.. Y ENTONCES, coléricos, nos desposeyeron, nos arrebataron lo que habíamos
atesorado: la palabra, que es el arca de la memoria. Desde aquellos días arden y se
consumen con el leño en la hoguera. Sube el humo en el viento y se deshace. Queda
la ceniza sin rostro. Para que puedas venir tú y el que es menor que tú y les baste un
soplo, solamente un soplo...
—No me cuentes ese cuento, nana.
—¿Acaso hablaba contigo? ¿Acaso se habla con los granos de anís?
No soy un grano de anís. Soy una niña y tengo sie te años. Los cinco dedos de la
mano derecha y dos de la izquierda. Y cuando me yergo puedo mirar de frente las
rodillas de mi padre. Más arriba no. Me imagino que sigue creciendo como un gran
árbol y que en su rama más alta está agazapado un tigre di minuto. Mi madre es
diferente. Sobre su pelo —tan negro, tan espeso, tan crespo— pasan los pájaros y les
gusta y se quedan. Me lo imagino nada más. Nun ca lo he visto. Miro lo que está a mi
nivel. Ciertos arbustos con las hojas carcomidas por los insectos; los pupitres
manchados de tinta; mi hermano. Y a mi hermano lo miro de arriba abajo. Porque
nació des pués de mí y, cuando nació, yo ya sabía muchas cosas que ahora le explico
minuciosamente. Por ejemplo ésta:
Colón descubrió la América.
Mario se queda viéndome como s¡ el mérito no me correspondiera y alza los
hombros con gesto de indi ferencia. La rabia me sofoca. Una vez más cae sobre mí
todo el peso de la injusticia.
—No te muevas tanto, niña. No puedo terminar de peinarte.
¿Sabe mi nana que la odio cuando me peina? No lo sabe. No sabe nada. Es india,
está descalza y no usa ninguna ropa debajo de la tela azul del tzec. No le da
vergüenza. Dice que la tierra no tiene ojos.
—Ya estás lista. Ahora el desayuno.
Pero si comer es horrible. Ante mí el plato mirán dome fijamente sin parpadear.
Luego la gran exten sión de la mesa. Y después... no sé. Me da miedo que del otro lado
haya un espejo.
—Acaba de beber la leche.
Todas las tardes, a las cinco, pasa haciendo sonar su esquila de estaño una vaca
suiza. (Le he explicado a Mario que suiza quiere decir gorda.) El dueño la lleva atada a
un cordelito, y en las esquinas se detie ne y la ordeña. Las criadas salen de las casas y
compran un vaso. Y los niños malcriados, como yo, ha cemos muecas y la tiramos
sobre el mantel.
—Te va a castigar Dios por el desperdicio —afir ma la nana.
—Quiero tomar café. Como tú. Como todos.
—Te vas a volver india.
Su amenaza me sobrecoge. Desde mañana la leche no se derramará