablaban español, con un acento extraño y con muchas dudas sobre mi persona. Sobre todo un varón, de nombre Nigel, a quien le decían Nayo (la pronunciación de mis primas en inglés también era rara) me preguntaba qué se sentía aparecer en una pantalla de televisión. Preguntaba ésto, porque decía que, su vida sería siempre en las pantallas de televisión. Sería comediante y creo que sí lo será. Su comicidad es muy natural.

                     La fiesta no terminó en la casa de mi prima Juanita, la fiesta terminó en un bar muy cerca del vecindario, y mis primas y las invitadas se regresaron a casa a tomar café muy cargado, para que no se les notara la borrachera y  no fueran infraccionadas, incluso, encarceladas por la policía de Kansas; estado con leyes muy estrictas en cuanto a manejar en estado de ebriedad. 

                        Yo, ya me preparaba para dormir usando una pijama que mi prima Lilia, con quien me quedaría a vivir, me regaló y fue ahí donde me enteré que no sólo compartiría la recámara con ella, también la cama. Y ni modo. Bastante hizo con recibirme y brindarme su apoyo incondicional.

                        Al día siguiente mi prima Lilia regresó temprano de su trabajo con una cajita de comida china; me hizo saber que nunca tenía la alacena llena porque ella ahí, no cocinaba. Le dije entonces que, en cuanto yo trabajara, sí usaría la cocina y demás lugares de la casa, como la sala y el comedor; y ella estuvo de acuerdo, no sólo eso, me prestó dinero y me llevó a un  mercado para comprar lo necesario; se compró incluso una licuadora; la que tenía no servía porque nadie la usaba. Los inquilinos y ella, todos, comían fuera. Desde que empecé a cocinar, todos, incluso ella, degustaban mis guisos. Mi prima no, pero los inquilinos empezaron a pagarme por ésto. Me afanaba con unos exquisitos desayunos al estilo mexicano, huevos ahogados en salsa picante, chilaquiles, etc.

                     Me llevé una no muy grata sorpresa cuando me enteré que no conocí a todos mis sobrinos en aquella fiesta de bienvenida. Se apareció repentinamente una joven, de cabello negro como azabache, no, no como azabache, como ala de cuervo, una mirada hostil y unos jeans desgarrados. 

                    - ¿Quién coños eres tú?- Me dijo empujándome para meterse a la casa. -Lety- le dije - Soy prima de Lilia y Juanita. Me sentía por demás intimidada. Ella caminaba y husmeaba por los rincones, como un perro que olfatea su dominio para descubrir a quien haya osado violar su territorio. Agarraba mis bolsas, mi ropa, las arrojaba lejos, se metió a la cocina, levantó las tapas de las cacerolas, hacía mohínes de asco por todo lo que le parecía extraño. Yo la seguía con cautela, y le pregunté quien era. -Soy hija de María- me dijo sin mirarme. Yo no sabía quién era María. Estaba la joven gritándome cuando tronó la chapa de la puerta y entraba mi prima Lilia y llenó de regaños a la niña. Entre sus gritos, sí, me quedó claro que la niña tenía estrictamente prohibido pisar la casa de mi prima. Tenía una orden de restricción policíaca y no la conocí la noche de la fiesta, porque ella llevaba dos días presa, y quedó libre otro par de días después. Se enteró de mi llegada y fue exprofeso a hacerme un escándalo o lo que se pudiera para me fuera de ahí. Era Karla, la hija menor de mi prima Lilia. Nacida en México, en Veracruz; y llevada a Estados Unidos con apenas tres años de edad.

                          Y bien, mi prima Lilia, también tenía el nombre de María, y nadie le decía María, excepto su hija, cuando quería hacerla rabiar.

                         Karla, era adicta a los problemas, a la canabbis, y al "auto-cut". Desde que estaba en México conocía ese tipo de trastorno. Se auto inflingía heridas en las piernas y en los brazos. También tenía algunas marcas en el vientre. Se aparecía ahí repentinamente y un día, de mucho frío por cierto, llegó de pantalón corto y pude ver los estragos de las lesiones en sus piernas. Era impactante. Yo le temía y tenía ya, el pretexto perfecto para poder rentar una habitación lejos, y ya no depender para nada de mis primas. Eran muy buenas personas, sí, pero, no quería compartir la cama con Lilia, no quería estar en mi rincón, tejiendo los regalos de la inminente Navidad que yo esperaba con ansias - y la caída de la nieve que no llegaba- y ser abordada por una niña que enrolaba los ojos como una desquiciada cada que no le parecía alguna de mis respuestas a sus preguntas pueriles, es decir, a Karla.

                      Su español era perfecto. Su inglés, parecía que también. No iba a la escuela porque aparentemente, tenía una enfermedad que no le permitía ir a una escuela regular. En fin que, muy poco me interesó su diagnóstico mental. Lo único que deseaba, era ya, encontrar un lugar a donde irme. Ya tenía para aquel entonces dos trabajos, y una buena cantidad de dinero reunido.

                        Una mañana que tuve el día libre en mi trabajo, otra sobrina me pidió que si me hacía cargo de su bebé, una hermosa niña de apenas cuatro meses de nacida. Acepté encantada y, lo que no me esperé era que Karla también quisiera estar ahí. Dijo sin disimular el sarcasmo, que era porque la niña "corría peligro" con una india mexicana a su cargo. 

