martes, 30 de octubre de 2018

LA BODA DE MIS PESADILLAS

        









LA BODA DE MIS PESADILLAS


                 
Yo no creía en los sueños, hasta que una noche volví de mi letargo, y lo que estaba viendo era una mancha de yeso, sobre la pintura rosa de la pared de mi recámara. Antes, la parte blanca, era el tocado y el velo de Chenchi, la parte rosa, era su rostro. Ella; feliz, sonriente, en un coche que quién sabe quién le prestó. Pero iba a su boda ¡en coche! Todos los vecinos nos arremolinamos ante ella. Yo no iría, ni siquiera a la misa. Mi mamá me dijo que a esos eventos una debe ir vestida de una manera muy apropiada, y ella, no tenía dinero para comprar ese tipo de indumentaria. Mi mamá sabe coser ropa, pero aún así dijo, que no se sentía con la capacidad de hacer un vestido elegante, no como para esa ocasión.
              Me resigné y me recosté en la cama. Aún no era hora de dormir. Y estoy segura que no me quedé dormida cuando tuve aquella visión. Me asusté y al levantarme vi que aquella amorfa figura de yeso que pusieron para tapar algún hoyo sobre la pared, me hizo soñar despierta. No me atreví a contarle nada a mi mamá a la hora que me llamó para cenar. Lo que sí hice, fue prometerle que, así como se veía Chenchi, así me vería yo, y así como la mamá de Chenchi, tan orgullosa y lamentándose de que no iríamos a la fiesta. 
             Jamás creí que mi mamá estuviera tan furiosa. No conmigo. Creo que con la situación. Me exigió que no dijera tonterías, no más de las que solía decir normalmente. Chenchi, me dijo, era de mi edad, y todo apuntaba a que su matrimonio sería una fracaso.  Chenchi era una mujer sin aspiraciones; era muy diferente a mí. Por esta razón, ella no me vería así como Chenchi, en un automóvil prestado, sobre la calle sin pavimento. 
                     El vestido era un asco según mi mamá. No le ajustaba debidamente. Los invitados que llegaron, de algún rancho remoto, llegaron con aspavientos de gente pudiente y a leguas se veía que no lo eran. Señaló por sobre todo a una rubia oxigenada, le dijo mamá, la que traía un overol de mezclilla que le quedaba chico del tiro y se le clavaba en su parte íntima. Esa, decía mamá, no era la indumentaria adecuada para estar en una boda. Y así siguió el resto de la noche y continuó al otro día. Parecía un moscón haciendo ruido y pidiendo a gritos que lo mataran.
                      Pasaron dos años y en efecto, Chenchi se quedó sola con dos hijos y aquella noche de felicidad se olvidó porque un año de escándalos y pleitos la sepultó. Yo, ya muy poco me enteré de cómo se dieron los hechos a detalle porque  viajé a la gran ciudad para estudiar la universidad.
                        Mi mamá era la que se pasaba horas en el teléfono contando los muertos y las desavenencias de Chenchi con su marido. A decir verdad, muy en el fondo, me alegré un poco, porque Chenchi, una vez casada yo no fue la misma. Tuvo la osadía alguna vez, de decirme que mi mamá tenía cara de máscara de carnaval. Lo dijo porque a mi mamá le brotó paño y sufría mucho por ésto. Chenchi, que tan sólo por haberse casado se sintió una mujer un tanto más superior, se volvió insoportable.
                         Cuando me cansé de ser hiper vigilada por mi tío en la gran ciudad, busqué una vivienda para mí, y de ser posible, traerme a mi mamá conmigo. Trabajaba y estudiaba. No fue nada difícil. Por las mañanas trabajaba como secretaria ejecutiva y  por las tardes, casi noche, pude estudiar radiología.
                  Mi mamá me visitaba muy a menudo y nos la pasábamos muy bien. No sé por qué, pero ella nunca quiso quedarse a vivir conmigo, definitivamente. Argüía que la casa heredada de mi padre, ya fallecido, podría serle expropiada, o que si la rentaba, los inquilinos podrían destruirla o... le sobraban pretextos. Ella quería seguir teniendo su vivienda en aquella provincia donde no pasaba gran cosa, y cuando algo pasaba, lo hacían gran cosa. Así me pasó a mí.
                            Tuve dos novios antes de conocer a Leopoldo. Con el primero duré acaso un año, y el segundo, quizá tres meses. Sí me enamoré de él, pero era un hombre obsesionado con el sexo. Parecía un buen partido, aunque bien, no era estudiante  como Leopoldo, tenía y siempre tuvo, un taller mecánico y se construyó su buena casa, tenía tres automóviles, y es la fecha, que tiene una familia muy bien avenida.
                                No fui yo quien terminó con ese noviazgo. Fue él. Una tarde se cansó de mis negativas ante sus intenciones y me dijo que me fuera ... muy lejos. Así era él. Me negué a tener relaciones sexuales, no obstante que él, aseveraba que se casaría conmigo, pero yo, siempre tuve miedo. Estaba, extremadamente chapada a la antigua. En cuanto a eso, él tenía razón. Ya no eran los tiempos como los de mi madre. Mis amigas tanto del trabajo como de la escuela, ninguna era virgen. Yo, varias veces mentí al respecto. Pero siendo sincera,  no llegué virgen al matrimonio. 
                               Me pregunto para qué hay que se pura y casta. Por qué cuando los hombres tienen varias mujeres, son admirados y calificados como muy cabrones, y las mujeres, si hacemos como ellos somos putas. Así de simple. ¿ Por qué ?
                            
                                 Chenchi es una mujer sola con dos hijos, y yo soy una mujer con la cara fea, chueca, por tanta amargura. Un sobre peso que nunca debí permitir que me trastocara, pero lo permití, y ahora éstas son las consecuencias. Chenchi y yo, seguimos siendo diferentes. Ella es feliz. Yo no.

