jueves, 25 de octubre de 2018

LAS PEINADAS

LAS PEINADAS










      La tarde era fresca y Zaida se sentía muy aliviada de muchos aconteceres desde aquel fin de semana, hasta esa tarde de Lunes; la habían enviado a casa a medio tiempo de clases, y tendría que presentarse al día siguiente, acompañada de su madre o su padre, para que a éstos, les fuera explicado el motivo de la expulsión de ese día Lunes, junto con su amiga y muy querida compañera llamada Neri.
       Neri, cuatro letras que no sabía que significaban en conjunto, pero ese era su nombre. No parecía una niña como Zaida; aunque lo era. Neri era muy alta, con talle y piernas largas. Una cabellera rizada y rubia, también larga. Una niña muy bella ciertamente. No parecía tener la misma ambición que Zaida tenía para aplicarse a la escuela, Neri era desenfadada, mal hablabada, más apegada a las fiestas, a los muchachos, a la vida misma; eso también, la hacía verse menos niña.
       Por ésta razón, fue Neri quien invitara a Zaida a ser dama de honor de una joven que cumpliría quince años, y que sus padres le celebrarían con mucha pompa. Bueno, con mucha pompa, pero a su manera.
        La casa de la quinceañera era de madera y muy pequeña. Se veía claramente, en la parte trasera de la vivienda, una construcción en obra negra, y que prometía que dentro de algún tiempo, sería una de las mejores casas de aquella colonia tan apartada de muchas cosas. Zaida conocía a la futura cumpleañera. Le compraba tacos dorados de longaniza, porque tanto la madre de ésta y ella, iban a la escuela primaria donde estudiaban Zaida y Neri el sexto año de primaria,  a vender infinidad de cosas de comer a la hora del recreo. No obstante, la invitación no la recibió de la anfitriona, sino de Neri.
         Neri llegó a casa de Zaida también con una imagen muy fresca aquel Lunes en que ambas fueron expulsadas. Zaida le contó a Neri lo mucho que descansó su cuero cabelludo al poder liberarlo de una liga que lo sostenía fuertemente y la pesada cantidad de laca. Neri le contó más o menos lo mismo, no llevaba tantos pasadores, pero sí mucha laca para aquellos inmensos caireles como cascadas debajo de un peinado que parecía una cebolla gigante;  y entre tanto se contaban sus asuntos pueriles, a ambas les vino un ataque de risa.


