lunes, 28 de noviembre de 2016

MI NOMBRE SERÍA ASBIUR











            



        No me pregunten a cuál equipo de fútbol le tengo preferencia. Tampoco sé cual es mi tipo de chica para contraer nupcias. Ignoro en absoluto cuál sería mi comida favorita, aunque todo indica, que sería la comida veracruzana. Probablemente, aunque, no habría que dejar de lado, las infinidad de recetas de comida que se hacen en la capital de la República Méxicana. No sé, si sería bueno para bailar o tener algunas dotes artísticas. En cuanto a mi carácter, pues también es un enigma; ya que, mi madre tiene un genio cruzado con la creatividad, la ansiedad, y a veces, la vence la pereza. A veces es un tanto colérica, pero al rato se le pasa. Ahora, cuando la quieren descalificar, aquellos que se sienten el paradigma de la bondad y la perfección, le dicen "bipolar". Y si realmente  fuera, o tuviera un trastorno bipolar, pues entonces, mi madre estaría en serios problemas. El trastorno bipolar es eso, un trastorno, y no debiera ser motivos de ofensas, críticas y señalamientos inicuos a persona alguna que estuviese pasando por un enfermedad crítica e incurable. Es como señalar a alguien, descalificarlo y hasta burlarse de éste, tan sólo por tener diabetes o cáncer. ¡Que barbaridad! Resumo: que mi madre no padece de trastorno bipolar. Y cuando la califican de "loca", pues sí, hasta le gusta. Es un tanto loca porque cuando las personas no saben cómo definir concretamente la personalidad de una mujer con tantas habilidades y ansiedad por hacer muchas cosas al mismo tiempo, le llaman "loca". Y esa es una locura bonita, pues es creativa y lo mismo le da por hacer una pintura al óleo, un boceto en carboncillo, preparar comida "gourmette", bordar en punto de cruz, tejer a ganchillo artístico, escribir poemas y canciones, tocar la guitarra cuando echa por la borda el cuidado de sus uñas, vestir a la moda, y cantar, y cantar, y cantar. Aparte habría de mencionar que es muy divertida, tanto, que fue regañada severamente, por esos otros, paradigmas del conocimiento en los desenvolvimientos escénicos, y le dijeron, que una voz tan bella, no debiera hacer chistes o comedia. Finalmente, ella ha hecho todo cuanto ha querido en ese plano. Estudió para ser actriz, y se desenvuelve, de vez en vez en esa directriz, diseña su vestuario de arte, en fin, creo que tiene tantas aristas, que si hiciéramos un abanico de todas estas habilidades y oficios, haríamos un ventarrón parecido a una tramontana, o acaso un norte invernal derribando palmeras en el puerto de Veracruz. ¿Exagero? Es mi madre. ¡Qué más podría yo decir de ella!
      Estoy presumiendo de buen hijo, cuando también ignoro si habría sido un buen hijo. 
          Todo apunta, a que mi madre, como suelen hacer las madres soleteras; me habría dejado en casa de mi abuela, en el puerto de Veracruz, y ella, habría tenido que trabajar arduamente para sacarme adelante. Entonces, probablemente me hubieran gustado los perros y los gatos, porque en la casa de mi abuela, siempre hay perros y gatos, y ellos, mi abuela, mi abuelo, mis tíos y tías imitan a éstos animales, y son ellos quienes viven como perros y gatos. Pelean y discuten todo el tiempo.
          Seguramente habría conocido a mi bisabuela, mi bisabuelo, y una tatarabuela. Sí.
        Mis bisabuelos me habrían querido mucho, muchísimo. Más mi bisabuelo. Bardo, mi bisabuelo, me habría llevado al río o al mar, y me habría enseñado a pescar; era su pasión. Obviamente, ésto lo habría hecho muy pocas ocasiones, ya que ellos, vivían en un pueblito cerca de un río y del mar. Mi bisabuela, me habría dado de comer tortillas hechas a mano, y me habría servido frijoles refritos con manteca de cerdo, y un pedazo de queso fresco, o un trozo de carne seca puesta a salar con antelación. Habría comido mangos criollos, de los que mi bisabuelo solía recoger, de esos que ya nadie compraría porque estaban demasiado maduros, y habría aprendido a decir "comí mangos con arroz". Esto de comer mangos con arroz, se debe a que, los mangos maduran de manera tal, que de éstos nacen minúsculos gusanos blancos, muy parecidos a los granos de arroz.
        Ahora bien, en cuanto a mi tatarabuela, Liboria fue su nombre, la habría disfrutado un muy buen tiempo.
      Era una mujer morena, con el cabello totalmente blanco, a todos ellos los habría conocido como "viejitos", pero con las espaldas firmes y rectas. Jamás se encorvaron. Mamita Libo, me habría dado de comer unos dulces que ellas solía preparar, e ignoro los ingredientes, solo sé que se llaman: tintines. Mi bisabuela Madalena, me habría preparado tamales de masa de maíz, envueltos en hoja de plátano, con hierba santa y carne de cerdo con salsa enchilada. Los habría comido hasta que me diera chorrillo, sobre todo en las fechas de los Files Difuntos, en Noviembre. 
         No sé, si habría sido muy alto, o delgado. Mi madre por mucho tiempo fue criticada por ser muy delgada, demasiado, sin cintura, y a veces, la mayoría de veces, la llamaron fea. Creo que no es fea. Pero no es alta.
             También, por todo cuanto ha sucedido, mi madre habría seguido en el ámbito artístico. Siempre anduvo por el camino estrecho, por donde siempre le costó más trabajo, pero conmigo, entonces quizá, se me ocurre, que como muchas madres soleras que ella conoció, por lo hijos, usaron el escenario para exponer su arte, pero si el dinero era escaso, entonces era el escenario el escaparate justo, para llegar de puntillas al proscenio y allí escuchar los murmullos de los hombres lascivos que no estaban interesados en arte alguno, sino en su concupiscencia. Y quizá, ella, habría cedido a ese llamado, por unos pesos más.
             Y sigo apuntando al hubiera, porque, insisto en que mi madre tiene el carácter atravesado también con la intolerancia. Y muy probablemente, no habría tolerado que me pusieran apodos y que mi abuela me gritara o golpeara, como la golpearon y azotaron a ella. También fue víctima de sobrenombres o apodos, que no sé si me habrían molestado. Sé que a mi madre sí le dolió ese tipo de conducta, pero no le quedó más remedio que aguantar hasta que tuvo dieciséis años y salió corriendo de allí. Y aun así, cada que iba de visita, una de mis tías, solía burlarse de ella porque nunca le creyó que sería una artista, y mucho menos famosa. Mi tía tuvo razón en una cosa. Mi madre no es famosa aun, pero es artista, y creo que muy buena artista. Se aplica con mucho entusiasmo a todo. Ha estudiado. Se ha privado de muchos gozos por estudiar, y pasó hambres para pagar sus estudios de danza, de arte, y otras cosas más. Y cuando no ha podido pagar, entonces no gasta dinero, gasta su tiempo, y empíricamente aprende otras cuestiones, como eso del dibujo o redactar. No sé si lo haga bien. Sólo sé que muchas cosas hace mi madre linda. Perdón de nuevo. ¡Es mi madre!
         A la sazón de los días en que mi madre pasaba hambre por adquirir partituras musicales para poder hacer buenos espectáculos musicales, no faltó quien se ofreciera a invitarle "un desayuno", que más bien se trataba de una cena, pues, saliendo del cabaret a eso de las cuatro de la mañana, después del suculento "desayuno" lo que seguía era dormir, obviamente, esos caritativos señores, querían que después de ese alimento, ella, durmiera con ellos, después de ellos desayunársela a ella. ¡Pobre de mi madre! Hubo un tipo que presumió ante otros meseros del cabaret que ya tenía a mi madre a punto para poseerla, en los tiempos en que mi madre era virgen, y todo por uno que otro "desayuno". Mi madre escuchó eso, estando ella en el baño de mujeres, a través de una rejilla de celosía que estaba en la parte alta, muy cerca del techo de la pared, que dividía el baño de los hombres y las mujeres. Allí escuchó al caballero de pacotilla que decía: y no sólo me la voy a coger y le voy a reventar esa virginidad que me purga y me patea los huevos. La voy a hacer que se vuelva loca por mí. He de tenerla a mis pies, le voy a quitar su paga semanal y quitarle de un buen madrazo esas ideas estúpidas de querer superarse y le voy a desgarrar esos delirios de querer llegar a ser una estrella. Ni al circo la voy a dejar ir.
           Mi madre lloró amargamente aquella noche temprana. Solía llegar temprano porque ella no tenía automóvil. Se iba en el metro, y llegaba antes que todas las artistas, casi junto con el personal de limpieza y los meseros, éstos que tenían que acomodar la mantelería y enfriar las botellas de vino blanco que más tarde iban a disfrazarlas como de champán. Y el tipo siguió: Va andar babeando por mí la muerta de hambre esa. Ya verán todos ustedes como se le va ir apagando esa voz de jilguero que a veces los borrachos aplauden de pie. 
            Cuando dijo esto ultimo, hubo uno que le sacó de su error diciendo, que eso de apagar la voz de jilguero, sería matar a la gallina de los huevos de oro. Al contrario, era lo único que debiera cuidar, porque si no, cómo es que ella podría obtener paga alguna. Sólo como cantante, ya que, el tipo dijo que parecía una lagartija parada con esas piernas escuálidas que no excitaban a nadie. Entonces el tipejo carraspeó y no le quedó más que darle la razón a su consejero, pero volvió a aseverar: Pues sí, entonces sí que siga con su apodo de calandria equivocada en este pinche cabaretucho de mierda, en lo que yo me hago rico y la humillo poniéndola a gatas y cogiéndomela por el culo; y le voy a decir que así es como se lo voy a hacer porque de vieja guanga no la voy a bajar.
         Mi madre vomitó el poco alimento que hubo tenido aquel día, y al mismo tiempo arrojó la hiel, la ira y todo lo negativo que le produjo la hipocresía y los planes fallidos de ese joven con aspavientos de catrín y con pésimas estrategias para coronarse como padrote. Se equivocó y feo al elegir a "la víctima". Mi madre es de armas tomar y las tomó.
        No le hizo ningún escándalo. No. 
      Se acercó al gerente y le planteó todo lo que había ocurrido, desde que ella, candorosamente, le aceptó los desayunos a ese falaz ordinario que cacareaba su futura carrera como paladín de "los chulos" que como muchos, soñaban vivir así, de las mujeres. El gerente asintió a todo lo que ella le dijo, y por supuesto que le creyó
             