                                Leopoldo desde el principio de nuestra relación fue impositivo. No supe en qué momento, en que hora, en qué instante, por cuál resquicio me penetró su sombra oscura y dañina, y me robó la voluntad. Perdí mi virginidad con él y de una manera tan abrupta que, ese fue el momento justo en el cuál ya no quería casarme con él. No sabía a quién decírselo. ¿A mi ex novio? ¿A mi madre? A mis amigas definitivamente no. Estoy segura que... no. No estoy segura de nada. Otra vez me dominó el miedo y mis prejuicios pasados de moda y obsoletos. Sí. Son obsoletos porque no sirven para mucho.
                               Yo, por ser una romántica sin remedio pensé que la primera vez, descrita tantas veces por los poetas en canciones, en versos de prosas y rimas, sería algo inolvidable. Bueno, inolvidable sí ha sido; terrible e inolvidable. 
                             Apenas me estaba limpiando la boca por unas tortas que Polo, Leopoldo me había invitado como cena, y ya me estaba gritando que me subiera al taxi. Aturullada y sin cuestionar me subí. Quedé petrificada de horror cuando el coche se metió al estacionamiento de un motel. Fui prácticamente empujada al interior de la habitación que olía excesivamente a cloro. El baño era aun peor: tenía moho y la taza estaba manchada de sarro. Todo era asqueroso. No tuve tiempo de decir nada. 
                                   Tampoco puedo acusar a Polo de violador. ¿O sí lo fue? Yo no quería, pero no se lo dije. Me dejé llevar. Fue una experiencia desgarradora, dolorosa, con manchas de sangre sobre las sábanas raídas de viejas. Sí se veían limpias, pero en sí, el ámbito, era sórdido. Polo llegó a decirme varias veces, cada que discutíamos y yo le reprochaba su acto artero contra mi primera vez, que si es que yo merecía un castillo, una cama con sábanas de seda ¿O qué? 
                                   Si hubiese sabido, quizá me habría entregado a mi ex. Él, siempre que me lo pedía, era después de una cena con candelas rojas, algún regalo, y él solía tomar dos copas de vino. Yo, nunca he querido tomar vino. 
                                  - Te va a gustar. Te lo hago despacito para que no te duela - Solía decir.  -Además, yo me quiero casar contigo. ¿Por qué no me rendí ante una propuesta -no una, varias- tan romántica y tan bien planteada ? Polo nunca se mereció mi primera vez, aunque se haya casado conmigo. Se casó porque debido a esa relación, yo quedé embarazada. 
                                No pasaron ni veinte días cuando vi mi periodo suspendido. Polo compró una prueba de embarazo en una farmacia y el resultado fue positivo. 
                                Recibí la clásica pregunta ¿Estás segura? pero no las otras clásicas ¿Estás segura que es mío? o ¿Y qué piensas hacer? Por fortuna no. ¿ O por desgracia?
                               Planeó la boda de inmediato. Me ordenó truncar mis estudios mientras que él sí continuaría estudiando. Él trabajaba en un hospital como intendente de limpieza. Ahí mismo trabajaba una de sus muchas hermanas, Matilde,  quién me tomó una ojeriza implacable y siempre me gritó: ¡Puta! ¡Puta! ¡Puta!
                               Polo me defendió una que otra vez, no siempre. Solía decir: Está loca. No le hagas caso. Y tenía que tragarme las ofensas de esa desquiciada. 
                                Cuando le avisé a mi mamá, no me quedó más remedio que decirle que estaba embarazada y ambas no tuvimos más remedio que aceptar todo lo que Polo ordenaba. Mi mamá no me regañó ni me reprochó nada. Yo esperaba lo peor, pero no fue así, al menos, no por parte de ella. 