 ***

      A Zaida le costó mucho trabajo obtener el permiso de su madre, para poder participar en ese festejo como dama de honor. Muchos pretextos de la madre: los ensayos eran hasta muy tarde, el evento y ensayos eran en una colonia lejana - no era lejana, sólo era otra colonia, con otro nombre, con chozas, casas de madera y calles sin pavimentar- y no estaban los tiempos para hacer gastos extras en un evento que no era importante. Quizá la madre de Zaida lo pensó mejor y fue ella, quien avisó al padre de la niña que ésta participaría como dama de honor en una fiesta de quince años, de una amiga de la escuela. Por ende, necesitaba quinientos pesos más, aparte del gasto mensual que religiosamente el padre de Zaida aportaba. El señor entregó el dinero sin chistar y sin más averiguaciones.
      ¡La gran noticia! Zaida tenía permiso de participar. También, tenía que ver el modo de convencer a Neri de que ella, la madre de Zaida, y nadie más que ella, confeccionaría el vestido de ambas, y de ser posible, de alguna otra participante más. Neri le consiguió dos clientas más. Y entonces pusieron manos a la obra. Neri era bien aceptada en la casa de Zaida, a pesar de lo remilgosa que era la madre. Estaba claro que, Neri era astuta y quizá más inteligente que Zaida, a pesar que Zaida tenía notas muy altas en la escuela: era el promedio más alto. Neri no. Las veces en que, sorprendía la hora de la comida a Neri en casa de Zaida, ésta era invitada, y  Zaida se sorprendía de las maneras tan refinadas de Neri al usar los cubiertos, y sobre todo, la manera que tenía de llevar una conversación de sobre mesa con los padres de Zaida. 
      Zaida nunca dijo que Neri, vivía en aquella colonia que detestaba su madre, y que muchas veces sorprendió a ésta, comiendo en el suelo, batiéndose toda... un desastre. A la madre de Zaida le encantaba Neri, por eso precisamente, por su audacia.
        En los ensayos, en aquella casita de madera, con piso de cemento pintado de rojo, cuarteado por el uso y la humedad, Zaida veía como de entre las fisuras empezaban a nacer minúsculas plantas que eran pisoteadas sin piedad cuando empezaban a sonar los valses que había que repasar una y otra vez. También, eran destrozadas estas plantas, y las que por vicio volvían a nacer, cuando, en lo que llegaba el joven que montaría la coreografía, las muchachas aprovechaban a prender la consola y poner discos con canciones románticas para cantar, pero la mayor parte de veces, para bailar. A Zaida le encantaba escuchar un tema que se llamaba "Melancolía" y se le iba el pensamiento imaginando que alguien le decía: "tú robaste una sombra y te hiciste mujer, cuando yo te soñé un anochecer, melancolía, que las sombra se rompa y al amanecer, a mi lado tu estés..." Tan pronto se auto descubría que ya estaba suspirando, se sacudía esos pensamientos y se prometía que en la misa del Domingo se confesaría pos pensar así. Al rato sucumbía de nuevo.
       Era muy seguido que el joven, a quien habían asignado como maestro del baile, llegara muy tarde, corriendo, sudoroso... Era un empleado de una tienda de telas. Podía salir de su trabajo hasta las ocho de la noche. Desde la salida, hasta llegar a aquel barrio bajo, le llevaba un buen tiempo. De hecho, la mayoría de las jóvenes que participarían, también trabajaban, pero quizá estaban más cerca y por ello llegaban más temprano. Era la madre de las dos clientas extras que consiguió Neri, quien se comprometió a ir por las muchachas a más tardar a las diez de la noche, estuviese o no, terminada la hora de ensayos. En eso sí, hasta la madre de Zaida estuvo de acuerdo. Por la razón de que el maestro de baile no llegaba, esas noches, eran noches de fiesta más que de práctica.
        La casa de la festejada se había convertido en un nido apetitoso para los jóvenes solteros y sinvergüenzas, vagabundos y borrachos, que atisbaban al rededor y se solazaban con la presencia de las chicas. De todas, aunque no todas correspondían a los mohínes coquetos, a los susurros majaderos llenos de lascivia, tanto, que seguidas veces, el padre de la festejada salía con una escoba a deshacerse de esos rapaces, aunque más tarde regresaban. 
               Estos desmanes provocaban la hilaridad de todos. Era todo, una verdadera pachanga. La única que no se le veía gozar tanto de aquellos devaneos era una muchacha con un ligero sobrepeso, de piel blanca, cabello lacio, y de nombre Porfiria. Con su cabeza gacha, y ésto era quizá, porque su hermano mayor, era uno de los muchos que "zopiloteaban" el lugar. De hecho, Porfiria no estuvo presente en la fiesta finalmente. Una vez, su hermano, ese ordinario salaz fue el que les presentó una carta de renuncia, a los padres de la festejada.