                  Ya había pasado algún tiempo en que -cuando esa niña estaba de buenas- Me platicaba de sus cosas, de su novio nacido en Pakistán, sus experiencias en sus infinitos hogares temporales, su adicción a la marihuana, lo mucho que le molestaba la presencia de Lilia, sin explicación alguna, la odiaba y no sabía por qué,  su vago recuerdo al ingresar a aquel país, montada en los hombros de un hombre. Me dijo que era vegana. Ignoraba yo qué era eso, y me explicó que no era propiamente ser vegetariana, sino que, ella, sentía tanta, pero una infinita compasión por los animales que, eso, la hizo convertirse al veganismo. Mi primia Lilia se mortificaba sobremanera por las cosas que debería comer Karla, aunque Lilia no tenía por qué atender esos menesteres de la joven. La niña vivía en un hogar temporal, auspiciada por el gobierno. Pero Karla que le encantaba destruir todo, romper reglas y órdenes, le exigía a su madre algunas cosas. Lilia, no siempre era determinante y denunciaba a la joven; pero otras veces sí.

                            Aquella aciaga mañana todo iba tranquilo. Dejé a un lado las bufandas que regalaría a mis sobrinos para Navidad, y Karla empezó a destejer, a jalar, a romper unas diademas que yo había hecho, justo para ella. No lo sabía. Se lo dije y se quedó quieta. Después, bañó al perro. "Pedrito" no me molestaba, aunque las mascotas no me vienen bien. Pero "Pedrito" era un perro muy bien educado y se encariñó rápidamente conmigo y yo con él. Dormía en mi regazo, cuando me dispuse dormir en un cómodo sofá de la sala. Mi prima Lilia se ponía celosa, pero ni modo, "Pedrito" tomaba la decisión. Esa mañana escuché los gritos de Karla, mientras bañaba y maltrataba a "Pedrito".

                             La bebé se quedó dormida cuando la envolví en una colcha suave y le dejé ceñidos los brazos. Tenía sabido que la niña no dormía varias horas seguidas y yo llegué a percibir que lloraba y movía los brazos desaforadamente. Y aquella vez, durmió y durmió. No la despertó nada. No se enteró de nada.

                                     Tenía cociendo un par de pechugas de pollo y ya tenía lista la salsa y el queso. Me imaginaba que comería unas enchiladas deliciosas que compartiría con los inquilinos de Lilia. Karla se asomó a la cocina y levantó la tapa de la cacerola y escuché un estropicio de trastes rotos. Cuando fui a ver me quedé atónita ¡La niña se abalanzó sobre mí con un filoso cuchillo en sus manos! - ¿Sabes lo que sufrieron esos pollos?- Me decía con la mirada torva de ira -¡Contéstame perra! ¿Tienes una puta idea de lo que sufrieron esos pollos para que tu tragues desgraciada? - Yo no sabía qué decir, justo estaba al teléfono con un amigo cantante, viviendo en Nueva York. Él me dijo que marcara al 911 de inmediato. No me atreví.

                                   Ya recogía yo los vidrios rotos de cuanto traste había destrozado Karla. También limpiaba el piso de la cocina por donde regó el caldo y la salsa. Apenas y me comí un trozo de queso, porque a pesar de todo, sentía hambre. A través del vidrio de la ventana de la cocina, veía los farolazos de luces rojas y azules de las sirenas de los carros de la policía. Estaba un carro de bomberos, la cruz roja y varias patrullas policíacas. Mi prima me dijo que allá, así era. Tenían que llegar todos esos servicios y además, si se requería el servicio de la cruz roja, se tendría que pagar.

                                              Los vecinos llamaron al 911. Cuando escucharon mis gritos de auxilio. Karla tomó de rehén a la bebé que dormía y dormía, y siguió durmiendo. Me dijo que le enterraría el cuchillo sin piedad si no me deshacía de las pechugas de aquellos pobre pollos que habían muerto por mi culpa. - ¡La compasión, estúpida, haz un llamado a la compasión!- Ella me dijo que me odiaba porque sabía, así lo dijo, que había ido ahí para robar el cariño de su madre, de Lilia, pero que me lo había perdonado porque creyó que yo era vegana.

                                             El argumento, o confusión de Karla se debió a unos cosméticos, brochas y otros chécheres, que yo encontré baratos. Las brochas para los cosméticos costaban un dólar. Un sólo dólar. Nunca leí que decía: "vegan". Ella, sin que yo me diera cuenta, había esculcado mis cosas, y sólo reparó en eso. No soy vegana, y siento compasión por los animales, pero mucha más compasión por cualquier ser humano. Ahí llevaban a Karla, al principio esposada, pero como se puso violenta, de plano la amarraron. No era una camisa de fuerza, no sé qué era. La vi como envuelta en algo plástico, como si llevara puestas varias ruedas de las que usa la gente que no sabe nadar. Entonces me reí  de ella, y le dije - Te pareces al muñeco de la llantas "Michelín"- Obviamente no me entendió. Ella no conocía esa marca allá. Su mirada me dijo muchas cosas y por ello, al poco tiempo tomé mi distancia, mi cuarto y mi nuevo domicilio, ignorando las súplicas y llanto de mis adorables primas. Con la boca dijo que se suicidaría; se aceleraría y se daría tremendos golpes en la cabeza y quizá, por ello le pusieron esa especie de burbuja. Se le veía claramente que moría de calor. 

                                        Hoy hago esto relato porque ella me lo pidió. Hace años que estoy de regreso en mi país. Me enteré que se convirtió al Islam. También sé que Karla es una extraordinaria dibujante, y me apena mucho, no tener el denuedo de pedirle que se auto dibuje, cuando me atacó con el cuchillo, y poner esa gráfica en este relato, una imagen, de una mujer, que es adicta a los problemas, a la canabis, al auto-cut y que tiene: una infinita compasión por los animales. 

FIN.