sábado, 26 de diciembre de 2020

NO LAUNDRY & NO WINDOWS, CO.

 

NO LAUNDRY NO WINDOWS, CO.
(cómo nació mi compañía de limpieza en Estados Unidos)
 





     No faltará quien pregunte ¿Por qué te regresaste de allá? Y mi respuesta siempre será la misma. No ha sido ese mi proyecto de vida. Mi estancia en aquel país fue aleccionadora y me mostró mis capacidades y que todo lo que se realice con buena voluntad y magnífica actitud, funciona, siempre será así.
     Los cimientos de una compañía que nació tras cruzar unos estadios adversos, sostuvieron lo que nunca antes se pensó, y creció, e ignoro si se mantuvo. Lo más probable es que no, pero mientras yo estuve a cargo,  caminó  maravillosamente mi empresa que, dio trabajo a varias personas hispanas.
     La noticia de que mi prima fue arrestada nos sacudió a todas, a pesar que, mis otras primas estaban resentidas. Habían sufrido desplantes y majaderías de Richards y de mi tía. El caso de mi tía debiera ser un caso superado. No sé qué tipo de padecimiento mental tiene, pero todas sabemos que lo tiene. Cuando yo era pequeña y mi tía llegaba a la ciudad, no podía comprender cómo era posible tanta belleza en una sola mujer. Mi mamá me decía que no veía la belleza por ningún lado. Ella sabía que mentía. Nunca le habló a mi tía Marilyn, según mi mamá, que porque la había metido en un chisme, muchísimos años más tarde, cuando yo estuve en Estados Unidos me dijo, que prefería no tener ningún acercamiento con Marilyn porque estaba rematadamente loca.
      Cuando era yo pequeña, pensé que era un decir. “Vieja loca” se dice así nada más, cuando alguien no piensa o actúa igual que nosotros, pero nunca se imagina uno que se trate de una locura real, como enfermedad. Y si ves a la persona que actúa de una manera, por así decirlo, normal, y que, además posee una belleza extraordinaria, piensas que lo dicen más por envidia que otra cosa. El familiar consanguíneo era mi tío, Marilyn no. Y de los primos, a quien más conocí fue a Oscar. Sus ojos, siempre me parecieron un par de uvas verdes. De hecho, cuando iba, yo le decía a mi mamá que quería comer uvas. Me inspiraban los ojos de Oscar. De ahí, la demás parentela no la conocí, o simplemente no lo recuerdo. Acaso a María que, siendo muy pequeña, estuvo unos días en casa de mi tío. No me hablaba. Habría de recordar María que me tenía miedo, mucho miedo. Le dijeron que yo era una persona mala, y extremadamente peligrosa. Cuando quizá yo tendría ocho o nueve años de edad. María, un par de años menos. Dice que ella intentó acercarse a mí, y que yo volteé a verla y se asustó. Salió corriendo porque me vio los ojos rojos. No hinchados o algo parecido, dice que los recuerda rojos, mi iris era color rojo y tuvo un ataque de pánico.
     Lo que puede resultar en la mente de un niño cuando se le siembra cualquier cosa. María no tuvo más que aceptar que tuvo una alucinación. Pero dijo que su miedo seguía vivo y latente, y aun así, ella quiso ayudarme cuando estuve por aquellos lares.
     Una amiga mexicana, muy cercana a Richards nos llevó los papeles sobre el arresto. Y mis otras primas me decían que Richards había heredado la enfermedad de mi tía. No me lo parece, y quedó demostrado que no, aunque tuviera que suceder aquella desgracia. Mi tía, puede estar muy amable a ratos, y ponerse agresiva en cuestión de segundos. Es acumuladora compulsiva, y de lo más reciente que supe, empezó a ver milagros y cosas así, debido a que, tanto Richards, como ella, se hicieron miembros de una congregación cristiana. De hecho, mis otras primas también, pero no son ortodoxas, me han dado tanta ternura, cuando las he visto rezar el Ave María y el Padre Nuestro y santiguarse en un templo cristiano protestante que, detesta cualquier actitud de la religión católica. Pero mis primas, todas, son buenas personas.
     La crisis de la que fue acusada mi prima Richards por parte su esposo, se debió a que él, la estuvo fustigando. La persiguió todo el tiempo con la cámara de un teléfono celular. Las personas cristianas ortodoxas tienen una forma muy peculiar cuando se adentran mucho en la oración. A mí, hasta me ha parecido que tienen una especie de ataque. Richards en su oración gritaba:
     ¡No la amo, Señor cuando es mi obligación amarla! ¡Manda una pistola para vaciarla en mi pecho, antes que faltarte a ti! ¡Soy desobediente! ¡No la amo!


     Se refería a su suegra quién, lejos de defenderla de las agresiones de su hijo, también la agredía.  Mi indignación se elevó a niveles insospechados, por el hecho de que, en una actitud tan íntima como la oración, mi prima haya sido objeto de burlas, filmada sin su consentimiento, y que esto fuese tomado como una prueba en su contra, me puso muy alerta tocante al tipo llamado Richards. No recuerdo su nombre y no lo escribiré, primero, porque en verdad no lo recuerdo, y segundo, porque ese sujeto está tan enfermo y desarrollado en un país donde todo lo resuelven a través de demandas. Me alegro mucho de haberlo dejado siempre, con un palmo de narices las veces que intentó hablarme. Incluso me entregaron regalos de Navidad a su nombre que, yo devolví, dejándolos en la puerta de su casa. Mis primas son nobles. Yo no.  

