martes, 30 de octubre de 2018

LA BODA DE MIS PESADILLAS

        









LA BODA DE MIS PESADILLAS


                 
Yo no creía en los sueños, hasta que una noche volví de mi letargo, y lo que estaba viendo era una mancha de yeso, sobre la pintura rosa de la pared de mi recámara. Antes, la parte blanca, era el tocado y el velo de Chenchi, la parte rosa, era su rostro. Ella; feliz, sonriente, en un coche que quién sabe quién le prestó. Pero iba a su boda ¡en coche! Todos los vecinos nos arremolinamos ante ella. Yo no iría, ni siquiera a la misa. Mi mamá me dijo que a esos eventos una debe ir vestida de una manera muy apropiada, y ella, no tenía dinero para comprar ese tipo de indumentaria. Mi mamá sabe coser ropa, pero aún así dijo, que no se sentía con la capacidad de hacer un vestido elegante, no como para esa ocasión.
              Me resigné y me recosté en la cama. Aún no era hora de dormir. Y estoy segura que no me quedé dormida cuando tuve aquella visión. Me asusté y al levantarme vi que aquella amorfa figura de yeso que pusieron para tapar algún hoyo sobre la pared, me hizo soñar despierta. No me atreví a contarle nada a mi mamá a la hora que me llamó para cenar. Lo que sí hice, fue prometerle que, así como se veía Chenchi, así me vería yo, y así como la mamá de Chenchi, tan orgullosa y lamentándose de que no iríamos a la fiesta. 
             Jamás creí que mi mamá estuviera tan furiosa. No conmigo. Creo que con la situación. Me exigió que no dijera tonterías, no más de las que solía decir normalmente. Chenchi, me dijo, era de mi edad, y todo apuntaba a que su matrimonio sería una fracaso.  Chenchi era una mujer sin aspiraciones; era muy diferente a mí. Por esta razón, ella no me vería así como Chenchi, en un automóvil prestado, sobre la calle sin pavimento. 
                     El vestido era un asco según mi mamá. No le ajustaba debidamente. Los invitados que llegaron, de algún rancho remoto, llegaron con aspavientos de gente pudiente y a leguas se veía que no lo eran. Señaló por sobre todo a una rubia oxigenada, le dijo mamá, la que traía un overol de mezclilla que le quedaba chico del tiro y se le clavaba en su parte íntima. Esa, decía mamá, no era la indumentaria adecuada para estar en una boda. Y así siguió el resto de la noche y continuó al otro día. Parecía un moscón haciendo ruido y pidiendo a gritos que lo mataran.
                      Pasaron dos años y en efecto, Chenchi se quedó sola con dos hijos y aquella noche de felicidad se olvidó porque un año de escándalos y pleitos la sepultó. Yo, ya muy poco me enteré de cómo se dieron los hechos a detalle porque  viajé a la gran ciudad para estudiar la universidad.
                        Mi mamá era la que se pasaba horas en el teléfono contando los muertos y las desavenencias de Chenchi con su marido. A decir verdad, muy en el fondo, me alegré un poco, porque Chenchi, una vez casada yo no fue la misma. Tuvo la osadía alguna vez, de decirme que mi mamá tenía cara de máscara de carnaval. Lo dijo porque a mi mamá le brotó paño y sufría mucho por ésto. Chenchi, que tan sólo por haberse casado se sintió una mujer un tanto más superior, se volvió insoportable.
                         Cuando me cansé de ser hiper vigilada por mi tío en la gran ciudad, busqué una vivienda para mí, y de ser posible, traerme a mi mamá conmigo. Trabajaba y estudiaba. No fue nada difícil. Por las mañanas trabajaba como secretaria ejecutiva y  por las tardes, casi noche, pude estudiar radiología.
                  Mi mamá me visitaba muy a menudo y nos la pasábamos muy bien. No sé por qué, pero ella nunca quiso quedarse a vivir conmigo, definitivamente. Argüía que la casa heredada de mi padre, ya fallecido, podría serle expropiada, o que si la rentaba, los inquilinos podrían destruirla o... le sobraban pretextos. Ella quería seguir teniendo su vivienda en aquella provincia donde no pasaba gran cosa, y cuando algo pasaba, lo hacían gran cosa. Así me pasó a mí.
                            Tuve dos novios antes de conocer a Leopoldo. Con el primero duré acaso un año, y el segundo, quizá tres meses. Sí me enamoré de él, pero era un hombre obsesionado con el sexo. Parecía un buen partido, aunque bien, no era estudiante  como Leopoldo, tenía y siempre tuvo, un taller mecánico y se construyó su buena casa, tenía tres automóviles, y es la fecha, que tiene una familia muy bien avenida.
                                No fui yo quien terminó con ese noviazgo. Fue él. Una tarde se cansó de mis negativas ante sus intenciones y me dijo que me fuera ... muy lejos. Así era él. Me negué a tener relaciones sexuales, no obstante que él, aseveraba que se casaría conmigo, pero yo, siempre tuve miedo. Estaba, extremadamente chapada a la antigua. En cuanto a eso, él tenía razón. Ya no eran los tiempos como los de mi madre. Mis amigas tanto del trabajo como de la escuela, ninguna era virgen. Yo, varias veces mentí al respecto. Pero siendo sincera,  no llegué virgen al matrimonio. 
                               Me pregunto para qué hay que se pura y casta. Por qué cuando los hombres tienen varias mujeres, son admirados y calificados como muy cabrones, y las mujeres, si hacemos como ellos somos putas. Así de simple. ¿ Por qué ?
                            