   
                                 En un parpadeo ya todo estaba listo. Mi mamá, que pocos años antes me había dicho que no se sentía capacitada para hacerme un vestido para una fiesta, fue ella quien me confeccionó mi vestido de novia. Puedo asegurar que tuve un hermoso vestido. Fue blanco. Así lo decidimos ambas porque, si bien, no llegué virgen al matrimonio, sí me casaría con el hombre que me desvirgó. Así que, por eso. 
                                Ya no hubo tiempo de planear donde viviríamos ni demás cosas. Polo decidió que viviríamos en alguno de los muchos cuartos de la enorme casa de mi suegra. Doña Victoria; una mujer adusta, en todo y por todo, hasta en la voz que parecía de hombre. Jamás sonreía. Vestía de luto desde hacía más de treinta años. Y eso que mi madre yo, éramos las chapadas a la antigua, mi madre sólo vistió de luto riguroso un año. Doña Victoria me reprochó con el puro gesto mi ligereza y ahora las consecuencias de hacer una boda a las correndillas. 
                               Ojalá y hubiera tenido el valor de gritarle que Polo, apenas me dio tiempo a nada... pero, en fin, lo hecho, hecho estaba. 
                                   A decir verdad, sí me entusiasmé al ver que mis cuñadas decoraban la casa con alegría. Se haría un gran baile en el patio. Me dieron algunos regalos, incluso Matilde. Todas eran de carácter áspero, pero aun así, junto con los obsequios me dieron  algunos consejos. Repartieron invitaciones, pero no a todos. No eran de la alta sociedad, pero a veces, se paraban el cuello más de la cuenta. A veces decían ser gente sencilla y sin remilgos, porque tenían un puesto de semillas en el mercado, pero a veces, como un brote de alguna enfermedad, les nacía la idea de estirar el cuello y mirar a todos hacia abajo. Mi boda, fue una de las mejores ocasiones para ello y entonces decir, que invitaremos a éstos porque son parientes de un político que tiene futuro, a éstos otros no porque, el señor es un borracho y ella, parece de cascos ligeros. Como si los hermanos de Polo no fueran unos borrachos, que digo borrachos, alcohólicos sin remedio.
                                  Era la mañana de la víspera de mi boda. Había hecho una cita con la manicurista, cuando llegó mi suegra hecha una mole de ira. Me dijo que no me golpeaba, porque estaba yo encinta, pero, se señalaba el cuello con el pulgar, con ésto pago, decía, con ésto pago si ese hijo que llevas, es de mi hijo Polo. 
                                  Mi ex novio. Estaba furibundo o frustrado. No lo sé. Polo lo conocía, incluso sabía que ese muchacho había sido mi novio, y supo, no porque yo se lo hubiese dicho, sino porque todo fue muy transparente, y mucha gente supo que esa relación no duró mucho. Mi ex novio dijo:
                                    -Cuando quieras Polo, yo te digo dónde tiene cosquillas, y qué es lo que más le gusta.
                                Polo le reventó el labio inferior de un puñetazo. Pero la hablilla se enfocó más en lo que dijo mi ex, que lo que hizo Polo a mi favor. Mi suegra y mis cuñadas creyeron que él, mi ex era quien decía la verdad. A Polo no lo bajaron de pendejo y a mí de puta.
                                 Mi madre me aconsejó que yo, pasara por alto la ofensa de mi familia política, al fin y al cabo, me casaría con Polo, no con la familia. Qué equivocada estaba mamá.
                                   Me pusieron compresas de manzanilla a fin de desinflamar los ojos hinchados de tanto llorar. A mí no me importaba ya tanto, me sentía como un animal al sacrificio. Muy parecido a aquella tarde en que Polo me llevó a un motel percudido. Mi concuño, Fernando, esposo de Matilde, se ofreció a entregarme en el altar. Mi madre, tan severa en cuanto a que la tradición dicta que es un varón quien debe entregar a una novia; le agradeció mucho,  pero se negó. Le dijo a Fernando que ella me entregaría. No entendimos mi madre y yo, por qué mi concuño quería entregarme, si sabíamos que Matilde, su esposa, era de las más indignadas con la boda. Sus gritos, decían, hacían vibrar las paredes de las casas contiguas a la suya. Y los vecinos estaban hartos de escuchar la palabra: ¡Puta! ¡Puta! ¡Puta!
                                     Creí que Polo me iba a dejar plantada en la iglesia. No entiendo qué pasó, pero yo llegué antes. No me fui en ningún coche como Chenchi; la iglesia estaba muy cerca de la casa y caminé por el barrio de adoquín. La gente me saludaba y me sonreía; me deseaban suerte, como si yo fuera un torero matador y no una novia. La suerte ya estaba echada.
                                       Me confundí cuando vi a un hombre de traje y pensé que era Polo. Y no era. Era uno de sus hermanos. También estaba Fernando mi concuño, y muchos amigos de Polo. Algunas mujeres casadas y piadosas también estaban ahí. Varias jóvenes como yo, que si bien, no eran mis amigas, sí mis conocidas y habían recibido la invitación de manos de doña Victoria, mi suegra. 
                                 Esperaba a Polo ya sin fe. Creí que sobreviviría a esa humillación porque, me devolvería a mi pueblo. Esa era mi determinación. En eso estaba, cuando vi a Matilde. Tuve sentimientos encontrados. Recuerdo que sonreí nerviosamente. Pensé que, detrás de ella, vendrían mis suegra y mis otras cuñadas. No fue así.
                                           Matilde no iba ataviada con un vestuario adecuado a la ocasión. Iba, como solía estar de ordinario en su casa. Su paso era fuerte y decidido. Cuando estuvo frente a mí, sacó de la bolsa de su mandil un bisturí e igual que como con Polo, no tuve tiempo de decir nada. ¡Apenas y si grité cuando vi el bisturí frente a mi cara!
                                           - Así como rasgada llevas la verija, así debe ir tu velo. ¡Puta! Las novias que son vírgenes son las que deben llevar el rostro velado, y tú, ¡eres una puta!
                                     Aquí el cuestionamiento que hizo desesperar al padre fue éste... me quito o no me quito el velo. Mi madre decía que me lo dejara, yo no era culpable que una enajenada mental lo hubiera rasgado con un bisturí. Polo, ya no esperándome en el altar  como dictaba el protocolo, dijo que me lo echara para atrás. ¡Ridículo protocolo! Y sí, ¡Polo era un pendejo! Tal y como sus hermanas y su madre le decían. Así que la unión estaba justificada: Un pendejo se casaría con una pendeja. Y el sacerdote decidió que me lo quitara. Se celebraría una boda para recibir un sacramento y eso era lo único importante. Hasta malas palabras soltó.
                                    -Ustedes que se ocupan de esas pendejadas. Que si el vestido es blanco, que si es marfil, que si es muy corto, que si es muy largo. El compromiso es ante Dios, y Dios no es modisto ni le interesan esas cosas.
                                  No hubo fiesta ni baile en la casa de mi suegra. Dicen que a maldiciones desbarataron todo lo que con tanta alegoría habían arreglado. 
                                         Hoy, tras una parálisis facial que me dejó el haber cuidado, casi día y noche una terrible enfermedad que padeció mi marido, el vivir con ésta gente, esta familia política que me acusa de ser bruja, y que por ésta razón Polo se enfermó -tuvo un derrame cerebral- ésta gente que a menudo me amenaza con entablar una demanda para arrebatarme a mi hijo les he tenido que decir, asesinando a la endeble y la sumisa:
                                         -¡Váyanse a la verga todas ustedes! ¡Váyase a la verga usted suegra! ¿Por qué me ve? ¡Véase usted vieja fea! Váyase a la verga, sí ¡a la verga! Vístase de vergüenza porque eso es usted ¡Una vergüenza! ¡Váyase a la verga! ¡Se lo digo con la "v" de la victoria, doña Victoria!
              

