viernes, 7 de octubre de 2022

reto #7 JOAQUINA LA ASESINA

 

COMIDA AUTÓCTONA.

Aparentemente, a Lorelei Dawson no le impactaba ninguna excentricidad en cuanto a los anhelos y gustos exóticos de quienes la contrataban como planificadora de bodas; tenía mucha experiencia y lo más loco, por así decirlo, que le había tocado, fue la novia que quiso llegar a la ceremonia cayendo de un paracaídas.

Cuando la persona que la contrató se presentó fríamente, estrechando la mano de Lorelei diciendo: «Soy Joaquina la asesina», pensó que se trataba de alguna broma. La novia aseveró:

―No lo digo afiguradamente, señorita Dawson. Soy Joaquina y tengo muchos muertitos en mi historial. Espero que comprenda que, si la he elegido a usted para que planifique mi boda, es porque la considero una máster en el tema, pero le advierto que si me falla, usted ―Joaquina hizo una seña con el pulgar señalando su propio cuello― ¿Comprende?

―Verá, considero que bajo esas condiciones no puedo aceptar…

―¿Quién le dijo que no debe planificar mi boda? Ya le dije que la elegí, ahora tiene que hacerlo para salvar su pellejo.

Joaquina arrojó un fajo de dólares a Dawson, el cual cayó en su regazo. La planeadora de bodas tragó saliva y se resignó a su suerte.

―Está bien, señorita Joaquina. Acepto.

―¿No lo va a contar?

―Más tarde. Si sus pretensiones rebasan esta cantidad, espero que…

―No hay ningún problema por ello ―interrumpió Joaquina.

Lorelei le mostró a Joaquina el plan de trabajo que funcionaba para todas las bodas. Había que iniciar con el pastel, pero resultó que Joaquina no quería que en su boda hubiera pastel. Lorelei empezó a sentir miedo, pero más tarde lo consideró como uno de sus mejores retos. Ya estaba harta de sus clientas que, en su afán de pretensión y excesiva cursilería, para sus bodas querían cosas que los invitados pasaban por alto, dado el rebase de excentricidad.

El vestido de Joaquina era de manta. Leorelei se enfrentaba a esto por vez primera. No podía entender cómo, una mujer tan estridente que arrojaba un paquete de dólares, que parecía que era bastante dinero, usaría un vestido de manta cruda. Fue bordado por mujeres de Tenango. Solo que no parecía ser un vestido tan sencillo: la cola medía 20 metros.

―¿Entonces quiere una boda estilo mexicano?

―No propiamente.

Lorelei no se había tenido que enfrentar a la búsqueda de danzantes con copiles orlados con plumas de faisán. Esta vez tuvo que hacerlo. Quería encontrar al mejor grupo que entendiera de danzas con sahumerios de copal. Ofreció que el paseo hacia el altar no hubiera música de órgano, ni coros, ni nada eso: unos hombres de piel muy bronceada debían hacer sonar caracoles.

―Atecocoli, miss Dawson, más respeto por favor.

―Perfecto. Atecocolis.

―Atecocolimeh, si va a decirlo en plural. En náhuatl no se usa la «s» para eso.

Vaya que si estaba en problemas Lorelei Dawson, porque debido a sus raíces norteamericanas ignoraba temas tan autóctonos. Lo más que conocía era el Museo de Antropología y las visitas que llegó a hacer a Teotihuacán.

Se fue de bruces cuando supo que su agresiva clienta quería un rito chamánico, no sacerdotes, no pastores.

A pesar de las extravagancias de Joaquina, Dawson parecía que su clienta estaba «matchando» con todo lo que ella le sugería.

El chamán era un brujo de Catemaco que no puso objeción alguna en hacer un ritual para un casamiento. Él no le vio nada de extravagante.

El día de la boda llegó. Se celebró en una extensión bellísima de prados llevados, exprofeso para la ocasión. Joaquina eligió un lugar árido, pero la vista era hermosa debido a que estaba en las faldas de un volcán. Eso no fue problema para Lorelei, llevar pasto era «piece of cake» para ella; le habían tocado clientas que pedían lagos artificiales, cisnes, patos, pavorreales y hubo una que pidió que al momento de finalizar la ceremonia religiosa, los invitados presenciaran un alumbramiento, como símbolo de buena suerte para su matrimonio fuera fértil en todos los sentidos. Lorelei consiguió una jirafa e hizo perfectos los cálculos. La jirafa bebé nació ante la complacencia de todos.

Todos quienes estuvieron en ese lugar se veían a gusto. El código de vestuario fue estricto, los varones de «maxtlatl» y «tilmantl»; las mujeres con «queshquemetl» o «huipil», como qusieran, pero sí debían llevar una cuetl.  Es decir, los hombres con taparrabos y una especia de capa que le cubriera el torso, y las mujeres una especie de bata o algo que les cubriera los senos, la cuetl se refería a la falda. Podían usar los colores que quisiera y peinarse como les viniera en gana.

No había sillas ni mesas. El decorado era con motivos mexica, pero nadie entendía por qué Dawson estaba tan aturdida y tan nerviosa, aún que el plan de la boda estaba caminando a la perfección.

Joaquina la secuestró, literalmente. Dawson solo podía hacer sus búsquedas custodiada por la gente de Joaquina y no más. Era la primera vez que Lorelei Dawson, la mejor «wedding planner» que operaba en el país, no quería que su nombre apareciera en aquella fiesta sin precedentes.

A la hora de servir la comida, que hacía mucho rato había abierto el apetito de los invitados, estaba hirviendo en unos peroles sobre unas piedras con leña.

El primer tiempo constó de unas yerbas que los invitados masticaron por curiosidad, en extremo divertidos por la exótica experiencia. El segundo tiempo fueron algunos granos cocidos que le abrió el apetito de tal manera, que habrían sido capaces de comerse un caballo si eso lo que tenían pensado servir. No fue un caballo: el plato fuerte fue pozole.

La sopa humeante olía exquisito. Dawson sudaba a mares y creyó que perdería la consciencia si Joaquina la obligaba a comer ese brebaje, cosa que sí tuvo que hacer y no se desmayó.

Lorelei no supo de dónde sacó fuerza para mantenerse firme y sonriente. La carne que comían vorazmente los invitados era carne humana. Joaquina la asesina, mató al hombre que le prometió matrimonio y le fue infiel la noche de su despedida de soltero.

Él trató de defenderse diciendo que esa era falla clásica, algo en extremo tópico, algo de hombres, ¿por qué se enojaba?

Joaquina le dijo que a ella no le gustaba lo clásico, lo tópico, lo tan usual, así que por eso lo fue desmembrado de a poco. Le fue cortando extremidades y las mantenía congeladas mientras al traidor lo mantuvo vivo para que, a través de vídeos, fuera testigo de su boda con otro hombre, que, mejor para él que le saliera bueno. Hasta que llegó el momento que con un cuchillo de obsidiana le sacó el corazón.

Cuando los invitados preguntaban qué tipo de carne habían usado para el pozole, porque no sabía a pollo, o a cerdo, ni a res, Lorelei hizo una señal al capitán de meseros para que la bandeja que estaba en la mesa de honor fuera destapada: ahí estaba la cabeza del antiguo novio de Joaquina la asesina.

Dawson pensó que todo cuanto había hecho fue en legítima defensa de su vida. Cuando vio a la víctima supo el porqué debía hacer de esa boda un éxito: ella fue la aventurera con quien cometió el desliz el exnovio.

FIN.