                                 Chenchi es una mujer sola con dos hijos, y yo soy una mujer con la cara fea, chueca, por tanta amargura. Un sobre peso que nunca debí permitir que me trastocara, pero lo permití, y ahora éstas son las consecuencias. Chenchi y yo, seguimos siendo diferentes. Ella es feliz. Yo no.

                                Leopoldo desde el principio de nuestra relación fue impositivo. No supe en qué momento, en que hora, en qué instante, por cuál resquicio me penetró su sombra oscura y dañina, y me robó la voluntad. Perdí mi virginidad con él y de una manera tan abrupta que, ese fue el momento justo en el cuál ya no quería casarme con él. No sabía a quién decírselo. ¿A mi ex novio? ¿A mi madre? A mis amigas definitivamente no. Estoy segura que... no. No estoy segura de nada. Otra vez me dominó el miedo y mis prejuicios pasados de moda y obsoletos. Sí. Son obsoletos porque no sirven para mucho.
                               Yo, por ser una romántica sin remedio pensé que la primera vez, descrita tantas veces por los poetas en canciones, en versos de prosas y rimas, sería algo inolvidable. Bueno, inolvidable sí ha sido; terrible e inolvidable. 
                             Apenas me estaba limpiando la boca por unas tortas que Polo, Leopoldo me había invitado como cena, y ya me estaba gritando que me subiera al taxi. Aturullada y sin cuestionar me subí. Quedé petrificada de horror cuando el coche se metió al estacionamiento de un motel. Fui prácticamente empujada al interior de la habitación que olía excesivamente a cloro. El baño era aun peor: tenía moho y la taza estaba manchada de sarro. Todo era asqueroso. No tuve tiempo de decir nada. 
                                   Tampoco puedo acusar a Polo de violador. ¿O sí lo fue? Yo no quería, pero no se lo dije. Me dejé llevar. Fue una experiencia desgarradora, dolorosa, con manchas de sangre sobre las sábanas raídas de viejas. Sí se veían limpias, pero en sí, el ámbito, era sórdido. Polo llegó a decirme varias veces, cada que discutíamos y yo le reprochaba su acto artero contra mi primera vez, que si es que yo merecía un castillo, una cama con sábanas de seda ¿O qué? 
                                   Si hubiese sabido, quizá me habría entregado a mi ex. Él, siempre que me lo pedía, era después de una cena con candelas rojas, algún regalo, y él solía tomar dos copas de vino. Yo, nunca he querido tomar vino. 
                                  - Te va a gustar. Te lo hago despacito para que no te duela - Solía decir.  -Además, yo me quiero casar contigo. ¿Por qué no me rendí ante una propuesta -no una, varias- tan romántica y tan bien planteada ? Polo nunca se mereció mi primera vez, aunque se haya casado conmigo. Se casó porque debido a esa relación, yo quedé embarazada. 
                                No pasaron ni veinte días cuando vi mi periodo suspendido. Polo compró una prueba de embarazo en una farmacia y el resultado fue positivo. 
                                Recibí la clásica pregunta ¿Estás segura? pero no las otras clásicas ¿Estás segura que es mío? o ¿Y qué piensas hacer? Por fortuna no. ¿ O por desgracia?
                               Planeó la boda de inmediato. Me ordenó truncar mis estudios mientras que él sí continuaría estudiando. Él trabajaba en un hospital como intendente de limpieza. Ahí mismo trabajaba una de sus muchas hermanas, Matilde,  quién me tomó una ojeriza implacable y siempre me gritó: ¡Puta! ¡Puta! ¡Puta!
                               Polo me defendió una que otra vez, no siempre. Solía decir: Está loca. No le hagas caso. Y tenía que tragarme las ofensas de esa desquiciada. 
                                Cuando le avisé a mi mamá, no me quedó más remedio que decirle que estaba embarazada y ambas no tuvimos más remedio que aceptar todo lo que Polo ordenaba. Mi mamá no me regañó ni me reprochó nada. Yo esperaba lo peor, pero no fue así, al menos, no por parte de ella. 

