UN HUMILDE TEJEDOR DE ALAS
Un hombre viejo y enjuto se dedica a tejer petates; no se le conocen clientes, ni
se le ve jamás salir a venderlos a algún otro poblado o la ciudad.
Todos sus vecinos le temen; porque es
ermitaño y creen que es hostil.
Tiene un jacal vencido por la decrepitud,
con piso de tierra y afuera un pozo profundo; de donde se abastece de agua.
Está en un poblado muy pequeño; justo en la frontera de Puebla y Veracruz. El
pueblo es tan pequeño, que no hay ahí
más de diez familias que se dedican a cultivar el campo.
Los que espían trémulos al viejo, aseveran que
ese hombre se alimenta con muy poco maíz; que se cree que lo come crudo, porque
nunca prende fuego dentro de su choza; aunque a la vez se preguntan, cómo hará
para morder las mazorcas. No tiene un sólo diente.
Hay dos o tres personas, que afirman
también, que este hombre es visitado por ángeles. Creen que son ángeles porque los han visto
llegar, con forma de hombres o mujeres; todos con alas muy diferentes a otras.
Cuando van, dicen que llevan a alguien sin alas, y cuando sale, las primeras
alas que lleva son de petate.
La historia la han contado casi real. En
efecto, este hombre es visitado por los ángeles, y llevan a quien se ha ganado
unas alas que al principio, deben ser de petate.
Lo que no saben, es el porqué de estas alas,
y por qué, unas alas lucen muy diferentes de otras.
Yo me enteré por Rogelio.
Rogelio; a quien le gusta que le digan Roger tenía ocho años de edad, y le
gustaba andar en bicicleta. No tenía una propia, y por ello, iba a un sitio
donde las alquilaban a muy bajo costo.
Una tarde; tras terminar sus tareas
escolares, más otras labores que le encargaron su madre y su padre como ayuda
en el hogar; le dieron una moneda para que fuera a rentar la bicicleta. Se
había ganado ese premio. Iba exultante y por ello perdió la concentración.
Cruzó la calle y fue atropellado por un carro que cargaba materiales para
construcción.
Cuenta Roger que no sintió dolor alguno. Cuenta también,
que de entre un sueño raro; veía a la gente que lo rodeaba con gestos de
asombro, y volvió a hundirse en un sueño tranquilo y reposado.
En ese sueño; Roger dice que vio desde lo
alto, a unos hombres trabajando en una mesa de operaciones, y se vio a sí mismo
en la mesa de operaciones. No sintió miedo. Miró todo, y vio una luz hermosa que
lo llamaba, pero al acercarse; de entre la luz salió un susurro que le hizo
caricias al oído. Y sin darse cuenta, ya estaba de regreso en su cuerpo.
Pasó casi un año en un hospital y fue un
niño valiente y bien portado. Lloró poquito cuando le dijeron que habrían de
cortarle todos los dedos de su pie derecho; pero no se los amputaron todos a la
vez. Se llevó su tiempo, y el trance fue difícil, pero no imposible, ya que, aquel
susurro que salió de la luz; le daba siempre nuevos bríos para salir adelante
de aquello que sólo fue, un trago amargo. No sabía que le esperaba un manantial
tibio y dulce.
Roger aprendió a dar nuevos pasos en su
vida. Su madre se aplicó con entereza a ayudarlo; a pesar de que su esposo, es
decir, el padre de Roger, sucumbió ante la ominosa experiencia vivida. Una
mañana no se pudo levantar, pidió un zumo de frutas y se quedó dormido para no
despertar jamás. Ante la ignominia, Roger siguió teniendo arrojo. Ya tenía
nueve años para ese entonces.
Un mediodía brillante, caminaba con la desnivelación que le daba la nueva
estructura del pie izquierdo; que fue el más dañado – los dedos que mutilaron
del pie derecho, fue que sin motivo aparente se gangrenaron; y por ello fue
estrictamente necesaria la eliminación de éstos – cuando se topó con una
persona muy alta y delgada, de apariencia andrógina, que lo llevó al jacal del
viejo tejedor de alas.
En ese sitio, Roger vio al viejo a punto
de terminar sus alitas de petate. Más tarde llamaron a la puerta y llegaron
otras dos personas. En el momento que el viejo le colocó las alas a Roger; pudo
ver aquellas alas – antes invisibles– de su acompañante y de los visitantes.
Todos eran ángeles. El que lo llevó; tenía unas alas inmensas. Veía asombrado
cómo traspasaban el desmirriado techo del lóbrego jacal. Los que recién
llegaron; lucían alas muy blancas y con destellos parecidos a la luz de las
estrellas.
El viejo le dijo que los huesitos que
perdió de su pie derecho; eran el soporte para sus alas. Por todo cuanto había
sufrido; se había ganado éstas. Claro que, había que seguir haciendo méritos
para que el material del petate no se secara y las perdiera. Tenía que seguir
siendo tan valiente como lo fue desde el principio. Tan bondadoso como lo fue,
incluso desde antes del accidente.
Cada buena acción, haría ese material incorruptible para asir
las alas para siempre a su cuerpo. También a su alma.
Roger podía contar esta historia si
quería, a cualquier persona; pero no debiera enojarse si se reían de él, o lo
tachaban de loco. Eso, era un sentimiento
negativo que no le hacía bien a las alas. De tal manera, que aquellos niños y
hombres crueles que lo señalaran porque caminaba diferente a los demás, debía
perdonarlos súbitamente. ¡Pobres de aquellos niños y hombres crueles, que
estaban deshaciendo, con cada mala acción; el material de sus alas!
Como yo sí le creí; después de limpiarme
las lágrimas y me sané la frustración de que perdería mi seno izquierdo; vi las
alas hermosas de Roger. Entendí por qué
no las había visto antes. Parecía difícil, pero analizándolo concienzudamente,
fue fácil: sólo tuve que creer.
Me llevó donde el jacal del viejo, y Roger
me dijo que el hombre luce igual que cuando lo vio la primera vez. Me
acompañaron unos ángeles de alas doradas, y conocí al ángel que lo llevara a
él.
El viejo aun no terminaba mis alas. Me
dijo que mis lágrimas por ser lágrimas de vanidad, eran como ácido, y quemaban
el material. Pero había dejado de llorar, y fue que pudo iniciar el trabajo.
Mis
ojos chocaron con otros ojos que atisbaban por las rendijas de la casa. Era uno
de sus vecinos. Le di alcance y transido de horror me hizo la cruz con los
dedos; para luego irse corriendo fuera
de sí. Se me perdió de vista tras una
nube de polvo.
Me llamaron para colocarme mis alas de
petate. Mientras hacían esto, le pregunté al viejo que cómo hacía para
alimentarse de maíz crudo; si no tenía dientes. El viejo me dijo que tomaba
agua y tragaba muy pocos granos de maíz;
alimento nacido de la tierra para no perder su apariencia de mortal.
Entonces supuse que también él era un
ángel, por lo que pregunté por qué no se le veían las alas y el me respondió,
que aún no estábamos listos para verlas; algo nos lo impedía. Además, él no
sentía pretensión alguna de mostrar sus alas a nadie. Él había sido enviado,
hacía apenas dos mil años a la tierra, para ser un humilde tejedor de alas.