              
                                  
          
                                        
          
                                 
                                  

                              
                                

          

                       

                    
               

jueves, 25 de octubre de 2018

LAS PEINADAS

LAS PEINADAS










      La tarde era fresca y Zaida se sentía muy aliviada de muchos aconteceres desde aquel fin de semana, hasta esa tarde de Lunes; la habían enviado a casa a medio tiempo de clases, y tendría que presentarse al día siguiente, acompañada de su madre o su padre, para que a éstos, les fuera explicado el motivo de la expulsión de ese día Lunes, junto con su amiga y muy querida compañera llamada Neri.
       Neri, cuatro letras que no sabía que significaban en conjunto, pero ese era su nombre. No parecía una niña como Zaida; aunque lo era. Neri era muy alta, con talle y piernas largas. Una cabellera rizada y rubia, también larga. Una niña muy bella ciertamente. No parecía tener la misma ambición que Zaida tenía para aplicarse a la escuela, Neri era desenfadada, mal hablabada, más apegada a las fiestas, a los muchachos, a la vida misma; eso también, la hacía verse menos niña.
       Por ésta razón, fue Neri quien invitara a Zaida a ser dama de honor de una joven que cumpliría quince años, y que sus padres le celebrarían con mucha pompa. Bueno, con mucha pompa, pero a su manera.
        La casa de la quinceañera era de madera y muy pequeña. Se veía claramente, en la parte trasera de la vivienda, una construcción en obra negra, y que prometía que dentro de algún tiempo, sería una de las mejores casas de aquella colonia tan apartada de muchas cosas. Zaida conocía a la futura cumpleañera. Le compraba tacos dorados de longaniza, porque tanto la madre de ésta y ella, iban a la escuela primaria donde estudiaban Zaida y Neri el sexto año de primaria,  a vender infinidad de cosas de comer a la hora del recreo. No obstante, la invitación no la recibió de la anfitriona, sino de Neri.
         Neri llegó a casa de Zaida también con una imagen muy fresca aquel Lunes en que ambas fueron expulsadas. Zaida le contó a Neri lo mucho que descansó su cuero cabelludo al poder liberarlo de una liga que lo sostenía fuertemente y la pesada cantidad de laca. Neri le contó más o menos lo mismo, no llevaba tantos pasadores, pero sí mucha laca para aquellos inmensos caireles como cascadas debajo de un peinado que parecía una cebolla gigante;  y entre tanto se contaban sus asuntos pueriles, a ambas les vino un ataque de risa.


