lunes, 9 de marzo de 2020

UN CUMPLEAÑOS SIN MI (El nueve, nadie se mueve)




UN CUMPLEAÑOS SIN MI
(El nueve, nadie se mueve)




     El despertar fue tranquilo. De ordinario, no lo es. Despierto con un tremendo cansancio en las mandíbulas, ya que, sin darme cuenta, aprieto los dientes mientras duermo. Esta vez, sí los apreté, pero creo que no demasiado. Me costó trabajo conciliar el sueño la noche del 8 de marzo, a pesar que solo había dormido cuatro horas: hice una función de teatro a las diez de la mañana por la zona de Naucalpan. No bordé el huipil que estoy haciendo. Envié vídeocastings y edité el vídeo de la función de teatro. Mi esposo me felicitó a eso de las dos de la mañana. Aunque sabe que no logro dormir, siempre pregunta «¿No duermes?». No lo hace por molestar, creo, me muestra que no es indiferencia. Tampoco me exige que me despierte temprano, ni nada por el estilo. Con mi esposo no tengo ningún tipo de problema.
     Desde la noche del ocho de marzo, desactivé la privacidad de mi whatsapp: no se verían las palomitas azules. Desinstalé el “mensajero” del Facebook e intenté ver “El Joker”, pero el sueño me lo impidió. Así que me acosté, pero no dormí, quién sabe hasta qué hora… Y serían las nueve de la mañana cuando escuché un canto de “las mañanitas” y me gustó. A través del whatsapp, un clip de voz cantó: “Estas son las mañanitas, que te canta tu mamá” … ¡Mi mamá! No.  No es mi mamá. Es una señora muy linda, a la que le digo mamá, como suelo decirle a otras. Madre, mamá... Obviamente que a mi madre biológica también le digo mamá, las pocas veces que hablo con ella. Ella nunca me llama. Ni siquiera en mi cumpleaños. Hace tiempo, era yo, quien solía llamarle, y tenía que pedirle perdón. ¿Perdón de qué? De haber nacido. De haberle desgraciado la vida. Así fue, en efecto, según su propia perspectiva.
     En la maternidad Alejandro Sánchez nací un nueve de marzo de mil novecientos sesenta y tres, a las diez de la mañana «¡A la hora de más “quehacer”! ¡Hasta para eso fuiste impertinente!» Decía mi madre cuando estaba de buen humor. Cuando estaba de mal humor, entonces me decía otras cosas. Hablo en pasado, no porque mi madre haya muerto, no, ahora mismo, se encuentra muy enferma. Esta vez, sí está muy enferma. Antes, solo padecía hipocondría. Ahora sí está sufriendo mucho más. Tiene dolores por muchas cosas. No tiene irrigación sanguínea en una pierna, es hipertensa, diabética aparte de un cáncer en la zona pleural, y dicen que tiene muy grande el corazón. Físicamente, se le está agrandando el corazón. Yo, no puedo estar totalmente ajena a ese sufrimiento, pero, la mayor parte de tiempo, sí lo estoy.
     Yo, fui invitada a salir de la casa paterna cuando tenía entre los catorce y quince años de edad. Por la buenas, por las malas y por las peores. Mi madre insistió de muchas maneras. Yo, fui necia, o tonta, o extremadamente cobarde. Y no recuerdo si sabía que, así como la pasaba mal en esa casa, la podría pasar mal en la calle. No me iba, a pesar de todo lo que sucedía. Tenía miedo, pánico. Yo, quería estudiar. También fue ella, mi padre y ella, quienes me sembraron el terror a la ignorancia, y quizá por ello, me apliqué lo más que pude en la escuela. Yo tenía un hermano mayor, y las cosas funcionaban regulares en ese tiempo. Aunque de ordinario escuchaba, que era mi hermano, un ser excepcional. «Este muchacho, vale más de lo que pesa» Oía decir a mi abuela, a mi madre. Sí. Eran las mujeres quienes decían eso. De mi papá no solía escuchar más que sus lamentaciones por lo duro que era trabajar para que nosotros, todos, los “gorrones”, nos tragáramos sin misericordia, lo poco que ganaba.
     Siempre le pedía a Dios (a escondidas, porque mi papá odiaba a Dios) que me concediera la oportunidad de ayudar a esos pobres padres que yo tenía, y Dios, no se manifestaba. Alguna vez, fui a pedir trabajo a una casa, donde una señora le pagaba un peso a una niña, por cuidar a otra niña. En cuanto supe que el puesto estaba vacante, corrí a buscarlo. La señora, no solo me negó la oportunidad, sino que se lo dijo a mi mamá. Tanto mi madre, como mi padre hablaron conmigo. Yo sudaba de terror. Me preguntaron si estaba metida en algún lío, ya que, según ellos, yo, no tenía necesidad de trabajar. Yo les respondí que, quería ayudarlos. Por las quejas continuas de mi padre, y de mi madre, pues, ella siempre se quejaba de todo. No me regañaron, pero mi madre siguió siendo como era conmigo. Aseveraba que yo no era su hija, que había habido una confusión en la maternidad. Que su hija verdadera, estaba en un rancho, con vestimenta de pobres, acarreando agua de un pozo, para su jacal desvencijado, mientras que yo, sin merecerlo, vivía en una casa con agua corriente. Usaba vestidos de mejor calidad.
     Una niña bonita era esa pobre niña, hija verdadera de mi mamá. Ella me dijo que me rechazó porque nací extremadamente fea. Pero lo principal, por haber nacido niña. Dice, que se rascó la cabeza cuando le dijeron “fue niña” y que pensó «¡Una putita más al mundo!» Y que su mayor preocupación fue, la maltratada que le daría mi papá. Mi abuela, años más tarde me diría que, en efecto, mi papá lanzó muchas maldiciones al enterarse que le nació una niña, ¡una maldita niña!
