sábado, 7 de enero de 2017

¡MALDITO SEA TU AMOR!




¡MALDITO SEA TU AMOR!





Nos reímos del honor y luego nos sorprendemos traidores entre nosotros
Clip Staples Lewis
(escritor británico)





      Era una tarde esas, que el sol cae pesadamente de un modo tal, que lejos de llenarme de energía, me agobié, me puse triste, me deprimí. ¡Cómo quisiera dormir! pensé. Eran apenas las cinco de la tarde. Si me dormía -estaba segura que sí me quedaría dormida si me lo proponía- me despertaría a la media noche, o apenas pasada. Entonces, el peso del silencio nocturno me daría otra bofetada, como esa tarde en que ya agonizaba el verano, no había hojas verdes en los árboles ni flores multicolores en los jardines, ni nada que pudiera decirme que la vida era digna de vivirse. A cualquiera le pasa. ¿Saben a quién no le pasa eso? ¡A los muertos! Y yo estaba viva. ¡Bien viva! Por lo mismo ni me dormí, ni me quedé en mi sofá rumiando esa depresión que me increpó injustamente y me puse a ordenar mi cocina. Me inventé tareas que aparentemente no tenían que hacerse. Primero desarmé la estufa y puse a remojar los quemadores, aunque no tenían cochambre, algo se les iba limpiar, en lo que el químico hacía efecto, saqué la vajilla para ocho personas que hacía tiempo no usaba y la lavé toda. Limpié a conciencia los anaqueles de cristal que tenía en una mesita a un lado del fregadero y así, cuando menos me di cuenta ya eran las nueve de la noche. Esa luz insidiosa de un sol que amaneció sádico, al menos conmigo, ya se había apagado y estaba, muy probablemente repartiendo luz alegre, insidiosa, indiferente, etc, según su estado de ánimo. Quizá en España o cualquier otro país de Europa, amaneció sarcástico, feliz, o indiferente. Así es el sol. Es voluble, pero es el sol ¿quien de los mortales que vivimos debajo de él podemos hacer algo contra éste? Si acaso, cuando nos achicharra las emociones si andamos en la calle, nos ocultamos al amparo de un árbol, si es que andamos en algún sitio donde haya árboles, si no, nos protegemos con un parasol, si es que lo traemos, o a veces, nos cubrimos con algún sombrero, en fin, que sólo nos escondemos, nadie poseemos un arma de altísimo calibre para destruirlo en mil pedazos a la vez que le decimos: ¡Deja de estar jodiendo, pinche sol culero, e hijo de la chingada!
      A la mañana siguiente gracias a la terapia ocupacional que tuve, amanecí de muy buen humor. Tengo un negocio por Internet y obtengo buenos dividendos, y si a veces me deprimo es porque ¡soy una mujer muy sola! Pero esa mañana mi soledad se terminó. Un hombre indigente me miró directo a los ojos. Estaba hecho un guiñapo, con la ropa sucia, la barba crecida, bueno, un asco. Pero algo, no sé qué fue, me movió no sólo a darle una moneda para que siguiera fomentando su vicio a la holgazanería. Lo levanté como pude, y me lo llevé a mi casa. Y no sucedió nada de lo todos pudieran imaginar. Le dije que se metiera al baño a lavarse y así lo hizo. Arriesgue todo al dejarlo solo y me fui de inmediato a comprar rastrillos para afeitar, desodorante, y hasta ropa nueva y quedó hecho un "dandy". 
       El trato que llevamos día con día, nos fue acercando más y más. Me dijo que una depresión lo derrumbó al grado de hacerse daño de ese modo: deambular sucio e indigno por las calles. Me lo agradeció de un modo tal, que, aunque nunca me pasó por la mente, este hombre me dijo que se enamoró de mí, y yo también de él, o quizá, unimos  nuestras cobardías e hicimos un valiente de dos. Y salimos avante. Nos casamos. Jamás lo vi interesado en quitarme el dinero ni nada por estilo. Al contrario, se empleó en lo que sabía hacer antes de ser un limosnero sórdido en las calles. Era contador público, y si bien, le ayudé al principio para que montara su despacho, me devolvió en dos meses, peso sobre peso. Éramos felices.
       Con toda esa "buena suerte" llegó también en poco tiempo una mujer, que venía de un pueblo. Buscaba trabajo de lo que fuera, se ofrecía de lavandera, de cocinera, de niñera. No era muy joven. Era casi de mi edad, pero se le veía la buena voluntad en su ropa pobre y vieja, pero limpia. Tenía una sonrisa espléndida y no dudé, así como hice con mi esposo, dejarla que trabajara en mi casa. 
       Le regalé vestidos que ya no usaba y algunos los tuvo que ajustar para que le quedaran, pero otros le vinieron como guante. Aprendió rápido y siempre fue eficiente como mi mucama, mi confidente, hasta mi secretaria. Resultó hábil para manejar mi computadora, y cuando el trabajo se venía más fuerte, hasta sabía responder correos electrónicos. Aunque debo admitir, que su trabajo era el de una señora de servicio. Por ello, si mi esposo y yo estábamos en la sala viendo alguna película o escuchando música, le pedíamos que nos llevara una charola con alguna botella de vino, o bien, algo de té, café y bocadillos.