 ***

      A Zaida le costó mucho trabajo obtener el permiso de su madre, para poder participar en ese festejo como dama de honor. Muchos pretextos de la madre: los ensayos eran hasta muy tarde, el evento y ensayos eran en una colonia lejana - no era lejana, sólo era otra colonia, con otro nombre, con chozas, casas de madera y calles sin pavimentar- y no estaban los tiempos para hacer gastos extras en un evento que no era importante. Quizá la madre de Zaida lo pensó mejor y fue ella, quien avisó al padre de la niña que ésta participaría como dama de honor en una fiesta de quince años, de una amiga de la escuela. Por ende, necesitaba quinientos pesos más, aparte del gasto mensual que religiosamente el padre de Zaida aportaba. El señor entregó el dinero sin chistar y sin más averiguaciones.
      ¡La gran noticia! Zaida tenía permiso de participar. También, tenía que ver el modo de convencer a Neri de que ella, la madre de Zaida, y nadie más que ella, confeccionaría el vestido de ambas, y de ser posible, de alguna otra participante más. Neri le consiguió dos clientas más. Y entonces pusieron manos a la obra. Neri era bien aceptada en la casa de Zaida, a pesar de lo remilgosa que era la madre. Estaba claro que, Neri era astuta y quizá más inteligente que Zaida, a pesar que Zaida tenía notas muy altas en la escuela: era el promedio más alto. Neri no. Las veces en que, sorprendía la hora de la comida a Neri en casa de Zaida, ésta era invitada, y  Zaida se sorprendía de las maneras tan refinadas de Neri al usar los cubiertos, y sobre todo, la manera que tenía de llevar una conversación de sobre mesa con los padres de Zaida. 
      Zaida nunca dijo que Neri, vivía en aquella colonia que detestaba su madre, y que muchas veces sorprendió a ésta, comiendo en el suelo, batiéndose toda... un desastre. A la madre de Zaida le encantaba Neri, por eso precisamente, por su audacia.
        En los ensayos, en aquella casita de madera, con piso de cemento pintado de rojo, cuarteado por el uso y la humedad, Zaida veía como de entre las fisuras empezaban a nacer minúsculas plantas que eran pisoteadas sin piedad cuando empezaban a sonar los valses que había que repasar una y otra vez. También, eran destrozadas estas plantas, y las que por vicio volvían a nacer, cuando, en lo que llegaba el joven que montaría la coreografía, las muchachas aprovechaban a prender la consola y poner discos con canciones románticas para cantar, pero la mayor parte de veces, para bailar. A Zaida le encantaba escuchar un tema que se llamaba "Melancolía" y se le iba el pensamiento imaginando que alguien le decía: "tú robaste una sombra y te hiciste mujer, cuando yo te soñé un anochecer, melancolía, que las sombra se rompa y al amanecer, a mi lado tu estés..." Tan pronto se auto descubría que ya estaba suspirando, se sacudía esos pensamientos y se prometía que en la misa del Domingo se confesaría pos pensar así. Al rato sucumbía de nuevo.
       Era muy seguido que el joven, a quien habían asignado como maestro del baile, llegara muy tarde, corriendo, sudoroso... Era un empleado de una tienda de telas. Podía salir de su trabajo hasta las ocho de la noche. Desde la salida, hasta llegar a aquel barrio bajo, le llevaba un buen tiempo. De hecho, la mayoría de las jóvenes que participarían, también trabajaban, pero quizá estaban más cerca y por ello llegaban más temprano. Era la madre de las dos clientas extras que consiguió Neri, quien se comprometió a ir por las muchachas a más tardar a las diez de la noche, estuviese o no, terminada la hora de ensayos. En eso sí, hasta la madre de Zaida estuvo de acuerdo. Por la razón de que el maestro de baile no llegaba, esas noches, eran noches de fiesta más que de práctica.
        La casa de la festejada se había convertido en un nido apetitoso para los jóvenes solteros y sinvergüenzas, vagabundos y borrachos, que atisbaban al rededor y se solazaban con la presencia de las chicas. De todas, aunque no todas correspondían a los mohínes coquetos, a los susurros majaderos llenos de lascivia, tanto, que seguidas veces, el padre de la festejada salía con una escoba a deshacerse de esos rapaces, aunque más tarde regresaban. 
               Estos desmanes provocaban la hilaridad de todos. Era todo, una verdadera pachanga. La única que no se le veía gozar tanto de aquellos devaneos era una muchacha con un ligero sobrepeso, de piel blanca, cabello lacio, y de nombre Porfiria. Con su cabeza gacha, y ésto era quizá, porque su hermano mayor, era uno de los muchos que "zopiloteaban" el lugar. De hecho, Porfiria no estuvo presente en la fiesta finalmente. Una vez, su hermano, ese ordinario salaz fue el que les presentó una carta de renuncia, a los padres de la festejada.
              Y las trampas a todo lo que daban. Zaida, con sus pensamientos inicuos, exacerbados por su progesterona o por el demonio - ella solía pensar ésto último - Sintiéndose sin derecho a participar en ese baile, porque estaba pecando mucho de pensamiento... y la madre de Zaida que con la confección de los vestidos, no tuvo necesidad de gastar los quinientos pesos extras que le pidiera al esposo, al contrario, obtuvo una muy buena ganancia cobrando la confección del vestido de Neri y las otras dos vecinas.
                       Unos días antes, la madre llevó a Zaida a una tienda y le compró ropa interior, un hermosísimo fondo lila para dormir, y un par de brasieres de popelina. El día se había llegado de usar esa prenda inútil. Los incipientes senos de Zaida se hubiesen podido cubrir con una camiseta de algodón bajo la ropa; pero no. Ya tenía que usar esa cosa apretada que mortificaba la espalda de la niña. Le daba comezón, y su prima, que era menor que ella, pero se había desarrollado mucho y antes, le decía que así era para todas al principio, y que más tarde, se tendría que acostumbrar. Zaida ni siquiera menstruaba por aquel tiempo, su prima sí, y era ella quien la llenaba de consejos. Zaida sabía lo que le esperaba, pero debía mantenerlo en secreto si no quería irse a los apretujados infiernos o bien, perder la confianza y el cariño de su prima hermana, a la que más quería de todas sus primas, a Tita, su prima menor. La más tierna de las niñas, según la idea de Zaida.
           Por la mañana del Sábado del día de la fiesta, Zaida fue llevada a un salón de belleza de una conocida de su madre. Le rebajó el trabajo a ochenta pesos, y aún así, todos dijeron que era un trabajo caro. Zaida un poco más y grita, pero resistió, apenas y le lloraron los ojos cuando la peinadora le puso una liga que le estiró, y estiró, y estiró, que Zaida vio su ojos como los de una japonesa. Le hizo un flequillo coqueto. Y luego, el trabajo de hacerle un peinado alto de gajos. Aquí la vanidad se antepuso ante cualquier comodidad, Zaida, a pesar de todo, estaba feliz. La madre de Zaida pagó un extra para que le pusieran una red sobre el peinado y durara más. Hasta el padre de Zaida puso los ojos como platos, ante el asombro de ver a su niña vestida como mujer. Con ese vestido largo de organza azul, un peinado alto y un maquillaje de señorita. -¡Pero si solo es una niña de diez años!- chilló el papá. Pero ni modo. La niña tuvo la ventolera de participar como dama de honor en una fiesta y ya estaba. Obviamente que había trucos por todos lados. El brasier fue rellenado con bolas de algodón, le pusieron pestaña postizas, tacones  altos... y... lucía bien.
       No se quedaron al resto de la velada porque la madre de Zaida era un mujer con muchas quisquillas. Se daba aires como de la alta sociedad y era altanera y soberbia. A Zaida le dio un vuelco el corazón y rogó a toda la corte celestial que nadie se hubiese dado cuenta que su madre, a carcajadas dijo que el vestido de la festejada era como  el de una india bajada del cerro a tamborazos. Pero como lo dijo al tiempo que se carcajeaba, lo que dijo pareció inaudible, aunque no para Zaida. También, a la hora de invitarlos a pasar a comer, la señora dijo que lo correcto sería decir: "Ya comí en mi casa. Muchas gracias" . Por fortuna, la invitación no fue personal. Alguien habló a la multitud diciendo - quienes gusten, pasen a la parte de atrás, donde están las mesas, para que se les sirva de comer- Mejor dicho que era una suculenta cena. Muchos guajolotes sacrificados para la gran ocasión, montañas de arroz rojo, y muchos litros de cerveza y brandy. La comilona estuvo montada justo en la parte de la obra negra, ahí había gran espacio. La madre de Zaida no permitió que la niña tomara ni siquiera un vasito con refresco que le fue ofrecido como bienvenida. 
         Se dio la comida, se dio el bailable donde la festejada lucía su hermoso vestido color rosa, y sus damas de honor de muchas edades con sus vestidos de organza color azul pastel, alrededor de ella. La madre de Zaida, de un jalón que por poco le arranca el brazo a la niña le dijo que era hora de largarse de ese cuchitril. No le pareció correcto, cuando por micrófono avisaron que quienes no quisieran bailar, pasaran a las sillas que pusieron en la calle, porque las muchachas querían bailar, dentro de la casa pequeña, sin ensuciarse los vestidos largos. Y ahí terminó el sueño de Zaida. Se quedó todo el Domingo rumiando su suerte maldita, porque no la dejaron ir a la fiesta donde se partiría el pastel y se tomarían fotos. Y su madre insistió que no se podría despeinar hasta el Lunes, tras volver de la escuela y así lo hizo, pero no en el tiempo que su madre pensó.
         La liga del cabello, tuvo que ser cortada, ayudada por su prima, con mucho cuidado de no cortar un mechón de cabello. También la asistió para desembarazarla del millar de horquillas que sostenían los gajos y por fin pudo lavar su cabello. Por fortuna, sus uñas no fueron decoradas con ningún tipo de esmalte, ya que, las otra dos, las clientas de la madre de Zaida, fueron echadas por llevar esmalte en las uñas. Ellas, sí se deshicieron el peinado. 

