sábado, 17 de junio de 2017

EL GEN DEL ESTUPRO


EL GEN DEL ESTUPRO
Al centro Liboria Molina (bisabuela) A la izquierda Mamá Nena (Abuela) El hombre que sonríe de sombrero es Bardomiano "EL GUAPO" ( mi abuelo)




      ¿ Que suerte he tenido de nacer ? Entonces es cuestión de suerte. Por hoy estoy aquí, haciendo mucho de todo y todo mal ¿ o bien ? No lo sé. Soy mala como jueza. Pero haciendo mucho de todo; y desde las cosas más nimias, y otras un tanto más rebuscadas, como escribir esto, por ejemplo. Sí. Me increpó el pensamiento mientras sacudía el biombo de la chimenea eléctrica y algunas piezas de porcelana. La historia la recordé hace dos semanas, contándola a un cubano talentoso y "suertudo" ya que estamos mencionando a la suerte, y hoy, he decidido que donde estoy yo, está la suerte, la buena, por supuesto. De esas veces que te sientes feliz, y no sabes por qué. Y es tanta la felicidad que me ha empalagado y ahora mi alma me pide un poco amargue el dulce de una tarde sin sobresaltos, con muchos elogios; y acostumbrada más a las malas que a las buenas, quise plasmar esto y no tal y como sucedió, pero sí la parte medular de esto: Porqué estoy aquí. Para qué no sé, o mejor decir, cómo fue que llegué hasta aquí.

      Se llamaba Cruz Domínguez. Quién sabe dónde nació y ni quienes eran sus padres. Yo no lo supe. Sólo supe que era un hombre adinerado, nadie me dijo si era buen mozo, o si tenía cualidades para algo en particular. De seguro sí montaba a caballo, pero no sé si fue buen jinete, buen administrador de su dinero, lo que sí se, es que fue una buen hijo de la chingada, un culero, un violador, un desgraciado, un ser deleznable, pero gracias a él, yo estoy aquí. Irónico ¿ no ?
          Liboria Molina, tendría apenas pasados los diez años de edad. Vivía en una choza con tejado de hojas  de palmera. Su piso era de tierra y lo mantenía impecable, golpeando dicha tierra y manteniéndola un poco húmeda. También estaban limpios y en orden sus trastos de cocina. Su ropa en un baúl con hojas de albahaca para que no se le penetrara el olor de la humedad y si las cosas andaban bien, hasta bolitas de naftalina para preservar las prendas y no fueran tragadas por la polilla. El fogón, el fogón que usaba todo el tiempo, también estaba pulcro. Recién emparejado el barro y bien talladas las piedras del tizne. Quién sabe para qué afanarse tanto en ello, ya que, a los cinco minutos de limpio, había que poner leña de nuevo y vuelta a empezar. Pero así era la rutina de una niña como Liboria; quien apenas suspiraba recordando cuando a su madre Antonia Torres le platicaba cómo fue  escondida en cuevas, junto con otras jóvenes retrecheras para no ser raptadas por los revolucionarios que cruzaban por aquellos lares. Revolucionarios o quizá no. Fueron tiempos de mucha confusión. En aquellas turbas, quizá usaron eso como pretexto para ejercer como cuatreros y asaltar a quien encontraban a su paso, o a quien se dejara. Liboria hablaba poco de aquellas pláticas de su madre o bien, no tenían para ella tanta importancia, y lo más seguro, es que apenas le quedaba tiempo para pensar con aquellas tareas bárbaras del día a día, y sólo era para vivir, para poder seguir existiendo como ella existió, hasta pasados los cien años. Absolutamente analfabeta.
