martes, 29 de mayo de 2018

DE FRENTE AL "BACKSTAGE"


DE FRENTE AL "BACKSTAGE"

El teatro es tan infinitamente fascinante, porque es tan 
accidental, como la vida.
Artur Miller




Una flor muerta por una promesa viva.
Lety Grey





                No sabía qué tanto era verdad lo que estaba viviendo. Le dolía todo, le dolía el alma, le dolía la vida. Se sentó en una silla de la cafetería y temió que algunas hojas de un árbol que quizá era de almendras, le envenenaría la soda. 
                -¿Que hago aquí? Se preguntó y de tácito se acordó qué hacía ahí, y sin embargo se seguía sintiendo incómoda. "Arrastrada". Pensó. "No eres más que una arrastrada, como las víboras" ¡Víboras! ¡Cómo pudo pensar en esa palabra! Ni siquiera la soportaba en dibujos animados, le daba náusea verlas en TV cuando aparecían repentinamente en documentales y películas, y... nadie le hablaba aunque el lugar empezó a llenarse de gente joven; todo lo contrario a ella. Qué bueno que nadie le habló porque entonces la palabra del reptil prohibido la habría dicho y eso era de mala suerte.
           -Yo creo en Dios, no creo en la suerte. ¿De verdad? Entonces pensó que quizá ya era tiempo de creer en la suerte. La gente de teatro apuesta todo a la suerte. 
                Con nadie habló, y se acordó de  aquellos que ella recordó viejos, y sabios, pero necios y tozudos. De mal aliento, de mal talante... "Nunca vayas al teatro vestida de amarillo" "Nunca tejas con agujas en el camerino" "Si se cruza un gato negro ¡definitivamente se cancela la función!" Ni en aquel tiempo, ni en este nuevo tiempo, donde ahora, ella era la vieja, quizá la del mal aliento, la del mal talante, la necia y tozuda, y quizá, sabia, se tragó ese cuento. Pero no. No era sabia, sobre todo cuando el hombre ese que vio por vez primera una tarde que agonizaba el Otoño le dijo:
                 -¿Que haces aquí? Hoy es Miércoles. Se carcajeó y la señaló de padecer Alzhemeir, porque Porfiria debía presentarse hasta el Jueves. Ella, totalmente nerviosa, acalorada, inconforme, y cansada le respondió -Me enviaron la orden de presentarme. -¡Ah! ¡Es cierto! ¡Gracias! Le dijo-. Y entonces asintió que estaba en lo correcto. Aquella tarde de Otoño vio a ese hombre y le pareció hipócrita y bienaventurado. No le cayó bien. Le adivinó influyente, y a la vez le tuvo miedo. No importaba. Si  hubiese sido sabia, le habría importado y se hubiese ido, pero ya estaba ahí. ¡El teatro! Apenas algunos seis meses antes pensó para sí misma que estaría ahí... y ahí estaba. La promesa -que aún no ha roto- parecía firme. La promesa quemante y viva de hacer un foro con el nombre de la compañera estudiante de drama que recién hubo fallecido trágicamente.
                   "Maru, anda, ve dile a Dios que... que no era en serio... yo no me quería morir, sólo tenía miedo por el terremoto, se me desniveló la voluntad... yo sé que tú tampoco te querías ir, pero ya ves, y te dieron llamado urgente... Maru, tampoco te quería ver, yo no vine por la luz de las cámaras ni las noticias... Maru, estaba derribada por la ira y la angustia, y la noticia de tu muerte me levantó... ¿Para qué? dime ¿Para qué? Fue tu madre la que me pidió ayuda para quitarte una medallita... dice que te van a quemar... Maru  ¿Que hago por
 ti?"
                   Porfiria recordó entonces que escuchó la voz de Maru diciendo "Un teatro con mi nombre". Se sobresaltó cuando cabeceó de sueño,  y recordó que soñó que se rodaba a un abismo y se dio cuenta que el chófer que manejaba el taxi ya estaba por sus rumbos y el taxímetro apenas marcaba sesenta pesos. La noche del funeral pagó casi quinientos pesos para llegar; no protestó porque en verdad pensó que el lugar se encontraba lejos. De hecho, cuando llegó, todos los actores se lamentaban más de la lejanía del sitio que de los muertos en sí. Y vio a las luminarias jodidas saludarse y apresurarse a encontrar a las luminarias ricas para que los llevaran de regreso a sus casas, o a un lugar más seguro para encontrar taxi. Todos se estaban yendo al tiempo que también se iban los reporteros. Fueron por la nota, a ver si de paso una cámara los captaba o bien, en las notas escritas o en TV, al menos dijeran sus nombres o quizá, llorar por la irreparable pérdida de dos compañeros. 
                    -Y qué coño hago aquí yo, entre "luminarias". Pensó. Recordó que vio al joven de reparto de la serie que siempre le daba trabajo y no atinó más que a abrazarlo y llorar sin pudor. El joven la dejó porque también a él se le hacía tarde. Vio a la "amiga" que siempre solía pedirle asistencia para vender su show, pero ahora, ésta era amante de un actor de cine, muy famoso, y ella misma ya trabajaba en televisión, ya no lo necesitaba. De hecho, el actor famoso, estaba postulado para tener un cargo importante en el sindicato de actores, en fin que, no supo cómo explicar esta pregunta:
                      -¿Qué tienes? ¿Por qué lloras así?
                    - ¡Es que se murió Maru, estúpida! -Pensó. Ahí estaba el actor famoso que un año antes le enviara un vídeo diciéndole "hola" tras haberle concedido una entrevista de radio, cuando anduvo en Estados Unidos. Ahora, el tipo parecía arrogante. Bostezaba de fastidio y esperaba de mal humor a que el valet parking le llevara su auto. Como para mandarlos a la chingada. ¡La hipocresía Porfi! ¡La hipocresía! ¡La llave para abrir todas las puertas!
                        A Porfiria nunca le vino bien la hipocresía, pero, en cierto momento la tuvo que aplicar, y ahí, en ese momento, era más que necesaria. Qué por qué lloraba. Nada más porque su compañera de estudios de arte estaba yaciendo dentro de un ataúd, destrozada, con el gesto de enojo... ¡Es la hora y el día que no puede olvidar ese gesto de enojo!
                       Cuando vio los primeros rayos del sol, y Maru seguía en su caja, intacta, y ya había sucedido aquella noche funesta, ya no hubo más tiempo que coger una flor. No se despidió de nadie. No había nadie. Todos se fueron a dormir. No tomó la flor desde el arreglo floral que le envió el presidente de la república, tomó otra, de un arreglo cualquiera. La puso en el libro favorito, o bien, el más recurrente de García Márquez, ya que, casi todos los libros escritos por García Márquez eran sus favoritos. Ahí dejó que la flor terminara de morir y se durmió. Despertó a las cinco de la tarde de un salto y revisó si tenía mensajes. ¡Tenía un mensaje! ¡Y era de un productor! ¿Era hora de creer en la suerte? Tal vez. Ese productor, fue compañero de escuela de Maru, de aquella generación, de aquella antesala para hacerse famosos, dicen. Pero ahora Maru estaba muerta, o no, estaba en el llamado a la gran escena, de la gran producción. ¡Puras pendejadas! ¡Tantas! Así tienen que hacerle los artistas para no morir en sus intentos de todo. Inventar que los que se van, están en el cielo de los artistas, o el infierno, o... en algún lugar, en el éter, en el viento, pero deben, tienen que estar... 
                      Y sí. Lo logró. Dijo "aquí estaré" y ahí estaba. No entendía por qué, si aquel joven era el productor, por qué ella llevaba, un equipo de audio, vestuario, algunos otros chécheres que le servirían a él, no a ella, y, lo esperó impaciente para decirle que no tenía el juego de luces escénicas que también él le pidió. Las tuvo, sí, pero Porfiria siempre ha tenido la mala costumbre de regalar todo, hasta el dinero... ¡Vaya que si lo hizo! En sus tiempos de viajes por unos húmedos y calurosos puertos, por sinuosos parajes, por hermosas ciudades coloniales; cuando veía que ganaba mucho dinero, lo regalaba, como si los billetes fueran estampitas de colección. El dinero, le hacía sentir culpa. Porfiria, no está enferma, Porfiria, está loca.
               
