sábado, 31 de diciembre de 2022

¡QUEDÉ SELECCIONADA!

 Como les participé en el chat, quedó seleccionado mi cuento para una antología. La editorial es de Colombia, pero se mueve allá y en México, mi país. 

No entré en detalles en el chat para no desviar la atención a la compañera que nos compartía su tribulación.
Les cuento: este relato ya estaba escrito. Cuando vi la convocatoria no le presté mucha atención. Alguna noche que no me dormía (ya saben que logro dormirme a las 5 o 6 de la mañana) esa vez ya eran las 7. Me desesperé y me puse a la computadora (escribo en el cel, pero si ya es en serio sí es en la lap), y le reduje hasta que quedara la cantidad máxima de palabras que pedían y le añadí algunos sitios para que calificara como cuento urbano. No cambié el contexto. Según esto, me llegará el contrato para autorizar la publicación en la antología y el libro lo lanzarán en marzo.
Muchas gracias por preguntar.
QUE EL AÑO 2023 SEA DE BUENA SALUD, PAZ, TRABAJO Y PROSPERIDAD.
LETY.


viernes, 30 de diciembre de 2022

TRADICIONES DE VERACRUZ, MÉXICO. "EL VIEJO"


El Viejo

En 1875 nació en las barriadas del Puerto de Veracruz la petición del aguinaldo y la tradición de El Viejo, misma que empezó a formar parte de las fiestas decembrinas. Se gestó como una protesta social dirigida por M.A. Bovril el 24 de diciembre, quien con un grupo de jornaleros se dedicó a molestar a las familias por el rumbo del patio Panamericano el que, según don Paco Píldora, se encontraba ubicado en Hidalgo, entre Arista y Aquiles Serdán, atrás del Hospital Militar (a extramuros), mientras éstas celebraban la fiesta de Nochebuena.

Con latas, cencerros y tapaderas de peltre, en escandaloso peregrinar recorrió Bovril y su grupo la barriada, hasta que fue detenido por la policía y multado con doce pesos.

M. A. Bovril formaba parte de una de las muchas cuadrillas de trabajadores que laboraban en la zona de los muelles, personas de escaso jornal, a quienes jamás llegaban los beneficios que los otros empleados alcanzaban; éstos recibían en las pascuas pequeñas cantidades de efectivo como aguinaldo y algunas veces eran obsequiados con ropa vieja que desechaban los patrones, chales y bombines que luego lucían presuntuosamente en los jelengues patieriles.

Hacia fin de año Bovril repitió su hazaña, pero se incrementó el número de jornaleros, algunos cubanos, aun que la mayoría eran jarochos y mulatos, quienes unidos por la inconformidad se manifestaban frente a las casas de sus patrones. De esta manera, ante la amenaza del escándalo, lograban recibir alguna estrella de licor y alimento, que posteriormente compartían como agasajo de grupo en algún solar.

Cada año aumentaba el número de jornaleros que se reunían para lograr de los patrones algún beneficio a manera de aguinaldo; algunos, aunque escaso, ya lo otorgaban; otros se resistían, pero al hacerlo, los empleados alargaban la mano y cedían; sin embargo, siempre esperaban a que éste fuera solicitado. Así, la cuadrilla de trabajadores recorría los comercios y algo obtenían, pero siempre de manera dádiva.

Pedir los aguinaldos por la Navidad fue haciéndose costumbre pero ya sin violencia ni amenaza; sin embargo, siempre se hacía del trabajador al patrón de manera alegre y graciosa, cantándose algunas coplas acompañadas de guitarras y güiros y alargando las peticiones por callejas y barriadas, entre amistades y parientes.

A don Francisco Rivera le platicó un antiguo estibador de nombre Florentino Arrieta, que la ocurrencia de representar al año viejo surgió de los almanaques que a Veracruz llegaban procedentes de Japón. En uno de ellos el personaje que representaba el año viejo tenía un notable parecido con un coreano que era aguador de la cuadrilla de estibadores y que vivía por el rumbo de la playa (a extramuros); la gente donde vivía el aguador tuvo la ocurrencia de vestirlo tal y como aparecía en el almanaque seguido por un niño que hacía el año nuevo.

El coreano, vestido como el personaje del almanaque, fue paseado por toda la barriada, causando, por lo novedoso, gran alboroto en el vecindario.

El éxito que la jocosa representación del año viejo causó fue tal, que para la noche del último año se organizó un grupo con guitarra y güiros, se ensayaron algunas coplas y desde temprana hora recorrió la barriada, seguida de un acompañamiento que aumentaba a su paso con el entusiasmo natural de la gente, llevando su alegría hasta algunas calles adentro de Puerta Merced, de donde regresó a su barriada que celebró hasta muy entrada la noche la fiesta del viejo coreano, siendo un éxito artístico y económico la primera salida callejera de esta fiesta que fue por muchos años tradicional y originada en el Puerto.

La costumbre de llevar el viejo para las peticiones de aguinaldo quedó establecida, generalizándose en toda la ciudad sacar el viejo por todas las barriadas la última noche del año. Era llevado el muñeco en una silla y, al compás de guitarras y güiros, se cantaban rumbeadas coplas, coreaba, la chiquillería el estribillo, recibiendo dinero y golosinas de los vecinos y amistades de las barriadas.

Para 1907, Eduardo Turrent Rozas en Veracruz de mis recuerdos, relata que “en las calles aturdía el griterío que los muchachos en desvencijada silla llevaban a un muñeco con barba hecha de algodón”. Ante cada puerta y en los portales se detenían para cantar:

Una limosna

para este pobre viejo,

una limosna

para este pobre viejo,

que ha dejado hijos,

que ha dejado hijos,

para el año nuevo.

El correteo en las calles era incesante entre el retumbar de cohetes y ensordecedor toque de latas y toda clase de objetos susceptibles al ruido y escándalo hasta que se despedazaba al muñeco al dar el reloj del ayuntamiento las doce campanadas y cuando las sirenas del Ulúa y todos los barcos en la bahía dejaban oír su penetrante aullido junto con el toque de las campanas del templo cuyo metálico canto aturdía.

El trasnoche terminaba viendo retorcerse en las llamaradas al año viejo, para continuar los festejos entra la algarabía de niños y adultos, con las piñatas y la alegría propia del año que se estaba iniciando.

lunes, 26 de diciembre de 2022

APROVECHANDO MI TIEMPO LIBRE

 Estoy pasando a USB algunas películas, así mientras se renderizan les comento: ¿Es en serio cuando me dicen "consígueme chamba en la película, o la serie, aunque sea de la "chacha"? Se supone que ustedes son gente que lee, por eso escriben o quieren ser escritores. No se puede hacer una cosa sin la otra. 

¿En verdad creen que cuando uno está dentro de una producción contando historias, dichas historias son como la sociedad de allá afuera? Sí, fuera del set. Cómo que "la chacha". Y no me refiero al comentario peyorativo, porque a la hora de actuar puede que se diga así, o la gata, o del modo que esté en el guion. Pero "aunque sea de la chacha", HELLO GUYS... Yalitza Aparicia hizo a "la chacha" en la película Roma, era la estelar del film y estuvo nominada al Óscar como mejor actriz. No entraré en detalles de si es o no actriz, ni cosas de la suerte, porque ese no es el punto. (Para mí sí es actriz y se sigue preparando constantemente). Entonces, cuando me dicen: "consígueme aunque sea el de la chacha, ¿me están pidiendo que le diga al director que quieren el estelar? Y no es un caso excepcional, en las telenovelas que incluso después hicieron película está el caso de una historia llamada María Isabel, u otra llamada Simplemente María. En ambas historias la protagonista es una sirvienta.

No me decepcionen. Uno: yo no tengo potestad para conseguir papeles de nada a nadie. Dos: es mentira que uno se hace millonario siendo actor o actriz. Tres: ¡Aplíquense! ¿Cómo quieren ser escritores si no se documentan. 

Para ser actor hay que tener cultura. Es mentira que (he escrito desde hace mucho), que para ser actor es una vida de huevón. No. Si algo hay que hacer es leer, no tienen idea de cuánto. De TAREA hay que leer El Quijote... ¿duro, no? A cuánto pendejo han leído o escuchado decir: "déjales que hablen, cuando ladran los perros es señal que vamos avanzando". ¿Y ya por eso leyeron el libro de Cervantes? ¡A huevo que no! Y si me van a salir que son muy jovencitos y se chutaron la saga del Señor de los anillos bien por ustedes, pero los clásicos SIEMPRE serán los clásicos. ¿Creen que un actor, de verdad, puede desenvolver en el gremio sin haber leído nada de Shakespeare? Ustedes, aspirantes a escritores, han leído a W. S. ? O solo han visto las películas.

Es todo, no puedo escribir con facilidad, tengo las uñas muy largas pero están secuencia; no me las puedo cortar.