     Richards, mi prima, al ver que la estaban grabando actuó de manera ofensiva. (Eso no quedó grabado, por cierto) Le pegó al sujeto, su marido, y él la denunció por lesiones. Según mi sobrino, él vio cómo su papá se auto infligía unos rasguños en las entrepiernas.
     Penosamente, el delito no alcanzaba ningún tipo de fianza. Nos tendríamos que esperar al veredicto del juez.
     Desde ese entonces en el condado de Olathe, nunca me sentí a gusto. A veces tenía que ir para allá, pero siempre iba con un resabio desagradable y el gesto fruncido. Hacía las diligencias necesarias y me devolvía con rapidez. Estuve cantando en un club en Olathe, casi todos los meses que viví allá, pero afortunadamente el club estaba un poco antes de compenetrarse al centro. Olathe me venía mal por donde le buscara. En verano, me pareció un rancho lleno de moscas, la vez que canté en un parque donde unos hispanos hicieron una fiesta. El lago parecía un charco de agua podrida. Que me perdone Olathe y su gente, pero habrá sido quizá aquel suceso extraordinario y amargo, el que me marcó con esas ideas.
     El Richards, marido de mi prima, lo vi, con unos rasguños en el cuello. No entiendo por qué se me acercó a mí, precisamente a mí, para decirme no sé qué. Lo esquivé. No necesitaba que me diera ninguna palabra de bienvenida o lo que fuera. Yo necesitaba ver a mi prima Richards, libre, y ese era mi único objetivo, así que, lo menos que se me acercara. Incluso una secretaria pidió que los familiares del ofendido, estuvieran sentados en un área, y los familiares de Richards, acusada, en otra. Nosotras no nos movimos de nuestros lugares. Vi a mi prima Richards a través de un monitor, y con una traductora al lado. El juez le decía que ella no podía acercarse al ofendido a un radio de no sé qué medida, no podía ir a buscarlo a su casa, no podía ir a su trabajo, y fue cuando mi prima dijo:
     - Pero él no trabaja. Es un alcohólico.
     Por supuesto que, para los efectos de aquel momento, eso era irrelevante. Para continuar con lo que restaba, sí. El sujeto llamado Richards era, en efecto, un alcohólico superlativo. Tenía en su expediente un par de estados de coma por alcohol, y estamos hablando de estados de coma que duraron meses. Aun así, a mi prima se le dictó una orden de restricción y para empeorar las cosas, no podía ver a mi sobrino.
     La compañía Richards Maids, Co. Quedaba flotando. Al ser dueños los dos, y con esta desavenencia, no podía operar. Mi prima quedó libre al día siguiente del juicio, y Richards esposo no tenía la capacidad de echar andar nada, no era capaz de trabajar ni de comandar una brigada. Mi prima Richards podía hacer ese trabajo, pero la ley se lo impedía. Y ahí entré yo.
     Por manos y buenas voluntades no pararía. Yo, tenía a mi primer clienta, quien rechazó en primera instancia los servicios de Richards Maids, Co. Pero fue mi prima quien me dio su firma para presentarle a la clienta, un seguro contra daños menores, en el servicio de limpieza que yo le daría. Era una mujer canadiense, muy gentil, muy platicadora, que, aceptó sin remilgos, el contrato que se le ofreció como No Laundry No Windows, Co.
     Mis primas no entendían el por qué yo quise llamar a mi compañía así. Antes y no le puse Filemón, como a mi carro.
     En el nombre sobraban las explicaciones. Por una empleadora que tuve, llamada como yo, Lety, extremadamente aturullada y tramposa que era, entendí que, el servicio de limpieza no incluía lavar la ropa. Si en un caso dado, hubieran querido ese servicio, por supuesto que lo haríamos, pero sería otro contrato, y otro tipo de paga. El caso de las ventanas, ese sí era todo un caso. Me enteré, mucho antes de ir allá, que existen servicios de limpia de ventanas especializados. Los empleados de éstas compañías se presentan con arneses y equipo de seguridad porque a veces son ventanas muy altas, o ventanas de un edificio de varios pisos, así que, en mi empresa, nadie limpiaría ventanas, y es que las clientas, ya tomando más confianza, le pedían a las "maids" que limpiaran los vidrios de las ventanas... Para ellas, siempre eran pequeñas y pocas, además, eran ventanas sencillas, nadie corría riesgo alguno... Pero el contrato decía que nuestro servicio no contaba con limpieza de ventanas y fin de la discusión.
     Tuve que ser muy meticulosa al describir el tipo de servicio que ofrecíamos. Por ejemplo, con doña Lety, no se lavaban los trastes que estuvieran en los fregaderos. A mí me chocaba esta orden, porque mi trabajo no lucía impecable. Pero era una orden, y debía acatarla. En mi compañía sí, siempre y cuando, se tratara de menos de una docena de  platos, vasos y cucharas. Se debía escribir esta cláusula así, no fuera ser que al día siguiente del Thanksgiving, nos dejaran la charola con los restos del pavo que se achicharraron entre tanto recalentado y toda la porcelana usada. Eso, nos quitaría tiempo y sin pago extra, además de resultar riesgoso. Tampoco limpiábamos hornos. Esto lo aprendí, porque a la casa donde yo me fui a vivir, mi casera me pidió que le lavara la estufa, y fue tal el desastre que encontré, que ni con los cincuenta dólares que le pedí se solucionó nada. Tenía tanto cochambre, en sí, toda la estufa, que cuando se lo quité, a las parrillas se le veían sendos agujeros, al grado de que la dueña tuvo que comprar otra estufa, la cual, me ofrecí darle mantenimiento semanal por treinta dólares. Si dejaba pasar una semana, es decir, que no quisiera el servicio semanal, entonces, le cobraría el doble, es decir, sesenta dólares, porque era obvio que en dos semanas, se acumulaba más trabajo.
     Había muchas casas con estilo minimalista, y aun así, el cobro mínimo por una casa con una estancia grande, máximo tres recámaras y un sótano, el pago que pedíamos era de cuatrocientos dólares, si el servicio lo querían semanal. Si era quincenal, el precio se elevaba.
     Si era una casa no minimalista, es decir, si eran como yo, que le encanta la porcelana Lladró y son afectos a tener muchos adornos, entonces el precio era otro. En fin que, yo era una especie de secretaria, escribiendo los estimados, así le dicen allá, cuando uno está haciendo cálculos de costos. Sobre todo, esta tarea la podía realizar por los conocimientos del inglés. Por lo mismo, podía entenderme con la clientela. Clientela robada. No me apena decirlo, porque lo he dicho de un modo chusco. En efecto, nuestros primeros clientes, fueron los clientes que le quité a doña Lety.
     Lo horrible de trabajar con esa señora fue que, ni siquiera nos daba productos para limpiar. En un organizador con asa, solo teníamos los envases, donde, apenas lo que medía la mitad de mi pulgar ponía líquido para limpiar vidrios, y en otro, líquido para limpiar cocinas, para baños, pero nunca más arriba de lo que medía la mitad de mi dedo pulgar. Decía que, debíamos llegar a las casas, y de las alacenas, tomar el jabón líquido y llenar los envases. Me acuerdo que yo tenía que llevar mi propio squeegee, que compré en la tienda de Todo Por un Dólar. Le digo así, porque es más fácil pronunciar squeegee (escuiyi) que, enjugador de agua para superficies. Debía llevarlo diariamente, y no debía olvidarlo, porque quién sabe por qué, si lo olvidaba, se perdía. Una compañera llamada Gaby, tenía un cepillo con mango, de forma rectangular que, le facilitaba limpiar algunos espacios que con los cepillos redondos y desgastados de doña Lety. Y por ahí empecé a ganarme a la clientela. No me interesa saber si hice trampa, si a eso vamos, que me digan quién hacía trampa.
     Prácticamente, nos estaban obligando a hacer un robo hormiga a la clientela, y eso no me parecía justo, y punto. Y al parecer, a la clientela le disgustó también. Yo, sólo tuve que poner a accionar la cámara de mi teléfono y grabar la evidencia con las órdenes a gritos de doña Lety. Me chocaba mucho, una hedionda mezcolanza que hacía con agua y vinagre, y decía que, si queríamos los recipientes llenos, los llenáramos con ese menjurge. Y si algún cliente llegaba a protestar, nos descontaban la paga de esa casa. Pero claro que la clientela protestaría, cuando pasábamos ese líquido por alguna superficie, quedaba una hedentina insoportable.
     Así es que, por eso, yo me quedé con casi todos esos clientes.
