sábado, 3 de septiembre de 2022

EL CUENTO GRATIS

 Hola a todos. Nunca dejaré de sentirme agradecida por todo lo que me dicen acerca de mi libro; sé que no todos tienen modo de reseñar por parte de Amazon. Yo sí puedo y he comentado sus obras porque soy cliente de la plataforma. Una consumidora tremenda. Este mes no he comprado nada porque pagué un mes en Scribd. Los audiolibros me son de gran ayuda, pero "Estupores y temblores" lo leí, no lo oí. Es un libro que lo terminas en cuatro horas a lo mucho, con tus respectivos descansos. Por el momento no voy a leer ni a escribir; tengo muchos argumentos de series y movies, qué revisar. Hemos vuelto a los castings presenciales y justo estoy saliendo de uno, en Xalapa, Veracruz.

Les dejo el cuento GRATIS que les da la plataforma Kindle. Les diré la verdad, entre mis compañeros actores hay mucho huevón y no leen por falta de tiempo, son huevones. La mayoría no, pero es el caso que lo pasan mal y no compran libros. (Normalmente yo dono libros que ya no voy a leer y/o no quiero conservar). Nunca presto un libro que me guste mucho; nadie lo devuelve... bueno, eso ustedes ya lo saben. Aquí les dejo MARIPOSA EQUIVOCADA.



MARIPOSA EQUIVOCADA 

1

Mi prima Susana se fue muriendo al tiempo que yo sostenía su espalda con mis brazos. Ella perdió los suyos; se carbonizaron. 

―No debieron autorizar la amputación… 

―Fue necesario, si no, te habrías muerto… 

―Me hubiera gustado más. Solo prolongaron mi sufrimiento. 

―Hazte el ánimo a vivir, prima… 

―¿Para qué? Nadie me va a contratar como bailarina estando tunca… 

―Bailar no es lo único importante… 

―Para mí sí, Parienta. Nunca pude entrar a una escuela de ballet clásico, así que el cabaret fue mi refugio; amé su luz. 

―El cabaret es oscuro.

―No. El cabaret tiene luz de muchos colores, incluso negra, pero es luz al fin. La luz me daba energía para bailar. ¡Bailar fue mi vida! 

Eso lo supe desde siempre. Cuando vivíamos en Tepatitlán de Morelos, y la familia presumía que éramos descendientes directos del venerable, futuro beato, Anacleto Fernández Flores, dirigente moral de la rebelión cristera en el occidente mexicano, Susana escandalizó a propios y extraños cuando dijo que lo que más amaba era bailar y a eso se dedicaría por siempre. 

Nunca podré explicar lo que sentí cuando Susana lanzó su último aliento, pero yo debí ser fuerte para que su hija no se quedara en el desamparo. También tenía a su padre, pero no podía fiarme de él.

 2 

Martín se volvió a casar. No lo culpo, pero, o estaba muy resentido con Susana o quizá fue mentira que estuvo loco por ella. Vivieron juntos cinco años, y no duró viudo ni dos meses. Me avisó que reharía su vida. ¿Tan poco le dolió la muerte de Susana? La rondó todo el tiempo, le rogó al grado de humillarse en medio del escenario; se hincó para pedirle que se casara con él. No le ofreció un anillo o alguna otra prenda, porque no tenía dinero, le ofreció otras cosas que, decía él, valían mucho más que una sortija. Con el tiempo se vería. 

Mi prima aceptó casarse por el civil con Martín cuando se embarazó. Pero yo estaba segura que Susana no iba a soportar una vida común como ama de casa. Nadie la conocía mejor que yo. 

―Necesitamos ganar más dinero para mejorar este cuchitril, Parienta. 

―Pero tú sabes que Martín no quiere que vuelvas al cabaret. Yo soy la que va. 

―Tú vas los sábados a vender y a cobrar. Yo necesito bailar, Parienta… voy a hablar con el dueño del Nueva York, sé que me va a contratar de nuevo. Ya desteté a la niña… 

―¿Y qué va a decir Martín? 

―No me importa. Yo nunca le hice ningún juramento. Él sabe que bailar es mi pasión, mi vida, mi todo. Además, soy una profesional. Por algo estudié jazz, tap y danza contemporánea.