         
                       


lunes, 21 de noviembre de 2016

Pero la vida? Sigue...

... Pocas cosas son en la vida lo que soñe, idealicé e imaginé... 
Con qué derecho fui perturbada de mi sueño de paz en el éter, y venir aquí , donde ineluctablemente he envejecido, pero se han quedado sin marchitar mis ansias y mis anhelos.
Para colmo, me asomé a tu mirada, osadía la mía, me asomé sabiendo que caería a un abismo cruel... 
Por qué no regresan mis ansias y todo mi sentir a dormir al éter? Yo regreso después... 
Y es que, mis ansias muerden y hieren mi andar, con una parte muerta, pero la viva quema... 
Ojalá y tuviera yo el aroma fresco de los duraznos maduros y no el aroma rancio de unos ojos viejos que ya no brillan para ti, porque se secaron de llorar... pero no, pero la vida sigue...
Y es mi andar solitario con mi pensamiento sobre ti, a sobresaltos y con la angustia que no eres feliz... pero la vida sigue... 
Y he de seguir a despecho de que sigo sola, pero  ¡tú también !  
... Andas perdido en un camino entenebrecido en donde buscas tan compungido quién te de la felicidad... pero no se te ocurre que yo te la daría, o al menos lo intentaría, porque repito, pocas o casi nada de las cosas de la vida son como uno quiere... pero no, no te cruza ni por equívoco que en éstos brazos yo construiría un lecho tibio para tu bienestar... y sigues solo, en el camino errado, y yo también, pero ¿que crees? la vida sigue... y ha de seguir tan indiferente a mi pesar y al tuyo...
Y yo lloro y tú sufres... pero la vida sigue ... 

viernes, 11 de noviembre de 2016

AQUÍ ESTÁ LA RAMA, QUE LE PROMETÍ (Ayes, cantos y alegrías de mi barriada)

AQUÍ ESTÁ LA RAMA
QUE LE PROMETÍ





     ¡Llegaron las posadas! También con éstas, el permiso para cantar en cada puerta de las casas con una rama ornamentada con globos, farolitos de papel y cadenas hechas de papel de China. Acompañamos nuestros cantos con sonajas que hacemos nosotros mismos con corcholatas.
     Primero: agujeramos el centro de la corcholata con un clavo, luego las aplanamos hasta que quede como una tortilla. Después: las travesamos todas juntas en un alambre y con éstas acompañamos nuestros cantos:

NARANJAS Y LIMAS, LIMAS Y LIMONES,
 MÁS LINDA ES LA VIRGEN
 QUE TODAS LAS FLORES.

     Nos juntamos tres o más chamacos. No pueden ser muchos, ya que de ser así, el dinero que recaudemos nos tocará de a menos. Mas si por ambiciosos llegamos a ser muy pocos, la rama sonará triste y "desangelada", y ésto no invitaría a nadie a abrir su puerta y regalarnos unas monedas.
     Hay gente muy sangrona. 
     De veras.
     Dan ganas de partirles el alma, porque apenas escuchan nuestros cuchicheos y el cascabeleo de nuestras rústicas sonajas y las voces desafinadas que dicen:

A LAS BUENAS NOCHES
 YA ESTAMOS AQUÍ, 
AQUÍ ESTÁ LA RAMA
 QUE LE PROMETÍ

    Se hacen los sordos y fingen que ya se van a dormir, y apagan las luces. De esta forma nos responden sin misericordia que no nos darán ni un quinto partido por la mitad, aunque nuestras voces se desgarren cantando:

BLANCAS AZUCENAS,
 BELLOS GIRASOLES, 
NARANJAS Y LIMAS, 
LIMAS Y LIMONES.

     Durante las posadas, hay noches que hace frío, no siempre, pero durante las nueve noches que se puede cantar la rama, del dieciséis al veinticuatro de Diciembre, alguna que otra vez entra el norte. El norte es un ventarrón implacable que irrumpe en nuestra ciudad cuando llega el otoño y el invierno. Llega a azotarnos un frío que nos cala hasta los huesos.
     Nosotros los pobres, que no vivimos propiamente en el centro de la ciudad, sino en un viejo barrio; una colonia un tanto retirada y cerca del panteón de lo pobres, tenemos que protegernos con los suéteres viejos y ordinarios que hay que desapolillar de los roperos. No tenemos los grandes abrigos finos porque durante todo el año, se encuentran guardados en el último lugar del guardaropa; a donde no sea posible ni verlos, pues aquí la mayor parte del tiempo hace calor. Tenemos abrigos corrientes porque no vale la pena el sacrificio de gastar mucho dinero en una prenda que casi no vamos a usar. Por ésta razón, las noches frescas con nuestros suéteres corrientes, nos hacen parecer aún más pobres de lo que somos, pero eso sí, muy alegres y cantadores.
     Para salir a cantar la rama, las noches frías, son precisamente las malas. Las puertas de las casas, al contrario de lo habitual, permanecen cerradas. Las calles se ven oscuras y tristes.
     En este suburbio donde no contamos con calles pavimentadas ni alumbrado público, el espectáculo es deprimente una noche de frío; porque hay más que quietud, una insondable soledad y hasta miedo tal vez. Uno que otro estará tratando de paladear un chocolante rancio del año pasado, pero habrá quien, esté rumiando su insmonio por su noche sin una tibia caricia en su cama gélida.
     Perdón. Yo digo todo esto con ciertos toques de poesía, porque estoy más acostumbrado a la bullanga endémica de mi bello puerto: Veracruz.
     Papá nos cuenta que antes, sólo los versos alusivos a la religión eran los que se cantaban en la rama, y que además, en alguno que otro pueblo, lo que se recaudara tenía que ser donado a la Iglesia. Yo no estuve de acuerdo. La rama es para pedir aguinaldo nosotros, justo como el aguinaldo que le da a mi papá su patrón, para que la Nochebuena nos la pasemos a gusto cenando buñuelos con miel, y esa noche comer sardinas de lata y frijoles refritos con manteca de cerdo. ¡Que deleite!
      A mi papá no hay que hacerle mucho, o acabaría uno como él. Sucede que ya es muy viejo. Y tan sólo porque es nacido en Tlacotalpan se pone bilioso cuando ve que las tradiciones se desbaratan o sufren algún cambio.
     Él dice que de muy chamaco recuerda que la rama se hacía sobre una flor de maguey, esa que se da en sabanas arenosas de los médanos costeros. No es pesada y se presta muy bien para decorarla con "el portalito" donde vienen los peregrinos: San José y la Virgen María sobre el burro, y que además, la rama se podía seguir cantando hasta el día 6 de Enero; el día de los Santos Reyes. Carraspeo y admito que ésta tradición sí es lamentable que aquí en el puerto haya cambiado, porque de ser así, podríamos andar en la calle con nuestro pretexto escandaloso y recolectar más centavos.
     Yo le digo a mi papá, aunque se ponga tieso por atrabilario, que los tiempos cambian nos guste o no, y que nada se puede hacer para planchar las arrugas del viento, de sus nostalgias sotaventinas. A veces, somos nosotros quienes  estamos de buen humor para escuchar sus historias y leyendas que recita de memoria, cuentos de "la llorona" y esas cosas, pero por ahora, no tenemos ni humor ni tiempo, estamos en la rama, la rama que le prometí.
     Tan cambiado está todo, que nadie repela si entre los versos de la rama, cantamos otros que no son propiamente religiosos o alusivos a la belleza de la Virgen. Sabrá Dios quién los inventó, pero ya se hicieron tradicionales también. y muy divertidos como el de:
ARRIBA DEL CIELO 
TOMARON CERVEZA, 
LO SUPO SAN PEDRO 
Y SE FUE DE CABEZA