     La inversión no fue mucha, o quizá, es que yo había ganado mucho dinero. Eso no lo sé. Mi prima Richards tenía su cuenta congelada, porque su situación iba a tardar, estaba con todo mancomunado con su marido, y estaban en guerra. Ya ni soñar con volver a su casa. Un paraíso con luces automáticas en el jardín. Acaso lo único malo de mi prima, era el mencionar el precio de cada cosa que poseía. A nosotras solo nos daba risa, pero, era tal su manía, que conservaba los tickets en un compartimento especial de su bolsa, y no perdía oportunidad para mostrarlo a quien fuera. Esta vez, le dije que, así como conservaba tickets, notas y facturas de los muebles del su jardín, los espejos biselados de la estancia, el columpio del porche, para No Laundry No Windows, Co. era absolutamente necesario que se conservaran y no para presumir a nadie, sino que, debíamos ser muy cautelosas para el pago de impuestos y todo eso del income tax. Y aunque a mí, no me interesaba demostrarle a aquel gobierno que yo no vivía de su ayuda para que me dieran la Green Card, tampoco quería problemas. Supe de muchas personas que, en el afán de conseguir la residencia legal, hasta pagaban más de lo que debían, en impuestos a ese país. Así que, no son tan malas aquellas personas de la que, algunos políticos reniegan. Son gente que paga impuestos, y por lo tanto, merecen tener derechos.
     De empleadas, también tuve a las que fueran empleadas de doña Lety, con excepción de una que, la sorprendí robando y esas cosas para mí eran intolerables. De mis primas, sólo María no quiso participar. Mi prima María, siempre se la andaba llevando la tristeza, literalmente. Ella, aseveraba que moriría de tristeza. Arrastraba los pies y no sonreía mucho. Cuando No Laundry & No Windows, Co. arrancó, pidió que empleáramos al novio de mi sobrina, un musulmán que era el monumento a la pereza. Al segundo día renunció. Y ahí se quedó a vivir sempiterno en la casa de mi prima María. Llegó una noche en que el hielo en las calles hacía que los frenos no agarraran y ese fue el magnífico pretexto para quedarse. Nunca entendí, cómo es que pudo ir más tarde a su casa y sacar toda su ropa y todos sus zapatos que desbordaron los armarios. A mí, solía preguntarme si la carne que estaba cocinando era cerdo, y me dejaba claro que él no comía cerdo por su religión. Entonces yo, alguna vez tuve que decirle:
     ¿When you gave me some money for buy chicken?
      Y ahí empezaban los pequeños problemas que se tienen cuando está uno en familia. Por ello, para que No Laundry & No Windows, Co. caminara sin problema, una mañana, después de que María se fue a trabajar, me fui de ahí. Mi sobrina me ayudó a empacar, y no sé si anhelaba que yo me fuera, creo que estaba ambivalente, porque, por un lado, ella amaba a su novio, pero ella, conmigo se entendía muy bien. Nunca fue mi intención comprar su afecto, pero siempre le hice muy buenos regalos. Me confió muchas de sus cosas, e hicimos una relación de complicidad. Además, tuve que irme de esa manera, no porque el musulmán haya pateado mis cosas gritando: ¡No more place for Lety! Ni por las crisis que padecía mi sobrina: realmente se ponía bastante mal. La vi encerrada en instituciones de salud mental varias veces… Me fui porque era mi tiempo.
      Sentí que llevaba muchos puntos ganados. Richards, mi prima, era un magnífico elemento como socia. Quién diría que, una modelo, mi prima Richards en Veracruz, México fue modelo, y yo, una artista retirada temporalmente, estuvieran levantando una nueva compañía de limpieza, con todo en orden.
     Llegamos a tener clientes que, no eran solamente de casas. También fueron requeridos nuestros servicios en oficinas. Eso, era lo más perseguido para las mujeres que trabajaban en Estados Unidos. La limpieza en las oficinas era un trabajo muy relajado y excelentemente bien pagado. Ahí, sí participó la prima María. Tuvimos como clientes a un banco, y una mueblería de diseños exclusivos. Recuerdo que la limpieza de estos dos últimos negocios, se hacía de noche, e infinidad de veces realicé ese trabajo yo sola, sin ningún problema.
     Y es que, habiendo tenido la experiencia de limpiar casas con dos diferentes empleadoras, quise darle un trato mejor a las hispanas que se postulaban para trabajar en mi empresa. Ofrecí pagar a doce dólares la hora, siempre y cuando estuvieran puntuales. Toleraba una tardanza de no más de diez minutos, y si había una falta, el suelo era de diez dólares. Perdían el privilegio que les ofrecí, y era la única manera de mantener la disciplina. En cuanto a Richards, que era mucho más exigente que yo, estuvo siempre de acuerdo con mis propuestas.
     Fui tan meticulosa que, recordando que trabajé con una mujer a la que, había que decirle maestra porque trabajó como profesora en México, tenía pequeños paños de diversos colores que debían usarse para cada lugar. Con la maestra llegué a encontrarme con trapos de ropa vieja, y me reí a carcajadas cuando vi unos calzones de hombre para limpiar. Esta maestra y yo, no tuvimos propiamente un desencuentro, pero me caía bastante mal. Para empezar, solo ella podía limpiar las cocinas, a su parecer, nadie era tan limpia para hacerlo. Todo su personal debía pertenecer a la religión cristiana protestante y en mi caso hizo una excepción. Me molestaba tener que ir hasta Olathe, que era el lugar donde me recogía, y además, el pago era de doscientos cincuenta dólares por semana, sin importar cuántas casas se limpiaran. Eso no era tan injusto, porque siempre debíamos finalizar a las dos de la tarde. Pero sí, insisto que me caía mal, tanto ella como el resto del personal. Había que rezar antes de iniciar el trabajo en cada casa, y cantar alabanzas mientras se limpiaba. No soporté las pedradas que me echaban las compañeras, porque yo cantaba en un restaurante de mariscos los fines de semana e insistían que solo se debía de cantar al rey de reyes. Si bien, me considero cristiana, la conducta de estas tipas me sacaba el demonio que llevaba dentro.
     Alguna vez, cuando ya todas habíamos terminado, mientras la maestra limpiaba con meticulosidad una licuadora, nos platicaba su decencia exacerbada, incluso cuando había contraído nupcias. Dijo que le dijo al recién esposo, que la dejara ir con su madre, aunque fuera unos días.
     Es que yo, no quería dejar sola a mi madre, porque es una santa ella, tan buena… Y él me decía que no, ya eres mi esposa y conmigo te debes quedar, y yo le decía, sí, ya me casé contigo y te amo, pero, al menos unos días déjame volver con mi madre…
     No soporté tanta mojigatez y le pregunté: Maestra, y eso, usted se lo dijo antes? O después de coger…
   La maestra, tras reponerse y hasta que le regresó el verdadero color de su cara, quizá por la ira, o la pena, no sé, no me importó, me dijo que esas cosas no se preguntaban. No me echó, fui yo quien esa tarde le dijo que, no volvería a trabajar. Detestaba estar viajando diario al condado de Olathe, dejar a mi Filemón estacionado en un centro comercial y además,  sus empleadas me caían mal. Ella, me acuerdo perfecto, me pidió un día más de trabajo, y cuando me pagó, me entregó un regalo, y fue porque, sabía que en unos días sería mi cumpleaños.
     Y vividas esas experiencias, la regla de No Laundry & No Windows, Co. era que, nosotros habríamos de proveer a las empleadas con un organizador con los productos para limpieza, así como cepillos, escobillas, estropajos y todo lo que fuera menester. Los paños, debían usarse según el sitio a limpiar: paños naranjas y amarillos para la cocina, azules y solo azules para limpiar los baños, y blancos para sacudir el polvo de las estancias. Si había trastes en el fregadero, había que lavarlos, a manera que se notara el trabajo hecho. Requería que se tomara fotografía y enviarla, con la etiqueta del día y la hora. Nuestra compañía pagaba doce dólares la hora, a partir de que llegaban al punto de partida, hasta que regresaban. No estaba permitido hablar de preferencias religiosas, sexuales o políticas. Nadie podía hablar de su estatus migratorio. Y si la conducta de alguna empleada era intachable, contaba con el lunch, pagado por la compañía.
     Me he sentido muy orgullosa de muchas cosas, pero en particular, haber creado No Laundry & No Windows, Co. ha sido un orgullo muy especial. Me mostró mis capacidades e incluso, me mostró que, así como alguien estuvo dispuesto a darme la mano cuando la necesité, yo pude retribuirlo. Recuerdo que mi prima Richards estuvo viviendo con tal holgura que, en el verano fue a Miami, celebrando que seguía siendo dueña y señora, aunque ahora, una señora libre de un energúmeno.