CUENTO DE NAVIDAD DE AUGGIE WREN

 Cuento de navidad de Auggie Wren Paul Auster 

 Le oí este cuento a Auggie Wren. Dado que Auggie no queda demasiado bien en él, por lo menos no todo lo bien que a él le habría gustado, me pidió que no utilizara su verdadero nombre. Aparte de eso, toda la historia de la cartera perdida, la anciana ciega y la comida de Navidad es exactamente como él me la contó. Auggie y yo nos conocemos desde hace casi once años. Él trabaja detrás del mostrador de un estanco en la calle Court, en el centro de Brooklyn, y como es el único estanco que tiene los puritos holandeses que a mí me gusta fumar, entro allí bastante a menudo. Durante mucho tiempo apenas pensé en Auggie Wren. Era el extraño hombrecito que llevaba una sudadera azul con capucha y me vendía puros y revistas, el personaje pícaro y chistoso que siempre tenía algo gracioso que decir acerca del tiempo, de los Mets o de los políticos de Washington, y nada más. Pero luego, un día, hace varios años, él estaba leyendo una revista en la tienda cuando casualmente tropezó con la reseña de un libro mío. Supo que era yo porque la reseña iba acompañada de una fotografía, y a partir de entonces las cosas cambiaron entre nosotros. Yo ya no era simplemente un cliente más para Auggie, me había convertido en una persona distinguida. A la mayoría de la gente le importan un comino los libros y los escritores, pero resultó que Auggie se consideraba un artista. Ahora que había descubierto el secreto de quién era yo, me adoptó como a un aliado, un confidente, un camarada. A decir verdad, a mí me resultaba bastante embarazoso. Luego, casi inevitablemente, llegó el momento en que me preguntó si estaría yo dispuesto a ver sus fotografías. Dado su entusiasmo y buena voluntad, no parecía que hubiera manera de rechazarle. Dios sabe qué esperaba yo. Como mínimo, no era lo que Auggie me enseñó al día siguiente. En una pequeña trastienda sin ventanas abrió una caja de cartón y sacó doce álbumes de fotos negros e idénticos. Dijo que aquélla era la obra de su vida, y no tardaba más de cinco minutos al día en hacerla. Todas las mañanas durante los últimos doce años se había detenido en la esquina de la Avenida Atlantic y la calle Clinton exactamente a las siete y había hecho una sola fotografía en color de exactamente la misma vista. El proyecto ascendía ya a más de cuatro mil fotografías. Cada álbum representaba un año diferente y todas las fotografías estaban dispuestas en secuencia, desde el 1 de enero hasta el 31 de diciembre, con las fechas cuidadosamente anotadas debajo de cada una. Mientras hojeaba los álbumes y empezaba a estudiar la obra de Auggie, no sabía qué pensar. Mi primera impresión fue que se trataba de la cosa más extraña y desconcertante que había visto nunca. Todas las fotografías eran iguales. Todo el proyecto era un curioso ataque de repetición que te dejaba aturdido, la misma calle y los mismos edificios una y otra vez, un implacable delirio de imágenes redundantes. No se me ocurría qué podía decirle a Auggie; así que continué pasando las páginas, asintiendo con la cabeza con fingida apreciación. Auggie parecía sereno, mientras me miraba con una amplia sonrisa en la cara, pero cuando yo llevaba ya varios minutos observando las fotografías, de repente me interrumpió y me dijo: 

 —Vas demasiado deprisa. Nunca lo entenderás si no vas más despacio. 

   Tenía razón, por supuesto. Si no te tomas tiempo para mirar, nunca conseguirás ver nada. Cogí otro álbum y me obligué a ir más pausadamente. Presté más atención a los detalles, me fijé en los cambios en las condiciones meteorológicas, observé las variaciones en el ángulo de la luz a medida que avanzaban las estaciones. Finalmente pude detectar sutiles diferencias en el flujo del tráfico, prever el ritmo de los diferentes días (la actividad de las mañanas laborables, la relativa tranquilidad de los fines de semana, el contraste entre los sábados y los domingos). Y luego, poco a poco, empecé a reconocer las caras de la gente en segundo plano, los transeúntes camino de su trabajo, las mismas personas en el mismo lugar todas las mañanas, viviendo un instante de sus vidas en el objetivo de la cámara de Au-ggie. Una vez que llegué a conocerles, empecé a estudiar sus posturas, la diferencia en su porte de una mañana a la siguiente, tratando de descubrir sus estados de ánimo por estos indicios superficiales, como si pudiera imaginar historias para ellos, como si pudiera penetrar en los invisibles dramas encerrados dentro de sus cuerpos. Cogí otro álbum. Ya no estaba aburrido ni desconcertado como al principio. Me di cuenta de que Auggie estaba fotografiando el tiempo, el tiempo natural y el tiempo humano, y lo hacía plantándose en una minúscula esquina del mundo y deseando que fuera suya, montando guardia en el espacio que había elegido para sí. Mirándome mientras yo examinaba su trabajo, Auggie continuaba sonriendo con gusto. Luego, casi como si hubiera estado leyendo mis pensamientos, empezó a recitar un verso de Shakespeare. 

  —Mañana y mañana y mañana —murmuró entre dientes—, el tiempo avanza con pasos menudos y cautelosos. 

  Comprendí entonces que sabía exactamente lo que estaba haciendo. Eso fue hace más de dos mil fotografías. Desde ese día Auggie y yo hemos comentado su obra muchas veces, pero hasta la semana pasada no me enteré de cómo había adquirido su cámara y empezado a hacer fotos. Ése era el tema de la historia que me contó, y todavía estoy esforzándome por entenderla. A principios de esa misma semana me había llamado un hombre del New York Times y me había preguntado si querría escribir un cuento que aparecería en el periódico el día de Navidad. Mi primer impulso fue decir que no, pero el hombre era muy persuasivo y amable, y al final de la conversación le dije que lo intentaría. En cuanto colgué el teléfono, sin embargo, caí en un profundo pánico. ¿Qué sabía yo sobre la Navidad?, me pregunté. ¿Qué sabía yo de escribir cuentos por encargo? Pasé los siguientes días desesperado; guerreando con los fantasmas de Dickens, O. Henry y otros maestros del espíritu de la Natividad. Las propias palabras “cuento de Navidad” tenían desagradables connotaciones para mí, en su evocación de espantosas efusiones de hipócrita sensiblería y melaza. Ni siquiera los mejores cuentos de Navidad eran otra cosa que sueños de deseos, cuentos de hadas para adultos, y por nada del mundo me permitiría escribir algo así. Sin embargo, cómo podía nadie proponerse escribir un cuento de Navidad que no fuera sentimental? Era una contradicción en los términos, una imposibilidad, una paradoja. Sería como tratar de imaginar un caballo de carreras sin patas o un gorrión sin alas. No conseguía nada. El jueves salí a dar un largo paseo, confiando en que el aire me despejaría la cabeza. Justo después del mediodía entré en el estanco para reponer mis existencias, y allí estaba Auggie, de pie detrás del mostrador, como siempre. Me preguntó cómo estaba. Sin proponérmelo realmente, me encontré descargando mis preocupaciones sobre él. 

 —¿Un cuento de Navidad? —dijo él cuando yo hube terminado. ¿Sólo es eso? Si me invitas a comer, amigo mío, te contaré el mejor cuento de Navidad que hayas oído nunca. Y te garantizo que hasta la última palabra es verdad. 

  Fuimos a Jack’s, un restaurante angosto y ruidoso que tiene buenos sandwiches de pastrami y fotografías de antiguos equipos de los Dodgers colgadas de las paredes. Encontramos una mesa al fondo, pedimos nuestro almuerzo y luego Auggie se lanzó a contarme su historia. 

 —Fue en el verano del setenta y dos —dijo. Una mañana entró un chico y empezó a robar cosas de la tienda. Tendría unos diecinueve o veinte años, y creo que no he visto en mi vida un ratero de tiendas más patético. Estaba de pie al lado del expositor de periódicos de la pared del fondo, metiéndose libros en los bolsillos del impermeable. Había mucha gente junto al mostrador en aquel momento, así que al principio no le vi. Pero cuando me di cuenta de lo que estaba haciendo, empecé a gritar. Echó a correr como una liebre, y cuando yo conseguí salir de detrás del mostrador, él ya iba como una exhalación por la avenida Atlantic. Le perseguí más o menos media manzana, y luego renuncié. Se le había caído algo, y como yo no tenía ganas de seguir corriendo me agaché para ver lo que era. “Resultó que era su cartera. No había nada de dinero, pero sí su carnet de conducir junto con tres o cuatro fotografías. Supongo que podría haber llamado a la poli para que le arrestara. Tenía su nombre y dirección en el carnet, pero me dio pena. No era más que un pobre desgraciado, y cuando miré las fotos que llevaba en la cartera, no fui capaz de enfadarme con él. Robert Goodwin. Así se llamaba. Recuerdo que en una de las fotos estaba de pie rodeando con el brazo a su madre o abuela. En otra estaba sentado a los nueve o diez años vestido con un uniforme de béisbol y con una gran sonrisa en la cara. No tuve valor. Me figuré que probablemente era drogadicto. Un pobre chaval de Brooklyn sin mucha suerte, y, además, ¿qué importaban un par de libros de bolsillo? Así que me quedé con la cartera. De vez en cuando sentía el impulso de devolvérsela, pero lo posponía una y otra vez y nunca hacía nada al respecto. Luego llega la Navidad y yo me encuentro sin nada que hacer. Generalmente el jefe me invita a pasar el día en su casa, pero ese año él y su familia estaban en Florida visitando a unos parientes. Así que estoy sentado en mi piso esa mañana compadeciéndome un poco de mí mismo, y entonces veo la cartera de Robert Goodwin sobre un estante de la cocina. Pienso qué diablos, por qué no hacer algo bueno por una vez, así que me pongo el abrigo y salgo para devolver la cartera personalmente. La dirección estaba en Boerum Hill, en las casas subvencionadas. Aquel día helaba, y recuerdo que me perdí varias veces tratando de encontrar el edificio. Allí todo parece igual, y recorres una y otra vez la misma calle pensando que estás en otro sitio. Finalmente encuentro el apartamento que busco y llamo al timbre. No pasa nada. Deduzco que no hay nadie, pero lo intento otra vez para asegurarme. Espero un poco más y, justo cuando estoy a punto de marcharme, oigo que alguien viene hacia la puerta arrastrando los pies. Una voz de vieja pregunta quién es, y yo contesto que estoy buscando a Robert Goodwin. 

 “—¿Eres tú, Robert? —dice la vieja, y luego descorre unos quince cerrojos y abre la puerta. “Debe tener por lo menos ochenta años, quizá noventa, y lo primero que noto es que es ciega. “—Sabía que vendrías, Robert —dice—. Sabía que no te olvidarías de tu abuela Ethel en Navidad. “Y luego abre los brazos como si estuviera a punto de abrazarme. “Yo no tenía mucho tiempo para pensar, ¿comprendes? Tenía que decir algo deprisa y corriendo, y antes de que pudiera darme cuenta de lo que estaba ocurriendo, oí que las palabras salían de mi boca. 