              Y las trampas a todo lo que daban. Zaida, con sus pensamientos inicuos, exacerbados por su progesterona o por el demonio - ella solía pensar ésto último - Sintiéndose sin derecho a participar en ese baile, porque estaba pecando mucho de pensamiento... y la madre de Zaida que con la confección de los vestidos, no tuvo necesidad de gastar los quinientos pesos extras que le pidiera al esposo, al contrario, obtuvo una muy buena ganancia cobrando la confección del vestido de Neri y las otras dos vecinas.
                       Unos días antes, la madre llevó a Zaida a una tienda y le compró ropa interior, un hermosísimo fondo lila para dormir, y un par de brasieres de popelina. El día se había llegado de usar esa prenda inútil. Los incipientes senos de Zaida se hubiesen podido cubrir con una camiseta de algodón bajo la ropa; pero no. Ya tenía que usar esa cosa apretada que mortificaba la espalda de la niña. Le daba comezón, y su prima, que era menor que ella, pero se había desarrollado mucho y antes, le decía que así era para todas al principio, y que más tarde, se tendría que acostumbrar. Zaida ni siquiera menstruaba por aquel tiempo, su prima sí, y era ella quien la llenaba de consejos. Zaida sabía lo que le esperaba, pero debía mantenerlo en secreto si no quería irse a los apretujados infiernos o bien, perder la confianza y el cariño de su prima hermana, a la que más quería de todas sus primas, a Tita, su prima menor. La más tierna de las niñas, según la idea de Zaida.
           Por la mañana del Sábado del día de la fiesta, Zaida fue llevada a un salón de belleza de una conocida de su madre. Le rebajó el trabajo a ochenta pesos, y aún así, todos dijeron que era un trabajo caro. Zaida un poco más y grita, pero resistió, apenas y le lloraron los ojos cuando la peinadora le puso una liga que le estiró, y estiró, y estiró, que Zaida vio su ojos como los de una japonesa. Le hizo un flequillo coqueto. Y luego, el trabajo de hacerle un peinado alto de gajos. Aquí la vanidad se antepuso ante cualquier comodidad, Zaida, a pesar de todo, estaba feliz. La madre de Zaida pagó un extra para que le pusieran una red sobre el peinado y durara más. Hasta el padre de Zaida puso los ojos como platos, ante el asombro de ver a su niña vestida como mujer. Con ese vestido largo de organza azul, un peinado alto y un maquillaje de señorita. -¡Pero si solo es una niña de diez años!- chilló el papá. Pero ni modo. La niña tuvo la ventolera de participar como dama de honor en una fiesta y ya estaba. Obviamente que había trucos por todos lados. El brasier fue rellenado con bolas de algodón, le pusieron pestaña postizas, tacones  altos... y... lucía bien.
       No se quedaron al resto de la velada porque la madre de Zaida era un mujer con muchas quisquillas. Se daba aires como de la alta sociedad y era altanera y soberbia. A Zaida le dio un vuelco el corazón y rogó a toda la corte celestial que nadie se hubiese dado cuenta que su madre, a carcajadas dijo que el vestido de la festejada era como  el de una india bajada del cerro a tamborazos. Pero como lo dijo al tiempo que se carcajeaba, lo que dijo pareció inaudible, aunque no para Zaida. También, a la hora de invitarlos a pasar a comer, la señora dijo que lo correcto sería decir: "Ya comí en mi casa. Muchas gracias" . Por fortuna, la invitación no fue personal. Alguien habló a la multitud diciendo - quienes gusten, pasen a la parte de atrás, donde están las mesas, para que se les sirva de comer- Mejor dicho que era una suculenta cena. Muchos guajolotes sacrificados para la gran ocasión, montañas de arroz rojo, y muchos litros de cerveza y brandy. La comilona estuvo montada justo en la parte de la obra negra, ahí había gran espacio. La madre de Zaida no permitió que la niña tomara ni siquiera un vasito con refresco que le fue ofrecido como bienvenida. 
         Se dio la comida, se dio el bailable donde la festejada lucía su hermoso vestido color rosa, y sus damas de honor de muchas edades con sus vestidos de organza color azul pastel, alrededor de ella. La madre de Zaida, de un jalón que por poco le arranca el brazo a la niña le dijo que era hora de largarse de ese cuchitril. No le pareció correcto, cuando por micrófono avisaron que quienes no quisieran bailar, pasaran a las sillas que pusieron en la calle, porque las muchachas querían bailar, dentro de la casa pequeña, sin ensuciarse los vestidos largos. Y ahí terminó el sueño de Zaida. Se quedó todo el Domingo rumiando su suerte maldita, porque no la dejaron ir a la fiesta donde se partiría el pastel y se tomarían fotos. Y su madre insistió que no se podría despeinar hasta el Lunes, tras volver de la escuela y así lo hizo, pero no en el tiempo que su madre pensó.
         La liga del cabello, tuvo que ser cortada, ayudada por su prima, con mucho cuidado de no cortar un mechón de cabello. También la asistió para desembarazarla del millar de horquillas que sostenían los gajos y por fin pudo lavar su cabello. Por fortuna, sus uñas no fueron decoradas con ningún tipo de esmalte, ya que, las otra dos, las clientas de la madre de Zaida, fueron echadas por llevar esmalte en las uñas. Ellas, sí se deshicieron el peinado. 

