miércoles, 5 de mayo de 2021

NO TENÍAS NINGÚN DERECHO

 Se apareció de imprevisto y parecía tan inofensivo. Sus ojos eran ámbar y me imaginé dos cápsulas de miel. Miedo. Horror. No soportaba mirar su alma a través de aquellos hermosos espejos. Su sonrisa perenne. Su relajada pose, como un niño que se sabe seguro en el seno familiar. ¡Y estábamos tan solos! En un suelo extraño donde la civilización hizo trazos y bordes y pusieron nombres a los pueblos, según sus héroes, según sus gustos, y fueron víctimas desde los tiempos en que quisieron llegar tan alto, y crearon la torre de Babel. Pero de tácito nos entendimos el y yo, porque hablábamos el mismo idioma, teníamos los mismos sueños, perseguíamos desaforadamente el mismo camino, y buscábamos la escalinata hecha de nubes con las incrustaciones brillantes del polvo lunar, y pisamos los escalones que se deshacían sin piedad. 

          Mientras se hacía más sólida la escalinata, nos perdíamos entre en lúdicos paseos. Perdíamos el tiempo, o bien, hacíamos tiempo antes de ir a internarnos en las labores que nos hacían ganar dinero para pagar los servicios más necesarios. Es decir, nos ocupábamos un pequeño momento de la realidad, para que, a la primer oportunidad, nos volviéramos a escapar a aquellos oníricos sitios que sólo vivían en nuestra imaginación.
               Y yo, que me equivoco. Hice  lo que jamás debí hacer. Violé mi juramento y fijé mis pupilas sobre las suyas, derribé al miedo ¿ Qué puede pasar ? Me decía, sabiendo que me engañaba. Con la absoluta y total certeza de que me encaminaba a una barranca sin paracaídas, sin parapente, cual artista de circo que camina por el alambre sin red. ¡Me caí! Pisé la trampa y gocé mis noches mojando mi almohada con el llanto de mi alma fracturada por el golpe de la caída. Le di la bienvenida al insomnio que hizo mis noches trémulas, tiritando toda de amor, un amor castrado por la indiferencia, porque él no se asomó a mis espejos y no vio el estado de mi alma. El ganó. De haberse asomado, habrían sucedido dos cosas. O me abrazaba y no me soltaba nunca, o huiría, porque en su vida, jamás, así esté sentado junto a Dios, encontraría a una simple mortal capaz de darle todo. Lo amaba. Lo amé. Lo amo. Aún lo amo.

                  Y ahora me da rabia. Admito que ha buscado acurrucarse en otros brazos y en lechos húmedos de otros antecesores y lo han usado; y después, le han mandado a paseo, y ha vuelto a pasear conmigo. Le he abrazado consolándole de sus fracasos, y a la vez saboreando mi venganza y aumentando mi frustración y dañándome por dejar vivir un resquicio de esperanza porque no entiende mi lenguaje, ese otro lenguaje que se dice con el tacto, con la mirada, con los suspiros, con el aroma de la brisa que le envío día a día con el primer beso que lanzo a cualquier nube viajera para que lo bañe y lo haga reaccionar. Nada. No pasa nada. Ni la luna de Octubre pudo mandarle el recado, aun que supe que la miramos una mañana al mismo tiempo. O bien ella no se lo dijo, o él, aturullado y tonto no lo entendió. ¿ Por qué no me miras? ¿Por qué no me entiendes? Por que yerras el camino y te vas a la dirección contraria. Otra vez lloras, otra vez te quejas, otra vez te usaron, y nos entiendes de ningún modo toda la ternura de mis brazos que te consuelan que es aquí donde podría acunarte hasta el día de mi muerte o de la tuya. Y así las cosas al sol de hoy.
          Hey tontuela: ¡No tenías ningún derecho de asomarte a aquel laberinto mortal! porque conocías el resultado. Enamorarse es arriesgarlo todo porque se trata del corazón. Ya no hablemos del alma que anda penando las noches en que las estrellas lloran también porque se contaminan de su congoja.  Y tú, necio, orgulloso, presuntuoso, tonto... ¡No tenías ningún derecho a cruzarte en mi camino. Dí con qué derecho, llegaste a mi vida, y como "Pedro por su casa" sin avisar franqueaste la puerta de mi espíritu, tan solo como el tuyo, el mío más vulnerable, el tuyo, quizá mas frío. Di con qué derecho me provocaste el insomnio que como un desgraciado demonio se instaló en mi pecho y no se sale, así ponga millas de distancia, un océano de cristal que se rompe con un mínimo suspiro por ti. Di, dilo fuerte, di con qué derecho llegaste y destruiste mi paz, con que derecho te robaste mi felicidad. ¡Maldita la hora en que te conocí! ¡Cómo deseo que te mueras! ¡Sí! Muérete, muere dentro de mi y salte, y vuela como pañuelo viejo e instálate donde puedas estar bien o mal, pero no dentro de mi. Y te he condenado a la pena capital porque tú me mataste primero, mataste mi paz, mataste mis horas tranquilas. Eres un asesino de mi voluntad ¡Fuera de mi vida!