   
                                 En un parpadeo ya todo estaba listo. Mi mamá, que pocos años antes me había dicho que no se sentía capacitada para hacerme un vestido para una fiesta, fue ella quien me confeccionó mi vestido de novia. Puedo asegurar que tuve un hermoso vestido. Fue blanco. Así lo decidimos ambas porque, si bien, no llegué virgen al matrimonio, sí me casaría con el hombre que me desvirgó. Así que, por eso. 
                                Ya no hubo tiempo de planear donde viviríamos ni demás cosas. Polo decidió que viviríamos en alguno de los muchos cuartos de la enorme casa de mi suegra. Doña Victoria; una mujer adusta, en todo y por todo, hasta en la voz que parecía de hombre. Jamás sonreía. Vestía de luto desde hacía más de treinta años. Y eso que mi madre yo, éramos las chapadas a la antigua, mi madre sólo vistió de luto riguroso un año. Doña Victoria me reprochó con el puro gesto mi ligereza y ahora las consecuencias de hacer una boda a las correndillas. 
                               Ojalá y hubiera tenido el valor de gritarle que Polo, apenas me dio tiempo a nada... pero, en fin, lo hecho, hecho estaba. 
                                   A decir verdad, sí me entusiasmé al ver que mis cuñadas decoraban la casa con alegría. Se haría un gran baile en el patio. Me dieron algunos regalos, incluso Matilde. Todas eran de carácter áspero, pero aun así, junto con los obsequios me dieron  algunos consejos. Repartieron invitaciones, pero no a todos. No eran de la alta sociedad, pero a veces, se paraban el cuello más de la cuenta. A veces decían ser gente sencilla y sin remilgos, porque tenían un puesto de semillas en el mercado, pero a veces, como un brote de alguna enfermedad, les nacía la idea de estirar el cuello y mirar a todos hacia abajo. Mi boda, fue una de las mejores ocasiones para ello y entonces decir, que invitaremos a éstos porque son parientes de un político que tiene futuro, a éstos otros no porque, el señor es un borracho y ella, parece de cascos ligeros. Como si los hermanos de Polo no fueran unos borrachos, que digo borrachos, alcohólicos sin remedio.
                                  Era la mañana de la víspera de mi boda. Había hecho una cita con la manicurista, cuando llegó mi suegra hecha una mole de ira. Me dijo que no me golpeaba, porque estaba yo encinta, pero, se señalaba el cuello con el pulgar, con ésto pago, decía, con ésto pago si ese hijo que llevas, es de mi hijo Polo. 
                                  Mi ex novio. Estaba furibundo o frustrado. No lo sé. Polo lo conocía, incluso sabía que ese muchacho había sido mi novio, y supo, no porque yo se lo hubiese dicho, sino porque todo fue muy transparente, y mucha gente supo que esa relación no duró mucho. Mi ex novio dijo:
                                    -Cuando quieras Polo, yo te digo dónde tiene cosquillas, y qué es lo que más le gusta.
                                Polo le reventó el labio inferior de un puñetazo. Pero la hablilla se enfocó más en lo que dijo mi ex, que lo que hizo Polo a mi favor. Mi suegra y mis cuñadas creyeron que él, mi ex era quien decía la verdad. A Polo no lo bajaron de pendejo y a mí de puta.
                                 Mi madre me aconsejó que yo, pasara por alto la ofensa de mi familia política, al fin y al cabo, me casaría con Polo, no con la familia. Qué equivocada estaba mamá.
                                   Me pusieron compresas de manzanilla a fin de desinflamar los ojos hinchados de tanto llorar. A mí no me importaba ya tanto, me sentía como un animal al sacrificio. Muy parecido a aquella tarde en que Polo me llevó a un motel percudido. Mi concuño, Fernando, esposo de Matilde, se ofreció a entregarme en el altar. Mi madre, tan severa en cuanto a que la tradición dicta que es un varón quien debe entregar a una novia; le agradeció mucho,  pero se negó. Le dijo a Fernando que ella me entregaría. No entendimos mi madre y yo, por qué mi concuño quería entregarme, si sabíamos que Matilde, su esposa, era de las más indignadas con la boda. Sus gritos, decían, hacían vibrar las paredes de las casas contiguas a la suya. Y los vecinos estaban hartos de escuchar la palabra: ¡Puta! ¡Puta! ¡Puta!