LISTAS PARA EMPEZAR EN NO LAUNDRY. & NO WINDOWS, CO.
UNA NAVIDAD FELIZ




 

NO LAUNDRY & NO WINDOWS, CO. SIGUIÓ TRABAJANDO, INCLUSO UN PAR DE AÑOS MÁS, CUANDO HUBE REGRESADO A MI PAÍS. NO RECUERDO DE CUÁNTO FUE EL CHEQUE DEPOSITADO LA ÚLTIMA VEZ. MIS PRIMAS Y YO, SEGUIMOS EN CONTACTO, PERO LES DEJÉ LA EMPRESA DE TAL MANERA, QUE LA MANEJARAN COMO ELLAS QUISIERAN.

La peor de mis villanías en el Lago de Quivira.



La peor de mis villanías en el Lago de Quivira

 (The worst of my felony at Quivira´s Lake)




     La foto de portada es de Mark. Las otras son mías, tomadas con el celular. 

     Concebí la macabra idea una mañana que, la aturullada de doña Lety se le habían cuatrapeado las fechas y el orden que se debían limpiar ciertas casas y, nos envió a una casa que, ese día no nos esperaban y por ello no nos dejaron el código para entrar. Telefonearon al dueño de ésta, y yo, ya había entrado a la casa y hasta el baño y tomé unos chocolates confitados para calmar el temblor en las manos cuando me atacaba una baja de glucosa. No sé si soy hipoglucémica, pero esto me sucede, sobre todo si desayuno, y dejo pasar más de dos horas sin hacer otro alimento, es decir, si desayuno muy temprano, entones debo seguir comiendo casi por cinco veces en un sólo día. Y en mi trabajo con doña Lety, yo solía desayunar a eso de las seis de la mañana, por consiguiente, pasadas las nueve de la mañana tenía que comer otra vez, y luego a las doce del día y así sucesivamente.
     Así que, no entendía, si estaba comiendo tanto, por qué mis primas aseguraban que yo estaba perdiendo peso. Y chillaban de rabia contra doña Lety. Creían que ella me estaba explotando en aquel trabajo y eso no era verdad. Nunca se me desquebrajaron las uñas que ellas insistían que yo debía cuidar, ni nunca me sentí cansada ni nada. Y si se hubiese dado el caso de la supuesta explotación de doña Lety (que no lo fue) por la tarde, yo me iba a una estación de radio, en donde tenía mi propio programa radiofónico. Dos horas en un lugar quieto, nuevo, limpio, donde estaba cómodamente sentada masajeándome los pies, mientras hablaba a través del micrófono, ganando a veinte dólares la hora, es decir, ganaba cuarenta dólares por estar sentada, en cambio con doña Lety, ganaba solamente diez dólares por la hora.
     Me miraron con envidia las compañeras de trabajo. Yo, cupe por el cuadrado en la orilla del piso, el que dejan la mayoría de personas para que el perro entre y salga con total libertad. Me deslicé con mucha facilidad. Vi los rostros petrificados de horror de los demás compañeros de trabajo, haciéndome señas que dejara ese lugar de inmediato. Por supuesto que, las cámaras de vigilancia habrán captado el momento, por lo que le dije a Jorge, el hermano de doña Lety que, comandaba las brigadas, le avisara al dueño que yo, me introduje en su casa, por mera equivocación. No hubo ningún problema.
     En tanto doña Lety, desde su casa intentaba poner orden a todo, con muchas complicaciones me supongo, doña Lety tenía en desorden todo, su casa, era un tiradero que yo, sencillamente no toleraba, y así tenía sus agendas, al grado tal que una vez, nos preguntó a nosotras, sus empleadas, si alguna de nosotras sabíamos el password de su correo electrónico, mientras vanamente intentaba acceder a este, para encontrar el code pass para entrar, no a la casa, sino a la zona del lago de Quivira.
     La vez que yo vi esa casa de la que, con mucha excitación me hablaban mis compañeras como la casa más hermosa del mundo, me decepcionó porque no era más que un caserón frío empotrado en un muy pequeño risco, con vista al lago. 
     Si acaso me impresionó el hecho de que, al menos esa zona, era una parte del lago totalmente privada. Se necesitaba el código de acceso, y doña Lety lo había recibido a través de su correo electrónico. Una mujer grande, que esa vez coincidió de trabajar conmigo le recordó a doña Lety que, los dueños de la casa del lago de Quivira no actualizaban muy seguido el código de acceso, porque ellos vivían en Texas. Doña Lety buscó la lista de fechas anteriores y ¡voilá! El código funcionó y se abrieron automáticamente las enormes puertas de bronce que permitían el acceso al fraccionamiento. En una garita más adelante había que dejar credenciales de identificación, firmar la entrada y luego, por consiguiente, la hora de salida. Para ello, ya no se requería ningún código.
     Esa, para mí, era la peor de las casas que tenía doña Lety. Hacíamos mas de una hora de camino, y ella, no nos pagaba el tiempo durante el trayecto. Richard´s maids sí lo pagaba (esta compañía era de mi prima, y me había retirado el habla porque, ni ella ni ninguna de mis primas estaban de acuerdo que yo trabajara haciendo limpieza de casas, en tal caso, habría trabajado en la compañía de ella, y como se negó a emplearme, yo acepté el trabajo de doña Lety). Y luego, la casa enorme, deshabitada todo el tiempo, no había gran cosa qué hacer, doña Lety exigía que se reportara media hora de trabajo nada más. 
     Lo que más o menos, a mi parecer, valía la pena en aquella oscura casa, era el basement, o sótano. (Para mí la palabra sótano me hacia pensar en un lugar oscuro usado para bodega, o cosas así) pero éste sótano era realmente bonito, y la casa tenía tantos niveles, que, también desde el sótano se podía divisar el lago. En este lugar sólo había que limpiar los baños, que no estaban sucios. Se dejaba una especie de huella en las alfombras, dibujando una especie de "pinitos"  a la vez que se aspiraba. Encontrábamos esas huellas intactas. Nadie había pisado las alfombras de aquellas siete habitaciones. Acaso alguna vez una, justo la que tenía una ventana con vista al lago, pero esa ventana siempre estaba cerrada. Extrañamente, aquella casa, ante la ausencia de muchas cosas, no guardaba olor a humedad. Una de las habitaciones, me recordaba cuando solía ir a trabajar a Puerto Vallarta. La roca con la que estaba hecha la edificación se parecía mucho a los hoteles de Puerto Vallarta, y las primeras veces me daban una habitación escondida, donde era necesaria la luz del bombillo eléctrico, y tenías que tener consciencia de dónde estabas para no morir de tristeza, parecía que estabas en un calabozo medieval y no a unos pasos de le hermosa playa de los muertos de Puerto Vallarta.