     A mi madre, por poco le cuesta la vida el hecho de que yo hubiese nacido. Las enfermeras colocaban a los bebés junto a las madres para que los alimentaran. Mi mamá dice que yo me caí. Sí, al segundo día de nacida me caí… A veces dice que ella me lazó… A veces me caí… pero todas las parturientas, compañeras de ella, se le abalanzaron y por nada y la golpean, porque insistieron, que la vieron empujarme hacia el suelo. Dice mi mamá que no lloré. Solo me puse amarilla, y que después se me quitó. Hay dos versiones oficiales, según el humor de mi mamá, y como casi siempre estaba enojada, escuché más la versión de «¡Yo te tiré y ni así te moriste hija de la chingada!» Y luego, la retahíla de maldiciones, porque dice que tomó muchas pócimas abortivas, y le aplicaron inyecciones y sabrá Dios que tantos menjurjes más, pero yo me aferré y maldita sea la hora: nací.
    Así que, hasta casi mis cincuenta años, telefoneaba a mi mamá, para felicitarla por haber sido madre, un día como hoy, nueve de marzo, y para pedirle perdón por haberle desgraciado la vida. Hoy, dos mil veinte, paro nacional de mujeres en México. Simulando que no estamos, que estamos, muertas. He tratado incluso, de no responder el teléfono. Las muertas no responden el teléfono. No abren sus redes sociales, no compran, no están en la calle, ni en su casa. ¿No comen? Se trata de una simulación. Así que he comido cualquier cosa, tampoco se trata de auto tortura, ya bastante tortuoso ha sido para mí el haber nacido.
     Lo acontecido recientemente, también ha podido afectarme, aunque no demasiado. Por eso, quise simular esta desaparición.
    Iba por la calle, a uno de mis ensayos, cuando un joven, con aire de desamparo se me puso frente al camino.
     − ¿Y si te mato? – Dijo retador.
     Yo, dejé la banqueta y caminé por la calle. Era una colonia tranquila y no había tránsito de carros y por ello no fue peligroso. Sí me dio miedo el hecho de que el joven me siguiera, por lo que cuando volteé, vi que también el volteaba y me hacía señales obscenas. Eso fue, una franca provocación a la violencia. El mismo día, terminado el ensayo, en el vagón del metro de mujeres, un muchacho se sentó y me ganó el asiento. Yo solo me reí, mostrando pena. Él no. Él me dijo:
     − ¡Qué! ¿Crees que eres superior a mí?
     Por fortuna, el metro llegó a la estación y aunque esa, no era la estación en la que me debía bajar, me bajé. No le dije a nadie. Tuve miedo otra vez. Algo, estaba enrareciendo el ámbito social, porque, días después, vi a un señor, esta vez no era un joven, hablando por teléfono.
    «¡Pinches viejas! Se creen la gran cosa, pero ponlas a cargar dos bultos de cemento, a ver si son tan chingonas… Ojalá y hagan un paro para siempre, que no haya una sola puta de esas en este mundo…»
     Y así, seguí mi camino. Pensando que, en efecto, yo, no puedo cargar dos bultos de cemento. Y si ese señor, que medía su valía, solo porque quizá, él sí podía cargar tales bultos de cemento, pues, entonces estábamos en una guerra de “a ver quién carga más, a ver quién mea parado, a ver a quién la falta esto, a ver, a quién le sobra lo otro”. Recordé la serie Juana Inés, donde, cuando fue examinada para comprobar si realmente le funcionaba bien el cerebro, ella, tuvo que aceptar que era inferior a cualquier hombre, ya que, ella carecía de “algo” que hacía del hombre, un ser superior, y que por lo tanto, ella, sólo adquiría conocimientos, y estaba calificada para ser maestra de una hija del virrey. Y por ello fue aprobaba. Ya, casi al final de su vida, donde no publicaría más versos ni escritos, y se consagraría a la vida monástica, firmó con su sangre: Yo, la peor de todas. Esto, no se dice bien a bien, pero a veces creo que, fue para evitar que la inquisición la quemara viva.
     En fin que, en este cumpleaños número cincuenta y siete, solitario, silencioso, donde, quizá continuaré bordando el huipil que, me propuse hacerlo desde mi visita a Oaxaca el primer día del año, escribo y explico, por qué no agradecí en su momento las felicitaciones por mi onomástico. El día aciago en que desmadré la vida de mis padres. Él, mi padre, que de muchos modos quiso cobrarse esta afrenta, manoseándome, insultándome, trastocando mi paz, y por esa causa, mi madre me dijo que me fuera de esa casa, para no disturbarlo más… Les ruego que comprendan que, penosamente, hoy ha sido el día del silencio. De simular estar ausente, a nombre de aquellas que, no lo simulan, sino que están ausentes realmente. Están muertas.
     No sé si estoy en lo correcto, pero, la misoginia, la padecen hombres y mujeres. Yo, he sido víctima de ello. ¿O no?
    Muchas gracias por sus felicitaciones. Dios les bendice.
    Lety.
    (Notoka Pakilistli) Náhuatl. “Mi nombre es Alegría”
*Leticia significa Alegría.