      Una tarde aparentemente tranquila su madre Antonia fue a lavar al río. Todas las mujeres tenían que hacer eso. En ese poblado nadie contaba con agua potable en su casa. En una hacienda cercana al pueblo sí, ahí tenían sus propias piletas de agua que eran llenadas, precisamente desde el río de ese pueblo de enormes paredes. Enormes paredes que eran cuatro gigantes barrancos y justo al fondo de estos, yacía el pueblo, o bien, intentaba yacer, o bien, ahí estaba y ya. En aquella hacienda vivía don Cruz Domínguez. No se sabe a qué bajó a aquel pueblo de indios pobres. Quizá tenía peones viviendo ahí, o no se sabe. Quizá ya tenía la negra intención tatuada en el alma. Llegó al jacal de Liboria y sin más le pidió un jarrito lleno de agua. La niña se lo dio. En aquellos pueblos y por esos tiempos, era considerado una falta grave, una enorme e imperdonable ofensa a Dios si se le negaba un vaso de agua a alguien, así fuera una forastero. Liboria vio como el hombre tomó el agua y se metió al jacal sin permiso. Ella no dijo jamás si tuvo miedo o no. Sólo llegó a contarnos que el señor le dijo ¿ Tú no sabes quien soy yo? Y ella sólo atinó a decir: No.

      El nombre del padre de Liboria no lo conozco y quizá debiera, pero no es que no lo recuerde, es que no lo conozco. Ese señor, fue la burla de todo el pueblo cuando en la cantina los hombres se mofaron de él diciendo que si pondría una lechería en su casa. Él hombre no entendía nada. Los hombres borrachos se referían sin piedad a que tanto Antonia Torres como Liboria estaban embarazadas. La hija y la esposa. El padre de Liboria no lo sabía, la madre de Liboria no lo sabía, ni la misma Liboria. El pueblo entero sí.
       ¿ Cómo iba a saber Liboria lo que era un embarazo si no tenía la más puta idea de lo que era la menstruación ?
         Por aquellos tiempos y en aquellos lares no se usaba que las niñas supieran de eso hasta que llegara esa tormenta roja y esa angustia y ese miedo, y la castrante idea de que iban a morir desangradas, y después de una madriza que recibían tanto de su madre y también de su padre y si tenía hermanos varones también, tenía la mujer que tolerar las burlas de que no morirían desangradas. Que eso, era algo asquerosamente normal y que le sucedería mes a mes y ya. Lo del embarazo sería otro sobresalto y otra angustiosa verdad que sabrá Dios cómo les era revelado. Mi madre me ha contado que del embarazo de su primer hijo, es decir, mi hermano mayor, no sabía como él nacería. Sabía como fue concebido, pero no tenía idea cómo le haría para nacer. Había mujeres que le decían que el niño nacería por donde entró, pero a mi madre le parecía algo demencial, cruel, doloroso, no, no podía ser cierto. ¡Pobre madre! Era y es cierto. Muy violentamente cierto. Y así mientras tanto, Liboria, que ignoraba mucho de lo terrible que era ser mujer, tampoco sabía que aquella siniestra tarde en que el hombre se abalanzó sobre ella y le desgarró la virtud con un zarpazo de su viril ¿ hombría ? bueno, lo que sea, le había dejado para siempre la simiente de mi abuela. Es decir, el primer óvulo que tuvo a bien caminar por la trompa de falopio de mi bisabuela Liboria, fue fecundado por el espermatozoide del lúbrico ser que se acercó a su jacal a pedirle un jarrito con agua para saciar su sed y de paso saciar su instinto de bestia y animal salvaje. 
      Es la fecha en que si mi bisabuela Liboria viviera, aun así no entendería eso de los óvulos y espermatozoides y semen ni nada. Al semen le decían "mocos". Y una mujer que estaba preñada sin estar casada, era señalada como una casquivana, una desvergonzada y una puta. Así le reclamó mi tatarabuelo y de peor tamaño fue la golpiza y los escupitajos a su existencia. Y fue lanzada a la calle.