 3 

Estuve en el Nueva York esa noche aciaga. Vendía perfumes, cremas y accesorios para las artistas. A todo se le ganaba por triplicado. Esas mujeres no se enteraban de los precios del mercado porque dormían todo el día. Tampoco se les hacía difícil adquirir mis productos; les cobraba en abonos. 

Susana había montado un número donde los bailarines cargaban, cada uno, un tubo de metal para que ella hiciera contorsiones sobre estos. Llegaba un momento en que Susana tomaba uno de los tubos y hacía unos movimientos como si el tubo fuera la barra de ballet; presumía la extensión de sus piernas al costado, al frente y al final de cada ejercicio levantaba el tubo para agradecer los aplausos que el público le brindaba. En una de esas, el tubo tocó un cable pelado del techo y Susana se quedó pegada recibiendo una tremenda descarga eléctrica. 

La ambulancia llegó antes de lo imaginado. En el hospital, Martín y yo esperábamos ansiosos. Nunca imaginamos lo que el médico nos diría cuando salió. 

―Tengo que ser franco; hay que amputarle los brazos ―informó el médico con el rostro desencajado. 

―¡Pinche Susana! ¡Merecido se lo tiene por su capricho! ―escupió Martín. 

―No seas desalmado, es la madre de tu hija ―le reproché. 

―¡Valiente madre!, si no hubiera sido por mí, esa niña no existiría. 

―¿Viene al caso que digas eso? Además, no entiendo… 

―Tú dices que es la madre de mi hija, pero ella la iba abortar. Esa niña se salvó gracias al cínico doctor ese, que nada más le chingó la lana y no le sacó a la chamaca… 

―¡Bueno, ya estuvo! ¿Quién me va a autorizar la cirugía? ―intervino el médico. 

Susanita fue odiada por Rosa Aurora de tácito, es un vinagrillo, demasiado estúpida a mi parecer. Cuando Martín se casó con ella, hasta hubo fiesta y toda la cosa. Yo me llevé a la niña a Tepatitlán para que las amistades y familiares de la novia no se sintieran incómodos. A duras penas nos soportábamos. Pero después que nació su hijo, le dio por tirarme sin piedad. 

―Sirve la comida por turnos, Parienta. O ustedes primero o yo, pero no juntas. 

―Está bien. Ustedes dos comerán primero, y luego yo. 

―No entiendo, ¿nosotras dos? 

―Sí. Susanita y tú. 

―¡No! Tú eres quien debe comer con esa niña. Yo, como la señora de la casa, no quiero comer con el personal de servicio. 

―No soy personal de servicio. Pero si quieres que me aparte, lo hago. Solo que la señora de la casa, tiene que compartir, sí o sí, la mesa con la hija primogénita del señor de la casa. ¿Estamos? 

A veces me gustaría arrancar bien lejos, pero si me llevo a la niña, Martín sería capaz de acusarme por secuestro, y tendría razón. Pero me choca que se haga pendejo y no le diga nada a Rosa Aurora sobre el trato que le da a Susanita, si no fuera por mí, sería peor. A veces la quiere justificar diciéndome que está sensible porque recién parió un niño. A mí no me cae mal el chamaquillo, a fin de cuentas, él no tiene la culpa de nada. Pero veo que a Martín le resulta muy cómodo que yo bregue con la ojeriza que le tiene esa mujer a mi niña. 

Cuando pretendía a Susana, manejaba el taxi solo por las noches. Ahora, nada más ve problemas y huye, el muy cobarde. 

Ni cuando estuve bailando en el cabaret me agarré a golpes con nadie. Le tuve que dar una buena madriza a Rosa Aurora. Le he soportado demasiadas cosas, pero lo que le dijo a la niña me hizo hervir la sangre. 

―¡Y si vuelves a hablar mal de Susana delante de la niña, te mato! ¿Me oyes? 

―¡Cuando llegue Martín le voy a decir que te corra, puta de mierda! 

―¡Díselo y me voy! ¡Entonces tú te vas a encargar de cuidar a la niña! 

―¡Qué coños está pasando aquí! ―gritó Martín cuando nos pilló a media discusión. 

―Tu esposa le dijo a la niña cosas que… 

―¡Ya no se peleen! ¡Papi! ¡Tía Parienta se enojó porque Rosa Aurora me dijo que mi mami era una asquerosa cabatureta…! ―dijo la niña llorando. 