 “—Está bien, abuela Ethel —dije—. He vuelto para verte el día de Navidad. “No me preguntes por qué lo hice. No tengo ni idea. Puede que no quisiera decepcionarla o algo así, no lo sé. Simplemente salió así y de pronto, aquella anciana me abrazaba delante de la puerta y yo la abrazaba a ella. “No llegué a decirle que era su nieto. No exactamente, por lo menos, pero eso era lo que parecía. Sin embargo, no estaba intentando engañarla. Era como un juego que los dos habíamos decidido jugar, sin tener que discutir las reglas. Quiero decir que aquella mujer sabía que yo no era su nieto Robert. Estaba vieja y chocha, pero no tanto como para no notar la diferencia entre un extraño y su propio nieto. Pero la hacía feliz fingir, y puesto que yo no tenía nada mejor que hacer, me alegré de seguirle la corriente. “Así que entramos en el apartamento y pasamos el día juntos. Aquello era un verdadero basurero, podría añadir, pero ¿qué otra cosa se puede esperar de una ciega que se ocupa ella misma de la casa? Cada vez que me preguntaba cómo estaba yo le mentía. Le dije que había encontrado un buen trabajo en un estanco, le dije que estaba a punto de casarme, le conté cien cuentos chinos, y ella hizo como que se los creía todos. “—Eso es estupendo, Robert —decía, asintiendo con la cabeza y sonriendo. Siempre supe que las cosas te saldrían bien. “Al cabo de un rato, empecé a tener hambre. No parecía haber mucha comida en la casa, así que me fui a una tienda del barrio y llevé un montón de cosas. Un pollo precocinado, sopa de verduras, un recipiente de ensalada de patatas, pastel de chocolate, toda clase de cosas. Ethel tenía un par de botellas de vino guardadas en su dormitorio, así que entre los dos conseguimos preparar una comida de Navidad bastante decente. Recuerdo que los dos nos pusimos un poco alegres con el vino, y cuando terminamos de comer fuimos a sentarnos en el cuarto de estar, donde las butacas eran más cómodas. Yo tenía que hacer pis, así que me disculpé y fui al cuarto de baño que había en el pasillo. Fue entonces cuando las cosas dieron otro giro. Ya era bastante disparatado que hiciera el numerito de ser el nieto de Ethel, pero lo que hice luego fue una verdadera locura, y nunca me he perdonado por ello. “Entro en el cuarto de baño y, apiladas contra la pared al lado de la ducha, veo un montón de seis o siete cámaras. De treinta y cinco milímetros, completamente nuevas, aún en sus cajas, mercancía de primera calidad. Deduzco que eso es obra del verdadero Robert, un sitio donde almacenar botín reciente. Yo no había hecho una foto en mi vida, y ciertamente nunca había robado nada, pero en cuanto veo esas cámaras en el cuarto de baño, decido que quiero una para mí. Así de sencillo. Y, sin pararme a pensarlo, me meto una de las cajas bajo el brazo y vuelvo al cuarto de estar. “No debí ausentarme más de unos minutos, pero en ese tiempo la abuela Ethel se había quedado dormida en su butaca. Demasiado Chianti, supongo. Entré en la cocina para fregar los platos y ella siguió durmiendo a pesar del ruido, roncando como un bebé. No parecía lógico molestarla, así que decidí marcharme. Ni siquiera podía escribirle una nota de despedida, puesto que era ciega y todo eso, así que simplemente me fui. Dejé la cartera de su nieto en la mesa, cogí la cámara otra vez y salí del apartamento. Y ése es el final de la historia. 

 —¿Volviste alguna vez? —le pregunté. 

 —Una sola —contestó. Unos tres o cuatro meses después. Me sentía tan mal por haber robado la cámara que ni siquiera la había usado aún. Finalmente tomé la decisión de devolverla, pero la abuela Ethel ya no estaba allí. No sé qué le había pasado, pero en el apartamento vivía otra persona y no sabía decirme dónde estaba ella .

 —Probablemente había muerto. —Sí, probablemente. 

 —Lo cual quiere decir que pasó su última Navidad contigo. 

 —Supongo que sí. Nunca se me había ocurrido pensarlo. 

 —Fue una buena obra, Auggie. Hiciste algo muy bonito por ella. 

 —Le mentí y luego le robé. No veo cómo puedes llamarle a eso una buena obra. 

 —La hiciste feliz. Y además la cámara era robada. No es como si la persona a quien se la quitaste fuese su verdadero propietario. 

 —Todo por el arte, ¿eh, Paul? 

 —Yo no diría eso. Pero por lo menos le has dado un buen uso a la cámara. —Y ahora tienes un cuento de Navidad, ¿no? 

—Sí —dije—. Supongo que sí. 

 Hice una pausa durante un momento, mirando a Auggie mientras una sonrisa malévola se extendía por su cara. Yo no podía estar seguro, pero la expresión de sus ojos en aquel momento era tan misteriosa, tan llena del resplandor de algún placer interior, que repentinamente se me ocurrió que se había inventado toda la historia. Estuve a punto de preguntarle si se había quedado conmigo, pero luego comprendí que nunca me lo diría. Me había embaucado, y eso era lo único que importaba. Mientras haya una persona que se la crea, no hay ninguna historia que no pueda ser verdad. 

 —Eres un as, Auggie —dije—. Gracias por ayudarme. 

 —Siempre que quieras —contestó él, mirándome aún con aquella luz maníaca en los ojos. Después de todo, si no puedes compartir tus secretos con los amigos, ¿qué clase de amigo eres? 

 —Supongo que estoy en deuda contigo. 

 —No, no. Simplemente escríbela como yo te la he contado y no me deberás nada. 

 —Excepto el almuerzo. 

 —Eso es. Excepto el almuerzo. Devolví la sonrisa de Auggie con otra mía y luego llamé al camarero y pedí la cuenta.

FIN.

https://www.youtube.com/watch?v=Tuc9c0JVC4s

LA PELÍCULA COMPLETA "SMOKE" NO ME PARECIÓ UNA JOYA, COMO DICEN ALGUNOS, ES BUENA, SIN DUDA. AQUÍ ESTÁ EL CUENTO DE NAVIDAD DE PAUL ASTER.

ESCRIBÍ MI CUENTO DE NAVIDAD EN EL CANAL. LES SOY SINCERA, LAS PENDEJADAS QUE ESCRIBIERON ALGUNAS PERSONAS NO ME GUSTARON. PARA QUE PIDEN RETOS SI NO LOS VAN A HACER (A ESCRIBIR) BOLA DE HUEVONES.

LA FAMA NO LES VA A CAER DE CIELO. SI ESTUDIANDO Y BREGANDO EN LA CARRERA, A VECES NO SUELE SUCEDER NADA, NO TRABAJANDO MENOS. HABRÁ ALGUNAS EXCEPCIONES.

EN MI CASO, ME HE RESERVADO DE HACER PÚBLICOS LOS VÍDEOS QUE ME ENVIARON MIS COMPAÑEROS, Y , TAL Y COMO DIJERON, SÍ, YO TAMBIÉN ME QUEDÉ CON LA BOCA ABIERTA. IGNACIO LOPEZ TARSO Y JOSÉ CARLOS RUIZ FUERON HOMBRES GUSTOSOS DE LA VIDA NOCTURNA Y POR ELLO ME ENVIARON SUS COMENTARIOS POR MI LIBRO FUE EN UN CABARET. A MÍ NO ME IMPORTA SI ME LEEN O QUIÉN ME LEE. YO ESCRIBO POR PLACER. FELIZ AÑO NUEVO.

*LA VERDAD ME DA MUCHA FLOJERA LO QUE ESCRIBEN, SUS MUGRES HISTORIA DE UN MUNDO DISTÓPICO. LAS MUJERES NO SALEN DEL CLÁSICO CHICO MALO Y GUAPO. ¿QUÉ ES SER MALO Y GUAPO? DESCRIBAN, LO QUE A USTEDES LES PARECE BELLO, A OTROS NOS PODRÍA PARECER LO CONTRARIO. BUENO, YO NO SOY SU MAESTRA. HE TENIDO APENAS CUATRO DÍAS LIBRES, ESTOY EN UNA SERIE MUY PESADA, CHICOS. YA LO DIJE Y LO REITERO: LA ACTUACIÓN ES MI MODO DE VIVIR EN PLENITUD, LA ESCRITURA ES MI MANERA DE SOÑAR.

sábado, 8 de octubre de 2022

reto # 8 BRUXISMO

 

Estoy harto de no dormir bien, me dijeron que con una terapeuta podría entender por qué, cada que sueño con esos malditos saltamontes que bailan, sí, bailan a mi alrededor como haciendo mofa de malestar, como si fueran adivinos, porque cada que sueño eso despierto con dolor en toda la cara, oh si, perdón, «dolor facial», como si decirlo de modo más elegante fueron menos molesto. Me crispa la gente que sale de su casa y deja olvidadas las llaves, ¡ya sé, ya sé!, si no fuera por ese tipo de gente no tendría trabajo, pero es el colmo que cada que tengo ese sueño, surja alguien con ese problema, y aquí estoy, batallando con la cerradura y la mirada recalcitrante de esta mujer, ¿cree que cuando logre abrir la puerta me voy a meter a su casa a robar? ¡Bah! Cuando abra esta puerta me voy a ir a mi casa a dormir. Estoy bruxando, bueno, así me dijeron que se dice cuando uno rechina los dientes al dormir, pero no me pasa siempre, solo cuando en mis sueños se entrometen esos infelices saltamontes que bailan, ¿infelices? ¡No! ¡Infeliz yo que entiendo por qué me provoca tanta ansiedad ese sueño recurrente!

Hace rato soñaba que bailaban algo que decía: o bela chao, bela chao, bela chao, chao, chao… y la musiquita me requiebra dentro de la cabeza, cuando, ya casi… esta cerradura va a ceder… ¿No?, bueno, pues le sigo, es que tengo las manos trémulas y nomás no atino a nada.

¡No puede ser! La muchacha que me contrató está cantando ese: bela chao, chao, chao…

¡Cállese!

―¡Perdón, señor!

―¡Esa cancioncita no la soporto!

Menos mal que solo se sonrojó pero guardó silencio. Y aquí sigo… ya está… creo que sí… ¡Ya estuvo!

La joven me ha invitado a pasar y me negué. Ya había hecho mi trabajo, siendo sábado lo único que quería ir a mi casa a dormir. Estoy seguro que esos saltamontes no van a disturbar mi sueño, no más, no lo creo; ella insiste.