      Poco o nada sé, de cómo sobrevivió mi bisabuela a aquella aciaga temporada de gestación. Entre tanta ignorancia y gente salvaje, también había gente buena. Quizá alguien se compadeció de ella y total, que nació mi abuela. María Magdalena fue su nombre. Acaso muchos creerán que le bautizaron con el nombre de una "pecadora". La puta más famosa de la historia yo creo. Pero no, es que en el santoral apareció ese nombre. Si hubiese nacido un veinte de noviembre, le habrían puesto "anivdelarev"; "Aniversario de la Revolución". Por aquellos tiempos y en aquellos lares seguían a pie juntillas esa costumbre de respetar los nombres que venían en el santoral o el calendario. Mi madre es el día, la  hora y la fecha que se duele de su nombre. Se llama Pompilia. Así lo leyeron en el calendario. No por nada, la fatídica tarde en que falleció su madrina de bautizo, ésta recibió no lágrimas de sufrimiento por su partida de este mundo, si no  sendas mentadas de madre y actos peores de irreverencia; sin importarle a mi madre las miradas de reproche de familiares y vecinos. A lo que mi madre decía: ¡ Es que por qué me puso Pompilia la muy hija de la chingada ! ¡ Pobre madre ! Es la hora, el día y la fecha que hasta a mí me da vergüenza decir que mi madre tiene ese nombre, pero nada podemos hacer al respecto. Y vaya que ha sido fuerte, no por nada, cada que yo le preguntaba a mi madre, por qué mi abuelo era calvo, ella respondía con un dejo de ironía: "Es que se le acabó el cabello de tanto pensar qué puto nombre me pondría, por eso quedó pelón" Mi abuelo, ya por esos tiempos lo tomaba con mucho sentido del humor, ya por aquellos tiempos, a la sazón de conocer mucho de la vida, los hombres se vuelven sabios y felices. Mi abuelo era sabio y era feliz. Aun lo amo. Existe en una lucecita que tengo en un rincón especial de mi alma, siempre encendida, ahí habita, ya no tan humano, más bueno que los humanos pero no más bueno que Dios. 


      Y luego, con total y absoluta impunidad la vida de don Cruz Domínguez siguió tan imperturbable ya que, si su mujer se enteró que procreó una hija por aquel moridero de pobres del rancho abajo de la hacienda, se tuvo que atragantar la ira o quizá se alegró. Eso tampoco lo sé. Sólo sé, que a partir de esa sangre de ricos hacendados de piel blanca y ojos azules como cuentas de vidrio, de ahí vengo yo. Son tan tacaños que ni eso le dio por heredad a mi abuela, Mi abuela nació prieta y con "ojos de ratón". Muy parecida mi Mamita Libo. Desde que tengo recuerdos, recuerdo haberle dicho así a Liboria, Mamita, y todos en el pueblo así la nombraban por las fechas en que yo tendría quizá 7 u 8 años de edad. A mi abuela María Magdalena le llamaban Tía Madalena. Y finalmente, todos le decían Mamá Nena. Sólo nosotros sus nietos y hasta mi madre le llegamos a decir "La Tulipana", sobrenombre que le puso mi abuelo, una tarde en que fue con mis primas a una ciudad cerca del puerto. Las primas quisieron aprovechar que una escuela de "Cultoras de Belleza" harían, para practicar, cortes de cabello y tintura gratis. A mi abuela no sólo tuvieron la osadía de cortarle su enorme trenza de cabellos delgados y canosos, y dejarle el cabello tan corto que apenas le rozaba el mentón  ( he interrumpido el escrito porque la risa no me permite continuar ) sino que le aplicaron un tinte rojo, como escarlata. Me cuentan que mi abuelo divisó desde su hamaca, la turba de mujeres riendo - mis primas, mi tía y mi abuela - por los cabellos cortos y rojos de mi abuela. Y cuando al fin llegaron él sólo atinó a decirle: "Ahora eres la tulipana". Es la hora y el día que recuerdo ese "look" de mi abuela con mucha hilaridad. "La Tulipana" que no se enojó ni en aquel momento, ni las veces que le recordábamos el episodio y le decíamos "Tulipana". Se reía como si nada y mostraba su boca sin dientes. Repito que a la sazón de haber vivido tanto, hay gente que se vuelve sabia y feliz. También mi abuela vive como una estrellita que he colocado en una esquinita, donde palpita un ventrículo de mi corazón, para cuando bajo mi rostro para llorar, me recuerde, que a la sazón de haber vivido tanto, no hay más que ser sabio, y si no logro ser sabia, por lo menos, ser feliz. Mi abuela Mamá Nena, murió sin saber leer y escribir, pero sabia y feliz. Ya el tiempo, como siempre, se encargó de que sus finos y canosos cabellos crecieran y se fuera quedando en el olvido aquel episodio del tinte rojo escarlata, pero a mí, ni a mi madre y estoy segura que a mi hermanas y mi hermano menor que aun vive, no lo han olvidado. 