     El sótano tenía una enorme sala de estar y una barra con refrigerador, un mini cooler, horno de microondas, un lavabo y unos gabinetes con loza y cristalería. Eso yo lo limpiaba en un santiamén. Y no fui yo, sino Jorge, quien una vez me regaló un refresco de lata con sabor mandarina y una bolsa de papas fritas. Me asusté cuando empezó a sonar música y fue que, Jorge, la activo con su música que envió al aparto estereofónico a través del bluetooth. 
     - Eso no se hace Jorge. - Le dije mientras me tomaba sí o sí el refresco. Jorge ya lo había abierto. Jorge me dijo que nunca habían tenido problema con nadie por este tipo de conducta que, para mí, que estaba en modo timorata aguda, era robo. Robo hormiga, le dije y Jorge respondió con tremebundas carcajadas.
      Mi mal humor se acrecentó cuando las otras compañeras de trabajo me dijeron que por vivir en ciudad de México, yo, debía estar acostumbrada a realizar robos más grandes.
      De hecho, desde que llegó usted, le damos a Jorge a guardar nuestro dinero. Los chilangos son rateros por naturaleza, así que, hemos estado viviendo con mucha desconfianza.
     Cuando le conté esto a mis primas, eso, pudo haber sido la gota que derramara el vaso y me obligaran a renunciar. La indignación estaba en todas nosotras. Mis primas son de un rancho, de Veracruz, y sólo por si acaso, siempre dije la verdad. Casi toda la gente que busca su vida en los Estados Unidos son gente de extracción humilde, gente que intenta escapar de su pobreza extrema y la gran mayoría también, son analfabetas. No era el caso de mis primas, venían de un rancho, sí, pero el rancho era de ellas, es decir, de mi tío. Mis primas siempre vivieron alejadas de la ciudad, y su niñez se desenvolvió entre praderas, un río, y su casa estaba rodeada de las grandes extensiones con los sembradíos de mi tío. Y por esta razón yo no las conocía de antes. Siempre decíamos: Las primas del rancho. Y yo no tuve oportunidad de conocerlas antes, porque nos visitaban poco, y yo, dejé la casa paterna desde los dieciséis años. Tenía un vago recuerdo de María, por su hermosos ojos verdes, pero nada más. En cambio ellas, no paraban de hablar de su prima la artista, y yo, qué más he de decir: moría de vergüenza. Y ellas, de rabia. Del porqué se fueron a vivir a los Estados Unidos, es cosa que no me incumbe. De ellas, sólo puedo hablar de su gran nobleza, de su enorme bondad y de ser muy trabajadoras, y son humildes sí, pero de corazón. De lo demás, no creo que sea tan importante.
     Para el tiempo aquel, en que me introduje por la entrada del perro, y comí chocolates confitados, yo también cogía la fruta y demás cosas que, ignoraba que los dueños dejaban todo eso adrede. A los plátanos, una vez que se asomaban unos puntos cafés, por la madurez, ya no los comían, las manzanas si eran muy pequeñas y no tenía un color uniforme también las desechaban, y bueno, debí acostumbrarme a ver cómo tenían ese estilo de vida. Era por demás desquiciarme, así eran y así son. Y bueno, quise despacharme con una cuchara muy grande.
     Doña Lety envió a tres personas a la casa del lago de Quivira. Quería un reporte de tan sólo media hora.
     - Yo no voy a limpiar una casa por cinco dólares. -Pensé. Doña Lety tenía un modo de ser, que a mí, nunca me encantó, pero le llevé la corriente, hasta que la hice hacer el entripado de su vida, algunos meses después. Mientras, le fui dando sorpresa, tras sorpresa, como cuando, en la casa de una canadiense, protesté, porque yo había limpiado la cocina (amé limpiar baños y cocinas y no le vi nada de pesado a esto, las compañeras detestaban este trabajo, en cambio yo, no soportaba hacer camas y limpiar recámaras, doblar ropa, etc. Y por ello, mi trabajo para mí era bastante relajado) y la dueña se encontraba ahí, y se dispuso a hornear galletas. Le dije que ya había limpiado y no lo volvería a hacer. Ella me dijo que no me preocupara. Me dijo que me sentara en la barra de la cocina, me sirvió un café con crema. Puso el plato de galletas, se sirvió un café  y se puso a charlar conmigo. No puedo olvidar la cara de doña Lety que, furibunda bajó las escaleras gritando:
      - Yo le pago por trabajar y no por platicar.... ¿Está usted hablando en inglés?- La dueña le dijo que ahí mandaba ella, y si le placía conversar conmigo era cosa de ella, y si no, que recogiera su cheque y en ese momento daba por terminado su convenio con ella. Doña Lety ignoró el regaño, se aproximó a mí, con el rostro desencajado y me dijo:
     -¿Desde cuando habla usted inglés?
     -Since always ma'am. (Desde siempre señora) - Le respondí.
     -Entonces, cuando mi hija la conoció...
     -Oh sí. Su hija dijo que yo era una muerta de hambre, y dijo que anhelaba el triunfo de Donald Trump como presidente para que echara a esta bola de indios desgraciados que, como yo... I was licking finally some food. (Yo finalmente estaba lamiendo algo de comida)
        La canadiense, al escuchar esto último gritó:
     - ¿What ? ¡I can´t stand someone mistreating their employees like that. Mexican or whatever !¡You´re fired ma'am! ¡Fired! (¿Qué? ¡no soporto que alguien maltrate así a sus empleados, está usted despedida señora!)
     Extrañamente doña Lety no me despidió a mí de su compañía. Antes de irnos de esa casa, yo le entregué una tarjeta mía a la dueña. Ella me telefoneó a las dos horas, y le dije que Richard´s maids podía darle un buen servicio, pero ella no aceptó. Por el nombre pensó que se trataba de una compañía americana, y bueno, lo era en parte, pero la dueña era mi prima. No sé si confiaba más en el trabajo de una mexicana por barato o por bueno. En fin que, esa oportunidad no era para desperdiciarla con remilgos de esa índole. Acepté lo que me ofrecía, y le dije a Johanna si aceptaba ir conmigo, una vez por semana a la casa de la canadiense y nos ganamos por nuestra cuenta cuatrocientos dólares. A mi prima le daba la mitad. Richards mi otra prima, me devolvió el habla al ver mi desenvolvimiento, y me prestó sus papeles para entregar la primer acta de "aseguranza" dicen allá... Insurance, que le entregué a la canadiense, y fue así como obtuve la primera casa, en lo que, al parecer, se estaba cocinando sin saber, el hecho de que tendría mi propia compañía de limpieza en los Estados Unidos.