Le rogué a Susanita que se fuera a su cuarto, que era el mío también. Le prometí que ya no íbamos a reñir, solo que tenía que hablar con su papá. 

―Que no la chingue tu vieja, Martín. La niña dijo que a su mami, Diosito le quitó los brazos para de ahí, construirle unas alas que más tarde ella usaría para volar hacia la luz. Y tu mujer le dijo que eso no era cierto, que Susana se quemó los brazos por andar de cabaretera, y más cosas que la niña no alcanza a comprender. ¿Vas a permitir eso? 

―Es que ya me amenazó con irse, y no me va a dejar ver a mi hijo. 

―No tiene derecho a hacer eso… 

―Pero, ¿y si cumple su amenaza? Yo quiero estar con mi hijo… ¿Me comprendes? Busca un lugar en renta y llévate a la niña, Parienta. Nada les va a faltar. Yo me encargo de ustedes. 

―Para eso me gustabas, pinche puto. A lo mejor a la que nunca vas a volver a ver va a ser a Susanita… 

―Quizá sería lo mejor… quién sabe si yo sea su padre. Rosa Aurora ha tratado de abrirme los ojos y… 

―¡Chinga tu madre, Martín! 

No me pareció correcto que de modo subrepticio se incorporara Susana al cabaret. Era cierto que yo iba a hacer mis ventas, pero mi prima le dijo a Martín que entre las dos íbamos a vender y que las mujeres compraban más entre semana porque estaban menos ocupadas. 

Tan tonta mi prima. Martín se hizo pendejo una semana, a la siguiente le bastó con llegar al Nueva York y ver a su esposa meneando las caderas en el escenario, bañada de luz, como decía ella que le gustaba, salpicada de miradas lúbricas de hombres que enloquecían cuando los bucles de su cabellera negra, rozaban su breve cintura. Por fortuna, Martín no hizo ningún escándalo. Le recordé que mi prima no quería juntarse con él. Ella era feliz recibiendo aplausos, regalos, flores, joyas, y de él solo recibía galanteos y palabras cursis. Susana no bebía ni alternaba con nadie. Se enfocaba nada más en el baile. Con el único que tuvo relación fue con Martín y lo hizo por la pena que le despertó ese hombre que plañía de amor por ella,  y se embarazó. 

Adivinar si él aconsejó al médico que no le hiciera el legrado y Susana terminara viviendo con él. A mí me quedó esa duda desde la noche de la tragedia, cuando dijo que la niña existía gracias a él. A mi prima no le afectó el vivir en una casa pobre. Eso fue un pretexto para volver a trabajar. Martín terminó aceptando porque se dio cuenta que el sueldo de Susana lo alivianaba de muchos inconvenientes. Incluso por ella pudo obtener las placas del taxi y ya no estaba supeditado a un jefe. 

Muchas veces Martín me preguntó si no me pesaba estar a la sombra de mi prima, yo le dije que no. Una vez me preguntó mi nombre, porque no recordaba el que usé para bailar en el ballet, ni el real. A mí nunca me importó nada más que apoyar a Susana. 

Cuando vivíamos en el pueblo nos escondíamos en el granero, a ella le gustaba porque estaba oscuro. Me pedía que la iluminara con una lámpara de keroseno y ella se movía tarareando música que se inventaba, a veces, aprovechaba el sonido que nos traía el viento de algún aparato de radio. Cuando ondulaba los brazos me parecía que eran alas, y creía que en cualquier momento iba a despegar los pies del suelo porque volaría. 

Nos escapamos del pueblo entre los quince y dieciséis años. Ella nunca tuvo miedo, me prometió que todo iba a estar bien. Yo no me angustié, confié en ella. 

La venta de productos en el cabaret sigue siendo buena. Aunque eso no me alcanza para pagar a tiempo la renta y los demás gastos.  Y eso que alquilé un cuarto pequeño. Tiene un anexo de madera que uso para cocinar. Qué diferencia cuando Susana le hizo mejoras a la casa de Martín. Mandó construir una recámara para la niña y otra para mí, pero la esposa hasta eso le quitó a Susanita. 