                    Y vaya que si pareció La loca de los Milagros, porque la obra teatral que nunca estuvo escrita sobre papel, y que la hilaron en cuestión de dos días, con algunas indicaciones -sin olvidar que se trataba de teatro breve- pero aún así, ella, era la milagrosa, la llevaron hasta el tope, lleno siempre.
                     Lloró quedito, sin que nadie la viera, de emoción y alegría, cuando su productor dijo, ante tanto cuestionamiento de quién es la advenediza, quién carajo es, quién es la vieja, quién es la gorda, de dónde la sacaste... El productor respondió, con la mirada azul reposada, a la vez que apagaba su quinto cigarro, con una sonrisa a medias: Ella, es una gema que me encontré rodando en un río.
                        ¿Eso pensaba él que era ella? ¡Gracias Maru! ¡Sí tendrás un foro que honraremos con tu nombre! 
                           Toda esta emoción se desinfló cuando vio la paga, quince días después, de apenas trescientos pesos. Obviamente que siempre pensó que el trabajo era mucho, y la paga sería baja, pero no tanto. Su obra, en primer lugar en ventas, y, no le quedó más remedio que asumir que el foro con el nombre MARU DUEÑAS, se haría con dinero obtenido de los shows. Se fue a hacer shows como cantante; siempre y cuando, no mordieran el horario del teatro. Ella no tenía alternante. Desde que estudió no se usaba eso de tener alternante, las nuevas generaciones arman hasta tres elencos. Pero su productor no armó un elenco extra.
                         Una noche su productor le dio una buena noticia. Le dijo que él se iba, pero que le había propuesto a la empresa que ella podría ser productora. Y vaya que le encantó la noticia. Él se propuso para dirigir, y más tarde la abandonó. Se sumergió en lo suyo y se fue a decir las poesías heredadas de su abuela, la gran pintora, la gran poetiza... Porfiria brincó de susto cuando supo que, una vez limpió el jardín de su productor, ante la manía que tenía de limpiar todo, y no supo que limpió la tumba de una artista, tan artista como Frida Kahlo, tan artista que fueron amigas íntimas. Eso no lo dice la historia ni los documentales, pero Porfiria vio fotos en poses no convencionales de la abuela del productor, con Frida Kahlo. Claro que fueron grandes amigas; si vivieron en el mismo barrio y ambas poseyeron grandes virtudes. Le perdonó el abandono porque quizá ella, con semejantes deberes, habría abandonado su propia sombra.
                           Y así pasaron los meses y no le dio la depresión de Enero porque no tuvo tiempo ni para eso, repentinamente ya casi iban a mitad del año y ahí estaba, con la rabia viva de ser una vieja, una vieja fea y gorda, ignorada por unos estudiantes que olían a duraznos maduros. Parecían displicentes, majaderos, engreídos, petulantes. Eso le parecían. Y ahí estaba el hipócrita bienaventurado. Comprobó que, en efecto, era esas dos cosas. Amó a su madre y nunca entendió por qué, pero a él, no lo sabía. No lo odiaba, pero la hacía sentir tan incómoda como traer, a propósito, una piedra en el zapato. Él, ni siquiera adivinaba, que si ella se lo proponía, él, era una piedra en el zapato, pero ella, ella era un alacrán en los calzones... ¡La hipocresía Porfi! ¡La hipocresía! Duerme al alacrán o quítense los calzones... La hipocresía, la llave que abre las puertas... Pórtate gentil, no digas lo que sientes.
     