     Volviendo al lago de Quivira, esa vez que no quise limpiar una casa por cinco dólares, les dije a las compañeras que había recibido una llamada de emergencia y me tenía que ir. Así le avisé a doña Lety, para que ella fuera a recoger a las otras empleadas. Y es que, doña Lety, en cuanto veía mis habilidades y temeridad, más responsabilidades me cargaba. Me puso como jefa de cuadrillas, debía ir en mi coche, llevando a las compañeras a las casas que nos asignaran... y apenas me daba de diez a quince dólares extra por los gastos de gasolina. ¡No señor! Así que, puse en marcha la quisquilla aquella que no me dejaba vivir... (Me río, fue una locura, pero casi todo lo que quise hacer allá lo hice... )
     Sólo moví mi carro fuera del estacionamiento externo que tenía la casa. Me fui a deambular y andando vi el Country Club de ese lado del lago de Quivira y la fachada era bastante semejante a la casa que limpiábamos. En sí, la mayoría de casas se parecían entre sí. Telefoneé a mis primas y les dije que, había conseguido un tour muy barato para ir a Minnesota, justo al parque Walnut Grove, al museo de Laura Ingalls Wilder. Por supuesto que ellas no entendían nada, sabían que, deseaba yo ir a ese lugar y se planificaron de muchas maneras la idea de hacer esa visita entre todas, junto con las amistades que tenían ellas, y todo esto tenía que cuadrar con las vacaciones de todas, y como nunca cuadraban, siempre me pareció un viaje imposible. De hecho lo fue. Nunca fui a Minnesota ni me interesa ir ya. Johanna fue quien a duras penas me deseó suerte. Sabía que no me podía retener. Ya luego, según yo, le hablaría desde la cárcel si las cosas no salían bien.
     Eran las tres de la tarde, cuando me asomé a la casa del lago, y no había un rastro de nadie. Apliqué el código y se abrió la puerta del estacionamiento. Cerré. Entré en la casa. La estancia principal era tan sombría como el resto de la casa. Abrí las persianas de madera y me molesté al ver polvo. (las compañeras no limpiaron las persianas) A mí me parecían tan fáciles y divertidas de limpiar. Tranquilicé mis nervios cuando humedecí un trapo y las limpié, todas. Vi mi reflejo en esa mesa de servicio de hierro forjado que tenía locas a todas mis compañeras. Es una mesa bonita, yo tengo una muy parecida. No son unas antigüedades muy preciadas porque son de los años sesenta, así que, no rebasan los diez mil pesos mexicanos, una en buen estado. Vi el libro de visitas que tenía en una tribuna de madera. Al revisar vi saludos escritos y agradecimientos por una fiesta que se dio unos días antes del Thanksgiving day. Hacía poco más de un mes de eso. 
     Era miércoles y pensé que quizá esa misma noche dejaría la casa. Eran las seis y ya estaba oscuro. Vi que tenían calefacción general y también individual. En caso de quedarme, ya tenía elegida la habitación. Esa, era la habitación de una mujer. Los armarios tenían ropa que, me parecía regular. No usé la ropa, por supuesto. En Estados Unidos, por mi condición de múltiples personalidades, anduve siempre en mi Filemón (así se llamaba mi carro) llevaba un veliz pequeño con ropa para dar show. Cosméticos, por si me llamaban para maquillar y peinar a alguien, para ello, traía en la maleta tenazas y planchas. Y siempre, llevaba ropa interior, ropa ligera por si me acaloraba, pero aquella vez, sí empezó el frío por una ventisca que creí que sería nevada. Por ello decidí que, sí pasaría la noche ahí. Daba lo mismo si me quedaba con los jeans puestos o no. Debajo traía ropa térmica negra. A la parte alta de la casa no me volví a asomar, desde la vez que, vi que tenía un mirador con mobiliario de madera, y se veía patético todo, con picos de hielo por todas partes. Me parecía un desastre. Sabía que en la cocina principal, en la nevera no había nada, y definitivamente era más cálido el ámbito en el sótano, que en ese lugar con un comedor de veinticuatro puestos. Llamó mi atención que, en esa, y en todas las casas, gustaban mucho de la mantelería tejida a crochet. ¡Amo el tejido a crochet! Y por lo mismo vendí varios manteles tejidos y copetes para cortinas de cocina cuando anduve por allá. Ese salón comedor con aquella inverosímil mesa de tantas sillas, también estaba cubierto con un mantel a crochet, elaborado con un preciosismo exacerbado. Y aquel día pasó sin novedad. Con el miedo de manejar en la nieve, fui presa de mi propia extravagancia, y finalmente no entendí como carajo tuve tal osadía. Para cenar, encontré en el congelador muchas cosas, y me decidí por el corte americano del pollo, pierna con muslo y tomé un paquete congelado para preparar croissants. Horneé el pollo y lo bañé con una salsa gravy que encontré en la enorme alacena. Ahí habían más cosas qué elegir, pero solo tomé un paquete de galletas. Comí sentada en la barra que tantas veces había limpiado, y aun no me sacudía nada ante lo que estaba viviendo. Eso sí, me sentí muy sola, demasiado sola. A primera hora, en cuanto despertara, si no sucedía nada, me iría de ahí, y quizá, yo misma me denunciaría con doña Lety.
     Antes de dormir, con la ropa térmica, me puse un poco de Shalimar, y me gustó, pero no como para comprarlo. Ciertamente que tengo un vicio por los perfumes, pero allá, usé solamente un Charly  Blue, que en México yo, solía llamarlo perfume de farmacia, de un modo peyorativo. Un perfume de acaso doce dólares, o quizá menos que compré en un super mercado que vendía de todo. Y aun así, había quien me criticaba por despilfarrada. 
     Desperté de un brinco y sólo había dormido acaso una hora. Maldije mi temperamento y mi hambre de adrenalina. Yo no soy así, no me encantan las emociones fuertes, no me subo a la montaña rusa, no apuesto fuerte a nada... ¡Qué demonios estaba yo haciendo ahí! Y sin darme cuenta entre maldiciones y mal dormir, me quedé dormida y desperté cuando ya la luz del día estaba bien asentada. Disipé mi mal sabor de boca con un té de anís y ¡My God! No podía salir. Había gente en el jardín.