***

     - Zaida y Neri - Dijo un niño. - Tienen que presentarse a la dirección, recojan todos su útiles escolares, porque se van expulsada por hoy a sus casas. Zaida sudó frío. Neri apenas se encogió de hombros y se alegró porque tendría un día libre de escuela. Ambas ignoraban su falta. Ya en la dirección, ambas chicas fueron regañadas por el director. Ese peinado, les dijo, era una tremenda falta de respeto a sus compañeros, niñas y niños, era un atentado a la moral y lo peor, era el máximo insulto a la escuela como institución escolar. ¿Por qué? No. Nadie preguntó por qué. Tendrían que irse en ese instante y volver, acompañadas de su padre o su madre, para explicarles sobre su grave falta. Las niñas que ya habían sido expulsadas por tres días, las habían regañado antes. Su falta fue peor. Llevaban las uñas pintadas. 
          Ahí estaba Neri, con su cabello húmedo aun, por ser largo, por ser abundante y grueso. Zaida, ya no estaba acompañada de su prima; ya que ésta, tenías muchos menesteres en su casa y de la escuela. Zaida esperaba con paciencia a su mamá, para explicarle. Se sentía muy indignada. Neri, estaba tan fresca como la tarde.
***

      Muchos años después a Zaida le costaba reconocer aquel lugar, de muchas casas muy bien construidas, con todo lujo. ¿ Tanto tiempo había pasado sumergida en lo suyo, que no conocía cuánto había cambiado todo? Su prima le aseguraba que aquella casa de balcones inmensos y balaustres de mármol, había sido la casa donde ella, alguna vez fue dama de honor de una quinceañera. Su prima, soltera y sin ningún plan para dejar de serlo, profesionista y ya con algunos años y kilos encima; Zaida, parecida, pero sin ser profesionista, no dijo nada. Recordó entonces que aquella fiesta fue todo un escándalo; y no porque hubiesen acontecido desmanes, sino por la generosidad de los anfitriones. La prima de Zaida no fue, por supuesto, aunque fue invitada, pero su madre era tan petulante como lo era la de Zaida. Ambas mujeres tenían como familia personas con aporofobia, aunque ambas venían de un origen humilde; muy probable que se odiaran a sí mismas. Ésto no afectó al cariño de las primas. La familia que hizo aquella rimbombante fiesta de quince años, no eran gente pobre, o bien de decir, no eran gente sin recursos económicos ni desamparados, todo lo contrario. Lo que sí, tenían costumbres y gustos diferentes. La pobreza la padecían las madres de Zaida y de su prima; pobreza de espíritu. Zaida siguió pensando en silencio, que su suerte seguía teniendo semejante sevicia contra ella, porque sólo pudo tomar un curso como peinadora. Pero ella misma no podía llevar grandes peinados porque su cabello siempre lo llevaba corto. Su madre se lo exigía así, y ella la obedecía, y no sabía por qué. Los pensamientos le escaldaron la voluntad al grado que se le llenaron los ojos de lágrimas. No pudo responder a su prima cuando le preguntó por qué lloraba; se le atoró la frase y no dijo, que no sabía cuan infausta era, aquella vez que soñó con ser mujer en ese jacal desmirriado, y ahora luce como un gigante flemático ante su desgracia; no se rompieron las sombras, para que al amanecer, alguien a su lado estuviera... Sólo era una mujer que llevaba tatuada en la frente la sombra de la decencia, no hijos, no esposo, pero sí, muy, pero muy decente. Odiaba ser eso pero no lo pudo decir. No pudo decir, que se atrevió a soñar con ser mujer, y que a unos años después, era sólo una mujer, sí, pero una mujer extremadamente desdichada, tanto, que ni siquiera podía llevar un buen peinado.
Ayer, encontré la mujer, que ha llenado mi vida
por su triste sonrisa, le llaman, melancolía.
No sé, cuánto puedo querer, en amor no hay medida
y yo soy egoísta, la quiero ta sólo mía

Melancolía, tu robaste una sombra y te hiciste mujer
cuando yo te soñé un anochecer
Melancolía, que la sombra se rompa y al amanecer
a mi lado tu estés...

No fue, más que un sueño otra vez, como todo los días
pero mientras yo viva, te espero melancolía

Melancolía, tu robaste una sombra y te hiciste mujer
cuando yo te soñé un anochecer
Melancolía, que la sombra se rompa y al amanecer
a mi lado tu estés, tu estés... tú estés...



FIN.