LA IMITADORA
Terminó
de leer un libro biográfico sobre Marilyn Monroe. Le quedó un resabio que le
modificó el humor. «Ella se llamaba Norma Jean»; leyó al pie en una
fotografía de la extinta actriz. Observó con detenimiento la imagen y se
descorazonó por no parecerse a la luminaria: «si yo hubiese sido como tú, no me
habría suicidado. ¡Estúpida!» Arrojó lejos el libro y se dispuso a maquillarse
para presentar su show como cantante en el burdel donde le lloverían las
rechiflas endémicas por no poseer bonitas piernas y una figura despampanante,
según los cánones establecidos en la época. Estaba harta.
Aquella noche fue diferente. La clientela tuvo un comportamiento
distinto: nadie la abucheó ni le faltó al respeto. Tampoco le aplaudieron: fue
ignorada. No obstante, un cliente le envió un recado con un camarero y ella
aceptó la invitación. Se trataba de un médico. Este le dijo lo mucho que estaba
desperdiciando su talento en ese antro atiborrado de humo y palabras soeces.
Ella agradeció el cumplido y le rogó le extendiera una receta donde le prescribiera
unas pastillas para dormir: quiso imitar a Marilyn en ese aspecto.
Llegó aliviada a su habitación y tomó una
pastilla. El efecto no fue el esperado: se le resecó la boca y presentó una
arritmia cardiaca. Pensó que la sudoración excesiva se estaba debiendo a que hizo
más calor que nunca en esa pequeña ciudad, y como ella no era Marilyn Monroe,
no tenía una habitación lujosa con aire acondicionado y vista al mar. Estaba en un cuarto desmirriado adecuado para una cantante de un «cabaretucho» de
quincalla. Se miró en el espejo y dijo: «ya entendí Marilyn, no soy bonita y el
talento no importa: ¡me largo de aquí!
Sin dudar tomó el frasco de pastillas y se
las tragó sin dificultad alguna. Nunca pensó que el efecto tardara tanto.
Empezó a sentir un mareo que le era grato y cantó con gritos estridentes y muy
desafinados. Escribió en un papel algo apenas legible como: «ella se llamaba
Norma Jean, y como ella me pongo fin».
Despertó en la Cruz Roja con una sonda
nasogástrica que le lastimaba horriblemente la garganta. No alcanzó a sentir
miedo el estar viva y con su voz destartalada debido a la sonda porque se volvió a quedar
dormida. No supo cómo fue llevada a una habitación de hotel muy diferente a la
que estuvo antes; esta tenía mucha más categoría y comodidad que la anterior.
Durmió por más de tres días; apenas tuvo reflejos para levantarse a orinar. A
medias repuesta, con la consciencia obnubilada vio unos diarios que le
deslizaron por debajo de la puerta: «admiradora de Marilyn Monroe intenta
imitarla. Tomó pastillas para morir, pero no lo logró»
El dueño de la cantina con show de
cantantes y bailarinas esperó paciente hasta que la joven estuviera repuesta
del todo. Se anunció con bombos y platillos su retorno al escenario, y la
clientela movida por el morbo atestó el lugar con impaciencia. La ovacionaron
de pie cuando culminó su evento. Nunca imaginó que su carrera diera un giro de
tal magnitud: ahora era la imitadora de Marilyn. Y aunque no emulaba en nada a
Monroe, sin duda creció su popularidad. Cada que su carrera estaba en aprietos se encomendaba a "Santa Norma Jean".
LETY GREY
Enero 2020