―Se lo pido por caridad. He dormido muy mal, estoy desconcentrada y por eso olvidé la llave dentro. Tenía cita con mi terapeuta…

―¿Usted tiene que ir a terapia?

―Sí. Pero ya no iré, perdí la cita por lo de la llave…

―¿Y para qué quiere que pase?

―Es que tengo miedo.

―¿A qué?

―A quedarme dormida y volver a soñar lo mismo. No me lo va a creer; sueño con unos saltamontes que bailan. Aprieto los dientes cuando pasa eso, que es muy seguido. Esta vez no escuché la alarma porque estaba aturdida con una musiquita que nunca había oído…

No sé cómo fue que nos entendimos esa joven y yo. Creo que son las cuatro de la tarde y estamos ebrios de whisky cantando y bailando: Esta mañana me he levantado, o bella ciao, bella ciao, bella ciao, ciao, ciao, esta mañana me he levanto y he descubierto al invasor…

No nos importan los gritos de los vecinos que insisten que hace horas están rechinando los dientes y no saben por qué; nosotros sí, y seguimos: Oh compañero quiero ir contigo, porque me siento aquí morir. Y si yo caigo en la batalla, o bella ciao, bella ciao, bella ciao, ciao, ciao, coge en tus manos mi fusil… ¡A bailar saltamontes! O bella ciao, bella ciao, bella ciao, ciao, ciao…

 

viernes, 7 de octubre de 2022

reto #7 JOAQUINA LA ASESINA

 

COMIDA AUTÓCTONA.

Aparentemente, a Lorelei Dawson no le impactaba ninguna excentricidad en cuanto a los anhelos y gustos exóticos de quienes la contrataban como planificadora de bodas; tenía mucha experiencia y lo más loco, por así decirlo, que le había tocado, fue la novia que quiso llegar a la ceremonia cayendo de un paracaídas.

Cuando la persona que la contrató se presentó fríamente, estrechando la mano de Lorelei diciendo: «Soy Joaquina la asesina», pensó que se trataba de alguna broma. La novia aseveró:

―No lo digo afiguradamente, señorita Dawson. Soy Joaquina y tengo muchos muertitos en mi historial. Espero que comprenda que, si la he elegido a usted para que planifique mi boda, es porque la considero una máster en el tema, pero le advierto que si me falla, usted ―Joaquina hizo una seña con el pulgar señalando su propio cuello― ¿Comprende?

―Verá, considero que bajo esas condiciones no puedo aceptar…

―¿Quién le dijo que no debe planificar mi boda? Ya le dije que la elegí, ahora tiene que hacerlo para salvar su pellejo.

Joaquina arrojó un fajo de dólares a Dawson, el cual cayó en su regazo. La planeadora de bodas tragó saliva y se resignó a su suerte.

―Está bien, señorita Joaquina. Acepto.

―¿No lo va a contar?

―Más tarde. Si sus pretensiones rebasan esta cantidad, espero que…

―No hay ningún problema por ello ―interrumpió Joaquina.

Lorelei le mostró a Joaquina el plan de trabajo que funcionaba para todas las bodas. Había que iniciar con el pastel, pero resultó que Joaquina no quería que en su boda hubiera pastel. Lorelei empezó a sentir miedo, pero más tarde lo consideró como uno de sus mejores retos. Ya estaba harta de sus clientas que, en su afán de pretensión y excesiva cursilería, para sus bodas querían cosas que los invitados pasaban por alto, dado el rebase de excentricidad.

El vestido de Joaquina era de manta. Leorelei se enfrentaba a esto por vez primera. No podía entender cómo, una mujer tan estridente que arrojaba un paquete de dólares, que parecía que era bastante dinero, usaría un vestido de manta cruda. Fue bordado por mujeres de Tenango. Solo que no parecía ser un vestido tan sencillo: la cola medía 20 metros.

―¿Entonces quiere una boda estilo mexicano?

―No propiamente.

Lorelei no se había tenido que enfrentar a la búsqueda de danzantes con copiles orlados con plumas de faisán. Esta vez tuvo que hacerlo. Quería encontrar al mejor grupo que entendiera de danzas con sahumerios de copal. Ofreció que el paseo hacia el altar no hubiera música de órgano, ni coros, ni nada eso: unos hombres de piel muy bronceada debían hacer sonar caracoles.

―Atecocoli, miss Dawson, más respeto por favor.

―Perfecto. Atecocolis.

―Atecocolimeh, si va a decirlo en plural. En náhuatl no se usa la «s» para eso.

Vaya que si estaba en problemas Lorelei Dawson, porque debido a sus raíces norteamericanas ignoraba temas tan autóctonos. Lo más que conocía era el Museo de Antropología y las visitas que llegó a hacer a Teotihuacán.

Se fue de bruces cuando supo que su agresiva clienta quería un rito chamánico, no sacerdotes, no pastores.

A pesar de las extravagancias de Joaquina, Dawson parecía que su clienta estaba «matchando» con todo lo que ella le sugería.

El chamán era un brujo de Catemaco que no puso objeción alguna en hacer un ritual para un casamiento. Él no le vio nada de extravagante.

El día de la boda llegó. Se celebró en una extensión bellísima de prados llevados, exprofeso para la ocasión. Joaquina eligió un lugar árido, pero la vista era hermosa debido a que estaba en las faldas de un volcán. Eso no fue problema para Lorelei, llevar pasto era «piece of cake» para ella; le habían tocado clientas que pedían lagos artificiales, cisnes, patos, pavorreales y hubo una que pidió que al momento de finalizar la ceremonia religiosa, los invitados presenciaran un alumbramiento, como símbolo de buena suerte para su matrimonio fuera fértil en todos los sentidos. Lorelei consiguió una jirafa e hizo perfectos los cálculos. La jirafa bebé nació ante la complacencia de todos.

Todos quienes estuvieron en ese lugar se veían a gusto. El código de vestuario fue estricto, los varones de «maxtlatl» y «tilmantl»; las mujeres con «queshquemetl» o «huipil», como qusieran, pero sí debían llevar una cuetl.  Es decir, los hombres con taparrabos y una especia de capa que le cubriera el torso, y las mujeres una especie de bata o algo que les cubriera los senos, la cuetl se refería a la falda. Podían usar los colores que quisiera y peinarse como les viniera en gana.

No había sillas ni mesas. El decorado era con motivos mexica, pero nadie entendía por qué Dawson estaba tan aturdida y tan nerviosa, aún que el plan de la boda estaba caminando a la perfección.

Joaquina la secuestró, literalmente. Dawson solo podía hacer sus búsquedas custodiada por la gente de Joaquina y no más. Era la primera vez que Lorelei Dawson, la mejor «wedding planner» que operaba en el país, no quería que su nombre apareciera en aquella fiesta sin precedentes.

A la hora de servir la comida, que hacía mucho rato había abierto el apetito de los invitados, estaba hirviendo en unos peroles sobre unas piedras con leña.

El primer tiempo constó de unas yerbas que los invitados masticaron por curiosidad, en extremo divertidos por la exótica experiencia. El segundo tiempo fueron algunos granos cocidos que le abrió el apetito de tal manera, que habrían sido capaces de comerse un caballo si eso lo que tenían pensado servir. No fue un caballo: el plato fuerte fue pozole.

La sopa humeante olía exquisito. Dawson sudaba a mares y creyó que perdería la consciencia si Joaquina la obligaba a comer ese brebaje, cosa que sí tuvo que hacer y no se desmayó.

Lorelei no supo de dónde sacó fuerza para mantenerse firme y sonriente. La carne que comían vorazmente los invitados era carne humana. Joaquina la asesina, mató al hombre que le prometió matrimonio y le fue infiel la noche de su despedida de soltero.

Él trató de defenderse diciendo que esa era falla clásica, algo en extremo tópico, algo de hombres, ¿por qué se enojaba?

Joaquina le dijo que a ella no le gustaba lo clásico, lo tópico, lo tan usual, así que por eso lo fue desmembrado de a poco. Le fue cortando extremidades y las mantenía congeladas mientras al traidor lo mantuvo vivo para que, a través de vídeos, fuera testigo de su boda con otro hombre, que, mejor para él que le saliera bueno. Hasta que llegó el momento que con un cuchillo de obsidiana le sacó el corazón.

Cuando los invitados preguntaban qué tipo de carne habían usado para el pozole, porque no sabía a pollo, o a cerdo, ni a res, Lorelei hizo una señal al capitán de meseros para que la bandeja que estaba en la mesa de honor fuera destapada: ahí estaba la cabeza del antiguo novio de Joaquina la asesina.

Dawson pensó que todo cuanto había hecho fue en legítima defensa de su vida. Cuando vio a la víctima supo el porqué debía hacer de esa boda un éxito: ella fue la aventurera con quien cometió el desliz el exnovio.

FIN.

 

 

 

jueves, 6 de octubre de 2022

LOS RETOS

 Hola, colegas.

Solo he hecho 3 retos. Gracias por sus comentarios. No puedo hacerlos porque es uno diario y estoy en una serie y ensayos de teatro y... ESCRIBO UNA NOVELA!!! 

No sé cómo compartirles de qué va, ya ven que la ficción no es lo mío. Lory SIEMPRE me sugiere que escriba mi fanfic, pero no sé; no se me antoja. Aunque lo que escribo es inspirado en un ogt, mierda y culero, ja, ja, ja...  es real. Se convirtió en un stalker y esto sí fue en serio, por nada y lo mandamos al otro mundo.

No me resulta fácil describir todos esos sucesos reales, con toques de ficción, claro. Pero revisar aquel viejo material, las confesiones de ese enfermo y tal, (he vomitado algunas veces). Es un pendejo mediocre, enojado con la vida.

En fin que, es un buen enredo con hilos, literal, porque hay hilos, como la novela PUNTO DE CRUZ y Lory me dio "How to make a quilt", está en YT una peli, pero mi escrito dista mucho de esas dos historias.

Bueno, me despido. Perdón por la poca participación en el chat, tengo poco tiempo. Terminé de leer la paciente silenciosa y sé que se dividen opiniones. Sí me gustó, solo me pregunto cómo se escribe un diario en tiempo presente:

¡Está sonando la alrma sísmica! Corro por mi llave, barbijo, mi móvil... no puedo bajar las escaleras...