     Hay casas, donde sabemos que sus moradores nos darán de menos veinte centavos, o un poco más. Allí son los primeros lugares donde vamos y cantamos con un entusiasmo tan desbocado, que nos hace desafinar más de lo que ya somos.
     También sabemos de las casas, donde sus moradores, lo sabemos, son unos tacaños empedernidos; y que no nos harán sentir la gloria al escuchar el tintineo de las monedas que chocan, en el fondo de la lata que ofrecemos para que aporten allí su donativo. Eso también es divertido. No todo es dinero en la vida. Por eso vamos también a esas casas, porque el sabor de nuestra venganza, es parecido al sabor de los cacahuates y los dulces de colación que reparten en las posadas, o los que salen de la piñata cuando la reventamos. Justo en esas casas, donde nos apagan la luz o de plano, nos gritan que nos callemos, y hasta nos echan agua, e incluso, nos mientan la madre; nos colocamos a una distancia prudente; donde puedan escuchar claramente nuestro canto, y después de esto, podamos correr presurosos, para que no nos alcance el zapatazo que nos lanzan, y terminemos aullando como gatos con mal de amores. El canto es así:

YA SE VA LA RAMA
 CON PICO Y BANDERA, 
PORQUE EN ESTA CASA,
 TIENEN CAGALERA.

    Y aun, más enardecidos y orondos por la celebración de nuestra victoria, les cantamos:
YA SE VA LA RAMA
 POR TODO EL ALAMBRE, 
PORQUE EN ESTA CASA,
 ESTÁN MUERTOS DE HAMBRE

     Menos mal que al correr, los vecinos no se enteran de quienes somos. Nuestros padres nos darían una tunda sin olvido, si las viejas chismosas van y nos delatan. Mi mamá me deja ir a cantar la rama, con mis amigos, siempre y cuando; esté limpio. Haya lavado mis orejas por dentro y por detrás de éstas que es, donde más se me acumulan costras de mugre. Debo tomar mi vaso de leche, y sobre todo, que no haga frío. Pero por encima de todo ésto, tengo estrictamente prohibido cantar groserías. Reciba dádiva o no, nuestro canto debe ser:

YA SE VA LA RAMA 
MUY AGRADECIDA, 
PORQUE EN ESTA
 CASA FUE BIEN RECIBIDA.

     En el último de los casos, y eso, los que se dicen modernos, porque los timoratos no aceptan este canto:

YA SE VA LA RAMA
 MUY DESCONSOLADA,
 PORQUE EN ESTA CASA 
NO LE DIERON NADA.

     Obviamente, a mi mamá yo le juro y le perjuro que me porto bien, y me callo que sus órdenes de no ser lépero, me las paso por el arco del triunfo.
     Desde hacía algunos años, se me ocurría que quizás, nos recibirían de buen modo en la mansión del vasco. Era una casa enorme, que nada tenía que hacer en nuestra barriada pobre. Lo único que hacía, era ensombrecer la colonia con su soberbia belleza, su suntuosa opulencia. Está erguida sobre nosotros, como un gigante flemático que nos ha observado sin un resquicio de vida dentro.
     Al tiempo que concebía la idea de ir allí, la desechaba. Me sentía un tanto absurdo y muy ambicioso y me daba vergüenza. Ese, era un lugar impenetrable. Era un lugar negado para una bola de desarrapados, pedigüeños, con una tradición muy mexicana y veracruzana; quizá en Vasconia nada sepan de ésto, y si saben, no les importará.
     Hubo una vez que me deshice de mis propios prejuicios, me fajé los pantalones percudidos y raídos de viejos, y les dije a los otros que subiríamos a esa mansión. Nadie estuvo de acuerdo. Alegaron que había una reja de acero que no permitía franquear la enorme barda, y que no querían subir la tremenda cantidad de escalones que llegaban hasta la puerta de la casa.
     Yo seguía entusiasmado con la idea de sí ir a esa casa. Quería saber qué había dentro y cómo era la gente que poseía semejante patrimonio. Si ya de por sí, se me hacía inconcebible su grandeza por las terrazas de mármol con los balcones alabastrinos, que se veían claramente desde cualquier punto de la colonia lóbrega, no podía imaginar como era por dentro. Anhelaba saber cómo lucía todo detrás de aquella puerta de cedro, con un oval de flores en el centro, y a mis amigos no les interesaba. No entendía por qué, pero no querían pararse frente a esa puerta tan singular y hermosa. Varias veces les insistí, que por lo menos intentáramos, algo bueno saldría.
     - Total, si nos echan, ya sabemos lo que hay que hacer.
      Traté de convencerlos que si no nos recibían, les cantaríamos su precio, quienes son y lo poco que valen. Fue tanta mi ansiedad, que hasta les dije que había escrito unos versos bastante ofensivos para ellos:
   AUNQUE ES RICO, ES TRISTE
 Y A "NADIEN" ENGAÑA, 
SALUDO A SU MAMI 
QUE VIVE EN ESPAÑA.

     Sólo burlas y risas recibí, pero no flaqueé y les dije este otro:

SE CREE MUCHA MIERDA, 
POR PUTO DINERO, 
PINCHE VASCO "OGETE" 
ES "USTE" UN GRAN CULERO.

      Y ni así. Nadie me secundó. Si los había llegado a, medianamente entusiasmar, con mis versos majaderos se amilanaron más. Eran traviesos, pero se escandalizaron los muy cobardes. Por eso, concebí un plan picaresco.
     Una tarde, tras mascullar mi plan tomé la decisión y no me remordió un céntimo la conciencia, puesto que a ellos no les interesaba ir ahí, y a mí sí. Les dije que no iría a cantar la rama. Culpé la noche anterior, que de repente se puso álgida y fingí un resfriado:
     - ¡Cof! ¡Cof! Mira que feo toso.
      Y lo que supuse sucedió. Sin mí, no quisieron andar en el revoloteo. Yo sabía que mi plan era perfecto. Así que, ni me extrañó que se fueran a sus casas tristes y desconsolados por los centavos que se iban a dejar de ganar. Ni modo. Yo soy el líder. Sé que sin mí, no son capaces de nada. Tienen que tener el incentivo de mi carácter bullanguero y guapachoso de veracruzano que soy. Tengo el alma de pirata, porque puedo robarle una sonrisa al más tozudo con su ceño fruncido, con cualquiera de mi payasadas más estúpidas, hago cosas rumbosas, y se me ocurren buenas gracejadas. Nací, como dijo Agustín Lara, con la luna de plata, que me da la riqueza para regalar la alegría, sin cicaterías del corazón. 
     Mis amigos quedaron formalmente de volver hasta la noche siguiente, es decir, hasta que yo "mejorara".
     La rama siempre se guardaba en mi casa. Sus hojas ya estaban secas y marchitas. Los globos con que la adornamos, y que brillaron por lo requintados que estaban, al quinto día ya estaban débiles y arrugados. Los faroles de papel estaban hechos jirones, porque la segunda noche que salimos nos increpó el norte. Se vino en desbandada el ventarrón, que nos zarandeó de una manera tal, que casi nos hizo barrer las calles con nuestra rama.
     Ya estaba. Había un poco de frío. La onda gélida ya se estaba disipando. Tomé la rama y no la emperifollé. A decir verdad, no quise gastarme los pocos centavos que me había ganado como para comprar globos y faroles. No tenía nada. La cadena, que mi papá exige que deba ser obligatoria se rompió. Mi padre insiste en que la cadena de papel es de lo más significativa por el verso que dice:

LA VIRGEN MARÍA
 SU PELO EXTENDIÓ, 
HIZO UNA CADENA
 QUE AL CIELO LLEGÓ.

     Bonito verso, y muy tradicional, pero yo no estaba para escuchar sermones, ni para respetar tradiciones que me crispaban. Con tanto protocolo lo quitan lo festivo al baile. Esos son, puros estiramientos inflexibles. Yo me fui a la mansión del vasco.

     La calle estaba más oscura y sola que de costumbre. Me desconcerté. Eso sucedía sólo cuando el frío se agudizaba, pero esa noche, aparte de ser temprano, pude salir un suéter sencillo de franela sobre la camisa. Suéter que cuando fue nuevo, era de manga larga. Ahora las mangas rozaban mis codos y me ceñía mucho los hombros. Ni siquiera me lo pude abotonar; pero aun así me sentí cómodo. Preferí este suéter estrecho a los otros que me quedaban bien, pero me picaban la piel por ser un material muy corriente.