                    Y así la vida tras bastidores, -que no había bastidores- así la vida entre cajas - que no había cajas- así la vida en los camerinos -que no había camerinos- así la vida en el backstage... Uno, que tenían que inventarse cada día, entre la multitud pública. Bueno, es un decir, tampoco había multitud. Era teatro breve, poco conocido en la ciudad. 

                      ¿Se habría visto en los tiempos mozos de López Tarso promoviendo su obra?: ¡Pásele! ¡Véame! ¡Se lo ruego!
                             
                 Se preguntó si aquellos hombres de antaño de mal aliento y de mal humor, se rebullían en sus tumbas. Quizá no. Apenas recordó la semana anterior, que el cielo se tornó torvo con nubes amenazantes y alguien dijo que debieran enterrar un cuchillo en la tierra... pero ya no fue posible salvarse de la tormenta y la ausencia de la pequeña multitud, entonces fuera nula. Lo fue. Así que, las tradiciones del teatro sí se conservan, bueno, las que más les convienen. Quizá lo de tejer, es porque las mujeres ya no tejen, pero sí observó aturdida, que el hipócrita bienaventurado, regañara a un productor porque en su escenografía había un espejo roto... Esto va contra ustedes, y contra nosotros como empresa. Y amén, se dijo para sí Porfiria. Nunca quitaron el espejo y la obra era exquisita, con bajas ventas ciertamente. 
                          
