martes, 27 de diciembre de 2016

SÍNDORME DE ABSTINENCIA

       

Se aferró al suelo y esperó a que el mundo dejara de moverse. Pero eso jamás ocurriría. Era algo que uno descubría cuando estaba drogado, o agotado, o febril: el mundo siempre se movía y sólo una mente sana podía detener sus giros desestabilizadores.


Era estudiante de teatro y me obligaron a ir a ver la puesta en escena "Las noches de Pirandello" en uno de los foros de la UNAM. Para qué digo más, si no entendí absolutamente nada. Llegué a mi clase el día lunes, total y absolutamente resignada a reprobar esa clase: Historia del Teatro. ¿Cómo iba a hacer una sinopsis de la obra? ¿Cómo iba yo a emitir alguna conclusión? ¿Cómo? ¡Bendición! Toda la clase llegó con el mismo acerbo y la peor frustración, incluso, con las mismas dudas: ¿realmente queríamos ser actores o actrices?
        A mí me pasó. Creí que, tal y como solía verlo en las telenovelas, cuando solía ver telenovelas, pensé que las clases serían: ¡Oh! ¡Eduardo Francisco Gustavo Rafael!¡Te amo! Y seguramente dejaría impactado a mi profesor de drama, cuando colocara mi mano sobre la frente, y cerrara los ojos, al volver a decir: ¡Eduardo Francisco Gustavo Rafael! ¡Te amo más que mi propia vida! ¡Vaya pavadas! dirían los gallegos. Cuán insulsa yo, o las telenovelas. Pero aquí, secretamente, les diré: ¡Oh! ¡Cómo me gustaría trabajar en una de esas! Y decir, ¡Oh! ¡Eduardo Francisco Gustavo Rafael! ¡Te amo!
                Y bueno, sucede que me gustó estudiar, y aprendí un poco con el método de Konstantin Stanislavsky, pero a veces no me funciona. Y volviendo a las jodidas "Noches de Pirandello" el profesor senil y colérico nos perdonó la ignorancia, y quién sabe cómo controló sus impulsos de maltratarnos y gritarnos furibundo que ¡ser actor no es una carrera de niños y niñas bonitas, de ojitos azules! y que había que hacer más conciencia, y compenetrarse en el personaje que debiéramos interpretar, así se tratara de interpretar a una rana, había que sentirse rana, hacer "croc, croc" sentirnos cómodos en la humedad de los charcos hediondos, entre el verdín fangoso que ahí habita, sentirnos a gusto con nuestra piel verde y verrugosa y ... bueno, eso, era ser actor. Olvidar el ¡Oh! ¡Eduardo Francisco Gustavo Rafael! ¡Te amo! y yo, me imaginaba aleteando mis escasas pestañas en señal de coquetería.
                  Las "Noches de Pirandello" nos explicó; se trataba de un sueño. Los sueños no tienen coherencia alguna. Además, hasta ese momento me enteré, que uno tiene muchos sueños cuando duerme, y que a veces, sólo se recuerda el último, y suele olvidarse al despertar y ¡no tienen significado alguno! Así que, a olvidarse de que alguien morirá si sueñas que se te caen los dientes, o si ves a una mujer con atavío de novia de pueblo ilusionada porque su futuro borracho, perdón, su futuro marido le va dar vida de ángel, ya se lo saben: encuerada y sin tragar. No, no. La va a mantener, ya saben, como el fusil, bien cargada y detrás de la puerta. ¡Eso! ¡Era felicidad! ¡Oh! ¡Eduardo Fran... ! Bueno. Olvídenlo. 
           Agarré el vicio de fumar desde que fui estudiante de secundaria. Cuando fui estudiante de teatro, y todavía muchos años más, no había prohibición alguna para fumar donde se te diera la gana. Ahora, ya está muy estricto el asunto. Pues bien, creo que yo, le doy la vuelta al tal "Pirandello" con sus noches extravagantes de lámparas caminando, con piernas de mujer envueltas en medias de cabaretera, y de repente, sale un perro que no ladra, aúlla como gato, y ¡Oh my God! un sofá que habla en Francés. ¿Ya ven por qué no le entendimos a la obra? Si querían que hablara el sofá, que por lo menos hablara en castellano ¿No?
                  Por varias razones, la principal, el dinero, los cigarros mordían y feo, mi presupuesto y a mí, me crecía la necesidad de la nicotina en mi cuerpo. De golpe y porrazo. Dejé una cajetilla a la mitad arriba del refrigerador y dije ¡ni uno más! 