        Nunca me di cuenta que al vestirla mejor, tal y como lo hiciera con mi esposo, se volvió una mujer digamos interesante. Y nunca creí que esos guiños de ojos que mi esposo le hiciera cariñosamente, eran porque le caía simpática, no porque le gustara. Nunca me percaté si ella se ponía incómoda con esa situación. Su conducta, sí, eso sí no lo negaré, cambió. Con mi esposo se mostró un tanto más seria. Hacía un gesto de molestia cuando sabía que yo tenía que salir sola y ella tenía que estarse en la casa, y si yo no llegaba a tiempo, ella tenía que darle de cenar a mi esposo.
      ¡Ella me traicionó! Las veces que llegó a quedarse sola, después me enteré, y le gustaba medirse los vestidos que, francamente no tenía a donde lucirlos, pues no la llevábamos al teatro o al cine, y parecía que no tenía suerte para conseguir novio, mi esposo la acosó, y ella nunca me dijo nada. No le creo en absoluto que era para no mortificarme. No le creo que ella se callara y "sufriera" la angustia del acoso para que no fuera yo a perder mi matrimonio que me salvó de aquella soledad que me abrazaba maniaticamente, aunque tuviera una casa bonita, ropa de calidad y muchas cosas que no llenaban el vacío de mi vida.
       ¡Ella debió decírmelo! ¡Hipócrita! Sonrió, de una manera quizá muy fingida, cuando le mostré las fotos de mi boda. Creí que nos amaba como pareja, del mismo modo que nosotros la amábamos a ella. ¡Tramposa! Me mostró amor recibiendome con una mesa muy elegante, con flores frescas, velas, una cena como para fiesta. 
       Y tuvo que llegarse el día, o bueno, la noche, en que estaba ataviada con el vestido que le regalé y que sólo usaba para verse en el espejo y hacerse una "selfie" cuando la vi forcejear con mi marido, y la descubrí en el acto. ¡Maldita! Me le fui encima y la zarandeé. La empujé a la puerta, la eché a la calle y mi esposo me ayudó. ¡Maldita coqueta! No agradeció todo cuanto yo hice por ella. Maldije el día que la encontré. Ella, una hipócrita que me hizo creer que me quería, y estoy segura que siempre me odió, porque yo he tenido mejor suerte que ella, y de eso, yo no tengo culpa alguna. 
      ¿Que demonios le pasó? ¿Dónde quedó su gratitud? La vez que la encontré tenía señas de cansancio, parecía que tenía días y días de andar vagando, y nadie, solo yo, por estúpida le di asilo en mi casa. Le di de comer, le di ropa, le di una posición. Segura estoy, que una de sus amigas, sirvientas y empleadas como ella le aconsejaron. Urdieron trampas contra mi. Ya me la imagino, con alguna empleada de quinta como ella, en un conciliábulo proyectando sus planes maquiavélicos. Tiró por la borda, las veces que yo, hasta un beso en la frente le di, las veces que lloró conmigo por esa soledad que yo conocía y sabía cuánto dolía, pero siempre, le di la enorme esperanza de algún día conseguirle un buen partido, aunque ella decía que no le interesaba. Que tenía un trauma ¿Quien va a creerle eso? Ella tenía su plan, y era, el de quitarme a mi marido. Los envidiosos no propiamente quieren tener lo que es tuyo, lo que quieren, es que lo pierdas. Los envidiosos son infelices, y quieren que uno sea tan infelices como ellos. Pobre de mi esposo si no llego a tiempo aquella abyecta tarde en que, sabrá el buen Dios de qué se valió para volverlo loco, y lo hizo perder el control, ya que él, estaba loco, la tocaba con lujuria, y ella, hacía como que se defendía. ¡Hipócrita!
       ¡Así la vida! ¡Así es la gente! La ingratitud a todo lo que da. Y no me conformé con echarla a la calle y no me conmovieron su lágrimas ácidas, quizá de rabia más que de dolor. Abracé a mi amado esposo, y comprendí, que él, sólo reaccionó a un instinto. Es hombre y su virilidad está al máximo. Y mi vida con él seguirá como siempre. Seguiremos siendo felices él y yo, pero, mi verdadera felicidad, es un secreto, será, cuando logre destruir a esa rompe hogares. Seres, con tal vileza en el alma, no debieran existir. Así que, la pista no se la he perdido, y no sé cómo, pero he de truncar todos sus caminos. He de verla perdida, prostituyéndose o no sé qué más. Esa soy yo, soy todo amor y bondad, lo reconozco y me entrego sin reservas, pero también tengo ese lado oscuro tenebroso y que no puedo ni quiero controlar. He de destruir a esa traidora, así me cueste mi propia vida.