Ja ja ja ja... Así está escrito el diario de la asesina, NO. "Veo a un hombre, se acerca, está tras de mi puerta"

No lo creo. Si te sientes amenazado, te agachas, te escondes y si la libras, escribes qué pasó, cómo te sentiste. Un diario nunca va en tiempo presente, pero la paciente silenciosa, hasta Brad Pitt compró los derechos para hacerla película. Ganó el premio de los Good Readers y bueno. Quizá resulte como LA MUJER EN LA VENTANA o LA VIRGEN EN SUS OJOS.

Ya no los distraigo. Gracias por preguntar. No leo libro ahora porque estoy leyendo sus retos diarios y son MUCHOS.

¡Sigan así!

*La película donde hice de chamana va a estar en CINETECA NACIONAL a partir del 21 de octubre. (Para los que viven en CDMX) Esta película se estrenó en el BAFICI el año pasado. Por fin en México.


sábado, 1 de octubre de 2022

MÁS SI OSARE SU EXTRAÑA SONRISA... (Primer reto del ESCRITUBRE)

 

MÁS SI OSARE SU EXTRAÑA SONRISA...

Decían que lo único que tenía gracia era su nombre; no eran originales ni para eso. Los compañeros de colegio de Graciela, torturaron a la pequeña haciéndole las típicas «bromas» que les hacen a los niños que son elegidos para ser sus víctimas toda vez que encontraban oportunidad: colocar un letrero en su espalda, una cola de papel, tirar su almuerzo y ponerle apodos.

Se aproximaba el cumpleaños número diez de Graciela, y era el tiempo que no le importaba si lo pasaría sola: siempre fue así.

No necesito ser un Sherlock Holmes para estar seguro que la mitad de aquellos abusivos que ya no existen y que fueron velados en la capilla ardiente de la funeraria Grace, la niña de nueve años que heredó una funeraria y decidió administrarla, han sido víctimas de esta pequeña, a la que nunca le dieron una oportunidad por haberla percibido rara.

No lo era, pero obviamente, mi percepción es madura, de adulto. Ahora concuerdo, pero quizá haya sido empujada a serlo.

Sus agresores la señalaban por el negocio que tenían sus padres. La funeraria estaba junto a la casa y cada que pasaban por ahí, decían que aquel lugar estaba maldito, embrujada; que los fantasmas de los muertos pululaban dentro de ella y se sentaban a la mesa con la familia entera.

La muerte de los padres de Graciela no despertó ninguna sospecha, yo la tengo porque las quisquillas me obligan a pensar en algo turbio. Se fueron solos a celebrar su aniversario, y el esposo no bebió más que dos copas de champán. No se encontró algún otro indicio del porqué perdió el control y el automóvil donde volvían fue a dar a un desfiladero.

Cuando se leyó el testamento, toda la parentela de los difuntos protestó ante la inapelable decisión de los padres. La única heredera era Graciela, y nadie fue nombrado como albacea. La funeraria podía quedarse sin operar hasta que la pequeña pudiera hacerse cargo, o le competía atender a la huérfana hasta que el negocio lo pudiera manejar ella. 

Graciela se lo tomó a bien. Dijo con su vocecita infantil que estaba lista para hacerse cargo y ese negocio, prosperaría.

Es el único negocio que ofrece ese servicio en todo el condado. Cuando falleció un menor de doce años, la familia decidió hacer un viaje de muchas horas para que el pequeño no recibiera las pompas fúnebres en ese lugar maldito. Extrañamente toda la familia pereció durante el desplazo. A la muerte de la tercera familia que procedió igual, los vecinos han tenido que contratar los económicos servicios de la funeraria Grace.

Me he tratado de ganar la confianza de mi pequeña empleadora, y al parecer me la he ganado, pero no como para que me explique por qué, desde que heredó y ha administrado el negocio todos los que han sido cremados o enterrados han sido menores de edad, y para colmo, estudiantes de su misma escuela. Le pedí perdón antes de echarle a perder la sorpresa que le tienen sus compañeros del colegio: le están preparando una fiesta. Ni cuando se le dije cambió su gesto adusto. No me extrañó.

―Me imagino que te lo vas a pasar bien, como nunca antes.

―Creo que sí.

―Es que van a venir todos. Te traerán regalos…

―Sí, ya le dije que sí. ¿Está listo el salón de la capilla?

―Sí señorita ―le respondí con respeto.

―Encerada y brillante la duela.

―Por supuesto.

―Qué bien. Lo invito a mi fiesta «sorpresa».

Le agradecí.

Graciela no se percató que anduve husmeando en por los rincones más inescrutables de la oficina, en donde la papelería está en perfecto orden. Encontré un escrito que no era como los anteriores; este era muy escueto. Decía: ojalá no me cuenten chistes buenos durante mi fiesta, tratando de ganarse mi empatía, no quiero sonreírle a nadie, porque ese alguien, me guste o no, morirá irremediablemente.

He leído el diario de Graciela, y en él no hay un indicio mínimo de si ella ha actuado en contra de los niños que han muerto desde que ella heredó. Los investigadores no han podido señalarla porque las muertes se han dado en lugares donde Graciela no ha estado, todo se ha podido comprobar.

Un día antes de que le desvelaran la sorpresa volví a hablar con ella.

―Te regalaré una cajita de música, Graciela. ¿Te gustan?

―Sí. Qué bueno que me avisó. Voy a fingir que no lo sabía para que cuando sonría, no le pase nada.

―¿Qué podría pasarme?

―Mhh, no, nada. Vuelva a su trabajo.

Ahí me quedó claro todo, pero sería tildado de loco si pongo una denuncia al respecto con un argumento tan pueril. Todo aquel a quien Graciela le llega a sonreír morirá ineluctablemente. Ahora no me importa su rostro flemático, sé que es niña es feliz. La adoro.

 

 

domingo, 11 de septiembre de 2022

Reto #28 "LA VOZ DENTRO DE MI CABEZA"

 DESEO 11:11

Se hace presente, prístina y su crueldad es inefable. 

   —¡Maldita sea! Despertaste. ¿Sabes? Hoy podría ser tu último día… ¡Ya sé! Vas a evitarme y te pondrás a escribir, ¡qué risa! ¿Eres escritora? ¿De verdad? ¡No “pos wow”!

    He querido negociar con ella, a veces creo que soy yo; soy intolerante a la frustración. Es lo único en lo que han coincidido todos los psicólogos y psiquiatras que me han atendido. Por lo demás, tengo trastorno del humor orgánico, epilepsia parcial, esquizofrenia y otros diagnósticos que ya no recuerdo. Cada uno me ha dicho que tengo un trastorno único, no todos los que cité antes.

    La voz que habita en mi cabeza y se ha instalado arteramente para joderme la existencia, ha acrecentado su escarnio y su sevicia desde hace tres años. Hace un año apareció otra, pero no es tan tozuda y es débil, no posee la ferocidad de la primera, es suave y la detesto igual porque es una defensa aparente, surgió como por instinto, pero es estúpida.

   —¡Ignórala! Tú sabes que eres un ser de luz.

   —¡Ja, ja, ja! —revira estridente la otra.   —Esa es una frase de moda que usan los mediocres para no lanzarse desde la azotea. 

    —Tú a lo tuyo… ¡vamos! Tú a lo tuyo…

    —¡Cállense! —les exijo a ambas. La noble se retira, la jodona persiste.

     Me adentro en lo mío y no me doy cuenta cómo se va perdiendo esa voz insidiosa. Pero regresa en el momento menos esperado.

     —¡Mira, son las 11:11! Lo viste de casualidad. Captura la pantalla y pide un deseo.

     El deseo no es que se calle, es uno distinto cada vez, pero siempre son los mismos tres.

     —Ya te enteraste que Libia, la ignorante que dice “dijistes, hicistes” está rodando una película que dirige Cuarón. ¿De qué te ha servido aplicarte estudiando tanto? ¡No sirves! ¡Nunca serviste ni servirás! Libia no necesita leer y ve, eso demuestra que es mejor que tú.

    —No pienso hacerte caso…

    —Vas a escribir… ¡ja-ja! ¡Borra esa mierda! ¿Quién va a querer leer eso? ¿Ya te cayó el veinte lo sola que estás? Ni tu amante quiere ver tus pendejadas… no tienes amigos… así que nadie te va a decir las mentiras que a otros sí les dicen. ¡Vaya criatura! 

    —¿Sugieres que me suicide?

    —¡Claro que no! ¿Cuántos intentos llevas? No. Tú vas a morir incinerada. ¡Imagínate esos últimos momentos! Aunque podría un terremoto que se avecina dejarte descuartizada entre los escombros, tu agonía será larga… muy larga.

    Por eso cuando veo el 11:11, uno de mis deseos es que Dios me conceda morir dormida. No importa si es hoy, aunque no alcance mis metas, cada vez me importa menos vivir a cambio de una dulce muerte. 

    A veces suceden días y no se presenta en mis horas de trajín. Llega cuando intento dormir. En esos momentos usa unas frases que me dan ganas de escribir, pero mi estado letárgico me lo impide. 

    «No vale la pena forzar lo que por añadidura te corresponde, con la constancia y la disciplina llegará; la paciencia, a veces, es una llave mágica que abre las cerraduras de esas puertas que, con los nudillos de tu alma sangrantes te empeñas que se abran cuando aún no es el tiempo». 

    —Tienes razón. Dormiré. Mañana será otro día, una nueva oportunidad.

    —Quizá no. Quizá se te conceda tu anhelo de dormir para siempre.

    —Si es así no importa.

     —¿Ya cerraste el gas? Recuerda que en enero te despertaron los gritos del vecindario. La pipa que abastecía el gas se incendió. ¿Te acuerdas que no encontrabas ninguna salida? ¡Qué mala suerte! ¡Al mismo tiempo te llamaron para decirte que te quedaste en un comercial!

        —¡Pero no morí! ¡Nadie murió! ¡Hice el comercial que se vio en todo el país durante seis meses!

       —Eso sí. Pero ya tienes más enemigos. Tu “stalker” está cada vez más decidido a eliminarte. Ha dicho: ¡ahora sí te mato! Él te lleva ventaja, tú no sabes quién es, él sí.