                    El primer día tuve un leve ansiedad que amortigüe con la adrenalina de mi buena voluntad. Era sosegar dicha ansiedad, con "vamos, tú puedes". El segundo día la ansiedad creció, y el tercero fue el colmo. Creí que me iba a dar un ataque. No podía cagar. Intenté más de cinco veces y nada. Unas compañeras de la agrupación musical donde yo cantaba, y ellas sí fumaban, me decían "dale una jaladita, o dos, y verás como sí cagas" ¡No! ¡Esto no puede ser más fuerte que yo! Después vinieron las temblorinas en la manos y en la piernas. Me atacó un insomnio impiadoso y sentí náuseas y sí, sí pensé que me iba a morir, pero sin fumar. Me la puse muy difícil cada que veía la cajetilla sobre el refrigerador. Con un descanso exiguo, los temblores, las náuseas, trataba de vivir esos fatídicos momentos que se ya se percibían en mi rostro estragado por falta de la droga. 
                  La primer noche que aparentemente dormí, desperté en el suelo, en un charco de mi propia saliva. Y es que, soñé que un tipo extraño, parecido a ese que pintan como el diablo en las tarjetas de la lotería, me daba a fumar un pitillo de más de un metro de longitud, y yo, desesperada jalaba y jalaba, pero no me sentía mejor dentro del sueño. Así que, una vez despierta, me limpié la baba y traté de desayunar. ¿Cómo habría hecho la puesta en escena el "Pirandello" ese tomando como referencia mi sueño? Creí que esas cosas sólo las vería en mis sueños, y me consolaba al menos pensando que sí dormiría, aunque tuviera pesadillas. Estaría en la calle a las dos horas de haber tomado un desayuno que dejé más de la mitad en el plato sin tocar porque ¡Cómo necesitaba un cigarro! ¡Una "jaladita" como decían mis compañeras! ¡No! ¡Mi voluntad ante todo! 
          Estaba frente a un edificio con dos enormes columnas blancas que había que franquearlas para llegar a la puerta. Las columnas se movieron, de estar rígidas y verticales, se movieron y quedaron verticales, apuntando hacia mí, vi el color café del filtro de los cigarrillos, y me dio taqui- taqui- cardia, porque tenía frente a mí, dos cigarrillos más grandes que los que me ofreció el puto diablo de mi sueño. Y cerré los ojos, y jalé y jalé... pero la ansiedad no cedía. Un claxon me sacó de ese lamentable estado y ya estaba yo babeando otra vez. "Voy a convulsionar" Estaba segura que caería al suelo con estertores que me harían moverme como epiléptica en el suelo de una manera dramática, pero estaba segura que consciencia ya no tendría. Pero no ocurrió nada. Lloré. Mandé a la chingada, así literal, a los conmovidos por mi llanto que me sobaron la espalda y me hacían preguntas sobre lo que me ocurría, y si me podían ayudar. ¿Cómo? Yo me metí en ese problema, y yo, sola, tenía que salir de ésto. ¡Ah! Entonces también estaba histérica. Los insultos que me profirieron aquellos "redentores" me los gané a pulso.
             Con el profesor de Historia del Arte me desquité. Condenado viejo atrabiliario que ya me tenía harta, porque cada vez que teníamos que analizar textos, nos cortaba la inspiración porque se quedaba dormido en su silla y sus ronquidos eran tremebundamente exasperantes. Le grité y de un salto miró hacia todos lados: "¡Que pasa! ¿Estás temblando? ¡Recuerden! ¡No corro! ¡No grito! ¡No empujo!" Al tiempo que gritaba, corría y nos empujaba a todos al patio. 
                   Francamente no fui yo quién hizo un escrito solicitando la dimisión del profesor, pero sí lo firmé con la pena, tenía como noventa años, y sinceramente, con esa materia, éramos más bien, autodidactas. Ese profesor ya no tenía la capacidad de enseñarnos nada. ¡El pobre! Quizá fue un buen actor en sus tiempos, y buen maestro. Quizá. Ni siquiera recuerdo su nombre, y es que muy probablemente, trabajó en películas de cine mudo, de esas que ya no se ven, y menos si fueron mexicanas. Quedan una magníficas obras pero de Charles Chaplin. ¡Que exagerada! Igual y no  hizo cine mudo, pero seguro sí, ese profesor conoció muy bien Salvador Toscano. ¡Hasta se habrían ido a tomar un café en el Sanborns de los Azulejos. Tan antiguo se veía nuestro longevo profesor, que usaba traje con bombin muy fino, de esos de marca "tardan".