***

     - Zaida y Neri - Dijo un niño. - Tienen que presentarse a la dirección, recojan todos su útiles escolares, porque se van expulsada por hoy a sus casas. Zaida sudó frío. Neri apenas se encogió de hombros y se alegró porque tendría un día libre de escuela. Ambas ignoraban su falta. Ya en la dirección, ambas chicas fueron regañadas por el director. Ese peinado, les dijo, era una tremenda falta de respeto a sus compañeros, niñas y niños, era un atentado a la moral y lo peor, era el máximo insulto a la escuela como institución escolar. ¿Por qué? No. Nadie preguntó por qué. Tendrían que irse en ese instante y volver, acompañadas de su padre o su madre, para explicarles sobre su grave falta. Las niñas que ya habían sido expulsadas por tres días, las habían regañado antes. Su falta fue peor. Llevaban las uñas pintadas. 
          Ahí estaba Neri, con su cabello húmedo aun, por ser largo, por ser abundante y grueso. Zaida, ya no estaba acompañada de su prima; ya que ésta, tenías muchos menesteres en su casa y de la escuela. Zaida esperaba con paciencia a su mamá, para explicarle. Se sentía muy indignada. Neri, estaba tan fresca como la tarde.
***

      Muchos años después a Zaida le costaba reconocer aquel lugar, de muchas casas muy bien construidas, con todo lujo. ¿ Tanto tiempo había pasado sumergida en lo suyo, que no conocía cuánto había cambiado todo? Su prima le aseguraba que aquella casa de balcones inmensos y balaustres de mármol, había sido la casa donde ella, alguna vez fue dama de honor de una quinceañera. Su prima, soltera y sin ningún plan para dejar de serlo, profesionista y ya con algunos años y kilos encima; Zaida, parecida, pero sin ser profesionista, no dijo nada. Recordó entonces que aquella fiesta fue todo un escándalo; y no porque hubiesen acontecido desmanes, sino por la generosidad de los anfitriones. La prima de Zaida no fue, por supuesto, aunque fue invitada, pero su madre era tan petulante como lo era la de Zaida. Ambas mujeres tenían como familia personas con aporofobia, aunque ambas venían de un origen humilde; muy probable que se odiaran a sí mismas. Ésto no afectó al cariño de las primas. La familia que hizo aquella rimbombante fiesta de quince años, no eran gente pobre, o bien de decir, no eran gente sin recursos económicos ni desamparados, todo lo contrario. Lo que sí, tenían costumbres y gustos diferentes. La pobreza la padecían las madres de Zaida y de su prima; pobreza de espíritu. Zaida siguió pensando en silencio, que su suerte seguía teniendo semejante sevicia contra ella, porque sólo pudo tomar un curso como peinadora. Pero ella misma no podía llevar grandes peinados porque su cabello siempre lo llevaba corto. Su madre se lo exigía así, y ella la obedecía, y no sabía por qué. Los pensamientos le escaldaron la voluntad al grado que se le llenaron los ojos de lágrimas. No pudo responder a su prima cuando le preguntó por qué lloraba; se le atoró la frase y no dijo, que no sabía cuan infausta era, aquella vez que soñó con ser mujer en ese jacal desmirriado, y ahora luce como un gigante flemático ante su desgracia; no se rompieron las sombras, para que al amanecer, alguien a su lado estuviera... Sólo era una mujer que llevaba tatuada en la frente la sombra de la decencia, no hijos, no esposo, pero sí, muy, pero muy decente. Odiaba ser eso pero no lo pudo decir. No pudo decir, que se atrevió a soñar con ser mujer, y que a unos años después, era sólo una mujer, sí, pero una mujer extremadamente desdichada, tanto, que ni siquiera podía llevar un buen peinado.
Ayer, encontré la mujer, que ha llenado mi vida
por su triste sonrisa, le llaman, melancolía.
No sé, cuánto puedo querer, en amor no hay medida
y yo soy egoísta, la quiero ta sólo mía

Melancolía, tu robaste una sombra y te hiciste mujer
cuando yo te soñé un anochecer
Melancolía, que la sombra se rompa y al amanecer
a mi lado tu estés...

No fue, más que un sueño otra vez, como todo los días
pero mientras yo viva, te espero melancolía

Melancolía, tu robaste una sombra y te hiciste mujer
cuando yo te soñé un anochecer
Melancolía, que la sombra se rompa y al amanecer
a mi lado tu estés, tu estés... tú estés...



FIN.

martes, 23 de octubre de 2018

CONVIVENCIAS CON UNA VEGANA

CONVIVENCIAS CON UNA VEGANA






Cuando amas más a los animales que a los humanos, la empatía que sientes es un tanto ilógica.


      Lo último que quiero es cuestionar sobre el veganismo y todo lo que ello conlleva. Hace mucho tiempo, aprendí a respetar a todo tipo de personas, con gustos diferentes a los míos, preferencias de todo tipo, incluso, aprendí a tolerar -con reticencia de mi parte- a un asesino convicto y confeso; que ya gozaba de libertad, y aún así, le costaba mucho controlar su carácter violento. Alguna vez quise -pero no pude- conversar con otro ex presidiario, quien purgara una condena por pederastia contra su hijastra.  Me increpó una náusea y ese fue el pretexto para abandonar la plática -que no era referente a su delito- y no volví a estar cerca de esa persona que, afortunadamente, al poco tiempo dejó de ir a ese lugar, que era una especie de club, o no sé como llamarlo. La gente se reunía, platicaba sus cosas, y hubo alguno, como los que antes mencioné, que confesaba sus cosas más íntimas. En fin que, yo, practicaba mi tolerancia.

          Sucedieron muchos años de aquel, especie de club, cuando yo sentí el ferviente deseo de viajar a Estados Unidos de Norteamérica, y quedarme un año, para practicar mi inglés. La bienvenida fue de antología con  unas primas que apenas recordaba, pero que ellas, a mi madre le siguen diciendo tía, no obstante que el lazo sanguíneo lo llevan por parte de mi padre. Por supuesto que había ido a Estados Unidos, viajes máximo de cinco días, y la mayor parte veces era a Miami; ahí no se necesita el inglés. Un par de veces fui a San Francisco, a Oakland, precisamente, y tampoco hablaba inglés porque llegaba con mi hermana. Esta vez estuve en Kansas. Me reservo mis impresiones; pero tras estar una semana en Chicago, por tierra llegué a Kansas.

