jueves, 10 de noviembre de 2016

AYES, CANTOS Y ALEGRÍAS DE MI BARRIADA

  HISTORIA DE LA PORTADA

Este, es un libro publicado en físico. Me doy ahora la oportunidad de publicar, cuento a cuento, este maravilloso viaje a mi pasado en mi tierra natal. "AYES, CANTOS Y ALEGRÍAS DE MI BARRIADA" es el ¡ay! el los lamentos cantados de mi gente veracruzana, de aquellos que de del drama hacemos fiestas y comilonas. Cantos, porque existen cantos muy emblemáticos de la región y las alegrías son perennes en los jarochos.
     La historia de la portada es bastante singular. Me encontraba yo en la ciudad de Tuxtepec, Oaxaca. Había ido a dar show, ya no recuerdo el nombre del bar, lo que sí recuerdo, es que era un lugar maravilloso. El dueño me hospedó en un hotel que tenía una magnífica vista hacia un río, obviamente, el río sólo lo quería ver a través de mi ventana y dentro de mi habitación, abrazada con el aire acondicionado, y totalmente a salvo del punzón de los anófeles que proliferan en aquella bendita zona.
     Me sentía muy inquieta por la emoción ante la inminente publicación de mi libro, y el editor, me exigía le ofreciera la foto de portada, o bien, se libro lo tirarían a edición sin ninguna portada en particular. Esto me preocupó. 
     Eran los tiempos en que no cualquiera tenía una cámara a mano, porque no eran los tiempos del celular tipo "android" o cosas por el estilo. Pero yo, apasionada a la fotografía y a congelar el tiempo entre los inesperados caminos que me encuentro debido a mi preciosa carrera artística, ese asunto de la portada no era problema.
     Si bien tenía la inspiración trastocada por la preocupación, la flora y la fauna de aquel lugar la puso en su sitio. Sólo era cuestión de derribar el miedo al calor y los inclementes mosquitos.
       Me di cuenta que cruzando el río, había una colonia popular, muy parecida a mi colonia, justo de donde nacieron estos relatos de sordidez, de frugalidad, de esperanza zurcida con puntadas de fe, de chiquillos barrigones que tienen la alegría de vivir tan sólo porque los increpó un choque entre un óvulo y un espermatozoide, y tuvieron una madre "muy cojonuda" que tuvo los huevos bien puestos para parirlos y echarlos a vivir en mundo húmedo y pantanoso. No había de qué preocuparse, yo nací en sitio como ese y hasta el sol de hoy he permanecido para contarlo y para cantarlo, sí señor.
     Una vez que tuve los cojones, como aquellas que parieron, de franquear la puerta y abandonar la comodidad de mi habitación, me enfrenté a la bofetada del clima y a manotazos desgarré mis "ayes" de los insectos, que quizá conocieron mi miedo y se abalanzaron sobre mi existencia. 
      La idea era tomar fotos, pero, sólo a las casas con pisos de tierra y demás no me parecía la gran idea. Recordé de tácito que justo cuando arribaba a la ciudad de Tuxtepec, vi varios escaparates y uno se destacó entre muchos, fue fugaz, pero me robó la atención en la fracción de segundo en que el autobús maniobraba entre los baches del pavimento herido. Fue una vitrina con muñecas con su mirada fría parecieron decirme "hola".
      No fue complicado llegar hasta la tienda. La ciudad era pequeña y yo fui hospedada en un lugar céntrico. ¡Las muñecas! Una, la recuerdo, tenía una lágrima marcada en el plástico de un rostro muy bien hecho. Pero parecía morena, y yo no quería una morena. El encuentro fortuito con esas maravillosas muñecas me distrajo del calor. Y de pronto me miró. Tenía una mirada viva tras los ojos de acrílico. El vestido, con tonos celestes y blancos parecían retar lo cálido del ámbito, los caireles que se desmayaban sobre sus hombros me conquistaron porque eran castaños. La mirada poseía la más profunda melancolía que hube conocido jamás. Recuerdo que me costó setecientos pesos. Fue mucho dinero, pero pagué sin chistar. Muñeca en mano, enorme, vi la manera de cruzar la ciudad por y no había otro modo, más que tomar una lancha e ir a la colonia urbana.
       Llegar al muelle donde más de veinte personas esperaban cruzar no fue tampoco complicado. Parecía que era el ajetreo del diario vivir. Sentí de repente el olor de aquellos cuerpos curtidos por el sudor pegajoso, el zumbido en mis oídos de las hembras anófeles ávidas de alimentarse con mi sangre poética, y por eso, me dieron ganas de llorar. No lloré. 
        Al embarcar, el golpe de nuestros pies contra el suelo de madera de la lancha de madera resistente a la humedad y al salitre me llevó a mi Veracruz. De hecho, ellos, los habitantes de Tuxtepec, se sienten jarochos aunque su estado sea Oaxaca. No por nada, les dicen los "guajarochos". Comen tamales a la mínima provocación ¡como en mis cuentos!
          Una vez apoltronada en el asiento y abrazada a mi muñeca y sosteniendo la cámara fotográfica quedé inerme ante el ataque de los zancudos que voraces se fueron contra todos nosotros. De algún modo estábamos surcando sus terrenos, sumergiéndonos entre la bruma hecha por el vapor del río que hervía, aunado al sofoco de los árboles que parecían desmayarse un poco y bajar a tomar agua a través de sus ramas más altas, que ya parecían más bajas.
        Fue un viaje muy, pero muy corto. En el camino, un hombre, hipaba de borracho, y me recordó al beodo de mi cuento PISO DE TIERRA, se parecía don Fino, con su camisa abierta poniendo en primer término su panza inflada por la mala alimentación y muy probablemente por el exceso al alcohol. La cara le brillaba por la grasa que le escurría por las sienes, y bueno, yo creo que todos traíamos la cara brillosa por lo mismo, pero no estábamos tumefactos por una vida etílica como la de don Fino, el cruel, el ojete, el malo. 
         En el camino venía soportando estoicamente el calor, los moscos y al pobre hombre ese, que hablaba a nadie, y de repente, reparó en mí, y decía "Ah, la muñeca, hip, esa muñeca... la muñeca"
             Y empezó a emitir sollozos de infante que terminaron pareciendo llantitos de perro asustado.
                 Una vez que desembarqué me di a la tarea de buscar la locación donde tomaría la foto. Había muchos sitios de dónde elegir, aunque traía un resabio por el borracho que se puso impertinente y tuvo que ser amenazado por el que operaba la lancha de lanzarlo a medio río si no dejaba de molestarme, porque quería quitarme la muñeca.
                 Caminé muy poco, cuando quedé petrificada ante la escena: una mujer bañaba a un niño en su patio. ¡Qué delicia! Ese niño bien podría ser parte de la pandilla que aparece en mi cuento"AQUÍ ESTÁ LA RAMA QUE LE PROMETÍ", esos chamacos traviesos y bravucones que andan de puerta en puerta, cantando hasta desgañitarse por un par de centavos las noches de la novena hasta llegar a la Navidad. 
       No recuerdo si tuve pena o miedo, pero sin más me acerqué y le dije a la señora que si me daba permiso de hacer algunas fotos, y sin hacerme mucho caso la mujer dijo que sí, y seguía azotando al chiquillo con jicarazos de agua que el infante festejaba con saltos de felicidad. ¿No les dije? Así somos los que nacemos por esos lares. 
       No tuvo ningún reparo cuando lancé varios disparos de la cámara. Después fui al lugar trasero de la casa, y justo ahí puse a la muñeca, e hice varias tomas. La elegida fue esta que ven en primer plano. Sentada, con un marco de tierra al rededor. Al fondo, una puerta desvencijada y maltrecha. La madera podrida e inflada por la humedad. Algunas ramas que brotan por vicio, como los que nacemos, por puro vicio de existir. Su mirada volvía a decirme: "Déjame aquí, déjame en paz, es aquí donde pertenezco".