       Cuando me doy cuenta ya son las seis de la mañana. Requiero dos ansiolíticos y me duermo. Despierto a las tres o cuatro de la tarde. Veo siete llamadas perdidas de un mismo número. Regreso la llamada y me responden:

    —Sí, le llamamos e insistimos. Era para avisarle que se había quedado con el papel antagonista de la película tras haber hecho el casting. Pero como no respondió llamamos a la segunda opción. Ya vino a firmar el contrato. Lo lamentamos.

    Me desayuno un cóctel de lágrimas. Ni siquiera tengo la capacidad de ir a firmar un contrato. Las oportunidades se me escurren como agua de lluvia. Parecen diamantes cristalinos que cuando atrapo con mis manos, se disuelven con el calor de mi suerte y los veo perderse en las verijas de las alcantarillas pestilentes.

    —No te lamentes. Si no lo obtuviste es que no era para ti. Sigue enfocándote. Ya ves que los deseos 11:11 sí se cumplen. Solo debes estar alerta.

     —Sí, ¿verdad? —le respondo y le cuestiono-: tú estás de mi parte, ¿no es así?

     —Sí. ¡Vamos! Deja la cama y el móvil. No te importe qué hizo quién y demás. Nútrete con algo rico. ¡Lo mereces!

     —¿Lo merece? ¡Pero si es un parásito! ¡La vergüenza debería asesinarle el apetito!

     —¡Déjala en paz!

     —¡Sácate a la mierda! ¡Tú sabes lo poco que vale esta sabandija!

      Me vuelvo a dormir. Mastico hasta cuatro ansiolíticos para lograrlo. No funciona. Siento calambres en el cerebro y una sed constante. Tomo Coca-Cola. 

     —Vas a desarrollar diabetes —me dice la voz.

     —¿Eres tú, mamá?

     —Podría ser. Sabes que nunca te quiso. Te metió hasta el tuétano de la consciencia que solo llegaste a desmadrarle la vida, y que no vales ni un duro.

     —No. No es tu mamá, querida. —me habla la voz dulce.

      —¡Sácala de aquí! ¡Échala! -le imploro.

      —¡No puede! Es exangüe, raquítica… es tu voluntad, eres tú, soy yo… ¡ESTÚPIDA!

      Lo último que me queda es decírselo a la doctora Alvarado, mi psiquiatra. Sé que me encerrará. En mi deambular en hospitales de salud un mental, una vocecita, por inocua que parezca, es motivo de internamiento prolongado.

     Me citó un actor a su casa. Es productor y director, Ernesto Godoy.

     —¡Ya llegó mi chingona! Y como siempre, quince minutos antes. ¿Te preparo un té?

      En lo que se fue a la cocina vi el desorden de la sala. Él sabe que me gusta acomodar las cosas esparcidas en los sillones y separar el vestuario teatral de su ropa ordinaria. Reparé en un par de pistolas de utilería; parecían reales. Me fui al jardín para aprovechar la luz. Me hice una “selfie” apuntándome a la sien y al pie de la foto escribí:

Asesinando las malas ideas.

     Cuando Ernesto llegó con el té iba arribó el resto del elenco de la puesta en escena que deseaba montar. Me presentó con todos y me pidieron el nombre de mi red social. Repararon en la foto que acababa de postear.

      —¿Por qué has hecho una foto así? -cuestionó uno.

      —Una broma, locuras que se me ocurren.

      —¡No, no, no! Ernesto, a nombre del resto de mis compañeros, lamento informarte que no trabajaremos con una persona como esa.

      Ernesto no discutió. Les dijo que podían irse en el momento que desearan. Se fueron. Ernesto vio la foto y se rio. Dijo que no entendía por qué de su reacción. También me dijo que lamentaba lo sucedido. Le quedaban tres semanas para montar lo que quería. La obra se cancelaba.

     Iba contenta porque Ernesto me defendió, más un nudo en la garganta me obligaba a que unas lágrimas gruesas me surcaran el rostro.

     —¡Todo se me ceba, carajo!

     —Y así seguirá. Ya te dije que no sirves. Trataste de acallar mi voz, ¡tan estúpida que eres!

      —Creo que no me vas a dejar en paz. El próximo 11:11 que vea fortuitamente, ¡pediré que te largues para siempre!

      —Hazlo. O sea, vas a morir quemada y no dormida, no lograrás uno solo de tus deseos. ¿Por qué eres tan tonta? ¿No notas que sin mí, estás en una isla desierta? Soy la única que está contigo, que lee tus babosadas, que escucha los soliloquios cuando practicas la actuación, la que oye tus berridos cuando dizque cantas. Por qué crees que no quiero que te suicides. 

     —Tienes razón.

     —¡No, no la tiene! ¡No la escuches!

     —¡Tú, cállate! Si no estoy yo, no eres capaz de refutar a duras penas lo que yo aseguro.

     —Otra vez tienes razón. Vete voz “buena”, “voz de ángel”, “voz tibia”.

       —¡Bien hecho! Y bien, aquí seguimos. ¡Eres una mierda! ¡Echaste la voz de tu ángel de la guarda! ¿Ves por qué te va como te va?

FIN.

COMPAÑEROS, ESTOY MUY INTRIGADA POR LA NULA PARTICIPACIÓN EN ESTE RETO Y EL ANTERIOR "INTELIGENCIA ARTIFICIAL". ESE YO NO LO HICE PORQUE NO ME IDENTIFICO CON EL GÉNERO DE CIENCIA FICCIÓN Y YA NI FICCIÓN. VUESTROS TELÉFONOS SON INTELIGENTES. Y EL RETO RECIENTE SOLO VEO PREGUNTAS DE LOS NUEVOS MIEMBROS Y LA CLÁSICA PREGUNTA ¿APROBÉ? 

¿PODRÍAIS DECIRME QUÉ OS PASA? INCLUSO EN EL CHAT O POR PRIVADO. EN FIN QUE, SOLO VEO EL LIBRO BLANCO O ROSA PÁLIDO COMENTANDO Y NO DESARROLLANDO NINGÚN TEXTO.

BUENO, SON LAS 5 DE LA MAÑANA Y RECIÉN DESPERTÉ. HE TENIDO CASTINGS INCLUSO EN SÁBADO. 

RECIBAN UN ABRAZO.

LG

*GRACIAS POR SUS COMENTARIOS A MI RELATO. ME ENCANTARÍA LEER LOS VUESTROS.

jueves, 8 de septiembre de 2022

¡LA CHABELA!

 Cuando vi en persona a la reina Isabel II en Veracruz yo no sabía quién era en realidad; tenía 10 años. Recién terminó el Carnaval en el puerto y me extrañó que no quitaran la iluminación, al contrario, añadieron más adornos en colonias populares. Arreglaron el alumbrado público, las calles y banquetas, y las fuentes de agua de parques que estaban prácticamente abandonados. Pegaron unos afiches que decían: "WELCOME". 

Llegado el día citado, se bajó de un vehículo cerrado y se subió a un carro abierto. Esto sucedió a cien metros de mi casa (casa de mis padres). Fuimos a verla en ropa de casa, chanclas y huaraches. No nos engalanamos. Nos regaló una sonrisa gentil y lanzó un adiós antes de que el carro se fuera. Quizá el recorrido por el boulevard se suspendió, pero no el que estuvo programado por la calle principal en Indepencia para llegar directo al zócalo. Por radio escuché al público gritar: ¡Que hable Chabela! ¡Que hable Chabela!

Descansa en paz. (Tengo resentimiento por lo que le hicieron a la princesa Diana)

martes, 6 de septiembre de 2022

ABRAZANDO MI GUITARRA

Así comenzó todo. En la escuela secundaria había convocatorias para concursos de oratoria, declamación y canto. Me inscribí en declamación y oratoria, este último, no tenía idea de qué se trataba. 

   En declamación me sentía muy segura, desde que fui educanda de primaria llamé la atención cuando mi maestro me trepó a la tarima y me enseñó ademanes y a recitar bellos poemas; la verdad no entendía mucho de lo que decía. Hoy me da risa, mucha risa; «del cielo desciende a enjugar mi llanto», no entendía la frase completa, tenía siete años. «¡Qué triste es la vida en esta orfanidad». ¡Vergonzoso! No sabía qué significaba orfandad, mucho menos la inexistente orfanidad.

   Creo que la gente que sí conocía ese tipo de vocabulario le restaba importancia a esos detalles, o no sé, yo solía ver llorar a muchas madres de familia con este poema llamado «Mater».

    En las preliminares me fue mal. Ocupé el quinto lugar. La que más se destacaba en esa disciplina en la secundaria era una niña de apellido Fragoso. No era popular, al contrario, era la nerd, la niña buena que caía mal porque no era «desmadrosa».

      A mí no me importaba no ganar popularidad, no la tenía o quizá una poca; era por el cabello: «Lety, la del pelo bonito». Pero reitero que me importaba muy poco.

     El quorum para el concurso de canto estaba desierto. Quizá había muchos que sabían que cantaban bien, pero no podían romper la barrera del miedo a la vergüenza, el sopor, el bochorno que les harían pasar los cabecillas con sus secuaces, orgullosos de su mediocridad, aprendices de rufianes de poca monta.

     El director pidió a los maestros de música tomar una medida para que se inscribieran a dicho concurso. Fueron enérgicos: para no reprobar el mes debíamos pasar al frente y cantar, no importaba si éramos descuadrados, desafinados, o nuestra voz era una tortura para cualquier oído. Cuando terminé mi canción escuché un rugido, sí, fue un rugido de júbilo seguido por una catarata de aplausos. Hubo vítores y la esperanza de que yo ganaría ese concurso. Estaba sorprendida y medrosa: no sabía que cantaba; tampoco quería concursar.

    Pero mi popularidad estaba en juego, cierto que no me importaba a nivel general; dentro del grupo sí. Mis compañeros me presionaron mucho. En casa mis padres recibieron la noticia con mucha extrañeza. 

      —¿Cantar? ¿Tú? Si de panzazo pasaste a la final de declamación —exclamó mi mamá—, ¿qué lugar ocuparás en canto?