      Fue tal la nobleza de Mamá Nena, heredada estoy segura, solamente de mi bisabuela, es decir de Mamita, que se atrevía a pararse frente al fino caballo pura sangre de don Cruz, y hacerle una reverencia. Se dirigía a él con mucho respeto - no obstante que conocía cómo había sido concebida - y le decía: ¿ No me da usted la mano padre ? A lo que él le respondía: ¡ Dios te bendiga ! Y seguía muy orondo su camino en su caballo que vivía mucho mejor alimentado que mi Mama Nena y recibía mejores tratos, y tenía los mejores médicos y cuidados y lo mejor de muchas cosas. 
        Eso de "¿ no me da usted la mano ?" Mi madre me explicó que se trataba de una especie de ayuda. Los mexicanos solemos decir "echame la mano" como diciendo "ayúdame". Así que esa era la petición, "ayúdame padre, a que Dios me bendiga, ayúdame tú que eres más bueno que yo, ayúdame tú pidiendo al creador por mí que soy pobre, que soy cola, que soy nada"
       ¡Que chingue a toda su puta madre y cada vez que le palpite el corazón! Renegó mi madre la vez que le comenté al respecto. Yo era una niña demasiado niña para entender de mucho. ¿ Quién era ese hombre ? Ni siquiera lo recuerdo físicamente, recuerdo más al caballo, es verdad, lucía mejor el caballo. ¿ El ? Nada. El pelo del caballo era reluciente y el de mi abuela era opaco y escaso. El cabello del viejo ese no lo vi, llevaba un sombrero, probablemente muy fino y caro. También recuerdo la silla del caballo, era de piel, recuerdo las espuelas de oro de ese señor, y ya. Tengo como una nota musical ondulante el recuerdo de la cola del caballo y la espalda del ominoso ser que violó a Mamita, que tras bendecir a mi abuela con indiferencia, siguió su camino. Mi madre, con ese carácter tan amargo no lo perdonó jamás, a pesar de que, en efecto, si ese señor no hubiese violentado a Mamita, no habría nacido Mamá Nena y mi madre tampoco y por consiguiente, yo. ¡Vaya cosas!
        No olvido la retreta de maldiciones que le lanzó mi madre a su abuelo, sí, ese hombre era su abuelo y nada ni nada podía cambiar el hecho. Lo maldijo desde el estupro hasta la vez que le conté que mi abuela lo reverenció y ahí me enteré que mi abuela lo reverenciaba cada vez que fortuitamente lo encontraba en su camino. No lo buscaba. Jamás le pidió dinero, ni de él nació dárselo. Ignoro si le dio el apellido. Por aquellos tiempos y por aquellos lares en el Registro Civil se hacían pocas indagaciones. Mi abuela fue bautizada y civilmente registrada como María Magdalena Domínguez Molina, y el viejo Cruz lo sabía y no hizo reclamos ni nada por el estilo, y vaya que si pudo haberlo hecho. Con lo petulante y abusivo que era lo pudo hacer. No siento gratitud por este hecho. No siento nada. Sólo sé que no lo hizo. No hizo más daño, sólo el que hizo al principio. 
       También me enteré que mi madre jamás lo reverenció y que recibió tremendas tundas por parte de mi abuela, ya que, ese hombre era su abuelo, y aunque no se hubiese ganado su respeto, él se lo merecía. Mi madre jamás lo aceptó. Aunque le diesen mil tundas sin olvido, si se lo topaba lo ignoraba y o bien lo insultaba. El viejo Cruz jamás tomó represalias ante el comportamiento de mi madre, que, lo quisiera o no, era su nieta. De mis tíos, los otros hijos de mi abuelo ignoro cómo trataron al viejo Cruz Domínguez. 