***

     Una vez que estuve de regreso en la parte civilizada digamos, zona del comercio por decirlo así, la noche empezaba a amenazar con aplastarnos y los moscos se habían embravecido más. Me hacían brincar de nervios el ruido de las cortinas metálicas que empezaban a cerrarse ante la ansiedad de mandar todo a la chingada y es todo por hoy, quiero ir a mi casa, a cenar, a coger, o bien, quiero irme a la cantina, a emborracharme, y después a mi casa, y aunque no cene, quiero coger.
       Yo también tenía ansiedad y me urgía encontrar un sitio dónde revelar el rollo de fotografía. Sí lo encontré e hice el pedido a las volandas para el día siguiente que sería Sábado. 
        Y me percato entonces de la pesadez de haber adquirido la muñeca. Al adquirirla parecía una joya, ahora parecía un lastre. ¡Que grande era y que pesada! Además, que cara. La compra había mermado mis dividendos y mandar a maquilar un libro no es cosa de hacer enchiladas o deliciosas quesadillas. Otra cosa, yo traía una equipaje enorme y no sabía como diantre iba a llevarme la muñeca. 
      Tan hermosa. Pero ahora parecía una anciana. Sí. Los ancianos vaya si estorban en un momento dado y siendo explícita mente honestos. 
      Se me ocurrió ir a la tienda y no me resolvieron el problema. Casi a empellones me echaron porque ya iban a cerrar y quizá querían irse a su casa a cenar, y a... bueno, ya querían irse a descansar. El día laboral había terminado. 
        Me fui a mi cuarto de hotel y ensayé el cómo acomodaría la muñeca en mi apretujado equipaje y no cabía, por lo que me lancé de nuevo a la calle, a sufrir el calor que hacía que se me pegara la blusa a la espalda y a lijarme las uñas con mi propia piel por la rasquiña que me daban los piquetes de los mosquitos. 
      Encontré un negocio no recuerdo de qué, en donde dos mujeres, una tras el mostrador y otra enfrente charlaban de lo más cómodo. No parecían estar haciendo ninguna compra venta. Parecían estar despicando con la lengua la vida de sabrá Dios cuantas personas. Arribé a ambas diciendo: Les vendo esta muñeca.
       La que se encontraba tras el mostrador frunció el ceño y pero se le fueron los ojos a la muñeca. Cuando les conté precipitadamente mi historia del por qué y para qué la quería y el por qué ya no, se miraron con complicidad. Se mantuvieron firmes en que me darían doscientos pesos nada más para liberarme del peso de la mona hermosa con ojos vivos de melancolía. Y no me quedó otro remedio que aceptar.
        Como pueden darse cuenta, no tuve gran problema con nada. No tuve problema con derribar mi miedo y salir a ese clima, para mí insoportable, soltar el dinero por la muñeca más hermosa que hube visto en mi vida, para encontrar la locación perfecta para las fotos, para encontrar un lugar de revelado y tener las fotos físicas, y para no llevarla de regreso hasta la Capital. ¿O sí? ¿Creen que tuve problema alguno? Bueno, sí. Finalmente, al volver a mi cuarto, sentí un agudo vacío en mi alma, esa muñeca tan hermosa, y lamenté haber perdido quinientos pesos...