                       Porfiria tenía un nudo en la garganta y un acerbo que ni la soda le quitó del paladar. Estaba ahí para ayudar a vender entradas a los estudiantes. Eso era, como jugar al examen profesional. Se sintió herida cuando el hipócrita bienaventurado le pidió que no gritara ¡foro nueve! porque la gente andaba aturdida buscando en tal o cual foro está mi hijo, o mi hija. No podía perderse la gran actuación, sobre todo ¡la abuelita! que viajó más de tres horas ¡y a su edad! a ver a su hijo el artista... bueno... eso creyeron... 
     
                 La obra de su foro nueve era un desastre. Los estudiantes, usaron cuidadosamente toda su escenografía e incluso algunos objetos, que le llaman props art. Aquellos jóvenes, no eran ni displicentes, ni petulantes, ni majaderos. Eran jóvenes con nuevas ideas, y usaban términos en Inglés para referirse a ciertas cosas. Cuando Porfiria fue estudiante de drama, jamás escuchó esos términos. Ni siquiera el backstage; sus profesores jamás se lo hubiesen permitido; pero Porfiria, no obstante su aferrada obstinación a la añeja disciplina aprendida, tampoco quiso parecer anticuada, por lo que nunca se conformó con el pasado y aprendió Inglés, y aprendió algo de Portugués, y un poco de Italiano. Recién era autodidacta de Francés. Y aceptó de buena gana, que le dijeran "piernas" a los rompimientos, y "backstage" al entre cajas, y "background" a los cicloramas y una infinidad de etcéteras que se irán incluyendo, imaginando que al proscenio, algún día le dirán de otro modo. ¿El top play?

                     Y entonces el foro nueve que se fuera al carajo, si entraban bien, si no también. Era hora de ir a ver al actor extranjero ese, que lo viera antes un amigo y se lo recomendara ampliamente. Nunca lo vio. No pudo en aquel tiempo porque su "show theather" siempre estuvo "full". Así lo pensó. Ajá. Porfiria, tiene aún la manía de pensar en Inglés, así le habla a Dios... en Inglés, y no porque tenga la idea de que será escuchada sólo por el idioma, también es otra manía, como la de limpiar.
                         Aunque había llovido ese Miércoles, Porfiria tenía calor. Porfiria siempre tiene calor, en Lunes o Sábado. Jamás imaginó que se sentaría junto a la que el hipócrita bienaventurado le decía "la reina del teatro". Porfiria le tenía miedo, aún cuando ella siempre fue gentil con Porfiria. Esa mujer, era odiada por mucha gente que no sabe, que existen muchas maneras de prostituirse, y la reina del teatro, se prostituyó en una televisora haciéndose pasar por una bruja maldita, como jueza en un concurso de canto. No era una vieja bruja como tal, tampoco una perita en dulce, pero, bajo una pesada firma en un contrato, se comprometió a desgarrar los anhelos a los aspirantes a ser cantantes famosos, a despotricar de sus compañeros jueces si no estaban de acuerdo con su pose iracunda. Lucía tan patética y engreída que rayaba en la enajenación mental, hasta su porte parecía indigno, usaba unas mechas contra natura, sortijas en la boca, maquillaje de "drag queen" y arremetía sin piedad contra quien fuera. Ya en ese tiempo, estaba rota aquella farsa y se mostró tal cual era. Era, digamos, normal. 

               

                Era extranjero. Porfiria sentía simpatía hacia los extranjeros y no era malinchismo. Siempre fue así, pero se sensibilizó más cuando ella fue un año extranjera y se hizo pasar por ilegal para que sus compatriotas no la odiaran más. Sí la odiaron. Nunca lo pudo entender, ni superar. Aún se dice que llora cuando ve los atardeceres que asemejan los mismos colores que le recuerdan aquellas ardientes calles de Missouri. Pero al fin, ahí estaba el actor extranjero. Ella, era la culpable. La empujaron a mentir y a decir que no se requería talento joven, sólo viejos, como ella. Le hicieron una lista, donde ponían tache y palomita de aceptación. "Este sí, este no, este sí, este no..." No lo entendió. Ella era la productora y no podía decidir "Este sí, este no, este sí, este no". ¡No! ¡No podía! ¿Quién se lo impedía? ¡El hipócrita bienaventurado!

                   ¡Ahí estaba! Era muy diferente a cuando lo vio aquellos meses de Otoño e incluso en Invierno. Siempre estaba vestido de mujer, de una pobre mujer, con una peluca entrecana, más vieja que Porfiria misma. Se hacía el jorobado, pero no un jorobado normal, no, un jorobado más surrealista; de medio lado. ¡Vaya compromiso! Porfiria era una mujer de retos. ¿No lo era? Llamarse Porfiria en el medio artístico de México, ya era un reto, y ahí la llevaba, venciéndolo día a día... luchando contra ese nombre  inverosímil para una mujer que siempre quiso ser artista. Por eso mismo, le interesaba ver a ese actor extranjero.

