COMIDA AUTÓCTONA.
Aparentemente, a
Lorelei Dawson no le impactaba ninguna excentricidad en cuanto a los anhelos y
gustos exóticos de quienes la contrataban como planificadora de bodas; tenía
mucha experiencia y lo más loco, por así decirlo, que le había tocado, fue la
novia que quiso llegar a la ceremonia cayendo de un paracaídas.
Cuando la persona que la contrató se presentó fríamente, estrechando la
mano de Lorelei diciendo: «Soy Joaquina la asesina», pensó que se trataba de
alguna broma. La novia aseveró:
―No lo digo afiguradamente, señorita Dawson. Soy Joaquina y tengo muchos
muertitos en mi historial. Espero que comprenda que, si la he elegido a usted
para que planifique mi boda, es porque la considero una máster en el tema, pero
le advierto que si me falla, usted ―Joaquina hizo una seña con el pulgar
señalando su propio cuello― ¿Comprende?
―Verá, considero que bajo esas condiciones no puedo aceptar…
―¿Quién le dijo que no debe planificar mi boda? Ya le dije que la elegí,
ahora tiene que hacerlo para salvar su pellejo.
Joaquina arrojó un fajo de dólares a Dawson, el cual cayó en su regazo.
La planeadora de bodas tragó saliva y se resignó a su suerte.
―Está bien, señorita Joaquina. Acepto.
―¿No lo va a contar?
―Más tarde. Si sus pretensiones rebasan esta cantidad, espero que…
―No hay ningún problema por ello ―interrumpió Joaquina.
Lorelei le mostró a Joaquina el plan de trabajo que funcionaba para todas
las bodas. Había que iniciar con el pastel, pero resultó que Joaquina no quería
que en su boda hubiera pastel. Lorelei empezó a sentir miedo, pero más tarde lo
consideró como uno de sus mejores retos. Ya estaba harta de sus clientas que,
en su afán de pretensión y excesiva cursilería, para sus bodas querían cosas
que los invitados pasaban por alto, dado el rebase de excentricidad.
El vestido de Joaquina era de manta. Leorelei se enfrentaba a esto por vez
primera. No podía entender cómo, una mujer tan estridente que arrojaba un
paquete de dólares, que parecía que era bastante dinero, usaría un vestido de
manta cruda. Fue bordado por mujeres de Tenango. Solo que no parecía ser un
vestido tan sencillo: la cola medía 20 metros.
―¿Entonces quiere una boda estilo mexicano?
―No propiamente.
Lorelei no se había tenido que enfrentar a la búsqueda de danzantes con
copiles orlados con plumas de faisán. Esta vez tuvo que hacerlo. Quería
encontrar al mejor grupo que entendiera de danzas con sahumerios de copal.
Ofreció que el paseo hacia el altar no hubiera música de órgano, ni coros, ni
nada eso: unos hombres de piel muy bronceada debían hacer sonar caracoles.
―Atecocoli, miss Dawson, más respeto por favor.
―Perfecto. Atecocolis.
―Atecocolimeh, si va a decirlo en plural. En náhuatl no se usa la «s»
para eso.
Vaya que si estaba en problemas Lorelei Dawson, porque debido a sus
raíces norteamericanas ignoraba temas tan autóctonos. Lo más que conocía era el
Museo de Antropología y las visitas que llegó a hacer a Teotihuacán.
Se fue de bruces cuando supo que su agresiva clienta quería un rito
chamánico, no sacerdotes, no pastores.
A pesar de las extravagancias de Joaquina, Dawson parecía que su clienta
estaba «matchando» con todo lo que ella le sugería.
El chamán era un brujo de Catemaco que no puso objeción alguna en hacer
un ritual para un casamiento. Él no le vio nada de extravagante.
El día de la boda llegó. Se celebró en una extensión bellísima de prados
llevados, exprofeso para la ocasión. Joaquina eligió un lugar árido, pero la
vista era hermosa debido a que estaba en las faldas de un volcán. Eso no fue
problema para Lorelei, llevar pasto era «piece of cake» para ella; le habían
tocado clientas que pedían lagos artificiales, cisnes, patos, pavorreales y
hubo una que pidió que al momento de finalizar la ceremonia religiosa, los
invitados presenciaran un alumbramiento, como símbolo de buena suerte para su
matrimonio fuera fértil en todos los sentidos. Lorelei consiguió una jirafa e
hizo perfectos los cálculos. La jirafa bebé nació ante la complacencia de
todos.
Todos quienes estuvieron en ese lugar se veían a gusto. El código de
vestuario fue estricto, los varones de «maxtlatl» y «tilmantl»; las mujeres con
«queshquemetl» o «huipil», como qusieran, pero sí debían llevar una cuetl. Es decir, los hombres con taparrabos y una
especia de capa que le cubriera el torso, y las mujeres una especie de bata o algo
que les cubriera los senos, la cuetl se refería a la falda. Podían usar los
colores que quisiera y peinarse como les viniera en gana.
No había sillas ni mesas. El decorado era con motivos mexica, pero nadie
entendía por qué Dawson estaba tan aturdida y tan nerviosa, aún que el plan de
la boda estaba caminando a la perfección.
Joaquina la secuestró, literalmente. Dawson solo podía hacer sus
búsquedas custodiada por la gente de Joaquina y no más. Era la primera vez que
Lorelei Dawson, la mejor «wedding planner» que operaba en el país, no quería
que su nombre apareciera en aquella fiesta sin precedentes.
A la hora de servir la comida, que hacía mucho rato había abierto el
apetito de los invitados, estaba hirviendo en unos peroles sobre unas piedras
con leña.
El primer tiempo constó de unas yerbas que los invitados masticaron por
curiosidad, en extremo divertidos por la exótica experiencia. El segundo tiempo
fueron algunos granos cocidos que le abrió el apetito de tal manera, que
habrían sido capaces de comerse un caballo si eso lo que tenían pensado servir.
No fue un caballo: el plato fuerte fue pozole.
La sopa humeante olía exquisito. Dawson sudaba a mares y creyó que
perdería la consciencia si Joaquina la obligaba a comer ese brebaje, cosa que
sí tuvo que hacer y no se desmayó.
Lorelei no supo de dónde sacó fuerza para mantenerse firme y sonriente.
La carne que comían vorazmente los invitados era carne humana. Joaquina la
asesina, mató al hombre que le prometió matrimonio y le fue infiel la noche de
su despedida de soltero.
Él trató de defenderse diciendo que esa era falla clásica, algo en
extremo tópico, algo de hombres, ¿por qué se enojaba?
Joaquina le dijo que a ella no le gustaba lo clásico, lo tópico, lo tan
usual, así que por eso lo fue desmembrado de a poco. Le fue cortando
extremidades y las mantenía congeladas mientras al traidor lo mantuvo vivo para
que, a través de vídeos, fuera testigo de su boda con otro hombre, que, mejor
para él que le saliera bueno. Hasta que llegó el momento que con un cuchillo de
obsidiana le sacó el corazón.
Cuando los invitados preguntaban qué tipo de carne habían usado para el
pozole, porque no sabía a pollo, o a cerdo, ni a res, Lorelei hizo una señal al
capitán de meseros para que la bandeja que estaba en la mesa de honor fuera
destapada: ahí estaba la cabeza del antiguo novio de Joaquina la asesina.
Dawson pensó que todo cuanto había hecho fue en legítima defensa de su
vida. Cuando vio a la víctima supo el porqué debía hacer de esa boda un éxito: ella fue la aventurera con quien cometió el desliz el exnovio.
FIN.