        Le di la razón. No era yo quien quería participar, me estaban obligando prácticamente. Mi papá se sonrió cuando me escuchó, él sabía de eso. Mi mamá se enamoró de él cuando cantaba en la Sonora Azucarera, banda del ingenio azucarero en medio de los ardientes cañaverales internados en la sierra de mi estado.

       —No lo hace mal, negra. Nuestra hija canta y no lo sabíamos, pero tanto como para concursar... no sé, me da miedo.

      Yo también tenía miedo. Cuanto más leía la convocatoria más se apoderaba de mí la angustia. Decía que el tema musical debía tener cierta exigencia vocal, el jurado tomaría en cuenta eso, se cantaría a capella, no entendía cómo podrían saber de la cuadratura, y resultó que de eso se trataba la competencia, de entonarse y cuadrarse con el puro oído.

  Busqué un tema complicado: «Sueño imposible». Como no tenía guía musical debía grabarme qué tan bajo debía iniciar, porque esa canción es para un registro amplio. Mi mamá no estaba de acuerdo, ella quería que cantara algo ranchero, pero aparte de que recibiría burlas, las polcas y los corridos no requerían tanto registro vocal.

     Se llegó el día y toda la grey estudiantil estaba espectante. La mayoría estaba segura que ganaría un joven llamado Emilio; cantaba siempre junto con su hermano, quien no calificó para el certamen y derrochó un río de llanto por su desolación. Extrañamente, un concurso al que nadie quería inscribirse, resultó que salieron tantos aspirantes que se resolvió admitir a uno por grado.

     Semifinal y final el mismo día. Pasé a la final con la máxima calificación. No lo podía creer. Entonces el horror me hizo volver el estómago, porque anhelaba ese primer lugar hasta el final.

    En el receso del concurso recibí muchas felicitaciones de mis maestros. Mis compañeros de grupo estaban exitados en demasía, gracias a un compañero llamado Ferreira dejé de temblar un poco.

     —¡Bueno, compañeros! ¡Creo que Lety ya cumplió con lo que le pedimos! ¡En la final, quede en el lugar que quede, estamos con ella!

       ¡Ah, no! El triunfo tenía un sabor delicioso, las palabras de respeto y admiración de mis maestros me hizo generar algo, y ya era adicta a esa sensación. Quería ganar. Los gestos de sorpresa de compañeros a quienes no conocía bien, me erizaban el vello de la espalda, como los perros cuando se ponen bravos. Las miradas de odio de los otros contendientes me ardían, por eso necesitaba ganar, para pagarles con la misma moneda.

    "¿Qué pasará mañana?", no lo sabía, pero ese tema me dio la victoria. El alumnado, por fortuna, no estaba dividido excepto por el grupo de Segundo "B" que era el de Emilio quien ocupó el tercer lugar. Yo también habría protestado, porque el compañero que se llevó el segundo no me encantó, particularmente el color de voz. El jurado dijo que ocupó un sitio arriba de Emilio por cómo interpretó: ¡tú me admiras porque callo y miro al cielo, porque no me ves llorar...!

     De modo que fue eso, el cantante se llevó las manos a las sienes y con frenesí entonó el coro, mientras Emilo estuvo siempre con una postura desgarbada, solo abría la boca. Y yo no sé qué hice, no lo recuerdo. Quizá la declamación me ayudó, pero... ¡Gané! ¡Gané! ¡Gané!

    La premiación fue más tarde. Me dieron una guitarra y trescientos pesos. Iba llegando a casa con la guitarra envuelta en una bolsa plástica cuando me abordó una tía.

   —¿Ya fue el concurso? ¿En qué lugar quedaste?

    —¡En primero, tía!

     Mi mamá salió con una sonrisa que no le cabía en el rostro. Me dijo que no volviera a concursar más, se sufría mucho. Que había ganado porque le prometió a Santa Cecilia un cuerpo de plata. Mamá se olvidaba que la final de declamación era al otro día y aunque ganó Fragoso, mi segundo lugar estuvo muy aplaudido. Mi premio fue un sobre con doscientos pesos. Mis compañeros, mi público, me pidieron cantar.

     Desde aquella vez no tuve que ser la bonita o la  «desmadrosa» para ser popular. El cabello lo perdí por un corte mal hecho y llevé el pelo corto muchos años; no me crecía, pero no hacía falta. Me convertí en «Lety, la que canta», la que deseó con toda el alma ser artista y lo logró. Yo quería ser artista desde antes de cantar, desde que tengo uso de razón, aunque, a decir verdad, la razón me falla un buen, todo lo necesario para orlar los caminos con cantos balsámicos, para deshacer el miedo y la tristeza. Cantar es enfrentarse a la vida sin importar de qué color se ponga... al menos eso pensé la vez que volví a casa abrazando mi guitarra.

Lety Grey.

          

     


sábado, 3 de septiembre de 2022

EL CUENTO GRATIS

 Hola a todos. Nunca dejaré de sentirme agradecida por todo lo que me dicen acerca de mi libro; sé que no todos tienen modo de reseñar por parte de Amazon. Yo sí puedo y he comentado sus obras porque soy cliente de la plataforma. Una consumidora tremenda. Este mes no he comprado nada porque pagué un mes en Scribd. Los audiolibros me son de gran ayuda, pero "Estupores y temblores" lo leí, no lo oí. Es un libro que lo terminas en cuatro horas a lo mucho, con tus respectivos descansos. Por el momento no voy a leer ni a escribir; tengo muchos argumentos de series y movies, qué revisar. Hemos vuelto a los castings presenciales y justo estoy saliendo de uno, en Xalapa, Veracruz.

Les dejo el cuento GRATIS que les da la plataforma Kindle. Les diré la verdad, entre mis compañeros actores hay mucho huevón y no leen por falta de tiempo, son huevones. La mayoría no, pero es el caso que lo pasan mal y no compran libros. (Normalmente yo dono libros que ya no voy a leer y/o no quiero conservar). Nunca presto un libro que me guste mucho; nadie lo devuelve... bueno, eso ustedes ya lo saben. Aquí les dejo MARIPOSA EQUIVOCADA.



MARIPOSA EQUIVOCADA 

1

Mi prima Susana se fue muriendo al tiempo que yo sostenía su espalda con mis brazos. Ella perdió los suyos; se carbonizaron. 

―No debieron autorizar la amputación… 

―Fue necesario, si no, te habrías muerto… 

―Me hubiera gustado más. Solo prolongaron mi sufrimiento. 

―Hazte el ánimo a vivir, prima… 

―¿Para qué? Nadie me va a contratar como bailarina estando tunca… 

―Bailar no es lo único importante… 

―Para mí sí, Parienta. Nunca pude entrar a una escuela de ballet clásico, así que el cabaret fue mi refugio; amé su luz. 

―El cabaret es oscuro.

―No. El cabaret tiene luz de muchos colores, incluso negra, pero es luz al fin. La luz me daba energía para bailar. ¡Bailar fue mi vida! 

Eso lo supe desde siempre. Cuando vivíamos en Tepatitlán de Morelos, y la familia presumía que éramos descendientes directos del venerable, futuro beato, Anacleto Fernández Flores, dirigente moral de la rebelión cristera en el occidente mexicano, Susana escandalizó a propios y extraños cuando dijo que lo que más amaba era bailar y a eso se dedicaría por siempre. 

Nunca podré explicar lo que sentí cuando Susana lanzó su último aliento, pero yo debí ser fuerte para que su hija no se quedara en el desamparo. También tenía a su padre, pero no podía fiarme de él.

 2 

Martín se volvió a casar. No lo culpo, pero, o estaba muy resentido con Susana o quizá fue mentira que estuvo loco por ella. Vivieron juntos cinco años, y no duró viudo ni dos meses. Me avisó que reharía su vida. ¿Tan poco le dolió la muerte de Susana? La rondó todo el tiempo, le rogó al grado de humillarse en medio del escenario; se hincó para pedirle que se casara con él. No le ofreció un anillo o alguna otra prenda, porque no tenía dinero, le ofreció otras cosas que, decía él, valían mucho más que una sortija. Con el tiempo se vería. 

Mi prima aceptó casarse por el civil con Martín cuando se embarazó. Pero yo estaba segura que Susana no iba a soportar una vida común como ama de casa. Nadie la conocía mejor que yo. 

―Necesitamos ganar más dinero para mejorar este cuchitril, Parienta. 

―Pero tú sabes que Martín no quiere que vuelvas al cabaret. Yo soy la que va. 

―Tú vas los sábados a vender y a cobrar. Yo necesito bailar, Parienta… voy a hablar con el dueño del Nueva York, sé que me va a contratar de nuevo. Ya desteté a la niña… 

―¿Y qué va a decir Martín? 

―No me importa. Yo nunca le hice ningún juramento. Él sabe que bailar es mi pasión, mi vida, mi todo. Además, soy una profesional. Por algo estudié jazz, tap y danza contemporánea.

 3 

Estuve en el Nueva York esa noche aciaga. Vendía perfumes, cremas y accesorios para las artistas. A todo se le ganaba por triplicado. Esas mujeres no se enteraban de los precios del mercado porque dormían todo el día. Tampoco se les hacía difícil adquirir mis productos; les cobraba en abonos. 

Susana había montado un número donde los bailarines cargaban, cada uno, un tubo de metal para que ella hiciera contorsiones sobre estos. Llegaba un momento en que Susana tomaba uno de los tubos y hacía unos movimientos como si el tubo fuera la barra de ballet; presumía la extensión de sus piernas al costado, al frente y al final de cada ejercicio levantaba el tubo para agradecer los aplausos que el público le brindaba. En una de esas, el tubo tocó un cable pelado del techo y Susana se quedó pegada recibiendo una tremenda descarga eléctrica. 

La ambulancia llegó antes de lo imaginado. En el hospital, Martín y yo esperábamos ansiosos. Nunca imaginamos lo que el médico nos diría cuando salió. 

―Tengo que ser franco; hay que amputarle los brazos ―informó el médico con el rostro desencajado. 

―¡Pinche Susana! ¡Merecido se lo tiene por su capricho! ―escupió Martín. 

―No seas desalmado, es la madre de tu hija ―le reproché. 

―¡Valiente madre!, si no hubiera sido por mí, esa niña no existiría. 