                                     Creí que Polo me iba a dejar plantada en la iglesia. No entiendo qué pasó, pero yo llegué antes. No me fui en ningún coche como Chenchi; la iglesia estaba muy cerca de la casa y caminé por el barrio de adoquín. La gente me saludaba y me sonreía; me deseaban suerte, como si yo fuera un torero matador y no una novia. La suerte ya estaba echada.
                                       Me confundí cuando vi a un hombre de traje y pensé que era Polo. Y no era. Era uno de sus hermanos. También estaba Fernando mi concuño, y muchos amigos de Polo. Algunas mujeres casadas y piadosas también estaban ahí. Varias jóvenes como yo, que si bien, no eran mis amigas, sí mis conocidas y habían recibido la invitación de manos de doña Victoria, mi suegra. 
                                 Esperaba a Polo ya sin fe. Creí que sobreviviría a esa humillación porque, me devolvería a mi pueblo. Esa era mi determinación. En eso estaba, cuando vi a Matilde. Tuve sentimientos encontrados. Recuerdo que sonreí nerviosamente. Pensé que, detrás de ella, vendrían mis suegra y mis otras cuñadas. No fue así.
                                           Matilde no iba ataviada con un vestuario adecuado a la ocasión. Iba, como solía estar de ordinario en su casa. Su paso era fuerte y decidido. Cuando estuvo frente a mí, sacó de la bolsa de su mandil un bisturí e igual que como con Polo, no tuve tiempo de decir nada. ¡Apenas y si grité cuando vi el bisturí frente a mi cara!
                                           - Así como rasgada llevas la verija, así debe ir tu velo. ¡Puta! Las novias que son vírgenes son las que deben llevar el rostro velado, y tú, ¡eres una puta!
                                     Aquí el cuestionamiento que hizo desesperar al padre fue éste... me quito o no me quito el velo. Mi madre decía que me lo dejara, yo no era culpable que una enajenada mental lo hubiera rasgado con un bisturí. Polo, ya no esperándome en el altar  como dictaba el protocolo, dijo que me lo echara para atrás. ¡Ridículo protocolo! Y sí, ¡Polo era un pendejo! Tal y como sus hermanas y su madre le decían. Así que la unión estaba justificada: Un pendejo se casaría con una pendeja. Y el sacerdote decidió que me lo quitara. Se celebraría una boda para recibir un sacramento y eso era lo único importante. Hasta malas palabras soltó.
                                    -Ustedes que se ocupan de esas pendejadas. Que si el vestido es blanco, que si es marfil, que si es muy corto, que si es muy largo. El compromiso es ante Dios, y Dios no es modisto ni le interesan esas cosas.
                                  No hubo fiesta ni baile en la casa de mi suegra. Dicen que a maldiciones desbarataron todo lo que con tanta alegoría habían arreglado. 
                                         Hoy, tras una parálisis facial que me dejó el haber cuidado, casi día y noche una terrible enfermedad que padeció mi marido, el vivir con ésta gente, esta familia política que me acusa de ser bruja, y que por ésta razón Polo se enfermó -tuvo un derrame cerebral- ésta gente que a menudo me amenaza con entablar una demanda para arrebatarme a mi hijo les he tenido que decir, asesinando a la endeble y la sumisa:
                                         -¡Váyanse a la verga todas ustedes! ¡Váyase a la verga usted suegra! ¿Por qué me ve? ¡Véase usted vieja fea! Váyase a la verga, sí ¡a la verga! Vístase de vergüenza porque eso es usted ¡Una vergüenza! ¡Váyase a la verga! ¡Se lo digo con la "v" de la victoria, doña Victoria!