     Seguía pensando en mi aventura de llegar a esa enorme casa. Creí que lo difícil sería franquear el portón principal. Era una reja blanca con figuras caprichosas. Casi me fui de bruces porque la empujé con una gran fuerza, y como no estaba atrancada, extrañamente se abrió de par en par. Después, temí que tuvieran un vigilante que me echara a patadas del lugar. Subí trémulo los primeros escalones, silencioso y lento. El lugar parecía estar solo, más no parecía estar abandonado. Me extasié con el aroma de tantas flores juntas. Olía por sobre todo los aromas, muy fuerte un hálito de rosas, pero la combinación de tantos aromas abigarrados en mi nariz me hizo sentir el aroma de una loción que usan los brujos y curanderos para sanar; dicen que está hecha de flores.
     Todo lucía muy oscuro debido a la espesa flora que ensombrecía  los prados verdes, azules y violetas. Sentí un extraño escalofrío cuando pensé que no quizá no tenían un vigilante humano, sino que tenían era un perro guardián.
     ¡Pácatelas! Recordé el chisme que pululaba en el barrio: "En la mansión del vasco tienen por vigías perros feroces de raza doberman que atacan a los extraños que osan meterse a esa casa. Se abalanzan sobre la yugular y no se desprenden de ésta, hasta saber que sus víctimas ya están muertas".
      Me regresé de inmediato con la sensación de que un mostruo de esos ya me estaba pisando los talones. Ante mi terror traté de defenderme aventando ramazos por todos lados y a lo loco, sintiendo que de un momento a otro iba a escupir mi corazón. Cuando llegué a la reja mi pánico estaba desbordado, al descubrir que la reja ahora parecía atrancada, fusionada, imposible de abrirse para que yo pudiera escapar.
      Y me burlé de mi propia estupidez. Ahí estaba el rumbero con alma de pirata y riqueza de plata para repartir con hidalguía su alegría de pacotilla. Me serené. Yo, como un desquiciado aventando ramazos cuando ni siquiera escuché el ladrido de perro alguno. ¡Que pendejo! Lo único que sí quería hacer, era irme. Renunciaba a culminar mi aventura, pero no sabía cómo salir de ahí. Y fue entonces que me di valor diciendo que no tan fácil me asustaban los cuentos de "la llorona", ni el tan afamado cuento del barrio de "la huaca" que decían que a las seis de la tarde la gente cerraba sus puertas porque "la Condesa de Malibrán" desfilaba por las calles echando lumbre por la boca. Tampoco me tragué la historia de la "La mulata de Córoba"; una bruja que dicen que fue tan bruja, y fue prisionera en San Juan de Ulúa por la Insquisición, que con una tiza dibujo un barco en la pared del fuerte, hizo un conjuro, el barco cobró vida y con éste huyó del islote; yo no me habría vuelto loco como el pendejo guardián que dijeron que la vio escaparse con una cauda de luz y ya no pudo más. Acordándome de estas historia sentí como rabia, misma que me empujó a subir de nuevo. Me di valor diciendo para mis adentros, que les diría la verdad. Les explicaría que sólo fui a cantar la rama y como seguramente me echarían, por lo menos, que me dijeran como abrir la jodida reja.
     
      Ya me sentía que me faltaba el aire y había contado treinta y nueve escalones; sólo por seguir investigando cuantos escalones había que subir para llegar a la puerta de esa casota. Y me dije, treinta y nueve y ahí en el treinta y nueve me senté. Me repetía que estaba en treinta y nueve, entre el sofoco y con un extraño temor que me fuera a olvidar que estaba en el treinta y nueve. Sentí demasiado calor pero no pude quitarme el suéter de franela, parecía que algo me lo impedía. Miré hacia arriba y veía que me faltaban aun muchos escalones por subir, y me sentí desguanzado. Mientras tomaba nuevos bríos pensé: ¡Que casa tan fea a final de cuentas! ¡Que soledad tan fría se respira aquí! ¡Qué difícil y cansado resulta llegar a la puerta!

       Una vez que me sentí repuesto decidí seguir subiendo. Cuando llegué a la puerta vacilé un poco antes de iniciar mi canto. Creo que estuve dubi
     


      

jueves, 10 de noviembre de 2016

AYES, CANTOS Y ALEGRÍAS DE MI BARRIADA

  HISTORIA DE LA PORTADA

Este, es un libro publicado en físico. Me doy ahora la oportunidad de publicar, cuento a cuento, este maravilloso viaje a mi pasado en mi tierra natal. "AYES, CANTOS Y ALEGRÍAS DE MI BARRIADA" es el ¡ay! el los lamentos cantados de mi gente veracruzana, de aquellos que de del drama hacemos fiestas y comilonas. Cantos, porque existen cantos muy emblemáticos de la región y las alegrías son perennes en los jarochos.
     La historia de la portada es bastante singular. Me encontraba yo en la ciudad de Tuxtepec, Oaxaca. Había ido a dar show, ya no recuerdo el nombre del bar, lo que sí recuerdo, es que era un lugar maravilloso. El dueño me hospedó en un hotel que tenía una magnífica vista hacia un río, obviamente, el río sólo lo quería ver a través de mi ventana y dentro de mi habitación, abrazada con el aire acondicionado, y totalmente a salvo del punzón de los anófeles que proliferan en aquella bendita zona.
     Me sentía muy inquieta por la emoción ante la inminente publicación de mi libro, y el editor, me exigía le ofreciera la foto de portada, o bien, se libro lo tirarían a edición sin ninguna portada en particular. Esto me preocupó. 
     Eran los tiempos en que no cualquiera tenía una cámara a mano, porque no eran los tiempos del celular tipo "android" o cosas por el estilo. Pero yo, apasionada a la fotografía y a congelar el tiempo entre los inesperados caminos que me encuentro debido a mi preciosa carrera artística, ese asunto de la portada no era problema.
     Si bien tenía la inspiración trastocada por la preocupación, la flora y la fauna de aquel lugar la puso en su sitio. Sólo era cuestión de derribar el miedo al calor y los inclementes mosquitos.
       Me di cuenta que cruzando el río, había una colonia popular, muy parecida a mi colonia, justo de donde nacieron estos relatos de sordidez, de frugalidad, de esperanza zurcida con puntadas de fe, de chiquillos barrigones que tienen la alegría de vivir tan sólo porque los increpó un choque entre un óvulo y un espermatozoide, y tuvieron una madre "muy cojonuda" que tuvo los huevos bien puestos para parirlos y echarlos a vivir en mundo húmedo y pantanoso. No había de qué preocuparse, yo nací en sitio como ese y hasta el sol de hoy he permanecido para contarlo y para cantarlo, sí señor.
     Una vez que tuve los cojones, como aquellas que parieron, de franquear la puerta y abandonar la comodidad de mi habitación, me enfrenté a la bofetada del clima y a manotazos desgarré mis "ayes" de los insectos, que quizá conocieron mi miedo y se abalanzaron sobre mi existencia. 
      La idea era tomar fotos, pero, sólo a las casas con pisos de tierra y demás no me parecía la gran idea. Recordé de tácito que justo cuando arribaba a la ciudad de Tuxtepec, vi varios escaparates y uno se destacó entre muchos, fue fugaz, pero me robó la atención en la fracción de segundo en que el autobús maniobraba entre los baches del pavimento herido. Fue una vitrina con muñecas con su mirada fría parecieron decirme "hola".
      No fue complicado llegar hasta la tienda. La ciudad era pequeña y yo fui hospedada en un lugar céntrico. ¡Las muñecas! Una, la recuerdo, tenía una lágrima marcada en el plástico de un rostro muy bien hecho. Pero parecía morena, y yo no quería una morena. El encuentro fortuito con esas maravillosas muñecas me distrajo del calor. Y de pronto me miró. Tenía una mirada viva tras los ojos de acrílico. El vestido, con tonos celestes y blancos parecían retar lo cálido del ámbito, los caireles que se desmayaban sobre sus hombros me conquistaron porque eran castaños. La mirada poseía la más profunda melancolía que hube conocido jamás. Recuerdo que me costó setecientos pesos. Fue mucho dinero, pero pagué sin chistar. Muñeca en mano, enorme, vi la manera de cruzar la ciudad por y no había otro modo, más que tomar una lancha e ir a la colonia urbana.
       Llegar al muelle donde más de veinte personas esperaban cruzar no fue tampoco complicado. Parecía que era el ajetreo del diario vivir. Sentí de repente el olor de aquellos cuerpos curtidos por el sudor pegajoso, el zumbido en mis oídos de las hembras anófeles ávidas de alimentarse con mi sangre poética, y por eso, me dieron ganas de llorar. No lloré. 
        Al embarcar, el golpe de nuestros pies contra el suelo de madera de la lancha de madera resistente a la humedad y al salitre me llevó a mi Veracruz. De hecho, ellos, los habitantes de Tuxtepec, se sienten jarochos aunque su estado sea Oaxaca. No por nada, les dicen los "guajarochos". Comen tamales a la mínima provocación ¡como en mis cuentos!
          Una vez apoltronada en el asiento y abrazada a mi muñeca y sosteniendo la cámara fotográfica quedé inerme ante el ataque de los zancudos que voraces se fueron contra todos nosotros. De algún modo estábamos surcando sus terrenos, sumergiéndonos entre la bruma hecha por el vapor del río que hervía, aunado al sofoco de los árboles que parecían desmayarse un poco y bajar a tomar agua a través de sus ramas más altas, que ya parecían más bajas.
        Fue un viaje muy, pero muy corto. En el camino, un hombre, hipaba de borracho, y me recordó al beodo de mi cuento PISO DE TIERRA, se parecía don Fino, con su camisa abierta poniendo en primer término su panza inflada por la mala alimentación y muy probablemente por el exceso al alcohol. La cara le brillaba por la grasa que le escurría por las sienes, y bueno, yo creo que todos traíamos la cara brillosa por lo mismo, pero no estábamos tumefactos por una vida etílica como la de don Fino, el cruel, el ojete, el malo. 
         En el camino venía soportando estoicamente el calor, los moscos y al pobre hombre ese, que hablaba a nadie, y de repente, reparó en mí, y decía "Ah, la muñeca, hip, esa muñeca... la muñeca"
             Y empezó a emitir sollozos de infante que terminaron pareciendo llantitos de perro asustado.
                 Una vez que desembarqué me di a la tarea de buscar la locación donde tomaría la foto. Había muchos sitios de dónde elegir, aunque traía un resabio por el borracho que se puso impertinente y tuvo que ser amenazado por el que operaba la lancha de lanzarlo a medio río si no dejaba de molestarme, porque quería quitarme la muñeca.
                 Caminé muy poco, cuando quedé petrificada ante la escena: una mujer bañaba a un niño en su patio. ¡Qué delicia! Ese niño bien podría ser parte de la pandilla que aparece en mi cuento"AQUÍ ESTÁ LA RAMA QUE LE PROMETÍ", esos chamacos traviesos y bravucones que andan de puerta en puerta, cantando hasta desgañitarse por un par de centavos las noches de la novena hasta llegar a la Navidad. 
       No recuerdo si tuve pena o miedo, pero sin más me acerqué y le dije a la señora que si me daba permiso de hacer algunas fotos, y sin hacerme mucho caso la mujer dijo que sí, y seguía azotando al chiquillo con jicarazos de agua que el infante festejaba con saltos de felicidad. ¿No les dije? Así somos los que nacemos por esos lares. 
       No tuvo ningún reparo cuando lancé varios disparos de la cámara. Después fui al lugar trasero de la casa, y justo ahí puse a la muñeca, e hice varias tomas. La elegida fue esta que ven en primer plano. Sentada, con un marco de tierra al rededor. Al fondo, una puerta desvencijada y maltrecha. La madera podrida e inflada por la humedad. Algunas ramas que brotan por vicio, como los que nacemos, por puro vicio de existir. Su mirada volvía a decirme: "Déjame aquí, déjame en paz, es aquí donde pertenezco".