         Mi abuela, cuando ya tuvo edad de merecer fue raptada por un hombre que a cultazados de carabina en la cara la despertaba cada vez que mi Mamá Nena, cansada por las bárbaras labores de una ama de casa, cabeceaba de sueño limpiando frijol o maíz. No duró mucho tiempo con ese señor. Mamita se las arregló para quitársela, a pesar que mi abuela llevaba en el vientre a mi tío, su primer hijo a quien bautizaron como Espiridión Utrera. Utrera era el apellido de otro hombre abusivo y ojete que le tocó trastocar la vida de mi morenita Mamá Nena. Después, y no se cómo, conoció a mi abuelo. Mi abuelo se llamaba Bardomiano, Bardomiano Rodríguez, y lo apodaban "El Guapo". La vez que alguien conocido mío de acá de la Ciudad de México, alguna vez que visité a mi abuelo que ya estaba invadido por el cáncer pero que él no lo sabía ni lo supo, le preguntó: "¿ A usted le dicen el guapo ?" A lo que mi abuelo respondió: Sí señor. Así me dicen. Volvieron a preguntar: ¿ Por qué le dicen "el guapo"? y mi abuelo respondió: "Es que quién sabe por qué, fíjese usted, yo siempre, siempre he sido muy guapo".
Con esa nimia respuesta dejó en su sitio a quien le cuestionó sobre su apodo. Apodo que no le puso nadie más que él mismo. Dicen que una tarde, borracho en la cantina dijo: A partir de hoy yo soy el guapo. Y todos le dijeron así. "Tío guapo". Mi abuelo, el sabio, el feliz, y el guapo. Repito, a la sazón de vivir tanto, hasta guapo te vuelves. El tiempo hace mella en los tontos. No en mi abuelo, al paso del tiempo, así lo lloraron muchos, y yo, porque se fue un 22 de Mayo "El Guapo" y canté con un nudo en la garganta tras sepultarlo y volar al club donde trabajaba: "Fina estampa, caballero de fina estampa, un lucero, que sonriera bajo un sombrero, si no sonriera, más hermoso ni más luciera caballero, y en tu andar reluce la acera, al andar y andar " Porque usaba sombrero de palma y también, como mi abuela, su sonrisa no tenía dientes, y se seguía viendo guapo. Y no había perla porque no había diente, pero su sonrisa podía darle luz a cualquier camino inundado de oscuridad. Era un caballero con una finísima estampa. Más que el señor que tenía más fina estampa su caballo que él. Nada que ver, mi abuelo siempre andaba en burra, y tenía más garbo que el adinerado don Cruz Dominguez.
          Y así las cosas, nació mi madre, que tuvo la idea fugarse con el que dice que es mi padre y después de mi hermano el mayor, que un cinco de Mayo de 2010 también se fue por aquellos lares donde anda mi abuelo, y después llegué yo. 
            Han transcurrido 54 años desde que llegué yo, y desempolvando fina porcelana de lladró, y haciendo tiempo para que me diera sueño, abrí el blog para contarle al mundo, o mejor dicho, a quien esté en el mundo y quiera o pueda darse el tiempo de leer estas letras engarzadas a manera de frases y enterarlos que yo, tengo el gen del estupro. Si Cruz Domínguez no hubiese irrumpido violentamente y ultrajar a Liboria Molina, hija de su padre que ignoro su nombre e hija de Antonia Torres para concebir de este abrupto modo a María Magdalena Domínguez, y esta a su vez, concebir a la morena de carácter disparejo y altanero que odia llamarse Pompilia, yo, no estaría aquí. Así que, gracias a todo ello, ¡que suerte he tenido que nacer! Ignorando si Mamita lloró lágrimas de ácido para desmadrar el camino de Cruz Domínguez, lascivo e hijo de su puta madre, a quien Mamá Nena, sin recibir un céntimo para su manutención, ella le reverenciaba pidiendo que abogara por ella ante Dios, ese abominable ser recibía la petición para abogar ante el el buen Dios por esa morenita que nació a través de la violencia, sin amor. Mamita Libo contaba esta historia de una manera apacible, y suave, sin un dejo de rencor ni nada. Respondía a cada pregunta que  le hacía, yo, con los ojos inundados de lágrimas y no sé si de pena o de rabia. Como no sé qué sentir ante don Cruz Dominguez, ese señor, que lo quiera yo o no, es mi tatarabuelo. Y sólo porque así se daban las cosas por aquellos lares y por aquellos tiempos, y es por ello que es el día y la hora que debo decir: ¡ Que suerte he tenido de nacer !