                Tras dormir casi seis horas, rendida por la travesía en el incómodo autobús, o autobuses, ya que, había que cambiarse de uno a otro, desperté de buen humor y me preguntaba dónde sería mi recámara, ya que, mi prima me informó que en la casa tenía inquilinos. Pero no quise arruinarlo todo preguntando antes, y me compenetré en mi arreglo personal porque mi prima Juanita -otra prima- viviendo en la casa contigua de donde llegué, tenía lista una fogata en la yarda, cena para muchas personas, invitadas nativas de Veracruz, y quería presentarme esa noche a todos mis sobrinos.

                   Todo resultó maravilloso . Mis sobrinos, los que nacieron en Estados Unidos hablaban español, con un acento extraño y con muchas dudas sobre mi persona. Sobre todo un varón, de nombre Nigel, a quien le decían Nayo (la pronunciación de mis primas en inglés también era rara) me preguntaba qué se sentía aparecer en una pantalla de televisión. Preguntaba ésto, porque decía que, su vida sería siempre en las pantallas de televisión. Sería comediante y creo que sí lo será. Su comicidad es muy natural.

                     La fiesta no terminó en la casa de mi prima Juanita, la fiesta terminó en un bar muy cerca del vecindario, y mis primas y las invitadas se regresaron a casa a tomar café muy cargado, para que no se les notara la borrachera y  no fueran infraccionadas, incluso, encarceladas por la policía de Kansas; estado con leyes muy estrictas en cuanto a manejar en estado de ebriedad. 

                        Yo, ya me preparaba para dormir usando una pijama que mi prima Lilia, con quien me quedaría a vivir, me regaló y fue ahí donde me enteré que no sólo compartiría la recámara con ella, también la cama. Y ni modo. Bastante hizo con recibirme y brindarme su apoyo incondicional.

                        Al día siguiente mi prima Lilia regresó temprano de su trabajo con una cajita de comida china; me hizo saber que nunca tenía la alacena llena porque ella ahí, no cocinaba. Le dije entonces que, en cuanto yo trabajara, sí usaría la cocina y demás lugares de la casa, como la sala y el comedor; y ella estuvo de acuerdo, no sólo eso, me prestó dinero y me llevó a un  mercado para comprar lo necesario; se compró incluso una licuadora; la que tenía no servía porque nadie la usaba. Los inquilinos y ella, todos, comían fuera. Desde que empecé a cocinar, todos, incluso ella, degustaban mis guisos. Mi prima no, pero los inquilinos empezaron a pagarme por ésto. Me afanaba con unos exquisitos desayunos al estilo mexicano, huevos ahogados en salsa picante, chilaquiles, etc.

                     Me llevé una no muy grata sorpresa cuando me enteré que no conocí a todos mis sobrinos en aquella fiesta de bienvenida. Se apareció repentinamente una joven, de cabello negro como azabache, no, no como azabache, como ala de cuervo, una mirada hostil y unos jeans desgarrados. 

                    - ¿Quién coños eres tú?- Me dijo empujándome para meterse a la casa. -Lety- le dije - Soy prima de Lilia y Juanita. Me sentía por demás intimidada. Ella caminaba y husmeaba por los rincones, como un perro que olfatea su dominio para descubrir a quien haya osado violar su territorio. Agarraba mis bolsas, mi ropa, las arrojaba lejos, se metió a la cocina, levantó las tapas de las cacerolas, hacía mohínes de asco por todo lo que le parecía extraño. Yo la seguía con cautela, y le pregunté quien era. -Soy hija de María- me dijo sin mirarme. Yo no sabía quién era María. Estaba la joven gritándome cuando tronó la chapa de la puerta y entraba mi prima Lilia y llenó de regaños a la niña. Entre sus gritos, sí, me quedó claro que la niña tenía estrictamente prohibido pisar la casa de mi prima. Tenía una orden de restricción policíaca y no la conocí la noche de la fiesta, porque ella llevaba dos días presa, y quedó libre otro par de días después. Se enteró de mi llegada y fue exprofeso a hacerme un escándalo o lo que se pudiera para me fuera de ahí. Era Karla, la hija menor de mi prima Lilia. Nacida en México, en Veracruz; y llevada a Estados Unidos con apenas tres años de edad.

                          Y bien, mi prima Lilia, también tenía el nombre de María, y nadie le decía María, excepto su hija, cuando quería hacerla rabiar.

                         Karla, era adicta a los problemas, a la canabbis, y al "auto-cut". Desde que estaba en México conocía ese tipo de trastorno. Se auto inflingía heridas en las piernas y en los brazos. También tenía algunas marcas en el vientre. Se aparecía ahí repentinamente y un día, de mucho frío por cierto, llegó de pantalón corto y pude ver los estragos de las lesiones en sus piernas. Era impactante. Yo le temía y tenía ya, el pretexto perfecto para poder rentar una habitación lejos, y ya no depender para nada de mis primas. Eran muy buenas personas, sí, pero, no quería compartir la cama con Lilia, no quería estar en mi rincón, tejiendo los regalos de la inminente Navidad que yo esperaba con ansias - y la caída de la nieve que no llegaba- y ser abordada por una niña que enrolaba los ojos como una desquiciada cada que no le parecía alguna de mis respuestas a sus preguntas pueriles, es decir, a Karla.

                      Su español era perfecto. Su inglés, parecía que también. No iba a la escuela porque aparentemente, tenía una enfermedad que no le permitía ir a una escuela regular. En fin que, muy poco me interesó su diagnóstico mental. Lo único que deseaba, era ya, encontrar un lugar a donde irme. Ya tenía para aquel entonces dos trabajos, y una buena cantidad de dinero reunido.