***

     Una vez que estuve de regreso en la parte civilizada digamos, zona del comercio por decirlo así, la noche empezaba a amenazar con aplastarnos y los moscos se habían embravecido más. Me hacían brincar de nervios el ruido de las cortinas metálicas que empezaban a cerrarse ante la ansiedad de mandar todo a la chingada y es todo por hoy, quiero ir a mi casa, a cenar, a coger, o bien, quiero irme a la cantina, a emborracharme, y después a mi casa, y aunque no cene, quiero coger.
       Yo también tenía ansiedad y me urgía encontrar un sitio dónde revelar el rollo de fotografía. Sí lo encontré e hice el pedido a las volandas para el día siguiente que sería Sábado. 
        Y me percato entonces de la pesadez de haber adquirido la muñeca. Al adquirirla parecía una joya, ahora parecía un lastre. ¡Que grande era y que pesada! Además, que cara. La compra había mermado mis dividendos y mandar a maquilar un libro no es cosa de hacer enchiladas o deliciosas quesadillas. Otra cosa, yo traía una equipaje enorme y no sabía como diantre iba a llevarme la muñeca. 
      Tan hermosa. Pero ahora parecía una anciana. Sí. Los ancianos vaya si estorban en un momento dado y siendo explícita mente honestos. 
      Se me ocurrió ir a la tienda y no me resolvieron el problema. Casi a empellones me echaron porque ya iban a cerrar y quizá querían irse a su casa a cenar, y a... bueno, ya querían irse a descansar. El día laboral había terminado. 
        Me fui a mi cuarto de hotel y ensayé el cómo acomodaría la muñeca en mi apretujado equipaje y no cabía, por lo que me lancé de nuevo a la calle, a sufrir el calor que hacía que se me pegara la blusa a la espalda y a lijarme las uñas con mi propia piel por la rasquiña que me daban los piquetes de los mosquitos. 
      Encontré un negocio no recuerdo de qué, en donde dos mujeres, una tras el mostrador y otra enfrente charlaban de lo más cómodo. No parecían estar haciendo ninguna compra venta. Parecían estar despicando con la lengua la vida de sabrá Dios cuantas personas. Arribé a ambas diciendo: Les vendo esta muñeca.
       La que se encontraba tras el mostrador frunció el ceño y pero se le fueron los ojos a la muñeca. Cuando les conté precipitadamente mi historia del por qué y para qué la quería y el por qué ya no, se miraron con complicidad. Se mantuvieron firmes en que me darían doscientos pesos nada más para liberarme del peso de la mona hermosa con ojos vivos de melancolía. Y no me quedó otro remedio que aceptar.
        Como pueden darse cuenta, no tuve gran problema con nada. No tuve problema con derribar mi miedo y salir a ese clima, para mí insoportable, soltar el dinero por la muñeca más hermosa que hube visto en mi vida, para encontrar la locación perfecta para las fotos, para encontrar un lugar de revelado y tener las fotos físicas, y para no llevarla de regreso hasta la Capital. ¿O sí? ¿Creen que tuve problema alguno? Bueno, sí. Finalmente, al volver a mi cuarto, sentí un agudo vacío en mi alma, esa muñeca tan hermosa, y lamenté haber perdido quinientos pesos... 


      

lunes, 7 de noviembre de 2016

MI ESPOSA LA SOLEDAD

    



Es como cualquier otra. Llega justo cuando menos la quiero o la necesito aquí. Llega, aún sin llamarla. Es la que no me deja dormir. Es la que me roba la paz. ¿Quién dice que el matrimonio es el final feliz de la novela? ¡Para nada! Es la que me chinga, no los centavos, los pesos, todos.
     Con tal de evadirla, me meto a los centros comerciales, los mejores, esos que tienen a las mujeres de cuerpos perfectos, con mirada fría, portando trajes y joyas que jamás podrían pagar. Y ni así se va. Parece que se relaja un poco, pero, ¿quién dice que un hoyo se tapa escarbando más? Y entonces, un bar. Ahí, se me va otro buen monto de lo que no puedo pagar, más de lo que gano, pero ¿ para que se hicieron las tarjetas de crédito ? Ya, cuando las cosas van peores, entonces el médico. Sí. Un médico. Que me receta "prozac" o ansiolíticos para poder dormir al menos, y no pensar en ella. Pero ¡me despierta! Y se convierte en hambre, esa, la que no puedes saciar, porque es mi esposa la soledad que me vacía por completo, es un vacío perenne, que con nada se puede llenar. Y lo peor, es que no existe el divorcio, aquí, ni siquiera es hasta que la muerte nos separe, todo lo contrario. Se morirá conmigo y vivirá conmigo si tomara la valiente o la cobarde decisión de mandar todo al carajo, ella viva y yo muerto ¡Ya la veo! Tan fría, tan flemática a mi lado. Sin importarle si ganó o perdió. Eso me importaría a mí. Porque mi esposa la soledad, no parece celosa si me voy de putas, pero ¡vaya que si muestra venganza! Tras llenarme de vicios y romper los prejuicios quedo oliendo a humedad y a naftalina, a jabón corriente, y la piel se me reseca y se me parte. Y entonces mi esposa la soledad se hace más patente, más presente, como el dios ese que dicen que viene si lo invocas, como el diablo que también viene para que te vuelvas indeciso y no sepas cuál camino tomar, así es mi esposa la soledad, sólo que ella no es buena ni mala, si no todo lo contrario. Tú también la conoces, ahí está, a tu lado, asómate y veras...