            Volviendo a mi mal-estar, una tarde no pude más. Rompí mi endeble voluntad y me fui sobre la cajetilla de cigarros ¿Por qué sufrir? ¡De algo de he morir! Enfisema pulmonar, cáncer o quién sabe de qué, pero la muerte es segura. Prendí mi cigarrillo y le di una jalada con singular pasión. El efecto fue inmediato y totalmente negativo. Tuve una crisis. Mi cuerpo se empezó a sacudir violentamente, no sabía si correr, gritar, y empujar como si hubiera un terremoto. ¡Cuánta soledad vive un abstemio en vías de recuperación! Nadie entendería lo que yo sentía. Arrojé el cigarro prendido lejos de mi, y se fue brincando por los escalones, salpicando chispas, y de una de las chispas, se hizo una especie de cometa, y se fue directo a una luna privilegiada, de esas de las que tienen permiso de salir de día. El conejo del satélite cogió el cigarro y se lo fumó, le jalaba, le daba el golpe, me miraba, me movía su naricilla nerviosa y luego se carcajeaba mostrando sus dientes y me pelaba sus ojos rosas. Llorando me tumbé en mi cama y no supe en qué momento me quedé dormida. Y tuve un sueño muy largo. Primero, que venían las fiestas navideñas y me abrazó una melancolía que no me permitía parar de llorar. Me angustiaba sobremanera qué se serviría en la cena de gala de Nochebuena. Un joven que nos asistía en el servicio me dijo: "Cómanme a mí, y cenen en Nochebuena". No recuerdo cómo se hizo, pero de repente, lo vi en una charola, con cuerpo de pavo al horno, pero seguía conservando su cabeza humana. Le notaba un poco de malestar en los ojos, se veían rojos, como que lucía resfriado. Nada. Cual "Noche de Pirandello" estaba yo frente a un arroyo, con una bata de gasa blanca, el arroyo era normal, lo que no era normal era que Jesús, sí, Jesucristo estaba detrás de mi. No volteé a verlo pero sabía que era él. Le dije: ¡Quiero volar! Pero no volé. No sé como estaba en ese arroyo, como en un manto de agua tibia que me hacía cosquillas en la nuca. Mi compañera de cuarto, más tarde me dijo que me escuchó reír dormida. Y sin saber cómo, ya estaba con mi hermano mayor, él y yo, cohibidos hasta el delirio, porque habíamos tenido relaciones sexuales. En el sueño no las tuve, simplemente sabía que lo habíamos hecho y nos sentíamos mal, muy mal. De pronto me puse de pie, y ya estaba en la agrupación musical y cuando les pedí mi micrófono me dieron un caramelo blanco con listones rojos. Ese sería mi micrófono. Mientras cantaba, toda la gente se levantaba de sus asientos y se iba. De repente, una pirinola giraba en  el remolino que tengo en la cabeza, tenía que estar muy recta, si hacía un movimiento perdía todo el equilibrio y me caía. Mi compañera de cuarto me despertó sacudiéndome porque se asustó al ver, que iba de una orilla a otra de la cama y me asía a las orillas rechinando los dientes. Sudaba copiosamente. Me preparó un té y me volví a quedar dormida, y volví a soñar, que unos hombres con las piernas amarradas o liadas no se cómo pero las tenían en posición de "flor de loto", y los brazos liados también, se masturbaban rozando con sus talones sus genitales, y cuando eyaculaban, lo hacían sobre una tierra sembrada de maíz. Ellos eran los padres del maíz porque no agua, sino semen, era lo que la regaba. Y entonces vi a la tierra muy orgullosa por ser madre. Al despertar otra vez chapaleando en sudor, me di cuenta que tuve el las piernas y el vientre tensos, de un modo tal, que cuando desperté descansé de esa tensión. Pero era un renacimiento. Desayuné todo lo que me serví. Me sentía fresca y relajada. No tenía el mínimo antojo de un cigarro. Al contrario, sólo de imaginar el olor de tabaco me daba náusea. Me di cuenta que empecé a recuperar el sentido del olfato y el gusto, porque percibí un aroma a jazmines cuando mi compañera de cuarto salió del baño, y le pregunté que si esa fragancia era nueva y muy quitada de la pena me dijo que era la que usaba siempre, desde niña. Y lo del sentido del gusto, quizá porque esa mañana los huevos revueltos con jamón me supieron deliciosos, tanto, que no quise una jugo de naranja. Me tomé una cerveza. Y ya en la tarde me presenté a mis clases. Ahí inicié una composición parecida a "Las Noches de Pirandello" para que el maestro de drama la revisara y me permitiera mostrarla en "El Teatrín" lugar donde se hacían los exámenes de final de curso. Si se presentó o no, eso no fue relevante, me sentí tan contenta de haberme liberado del hábito de la nicotina, que comía tan, pero tan feliz, que acompañaba mis alimentos con una cerveza oscura y helada. Mis profesores me felicitaron por mis dieces en todas las materias y me auguraban mucho éxito como actriz, aunque no fuera güerita de ojos azules como la Edith González. Siempre y cuando, fuera así de disciplinada como lo fui en todo el curso. Y, no sé a que se deba, pero, cada que voy a dar función de teatro, me tengo que tomar una cerveza, oscura y helada. Sólo es para relajarme. No es que la necesite, sólo que si no la tomo, las funciones de teatro no me salen igual. Bueno, todo esto lo resumo a que, gracias al síndrome de abstinencia, pude escribir una historia, tan incoherente, tan poco eficaz, tan ininteligible como las exasperantes "Noches de Pirandello"
FIN.
P.D. Dedico este relato a mi madre, quién fumó por más de cuarenta años de su vida. Dejó el cigarro, tal y como lo narra en primera persona el personaje. No es mi caso. Nunca he fumado. Y no necesito una cerveza para actuar. Es algo que se me ocurrió poner al final.