                        Una mañana que tuve el día libre en mi trabajo, otra sobrina me pidió que si me hacía cargo de su bebé, una hermosa niña de apenas cuatro meses de nacida. Acepté encantada y, lo que no me esperé era que Karla también quisiera estar ahí. Dijo sin disimular el sarcasmo, que era porque la niña "corría peligro" con una india mexicana a su cargo. 

                  Ya había pasado algún tiempo en que -cuando esa niña estaba de buenas- Me platicaba de sus cosas, de su novio nacido en Pakistán, sus experiencias en sus infinitos hogares temporales, su adicción a la marihuana, lo mucho que le molestaba la presencia de Lilia, sin explicación alguna, la odiaba y no sabía por qué,  su vago recuerdo al ingresar a aquel país, montada en los hombros de un hombre. Me dijo que era vegana. Ignoraba yo qué era eso, y me explicó que no era propiamente ser vegetariana, sino que, ella, sentía tanta, pero una infinita compasión por los animales que, eso, la hizo convertirse al veganismo. Mi primia Lilia se mortificaba sobremanera por las cosas que debería comer Karla, aunque Lilia no tenía por qué atender esos menesteres de la joven. La niña vivía en un hogar temporal, auspiciada por el gobierno. Pero Karla que le encantaba destruir todo, romper reglas y órdenes, le exigía a su madre algunas cosas. Lilia, no siempre era determinante y denunciaba a la joven; pero otras veces sí.

                            Aquella aciaga mañana todo iba tranquilo. Dejé a un lado las bufandas que regalaría a mis sobrinos para Navidad, y Karla empezó a destejer, a jalar, a romper unas diademas que yo había hecho, justo para ella. No lo sabía. Se lo dije y se quedó quieta. Después, bañó al perro. "Pedrito" no me molestaba, aunque las mascotas no me vienen bien. Pero "Pedrito" era un perro muy bien educado y se encariñó rápidamente conmigo y yo con él. Dormía en mi regazo, cuando me dispuse dormir en un cómodo sofá de la sala. Mi prima Lilia se ponía celosa, pero ni modo, "Pedrito" tomaba la decisión. Esa mañana escuché los gritos de Karla, mientras bañaba y maltrataba a "Pedrito".

                             La bebé se quedó dormida cuando la envolví en una colcha suave y le dejé ceñidos los brazos. Tenía sabido que la niña no dormía varias horas seguidas y yo llegué a percibir que lloraba y movía los brazos desaforadamente. Y aquella vez, durmió y durmió. No la despertó nada. No se enteró de nada.

                                     Tenía cociendo un par de pechugas de pollo y ya tenía lista la salsa y el queso. Me imaginaba que comería unas enchiladas deliciosas que compartiría con los inquilinos de Lilia. Karla se asomó a la cocina y levantó la tapa de la cacerola y escuché un estropicio de trastes rotos. Cuando fui a ver me quedé atónita ¡La niña se abalanzó sobre mí con un filoso cuchillo en sus manos! - ¿Sabes lo que sufrieron esos pollos?- Me decía con la mirada torva de ira -¡Contéstame perra! ¿Tienes una puta idea de lo que sufrieron esos pollos para que tu tragues desgraciada? - Yo no sabía qué decir, justo estaba al teléfono con un amigo cantante, viviendo en Nueva York. Él me dijo que marcara al 911 de inmediato. No me atreví.

                                   Ya recogía yo los vidrios rotos de cuanto traste había destrozado Karla. También limpiaba el piso de la cocina por donde regó el caldo y la salsa. Apenas y me comí un trozo de queso, porque a pesar de todo, sentía hambre. A través del vidrio de la ventana de la cocina, veía los farolazos de luces rojas y azules de las sirenas de los carros de la policía. Estaba un carro de bomberos, la cruz roja y varias patrullas policíacas. Mi prima me dijo que allá, así era. Tenían que llegar todos esos servicios y además, si se requería el servicio de la cruz roja, se tendría que pagar.

                                              Los vecinos llamaron al 911. Cuando escucharon mis gritos de auxilio. Karla tomó de rehén a la bebé que dormía y dormía, y siguió durmiendo. Me dijo que le enterraría el cuchillo sin piedad si no me deshacía de las pechugas de aquellos pobre pollos que habían muerto por mi culpa. - ¡La compasión, estúpida, haz un llamado a la compasión!- Ella me dijo que me odiaba porque sabía, así lo dijo, que había ido ahí para robar el cariño de su madre, de Lilia, pero que me lo había perdonado porque creyó que yo era vegana.

                                             El argumento, o confusión de Karla se debió a unos cosméticos, brochas y otros chécheres, que yo encontré baratos. Las brochas para los cosméticos costaban un dólar. Un sólo dólar. Nunca leí que decía: "vegan". Ella, sin que yo me diera cuenta, había esculcado mis cosas, y sólo reparó en eso. No soy vegana, y siento compasión por los animales, pero mucha más compasión por cualquier ser humano. Ahí llevaban a Karla, al principio esposada, pero como se puso violenta, de plano la amarraron. No era una camisa de fuerza, no sé qué era. La vi como envuelta en algo plástico, como si llevara puestas varias ruedas de las que usa la gente que no sabe nadar. Entonces me reí  de ella, y le dije - Te pareces al muñeco de la llantas "Michelín"- Obviamente no me entendió. Ella no conocía esa marca allá. Su mirada me dijo muchas cosas y por ello, al poco tiempo tomé mi distancia, mi cuarto y mi nuevo domicilio, ignorando las súplicas y llanto de mis adorables primas. Con la boca dijo que se suicidaría; se aceleraría y se daría tremendos golpes en la cabeza y quizá, por ello le pusieron esa especie de burbuja. Se le veía claramente que moría de calor. 

                                        Hoy hago esto relato porque ella me lo pidió. Hace años que estoy de regreso en mi país. Me enteré que se convirtió al Islam. También sé que Karla es una extraordinaria dibujante, y me apena mucho, no tener el denuedo de pedirle que se auto dibuje, cuando me atacó con el cuchillo, y poner esa gráfica en este relato, una imagen, de una mujer, que es adicta a los problemas, a la canabis, al auto-cut y que tiene: una infinita compasión por los animales. 

FIN.