     Eran cuatro hombres con overol y se leía en la espalda: Garden & CO. Pensé, "qué nombre tan original para una compañía de jardinería". Estaban en la planta baja. No estaban en el interior de la casa, pero sí tuvieron que abrir la cochera. Por fortuna, desde que concebí mi estúpido plan, llevé a Filemón a una calle inclinada que, estaba justo arriba de esa casa.
     Yo, creo que puedo oler a la gente de mi raza. Eran hispanos todos, y aunque en esa temporada no se hacen trabajos de jardinería, quizá los dueños hayan sido muy atentos en darle mantenimiento a una casa que está tan sola, que hasta una extraña excéntrica pudo pasar la noche ahí. Y vi de entre los trabajadores a un gringo. No entendía como un americano hacía trabajos menores de diez o doce dólares la hora, hasta que vi un dispositivo en su tobillo. Tuve que aferrarme a la cortina de brocado con la que me protegí. Pensé que si era descubierta, no me deportarían nada más, quizá habría de estar obligada a permanecer en aquel país, con una tobillera de ese tipo. Ese hombre estaba haciendo un trabajo menor, de un modo tal que, no violara su libertad condicional. ¡Ay mi Dios! Y no se iban. Estuve en el sótano hasta las tres de la tarde y cuando volví a la planta baja, estaban los hombres en la cochera comiéndose una pizza. Ignoro si en la zona haya una pizzería, pero estoy segura que no, el entregador debió dar el código en la entrada al fraccionamiento. Me volví al sótano y no pude entretenerme ni viendo televisión. Acaso me relajé un poco en la habitación que un poco más seguido solía necesitar arreglo, y por la ventana vi el lago, apacible pero frío. Vi los muelles abandonados por las heladas. ¿A quién se le antojaría pasear en bote a una temperatura de menos cuatro grados centígrados? Los hombres siguieron trabajando en el exterior de la casa. Rompían el hielo de las fuentes, y cortaban las ramas secas y todo lo que la escarcha hubiera dañado. Y si yo, ya estaba ahí, pues, me preparé algo de comer. Ansiaba que esos tipos se fueran para, como bólido escapar. Y entonces me atrapó la nieve, esta vez, sí, nieve y no ventisca. En las noticias entendí que era una especie de borrasca y mi prima me envió un mensaje para saber si me encontraba bien, ya que, ella me informó de la fuerte nevada, y yo le dije que en Minnesota el clima estaba bien. Frío, pero bien, pero que quizá, volvería antes de lo esperado.
      Nada de eso sucedió.
      Estuve comiendo pollo, y pasta hojaldrada que, pensé en caso de salir airosa de esa payasada, compraría para comerla, porque me había sabido muy sabrosa. Me asomé a la cava de los vinos y me lo pensé mucho para destapar una botella de vino tinto, y entre que tanto lo pensé, no me tomé nada. Una lata de cerveza que me supo muy amarga. Las provisiones, no se veían mermadas, aún así, me prometía que llevaría para reponer algo. Compré una película a través de una plataforma digital y aquella noche no estuvo tan mal. Al día siguiente, me aseguré de haber recogido todo rastro de basura, restos de comida, etc. y lo puse todo en una bolsa. Quité las sábanas que me cobijaron durante dos noches y entonces sí se me fue el aliento. Creí que perdería el sentido cuando escuché las máquinas de lavar funcionando. No tenía la menor idea de quién pudiera estar dentro de la casa, pero quien fuera, estaba yo perdida. Según yo, lavaría las sábanas y las colocaría de nuevo en la cama y me largaría de ahí. Estuve más de cuatro horas encerrada en el cuarto, apenas pudiendo respirar, hasta que caí en la cuenta que, por no entenderme yo mucho con las recámaras, olvidé que, en caso de cambiar la ropa de cama, había que ponerla en la máquina de lavar y programarla para funcionara a cierta hora. Aquello era un trabajo extra que ofrecía doña Lety, porque no nos permitía lavar un solo vaso de la cocina, no limpiar hornos, ni ventanas. Por lo tanto, tampoco se hacía un trabajo de lavandería. Esa vez yo sí les regalé el trabajo. Una vez que se lavaron las sábanas, las puse en la secadora, para más tarde sacar esa ropa, doblarla y guardarla. 
     El panorama afuera era totalmente desolador. Esa, mi última noche la aproveché de la mejor manera. Prendí la calefacción general, escuché música, bailé sola, anduve descalza por entre las mullidas carpetas, fui hasta el tercer nivel donde había un living room enorme, y una biblioteca sin nada interesante para mí. Compré otra película en la plataforma digital, me preparé un corte de carne al horno con papas salpicadas de paprica, me comí un par de bolsas de palomitas de maíz y me dormí. Al despertar me bañé, me puse mi ropa térmica que lavé en las máquinas, me puse Shalimar, y como si fuera dueña de la casa y la situación abrí el garage y salí. Encontré a Filemón tan fresco como una mañana de primavera. Había poca nieve en el suelo, y aunque hubiese habido mucha, creo que ya, esa excentricidad había perdido el chiste y no tenía por qué vivirla más. Me acongojé y pensé que no saldría airosa de aquella aventura en cuanto me acercaba a la garita. El vigilante me preguntaría por qué estaba mi credencial ahí desde hacía tres días, pero no sucedió nada de eso. Un visitante, es eso, un visitante, no tienen por qué cuestionarlo. Firmé mi salida y me enfilé hacia Overland Park. 
      Mis primas me recibieron con algarabía y me preguntaron por las fotos que me hice en Minnesota o en el tan mentado Walnut Grove Park. No tenía mucho que decirles, poco podían imaginar que nunca dejé el estado de Kansas, y que hube estado en el condado de Wyandotte, en Quivira, viviendo a expensas de las provisiones que guardaba Mark en su enorme y fea casa del lago de Quivira.
     Cuando ya tenía mi compañía No Laundry & No Windows, Co. y Mark, el dueño de la casa se hizo mi cliente, y mis primas trabajaron en esta empresa, les conté lo sucedido. Johanna se ahogaba de risa y las otras dos, definitivamente no lo creyeron hasta que Mark, que ni él lo creía, les mostró el mensaje que le dejé en su libro de visitantes.
... My dear hostess, I wanted to live a one experience, and I lived in your house for four days, illegally. I ate your food and drank your sodas. I used your oven. I honestly don't like your house, ´cause it´s seems to cold to me, it lacks a soul, and I´m sorry for what I did.