―¿Viene al caso que digas eso? Además, no entiendo… 

―Tú dices que es la madre de mi hija, pero ella la iba abortar. Esa niña se salvó gracias al cínico doctor ese, que nada más le chingó la lana y no le sacó a la chamaca… 

―¡Bueno, ya estuvo! ¿Quién me va a autorizar la cirugía? ―intervino el médico. 

Susanita fue odiada por Rosa Aurora de tácito, es un vinagrillo, demasiado estúpida a mi parecer. Cuando Martín se casó con ella, hasta hubo fiesta y toda la cosa. Yo me llevé a la niña a Tepatitlán para que las amistades y familiares de la novia no se sintieran incómodos. A duras penas nos soportábamos. Pero después que nació su hijo, le dio por tirarme sin piedad. 

―Sirve la comida por turnos, Parienta. O ustedes primero o yo, pero no juntas. 

―Está bien. Ustedes dos comerán primero, y luego yo. 

―No entiendo, ¿nosotras dos? 

―Sí. Susanita y tú. 

―¡No! Tú eres quien debe comer con esa niña. Yo, como la señora de la casa, no quiero comer con el personal de servicio. 

―No soy personal de servicio. Pero si quieres que me aparte, lo hago. Solo que la señora de la casa, tiene que compartir, sí o sí, la mesa con la hija primogénita del señor de la casa. ¿Estamos? 

A veces me gustaría arrancar bien lejos, pero si me llevo a la niña, Martín sería capaz de acusarme por secuestro, y tendría razón. Pero me choca que se haga pendejo y no le diga nada a Rosa Aurora sobre el trato que le da a Susanita, si no fuera por mí, sería peor. A veces la quiere justificar diciéndome que está sensible porque recién parió un niño. A mí no me cae mal el chamaquillo, a fin de cuentas, él no tiene la culpa de nada. Pero veo que a Martín le resulta muy cómodo que yo bregue con la ojeriza que le tiene esa mujer a mi niña. 

Cuando pretendía a Susana, manejaba el taxi solo por las noches. Ahora, nada más ve problemas y huye, el muy cobarde. 

Ni cuando estuve bailando en el cabaret me agarré a golpes con nadie. Le tuve que dar una buena madriza a Rosa Aurora. Le he soportado demasiadas cosas, pero lo que le dijo a la niña me hizo hervir la sangre. 

―¡Y si vuelves a hablar mal de Susana delante de la niña, te mato! ¿Me oyes? 

―¡Cuando llegue Martín le voy a decir que te corra, puta de mierda! 

―¡Díselo y me voy! ¡Entonces tú te vas a encargar de cuidar a la niña! 

―¡Qué coños está pasando aquí! ―gritó Martín cuando nos pilló a media discusión. 

―Tu esposa le dijo a la niña cosas que… 

―¡Ya no se peleen! ¡Papi! ¡Tía Parienta se enojó porque Rosa Aurora me dijo que mi mami era una asquerosa cabatureta…! ―dijo la niña llorando. 

Le rogué a Susanita que se fuera a su cuarto, que era el mío también. Le prometí que ya no íbamos a reñir, solo que tenía que hablar con su papá. 

―Que no la chingue tu vieja, Martín. La niña dijo que a su mami, Diosito le quitó los brazos para de ahí, construirle unas alas que más tarde ella usaría para volar hacia la luz. Y tu mujer le dijo que eso no era cierto, que Susana se quemó los brazos por andar de cabaretera, y más cosas que la niña no alcanza a comprender. ¿Vas a permitir eso? 

―Es que ya me amenazó con irse, y no me va a dejar ver a mi hijo. 

―No tiene derecho a hacer eso… 

―Pero, ¿y si cumple su amenaza? Yo quiero estar con mi hijo… ¿Me comprendes? Busca un lugar en renta y llévate a la niña, Parienta. Nada les va a faltar. Yo me encargo de ustedes. 

―Para eso me gustabas, pinche puto. A lo mejor a la que nunca vas a volver a ver va a ser a Susanita… 

―Quizá sería lo mejor… quién sabe si yo sea su padre. Rosa Aurora ha tratado de abrirme los ojos y… 

―¡Chinga tu madre, Martín! 

No me pareció correcto que de modo subrepticio se incorporara Susana al cabaret. Era cierto que yo iba a hacer mis ventas, pero mi prima le dijo a Martín que entre las dos íbamos a vender y que las mujeres compraban más entre semana porque estaban menos ocupadas. 

Tan tonta mi prima. Martín se hizo pendejo una semana, a la siguiente le bastó con llegar al Nueva York y ver a su esposa meneando las caderas en el escenario, bañada de luz, como decía ella que le gustaba, salpicada de miradas lúbricas de hombres que enloquecían cuando los bucles de su cabellera negra, rozaban su breve cintura. Por fortuna, Martín no hizo ningún escándalo. Le recordé que mi prima no quería juntarse con él. Ella era feliz recibiendo aplausos, regalos, flores, joyas, y de él solo recibía galanteos y palabras cursis. Susana no bebía ni alternaba con nadie. Se enfocaba nada más en el baile. Con el único que tuvo relación fue con Martín y lo hizo por la pena que le despertó ese hombre que plañía de amor por ella,  y se embarazó. 

Adivinar si él aconsejó al médico que no le hiciera el legrado y Susana terminara viviendo con él. A mí me quedó esa duda desde la noche de la tragedia, cuando dijo que la niña existía gracias a él. A mi prima no le afectó el vivir en una casa pobre. Eso fue un pretexto para volver a trabajar. Martín terminó aceptando porque se dio cuenta que el sueldo de Susana lo alivianaba de muchos inconvenientes. Incluso por ella pudo obtener las placas del taxi y ya no estaba supeditado a un jefe. 

Muchas veces Martín me preguntó si no me pesaba estar a la sombra de mi prima, yo le dije que no. Una vez me preguntó mi nombre, porque no recordaba el que usé para bailar en el ballet, ni el real. A mí nunca me importó nada más que apoyar a Susana. 

Cuando vivíamos en el pueblo nos escondíamos en el granero, a ella le gustaba porque estaba oscuro. Me pedía que la iluminara con una lámpara de keroseno y ella se movía tarareando música que se inventaba, a veces, aprovechaba el sonido que nos traía el viento de algún aparato de radio. Cuando ondulaba los brazos me parecía que eran alas, y creía que en cualquier momento iba a despegar los pies del suelo porque volaría. 

Nos escapamos del pueblo entre los quince y dieciséis años. Ella nunca tuvo miedo, me prometió que todo iba a estar bien. Yo no me angustié, confié en ella. 

La venta de productos en el cabaret sigue siendo buena. Aunque eso no me alcanza para pagar a tiempo la renta y los demás gastos.  Y eso que alquilé un cuarto pequeño. Tiene un anexo de madera que uso para cocinar. Qué diferencia cuando Susana le hizo mejoras a la casa de Martín. Mandó construir una recámara para la niña y otra para mí, pero la esposa hasta eso le quitó a Susanita. 

Le avisé a Martín que estaba a nada de vencerse el recibo de luz y lo estoy esperando desde hace tres días. Quizá deba buscar un trabajo extra para que a Susanita no le falte nada. A Tepatitlán no podemos ir. Cuando la boda de Martín fui para allá buscando a mis padres y a mis tíos; quería que conocieran a la niña, pero nadie nos quiso recibir, ni siquiera cuando anuncié el óbito de Susana. Estaban todos tan indignados que hasta me dijeron que la Iglesia nos había excomulgado. Susana se habría orinado de la risa si hubiera sabido eso. 

Varias veces le pregunté si no le gustaba la luz del sol recostada en los prados, corriendo en los bosques, en los jardines y dijo que sí pero no más que la luz de un reflector. Cuando yo veía que algunas palomillas se iban buscando la luz del televisor, le decía que ella era semejante a esos bichos, pero nunca se ofendió. 

El saber que nunca bailaría en un escenario mató a Susana. Le amputaron los brazos, pero para bailar tenía las piernas. Sin embargo, tan solo imaginar que nada volvería a ser igual, se infectó de tristeza. Se fue yendo de a poco, casi a suspiros, anhelando esa luz que tanto decía que necesitaba.

 No mencionó a su hija en su agonía, quizá porque sabía que su padre la adoraba o porque estaba segura que yo me haría cargo. Sin afán de juzgarla, pero creo que no fue una buena madre. 

Sabía que esto iba a pasar. Poco a poco, Martín se va a ir desentendiendo de lo que es su responsabilidad. No vino a dejarme lo del pago de la electricidad; ya nos la cortaron. Estaba segura que la niña se le estaba convirtiendo en un estorbo, pero de ella me voy a encargar yo. Voy a partirme el lomo con tal de que salga adelante y sea una chingona. Y ojalá que nunca se le atraviese la mala ventura a ese desgraciado que le tocó por padre, y la busque cuando sepa que triunfó en la vida, porque antes muerta a que ella le eche una mano.

 Aquí hay que ser parejos. Se atrevió a decir que a lo mejor la niña no es suya, y siento que no se lo puedo perdonar. Ya verá ese cabrón cuando Susanita sea una doctora, o arquitecta, o hasta una de esas abogadas famosas que salen en los periódicos. 

10 ―Así cenan los ricos. 

―¿A oscuras? 

―No cenamos a oscuras, tenemos una vela.

 ―Me gustó. 

―¿Te gustaron las tostadas? ¿Y el chocolate? 

―También. 

―Qué bueno. 

―Tía Parienta, ¿tiene pilas la linterna? 

―Sí, pero prefiero la vela; las pilas están muy caras. Además, ya es hora de dormir, no necesitamos la luz. 

―Es que, quiero que me alumbres. 

―¿Para qué? 

―Mira, me voy a parar aquí… tú me iluminas y yo bailo. 

―¡Susanita! ¡Por Dios! 

―Dame permiso, tía Parienta. ¡Anda, échame la luz! Canta esa que ponía Rosa Aurora para hacer enojar a mi papá: allí quemaron tus alas, mariposa equivocada, las luces de Nueva York. Y sostén la luz, esa es la energía que me hace bailar. ¡Amo bailar! ¡Eso es lo que quiero hacer toda mi vida! 

FIN.