                   La venganza del destino  le restregó a Porfiria la verdad su vida, su vida era ese momento, quince minutos mal pagados. La vida le escupió de frente y le hizo una cruz de sal que le quemó las mejillas al ver a ese actor, que ella no le dio trabajo, que quiso, pero le ordenaron no contratar, amén de que ella le había dado su palabra, la pluma de Dios escribió una prosa inicua para todos aquellos que se enamoran del arte, y que otros lo ensucian con egoísmo y avaricia y maldad y... total, que ahí vio Porfiria a un actor de estatura pequeña, pero lo vio invadido de una luz, que la encegueció y lo hizo gigante. El sino torcido que ya llevaba a cuestas con su obra maldita, se torció más, y apenas pudo contener el vómito de sus emociones apretujadas en el pecho. Quince minutos, un minuto más y la escena habría sido un desastre. Porfiria siempre ha arruinado todo. Porfiria es como los huracanas que dejan dolor y destrozos en su camino... Por eso corrió. Y se fue de bruces a su pantanoso foro nueve, donde los estudiantes ya recogían sus enseres. La obra de ellos se llamó "Gangrena". La obra de la maldición más negra que un esqueleto fétido, se llamaba "Daddy Love" y se presentaba para nadie de Jueves a Domingo, cada quince minutos, a partir de las ocho, también para nadie. Escrita, producida y dirigida por la estúpida de Porfiria.

                Se erigió Doña Vida y le dictó una por una su sentencia: He aquí la espalda o el culo, como lo quieras llamar o como lo quieras ver. He aquí el backstage más brillante que tu stage iluminado artificiosamente. He aquí la luz verdadera. ¿Quién te dijo que solo la reina del teatro se ha prostituido en televisión? ¿Quién te permitió llamar hipócrita bienaventurado al dueño de las ilusiones de éstos jóvenes que ninguna culpa tienen de haber nacido después? ¿Con qué derecho te yergues ante un triunfo desquebrajado, desmadrado, vituperado? ¿Quién eres tú para venir a decir nada? Eres tan pobre Porfiria, que sólo has tenido dinero para mostrar basura.

                 Y fue entonces que Doña Nadie, es decir, Porfiria, ante la verdad que no peca, pero a ella le incomodó a grado semejante de pincharse una vena, para que por ahí se le salieran esos vehementes deseos de querer ser una "luminaria". Lo era pues, pero de pacotilla. Pero nada, no se salió nada. Sucedió que se le escaldaron más aquellos viejos sueños rotos adheridos a su alma, se vio en el espejo moteado de la decrepitud y se vio como todos ellos: hipócrita sin buenaventura, reina del lodazal, prostituta. ¿Saben por qué? Porque Porfiria siempre dijo que la palabra hacía la diferencia entre los animales. El hombre, suele decir, es hombre por su palabra, y debe valer más que un papel que lo mismo sirve para hacer un contrato que para limpiarse el culo, los perros, tienen huevos y no son hombres, los perros no tienen palabra, los hombres, deben tenerla. Y al referirse a "hombres" se refiere a la condición humana, en "hombres" se incluía. Así que, con tal de estar como una estrella fulgurante en una obra maldita llamada "Daddy Love" que fue el "love" más odiado en cuatro años de nacimiento de aquella empresa, Porfiria fue una pieza más en aquel juego pervertido, se prostituyó cuando fue a abrazar al actor extranjero y a decirle cara a cara una mentira... que después se tragó, y la intoxicó, y todavía está convaleciente. Una pócima de culpas le ennegreció el corazón, y fue lanzada de aquel teatro, donde hasta sus actores la maldijeron, y el hipócrita bienaventurado le dijo que ni de visita la quería ver por ahí, le sentenció que nunca en toda su vida, hubo conocido semejante víbora perniciosa que pudre e infecta el aroma de duraznos maduros... se lo dijo firme, y le asistió la razón. 
            Y no lloró. Porfiria se quedó quieta viendo a un punto lejano e ignoto... está, esperando un turno, a ver si puede hablar con Doña Vida, a ver si le ceden un espacio, a ver si le dan una oportunidad... 

FIN.