UNA HERMOSA Y COMUN NOCHE DE INSMONIO

UNA HERMOSA Y COMÚN NOCHE DE INSOMNIO







     Ya había pasado una hora más de la media noche. Ya se había muerto la luna azul, sí, una luna que anunciaron, que salió dos veces en el mismo mes. Ya se había muerto y no la vi, porque se adoquinó el cielo de nubes densas, llenas de petróleo, creolina y naftalina. Quién sabe qué les pasó, y quién sabe qué demonios me pasó a mí, porque tal y como se apretujaron las nubes de mi cielo, me cayeron como tromba las culpas, todas, toditas. Y entonces volví a temblar de miedo, como debieran temblar todos, toditos los culpables. Recordé mi pesadilla hacía unas horas, aterrada se me caían tres muelas fétidas y me dolía la fosa nasal izquierda. Por fortuna era sólo un sueño, más ahora no estaba soñando, pero un necio insistía que sí, que sí estaba soñando. Pero el horror me paralizó, y me imaginé el terremoto que  sacudiría el suelo y me mataría, lentamente, aplastando mi cabeza con mi propio patrimonio. Y entonces me abrazó la melancolía por encima de mi miedo; y deseé con lo que me restaba de voluntad que también a ti te llevara el diablo, porque me quedé solita con las estrellas que se burlaron de mí porque jamás pude alcanzarlas, mientras tú, estabas tan enamorado de la Negra Tomasa, que te entretuviste con eso y no me devolviste mis alas, y no pude surcar los cielos de mis esperanzas. El pánico se asió a mí con sevicia, y fue que sentí tremendo apego  al mundo, y me dolieron los zapatos de ante que quizá no me pondría, porque el juanete se inflamó de pura soberbia, y me dolió saber que, se quedarían empeñadas para siempre en una casa de pignorantes desesperados, las cadenas de vanidad disfrazadas con cachos de metal amarillo. A la vez, se me fruncían los oídos imaginando la voz de falsete de una colombiana desquiciada que preguntaba ¿dónde están los ladrones? Y al tiempo se burlaba de quién la oía, diciendo, soy yo una de todos esos, incluso el que hace llorar la guitarra, porque la toca con la lengua sádica el muy eunuco. Y era ahora la ira, que abrazaba la melancolía y apretaba contra mí el horror. No me brotaban lágrimas y ese fue quizá, el único momento que me permitió suspirar, porque creí que no me quedaba tiempo en el tiempo de aquí del mundo, para recoger mis sueños rotos, todos, toditos, y envolverlos en mi frágil tela de resignación para prenderlos apenas con alfileres de castidad ¿a dónde guardaría las lágrimas derramadas? Y apresurada quería gritarle al mundo mi desdicha, e imaginaba a todos tan indolentes, acusándome de haber fumado marihuana, como si ellos no desearan un poquito de ácido para calmar la ansiedad que les provoca la resaca por el ethanol y la nicotina. ¿No era yo, la estúpida romántica que decía que no había mayor fortuna que volver a casa? ¡Volver a casa! ¿A la casa de quién? Si no es mía, entonces ahí hay un tiránico mandón, colérico, y si no es así, sólo basta con ser el dueño, y entonces la arrimada sería yo, arrimada como estuve, de préstamo por el mundo, y no creo que pueda decir ¡El Universo me pertenece! Afortunadamente, todo eso pasó, cuando pude dormir, y dije que hube soñado cosa tan cruel, y un maniático me dijo: por más veces que despiertes, seguirás soñando, así toda una eternidad. Sueñas y no duermes, y  te despellejas el alma por atreverte a soñar, que estás en la vida queriendo vivir, pero te alocas de muerte queriendo dormir...

EL TAMAÑO ¡SÍ IMPORTA!

EL TAMAÑO ¡SÍ IMPORTA!
Imagen extraída de la película "Clase 1984" 
Una película altamente recomendable, aunque en esta película, el abuso, es de los "estudiantes"






        Por supuesto que el tamaño impone. Había un estudiante, que cursaba el sexto año, y hacía temblar al más sosegado. Alcanzaba casi el metro, con noventa centímetros. Por fortuna lo vi abandonar la escuela sin terminarla. No sólo era alto, sino que ya casi era un hombre, y se vio comprometido a mantener a una mujer, y a un hijo, y no volví a saber más de él. Así que no supe, cómo habría reaccionado, si hubiese él, permanecido en esa escuela, donde hacían que entrara la letra con sangre, tal cual versa el refrán. Eran principios de la década de los setenta. Fui el conserje desde ese tiempo, en que en un galerón era ocupado por muchos chiquillos que no se amilanaban con el calor que hacía hervir los ánimos. Faltaron dos años para construir e inaugurar el nuevo edificio, con muchos salones con buena ventilación, baños con lavabos y retretes. Pero mientras, tuvieron que aguantarse en el piso de tierra, llevando ellos mismos su silla, para recargarse a escribir sobre bloques de hormigón. 
     Daba gusto ver con cuánto entusiasmo algunos tomaban clases bajo la fronda de un árbol de almendras. Hasta un Jardín de Niños había. También, hoy que soy tan viejo, lamento que muchos hayan desistido de ese entusiasmo, y hayan dejado truncados sus estudios, como el hombre joven ese, que por una pelirroja ni siquiera terminó la educación primaria.



     Lo que más me apena, es saber, que algunos desistieron de estudiar por el inflexible carácter del director Córdoba. Todos, los que a veces veo, y me saludan, lo recuerdan como buen profesor, pero escupen maldiciones sobre su nombre, y es que, sí abusó.
     La mayoría me dicen que le agradecen, la magnífica ortografía que les enseñó, los hábitos higiénicos, pero todo a punta de chingadazos. Eso fue lo malo.
     Usaba una regla que medía un metro, y otra pequeña, que más bien parecía, la batuta con la que dirige un maestro su orquesta.
     Inolvidable el día que llegó Juan Alfredo, su hijo. Era un muchacho moreno, de cabello lacio, simpático y como llegan la mayoría, muy tímido. No faltaron las murmuraciones contra el recién llegado imaginando que ya había llegado el consentido; y que sufrirían con el tirano que tenían, el profesor Córdoba, aunado al favorecido, que quizá era un chamaco chismoso y chillón. Sí, chillón sí, y no le faltaron razones.
    El profesor Córdoba lo trató bien las primeras horas del día, lo puso a revisar las tareas de sus compañeros, y lo mantuvo sentado en su propio escritorio, pero terminado el recreo, lo puso frente a la clase. Ahí le leyó la cartilla, o mejor dicho, hizo que los educandos le dijeran las reglas de que al quebrantarse, cómo serían castigados.
     Les mostró la regla de a metro y preguntaba: ¿Cómo se llama esta? Y los alumnos contestaban: La ley. Y la regla que parecía batuta, le gritaron: el revólver.
     Y como si se tratara de una clase importante para la vida, hacía que al que él eligiera, se pusiera de pie, y dicatara las normas.
     "El revólver. Es la que se usa casi diario y cada rato. Con ésta nos golpea las nalgas y las manos. Si nos portamos mal, si no cumplimos con las tareas. Si cometemos un error más grave, entonces con el revólver nos pegan, pero en las palmas de las manos, es mucho más doloroso"
     "Muy bien, tienes un punto a tu calificación"
     "La ley. Casi no la usa. Pero cuando la usa, es casi para ser expulsado. Uno decide, o la ley o la expulsión"
     Los castigos por lo que los alumnos recibieron golpes, fue incluso, por haber estado demasiado sudados por haber jugado al fútbol. Francamente, el profesor era bastante atrabiliario. Y lo más desquiciante, es que a Juan Alfredo, lo golpeaba a diario, por la mínima cosa. Alguna vez lo cuestioné al respecto y me dijo que todas las travesura que hacía Fredy, no eran castigadas en su casa, se las guardaba para la escuela. De este modo, era aun más severo, ya que sólo exhibía al pobre muchacho, que, quién sabe cómo superó el trauma y terminó su carrera de medicina. 
     La vez que le pregunté sobre la dureza contra su hijo, le afirmé que me parecía un exceso de su parte, ya que, el muchacho no podía pronunciar correctamente la palabra "es-tó-ma-go" ni la palabra "len-gua". Solía decir "estogamo" y "luenga". Por eso le dio tremendas golpizas para deleite de los amargados, que quién sabe por qué, le tenían ojeriza al muchacho, que no era más que una víctima más, igual que ellos.
     Aquí viene lo duro de la historia. No sólo el director, que a la vez era maestro del cuarto grado de la ecuela tenía la mala costumbre de golpear, sino que todos los maestros, tenían, digamos el permiso para hacer las delicias de los golpes con los alumnos. Les era dado con la bienvenida, las dos reglas, la ley y el revólver.
     Una maestra de nombre María Luisa, era en extremo enérgica, incluso, llegó a discutir seriamente con el director, esta tenía el genio más disparejo aun, pero a veces, tenía que aguantarse, tan sólo por respetar la investidura del director.
     Una tarde muy calurosa donde hasta las hojas de los almendros babeaban por el agobio, un muchacho muy rebelde nada más no toleró más el abuso. La verdad, es que la regla llamada "la ley" era de lo más livianita. Era una regla delgada, y creo que lo que más asustaba a los muchachos era una cuestión psicológica. Una niña me dijo que le dolían más los golpes con el dichoso "revolver" porque era una regla gruesa, de una madera pesada, y lo que más le llegó a doler, fueron unos azotes en las pantorrillas. Los padres de familia, no se quejaban de esta actitud tan bárbara. Volviendo al muchacho rebelde, que regresó a la clase después del recreo, sudado, sucio y encolerizado porque no le gustaba estudiar, hizo caso omiso a María Elena cuando le dijo que se fuera a asear un poco antes de entrar al aula. Él, se pasó la mano por la frente y se puso a hacer dibujos en el cuadernos de rayas. La profesora desde el escritorio, lo insultó:
     - ¡Hey! ¡Bastardo! ¡He dicho que te vayas a lavar!
     Creo que si a mí, la mujer esa me habla así, también habría explotado.
     El muchacho se levantó de su pupitre y no fue a lavarse, se paró frente a la maestra quien ya blandía la regla apodada "la ley". El joven, escuálido, chaparro, con jiotes en las mejillas y el cabello hirsuto, le quitó la regla en un santiamén a la maestra y la partió en dos. La maestra quedó atónita y le dijo "¡desgraciado!". El joven sin más se le fue encima, le sorrajó dos bofetadas, ida y vuelta. La maestra aun no salía de su asombro cuando el muchacho, cerró los puños, y entonces no fueron dos bofetadas, estas dos primeras, fueron como la botana del platillo fuerte. Le propinó una golpiza descomunal. Nadie hizo nada. Los alumnos quedaron petrificados en sus lugares. El joven sin más, tomó sus cosas y se fue, para nunca volver.
     Esa fue la comidilla por más de un mes de toda la gente. Los moretes en el rostro de la maestra María Luisa eran visibles aun,  la vez que vi a toda la clase, en perfecto orden, hacer una lectura coral, mientras la maestra, renqueando, se fue a su escritorio, a vigilar imperturbablemente que nadie rompiera las reglas, o ¿les rompería la madre? Quién sabe. La conducta del muchacho hizo que por un tiempo, muy breve por cierto, los golpes con "la ley" y "el revólver" descendieran. Nadie hizo una denuncia ni nada al respecto. La hablilla se daba en susurro y fuera del plantel educativo. En la escuela, no hubo sermones, ni amenazas, ni promesas, ni nada. Hacían como que nada había sucedido. 
     No aplaudo la acción del muchacho, pero considero que atacó por verse atacado, que actuó por instinto. No soy partidario de la violencia y mucho menos para un estudiante, pero tampoco estoy muy de acuerdo con que al día de hoy, se le permitan a los jóvenes hacer tantas cosas, bajo la tolerancia de los adultos. Vamos, que ya parece que los hijos mandan a los padres. Un equilibrio vendría bien. Algún castigo ejemplar considero yo. De ese tamaño las cosas por aquellos y por estos tiempos, e insisto, el tamaño, sí importa.