(Mi estimado anfitrión, he querido vivir una experiencia única y viví en tu casa por cuatro días ilegalmente. Me comí tu comida y me bebí tus refrescos, usé tu horno. Honestamente no me gusta tu casa, me parece fría, creo que le falta alma. Lamento lo que hice)

     Pasaron varios meses para que Mark, leyera ese libro de visitas que decía, casi no lo revisaba. Decían (nunca lo vi) que ahí se hacían fiestas de antología, aunque muy esporádicamente. Se quejaron las empleadas de doña Lety, cuando les tocaba levantar toda aquella resaca de los festines desbordados de locura.
     Mark me telefoneó porque yo misma dejé escrito mi número telefónico. Me dijo que no tenía ninguna esperanza debido a que, vio que mi número tenía código de Chicago. Cuando llamó, yo ya no tenía miedo, y pensé que una simple nota dejada en su libro de visitas no era prueba alguna para que me arrestaran. A Mark solo le interesaba saber si esa nota era cierta, y cómo hice para colarme en su casa. Eso, se lo he contado de viva voz por el mes de junio del año 2016 aproximadamente, y le conté sobre mi estadía en aquel país y nos hicimos amigos, al grado, de contratar los servicios de limpieza de mi compañía. Nunca se ofendió por este acto vandálico de mi parte. Mark es un señor muy amigable, vive en Texas y la casa del lago de Quivira la quiere para cuando desea hacer un buen desmadre con sus amigos en Kansas, donde se travisten, beben y bailan hasta el amanecer, casi siempre en el verano. 
     Muchas gracias querido Mark, por tu llamada en esta Navidad con pandemia. Aquí te muestro lo que he prometido. Gracias por ser mi amigo.
P.D. Lamento mucho haber usado el Shalimar de tu mamá.
Lety Grey.
Invierno 2020


Saludos Mark. Si a ti no te parece esto un ámbito triste, pues es que vivimos en mundos diferentes.
Love, Lety.