Le avisé a Martín que estaba a nada de vencerse el recibo de luz y lo estoy esperando desde hace tres días. Quizá deba buscar un trabajo extra para que a Susanita no le falte nada. A Tepatitlán no podemos ir. Cuando la boda de Martín fui para allá buscando a mis padres y a mis tíos; quería que conocieran a la niña, pero nadie nos quiso recibir, ni siquiera cuando anuncié el óbito de Susana. Estaban todos tan indignados que hasta me dijeron que la Iglesia nos había excomulgado. Susana se habría orinado de la risa si hubiera sabido eso. 

Varias veces le pregunté si no le gustaba la luz del sol recostada en los prados, corriendo en los bosques, en los jardines y dijo que sí pero no más que la luz de un reflector. Cuando yo veía que algunas palomillas se iban buscando la luz del televisor, le decía que ella era semejante a esos bichos, pero nunca se ofendió. 

El saber que nunca bailaría en un escenario mató a Susana. Le amputaron los brazos, pero para bailar tenía las piernas. Sin embargo, tan solo imaginar que nada volvería a ser igual, se infectó de tristeza. Se fue yendo de a poco, casi a suspiros, anhelando esa luz que tanto decía que necesitaba.

 No mencionó a su hija en su agonía, quizá porque sabía que su padre la adoraba o porque estaba segura que yo me haría cargo. Sin afán de juzgarla, pero creo que no fue una buena madre. 

Sabía que esto iba a pasar. Poco a poco, Martín se va a ir desentendiendo de lo que es su responsabilidad. No vino a dejarme lo del pago de la electricidad; ya nos la cortaron. Estaba segura que la niña se le estaba convirtiendo en un estorbo, pero de ella me voy a encargar yo. Voy a partirme el lomo con tal de que salga adelante y sea una chingona. Y ojalá que nunca se le atraviese la mala ventura a ese desgraciado que le tocó por padre, y la busque cuando sepa que triunfó en la vida, porque antes muerta a que ella le eche una mano.

 Aquí hay que ser parejos. Se atrevió a decir que a lo mejor la niña no es suya, y siento que no se lo puedo perdonar. Ya verá ese cabrón cuando Susanita sea una doctora, o arquitecta, o hasta una de esas abogadas famosas que salen en los periódicos. 

10 ―Así cenan los ricos. 

―¿A oscuras? 

―No cenamos a oscuras, tenemos una vela.

 ―Me gustó. 

―¿Te gustaron las tostadas? ¿Y el chocolate? 

―También. 

―Qué bueno. 

―Tía Parienta, ¿tiene pilas la linterna? 

―Sí, pero prefiero la vela; las pilas están muy caras. Además, ya es hora de dormir, no necesitamos la luz. 

―Es que, quiero que me alumbres. 

―¿Para qué? 

―Mira, me voy a parar aquí… tú me iluminas y yo bailo. 

―¡Susanita! ¡Por Dios! 

―Dame permiso, tía Parienta. ¡Anda, échame la luz! Canta esa que ponía Rosa Aurora para hacer enojar a mi papá: allí quemaron tus alas, mariposa equivocada, las luces de Nueva York. Y sostén la luz, esa es la energía que me hace bailar. ¡Amo bailar! ¡Eso es lo que quiero hacer toda mi vida! 

FIN.

Entre paréntesis

Es un extravío desesperante; el tictac del reloj acompasa ese tiempo repleto de oscuridad que me atropella la paciencia. Los gritos de la noche se ven interrumpidos por una ráfaga de una metralleta, esa sí muy vívida, el tictac empeñoso en disturbarme, más tarde otro ruido que cimbró la calma endeble que estaba conquistando, y un insomnio impertinente mordiéndome la paz. Han transcurrido veinticuatro horas; el cuerpo no protestó porque no le permití dormir a las siete de la mañana, ni a las diez, tampoco a las cuatro de la tarde. 

Su venganza estaba lista a la medianoche. Ni siquiera hay cansancio, solo la consigna de que se resistirá a dormir con el canto de las estrellas, ignorará el arrullo de la luna, lanzará por la borda el compromiso del próximo lunes, claro; es un complot entre la mente y el cuerpo, se han obstinado en hacerme sentir un parásito. Estoy atrapada en el paréntesis de mi voluntad contra la mala costumbre.

LG.