    
     

martes, 1 de noviembre de 2016

SENTADITA ME VEO MÁS BONITA

SENTADITA ME VEO MÁS BONITA
La vida no es un problema que tiene que ser resuelto, 
Si no una realidad que debe ser experimentada.
Soren Kierkegaad.





   
Esta impactante imagen, fue la primera que vi, en mi primer vista a la ciudad capital.
(Museo de Cera de la Villa)



















  Presumían a solas frente al espejo que ya no eran unas niñas ¡Eran señoritas! Sabrá Dios por cuánto tiempo, ya que apenas la menor contaba con doce años, y los muchachos, también, en escondrijos húmedos y sórdidos, encontraban que lo único que valía la pena en la vida, era eso, un pecado viscoso entre las manos trémulas por una culpa, a quién sabe qué.
     Todos alardeaban que estaban de paso por esa escuela privada en el centro de la ciudad. Todos, estudiaban el primer año y decían que intentarían ingresar para segundo año, a una escuela de gobierno. Si iban a verse nacos, entonces serían nacos de categoría, a otro nivel. Una escuela privada, de pago bajo, improvisada en una casona antigua, no era para nada tener prestigio. No, si era la escuela secundaria Patricio Redondo, frente a una cantina que ostentaba el título de “Mar de la Plata”, y arriba de esta, otra academia más, de nacas, que estudiarían la tan socorrida carrera de comercio, tan solicitada por aquellos tiempos.
     Las timoratas, decían que no se maquillaban, porque era indecente, además,  las arrugas se asomarían muy temprano en sus rostros, decían esto, con la acritud en el alma, que  les desgarraba el aliento por embadurnarse los mofletes para verse  sanamente coloradas, y desplegar sobre sus párpados lamparones azules, que estaban tan de moda, también por aquellos tiempos. Y el carmín, si era más brillante mejor, todo a escondidas, siempre a escondidas. Las virtudes, como la cara lavada, siempre a la luz, pero todo lo demás, en la oscuridad de sus silencios rotos con sus resuellos de mujeres nacientes, con un cúmulo de progesterona que sentían que les chorreaba por la rendija más pura que debiera ser en ese tiempo. Y el olor. La maledicencia que hubo sido desde que  nació el mundo, y con el mundo el hombre, y con el hombre ¡la maldita mujer y su maldito olor!
     El colegio contaba con magníficas instalaciones para aquellos jóvenes ávidos de ser alguien en su jodida vida, qué mejor que estudiar, para no ser como sus padres, ignorantes todos y por ende, jodidos todos, eso sí, muy decentes todos. Era en lo único, que los hijos y por sobre todo, las hijas, querían imitar de sus patrocinadores. Con lo que no contaba esta escuela, era con instalaciones para hacer deportes, y esta materia: educación física, era perteneciente al tronco común y debía ser cursada. Para ello, la escuela pagó la renta al gobierno local, para ocupar las canchas que estaban junto al auditorio Benito Juárez. Había canchas para Basquetbol y Voleibol. Todas en perfecto estado. La dichosa clase se impartiría los sábados, dos horas, a partir de las cuatro de la tarde.

