sábado, 1 de octubre de 2022

MÁS SI OSARE SU EXTRAÑA SONRISA... (Primer reto del ESCRITUBRE)

 

MÁS SI OSARE SU EXTRAÑA SONRISA...

Decían que lo único que tenía gracia era su nombre; no eran originales ni para eso. Los compañeros de colegio de Graciela, torturaron a la pequeña haciéndole las típicas «bromas» que les hacen a los niños que son elegidos para ser sus víctimas toda vez que encontraban oportunidad: colocar un letrero en su espalda, una cola de papel, tirar su almuerzo y ponerle apodos.

Se aproximaba el cumpleaños número diez de Graciela, y era el tiempo que no le importaba si lo pasaría sola: siempre fue así.

No necesito ser un Sherlock Holmes para estar seguro que la mitad de aquellos abusivos que ya no existen y que fueron velados en la capilla ardiente de la funeraria Grace, la niña de nueve años que heredó una funeraria y decidió administrarla, han sido víctimas de esta pequeña, a la que nunca le dieron una oportunidad por haberla percibido rara.

No lo era, pero obviamente, mi percepción es madura, de adulto. Ahora concuerdo, pero quizá haya sido empujada a serlo.

Sus agresores la señalaban por el negocio que tenían sus padres. La funeraria estaba junto a la casa y cada que pasaban por ahí, decían que aquel lugar estaba maldito, embrujada; que los fantasmas de los muertos pululaban dentro de ella y se sentaban a la mesa con la familia entera.

La muerte de los padres de Graciela no despertó ninguna sospecha, yo la tengo porque las quisquillas me obligan a pensar en algo turbio. Se fueron solos a celebrar su aniversario, y el esposo no bebió más que dos copas de champán. No se encontró algún otro indicio del porqué perdió el control y el automóvil donde volvían fue a dar a un desfiladero.

Cuando se leyó el testamento, toda la parentela de los difuntos protestó ante la inapelable decisión de los padres. La única heredera era Graciela, y nadie fue nombrado como albacea. La funeraria podía quedarse sin operar hasta que la pequeña pudiera hacerse cargo, o le competía atender a la huérfana hasta que el negocio lo pudiera manejar ella. 

Graciela se lo tomó a bien. Dijo con su vocecita infantil que estaba lista para hacerse cargo y ese negocio, prosperaría.

Es el único negocio que ofrece ese servicio en todo el condado. Cuando falleció un menor de doce años, la familia decidió hacer un viaje de muchas horas para que el pequeño no recibiera las pompas fúnebres en ese lugar maldito. Extrañamente toda la familia pereció durante el desplazo. A la muerte de la tercera familia que procedió igual, los vecinos han tenido que contratar los económicos servicios de la funeraria Grace.

Me he tratado de ganar la confianza de mi pequeña empleadora, y al parecer me la he ganado, pero no como para que me explique por qué, desde que heredó y ha administrado el negocio todos los que han sido cremados o enterrados han sido menores de edad, y para colmo, estudiantes de su misma escuela. Le pedí perdón antes de echarle a perder la sorpresa que le tienen sus compañeros del colegio: le están preparando una fiesta. Ni cuando se le dije cambió su gesto adusto. No me extrañó.

―Me imagino que te lo vas a pasar bien, como nunca antes.

―Creo que sí.

―Es que van a venir todos. Te traerán regalos…

―Sí, ya le dije que sí. ¿Está listo el salón de la capilla?

―Sí señorita ―le respondí con respeto.

―Encerada y brillante la duela.

―Por supuesto.

―Qué bien. Lo invito a mi fiesta «sorpresa».

Le agradecí.

Graciela no se percató que anduve husmeando en por los rincones más inescrutables de la oficina, en donde la papelería está en perfecto orden. Encontré un escrito que no era como los anteriores; este era muy escueto. Decía: ojalá no me cuenten chistes buenos durante mi fiesta, tratando de ganarse mi empatía, no quiero sonreírle a nadie, porque ese alguien, me guste o no, morirá irremediablemente.

He leído el diario de Graciela, y en él no hay un indicio mínimo de si ella ha actuado en contra de los niños que han muerto desde que ella heredó. Los investigadores no han podido señalarla porque las muertes se han dado en lugares donde Graciela no ha estado, todo se ha podido comprobar.

Un día antes de que le desvelaran la sorpresa volví a hablar con ella.

―Te regalaré una cajita de música, Graciela. ¿Te gustan?

―Sí. Qué bueno que me avisó. Voy a fingir que no lo sabía para que cuando sonría, no le pase nada.

―¿Qué podría pasarme?

―Mhh, no, nada. Vuelva a su trabajo.

Ahí me quedó claro todo, pero sería tildado de loco si pongo una denuncia al respecto con un argumento tan pueril. Todo aquel a quien Graciela le llega a sonreír morirá ineluctablemente. Ahora no me importa su rostro flemático, sé que es niña es feliz. La adoro.