     Las retrecheras jóvenes vieron sus ilusiones desparramadas por el suelo, la mayoría de éstas: las mojigatas, las hipócritas, y también las flacas. El instructor de educación física fue en extremo selectivo para con sus favoritas. Los varones, ninguno, estuvo cerca de él. Es que, ese profesor, era vulnerable al olor, ese maldito olor que ataca, que aturde, que sonsaca, que urde…
     Las que no eran gazmoñas, las que sin remilgos se pintaban rayas negras en los ojos y enfatizaban sus pómulos con colorete, las que tenían novio, con o sin permiso de sus padres, las que no usaban corpiño sino brassier, como mujeres grandes, las que nada decían a media voz, y aparte, heredaron una anatomía envidiable que hacían girar la vista a los voluptuosos, como el profesor, esas, fueron las que sacaron diez, aunque nada más en esa materia, por aquellos tiempos.
     Esas, no tuvieron empacho en quitarse la falda y quedar en pantalón corto, muy corto, demasiado, para mostrar las torneadas piernas que con fiereza, retaban la fuerza de gravedad y lucían firmes, aunque las muchachas brincaran y brincaran, y por supuesto, el profesor las ayudaba, las cargaba para que no vieran frustrado su deseo de clavar la pelota en la canasta.
     Mientras aquello pasaba, las flacas y las decentes, se aburrían amargamente en el rincón que había ordenado el instructor que ocuparan, sentaditas, seriecitas, tan decentitas como presumían ser. Los varones se entretenían jugando al balón o a tratar de conquistar a otras chicas que visitaban las canchas, sin mirar a las feas y flacas que veían siempre. Las bonitas y fáciles estaban con el instructor. 
     Eran dos horas  sabatinas terribles, y la mayoría renunció a asistir a una clase donde no aprendían nada. El profesor pasaba lista, y por supuesto que la asistencia contaba y se reflejaría en la calificación. Todos, los varones y las feas sacaban siete de calificación cada mes. Nadie sabía el por qué y el cómo se evaluaba la materia, era criterio del instructor.
      Este instructor, no se presentaba jamás en el colegio del centro, nunca lo vi ahí, si acaso, cuando nos dijeron que ese sujeto sería el profesor de educación física, y después jamás, y así fue, jamás y nunca, por mi parte.
     Yo fui miembro del grupo de las desdeñadas, porque era flaca, y fea, y además, aseveraba que era decente, tal y como lo afirmara, otra flaquita, rubia de ojos verdes llamada Evangelina. Cuando tuve un estuche de maquillaje, sombras y lápiz labial dije que lo usaría para pintar mis dibujos, y hasta el sol de hoy me apabulla la vergüenza y la cobardía que padecía por aquellos tiempos. No estaban de moda las flacas. Hoy, las vemos en portadas de revistas o protagonizando películas y telenovelas, aunque sólo sean flacas, no actrices, eso es lo de menos, como cuando mi clase de educación física, yo, según el profesor de pacotilla, merecía una clase de educación tísica; no era buena, según él, para el deporte,  y me ordenó ir a pudrirme de frustración en el rincón de las sentaditas, rumiando mi siete, en mi boleta blanca que estaba llena de dieces, porque quería obtener una beca, es decir, no sólo era flaca y fea, sino que también era del club de los jodidos. 
     Una tarde, hastiada de ver cómo el instructor era todo-manos con las piernonas, me envalentoné y le exigí que me diera la clase. El  maestro me dijo que primero tomara vitaminas, ya que apostaba a lo que fuera, que yo padecía anemia, porque mi cara lavada lucía amarilla por la falta de sol. Mi indignación creció al tamaño del mequetrefe que alardeaba sus bíceps y pecho con una playera pegada al torso, y le dije:     « ¡Váyase a chingar a toda su reputísima madre! ¡Viejo culero!»  De momento ignoré qué fue lo que le ofendió más, si la palabra viejo, o la palabra culero. El profesor hizo como que no me escuchó y embarró las palmas de sus manos, entre la panocha y las nalgas de  Mercedes; quién quería que, otra vez, el profesor la impulsara para anotar canasta en el partido de Basquetbol. Hecho esto el profesor dio por terminada la clase. Usó su silbato, para que como animalitos, obedeciendo al sonido, nos reuniéramos para que volviera a pasar lista. Y fue cuando dijo mi nombre y dije presente, me dijo que me reportaría a la dirección. No me disturbó en lo mínimo, ya que yo, seguía ardiendo de ira, como dos días antes de mi menstruación, me ardía no sé qué, pero rabiaba incluso en mis sueños. El profesor movió su melena reprochable para ser profesor de aquellos tiempos -con ansias de parecerse a Los Beatles- para quitarse el flequillo que caía sobre sus ojos, a fin de mirarme a mis ojos venenosos que pretendían fulminarlo y convertirlo en un charco pestilente infestado de microbios.
     El día lunes, después del mediodía, la profesora de historia fue quien se puso a leer la nota del quejumbroso instructor de educación física. La maestra dijo mi nombre y me pidió me pusiera de pie, para dictarme la acusación y quizá la condena. Puse mi mejor rostro candoroso de niña buena, con matices de una sonrisa suave y sonrosada de aquella época de mis trece años. Hice un gesto de asombro cuando la profesora dijo: « Dice el profesor de educación física que le recordó usted, de manera altisonante, a uno de sus antepasados». Risas de toda la clase, y por supuesto que sonreí sin dejar de fruncir el ceño. « ¿Qué yo hice… qué?» Hasta ese momento me percaté que lo más le ofendió fue haberle dicho que se fuera a chingar su reputísima madre. Lo de viejo y culero parece que no le afectó. La maestra se encogió de hombros y suspiró al tiempo que dijo estar muy extrañada. ¡Claro que debía extrañarle! Yo siempre fingí ataques de pudibundez, si alguien se ponía una falda muy rabona, y me retorcía de envidia si alguien traía el cabello con visos dorados, y me unía al coro de las puritanas, reales e hipócritas como yo, diciendo « ¡Que bárbara! ¡Cómo se atreve a teñirse de rubia, si ni siquiera tiene los quince años!». Por supuesto que fui, la líder de las ñoñas, y casi a gritos di gracias al cielo, cuando nos informaron que la única chica de quince años, la mayor de todas nosotras, se había fugado con su novio. « ¡Qué bueno que nunca nos juntamos con ella! ¡Era la única que decía con desparpajo que iba a los bailes del Acapulco Tropical! ¿Te acuerdas  cómo llegó desvelada y ojerosa, diciendo que estuvo en un baile con los Socios del Ritmo? ¡Qué naca!»
     Esa era yo. Si tan sólo en toda esa conducta hubiese habido un mínimo de honestidad, no sentiría náuseas. Pero a lo hecho pecho y ni modo. Ya con el tiempo, me quité esas rémoras que no me funcionaban para un andar más ligero. La hipocresía sólo sirve para atorarte en el camino, de subida o de bajada. Si haz de subir o bajar, que sea rápido. Pero en aquellos tiempos me sirvió para romperle los desplantes a aquel majadero y degenerado antiprofesional que teníamos como instructor. Me di permiso, hasta aquella vez de sostener esa actitud. La maestra desorbitó los ojos cuando le dije: « Ese hombre me acusa de algo vil ¿Por qué no está aquí ese hombre y me sostiene su acusación cara a cara?» En ese momento la maestra, a quien creí que se había sorprendido por mi madurez ante el escarnio, le indignó que al instructor le dijera “hombre”. Me llamó la atención con una mirada reprobatoria y sólo dijo: «Maestro».
     Fue mi retórica tan rica en adjetivos hacia ese “hombre” y mis cuestionamientos oportunos con otros tantos sustantivados hacia las chicas que sólo en esa materia tenían  la calificación perfecta, que la maestra gritó la orden de que guardara silencio, porque el alumnado me miraba con la boca abierta, al tiempo que yo  decía : Ese haragán se atreve a enviar una nota reprobatoria,  pero no la sostiene con ningún testigo, pero a usted su simple palabra escrita , la persuade,  profesora, que decepción; ese greñudo que rompe las normas civiles para los educandos que estamos ¡pagando! mes a mes, con enorme sacrificio el querer salir adelante, ese displicente que ningunea a las que no osamos lucir, una prenda de vestir que muestra más de lo debido y lo dictado por las añejas buenas costumbres, pero claro, ese “hombre” hace favoritas y pone diez de calificación a aquellas furcias, pero inocentes doncellas, que lo perfecto de su anatomía parece corromper al holgazán que no viene, que no da la cara por amor a Dios, y esa conducta es un ataque al pudor, profesora, o dígame, ¿Cree usted profesora, es convincente que las jóvenes que antes cité tengan honorables comentarios cuando usted las conoce? Usted sabe, profesora, cuán bajo es el desempeño de mis compañeras…

     Las feas y los varones, pero más, las bonitas, o bien, las fáciles, se impresionaron cuando leyeron la circular, pegada en la puerta principal anunciando el cese del profesor, o bien, de la clase de educación física. Notificaron al alumnado, que hacíamos un total de veintiocho personas, que quedábamos exentos de esta materia. Por lo tanto, ya no era necesario que nos presentáramos en las canchas del auditorio Benito Juárez las tardes del sábado. Todos obtendríamos nueve de calificación, y a mí me jodieron la oportunidad de obtener una beca. Necesitaba todas las calificaciones con excelencia y de paso se jodieron a las que tendrían su único diez del resto de las asignaturas. Firmado por la directora, sellado por el plantel y vetada la información sobre el paradero del salaz profesor.
     Pasado el tiempo y ahora suelo decir: La que no es bonita que lo acepte con hidalguía, o si no, que recurra a la cirugía, y veo de un modo resignado que el tiempo enfatiza su huella día a día sobre todo, sobre las cosas, sobre los cuerpos. Pero me sorprende aún más el giro que dan las cosas, y las sorpresas que te da la vida.
     De entre las jóvenes que conocí por aquellos tiempos, volví a encontrarme con la joven que huyera  con su novio, apenas cumplidos los quince años, y me selló la boca al verla, viviendo frugalmente pero feliz, con mucha dignidad en su hogar, con su esposo y sus hijos. Yo que la acusé de naca, y yo,  idolatrando secretamente a Rigo Tovar. A Mercedes, una de las que fuera manoseada por el instructor de deportes, no me extrañó verla fichando en un burdel sórdido de focos rojos, en una isla ardiente; pero si la vi, es porque yo me encontraba también allí, y no era precisamente la dueña del negocio, aunque sí la cajera, y de vez en vez, cuando la patrona se ausentaba, me delegaba la responsabilidad de poner a raya a quien quisiera pasarse. Una noche lánguida de cumbias rítmicas con el "Acapulco Tropical" pero acerbos tristes, platicábamos Mercedes y yo, con una cerveza helada que se puso tibia por nuestras lágrimas, y le dije que una de las mojigatas, se tomó tan en serio eso de la decencia, que jamás se casó, siguió viviendo en una casa, bueno, en una mansión que ocupaba dos cuadras de una inmensidad solitaria, y ni el saludo me respondía cuando la veía pasar adentro de su flamante automóvil. Le comenté sobre Evangelina,  quien soportaba estoicamente las dos horas sabatinas y aburridas, llegó a ser electa reina del Carnaval, y sedujo al pueblo por su belleza rubia y sus ojos verdes, pero algunos años después, asesinó a sus hijos y los enterró en unas enormes macetas que tenía en su departamento.  Mercedes maldecía a la vida porque no le gustaba su propia vida, sin embargo, le hice hincapié en que no debía echarle sal a su herida, si no, que me mirara a mí. Yo, que despotriqué contra las liberales, cuando en el fondo deseaba ser como ellas, aunque al mismo tiempo anhelaba conseguir una beca para seguir estudiando, pero como no pude, fue más fácil caer en el légamo de la concupiscencia, y me embriagué de gusto al saber que era bella porque era flaca, pero la belleza se terminó cuando me hice gorda. Me atacó una erisipela recurrente y necia que me tiene siempre sentada. Ahora de poco me sirve mi verborrea de la que tanto alardeé, tengo que ser procaz para que me entiendan las putas de poca monta que estamos aquí, que mal haya sea nuestra suerte, que a veces se me tienen que cuadrar a mí, como si yo fuera la gran cosa. Si no es con mentadas jamás me entenderían. Mercedes dijo: « Eso sí, calladita te ves más bonita» Y yo le dije, recordándole aquellos tiempos y señalándole mi pierna herida e infectada: « No. Sentadita me veo más bonita ¡Salud!»