lunes, 7 de noviembre de 2016

UNA HERMOSA Y COMUN NOCHE DE INSMONIO

UNA HERMOSA Y COMÚN NOCHE DE INSOMNIO







     Ya había pasado una hora más de la media noche. Ya se había muerto la luna azul, sí, una luna que anunciaron, que salió dos veces en el mismo mes. Ya se había muerto y no la vi, porque se adoquinó el cielo de nubes densas, llenas de petróleo, creolina y naftalina. Quién sabe qué les pasó, y quién sabe qué demonios me pasó a mí, porque tal y como se apretujaron las nubes de mi cielo, me cayeron como tromba las culpas, todas, toditas. Y entonces volví a temblar de miedo, como debieran temblar todos, toditos los culpables. Recordé mi pesadilla hacía unas horas, aterrada se me caían tres muelas fétidas y me dolía la fosa nasal izquierda. Por fortuna era sólo un sueño, más ahora no estaba soñando, pero un necio insistía que sí, que sí estaba soñando. Pero el horror me paralizó, y me imaginé el terremoto que  sacudiría el suelo y me mataría, lentamente, aplastando mi cabeza con mi propio patrimonio. Y entonces me abrazó la melancolía por encima de mi miedo; y deseé con lo que me restaba de voluntad que también a ti te llevara el diablo, porque me quedé solita con las estrellas que se burlaron de mí porque jamás pude alcanzarlas, mientras tú, estabas tan enamorado de la Negra Tomasa, que te entretuviste con eso y no me devolviste mis alas, y no pude surcar los cielos de mis esperanzas. El pánico se asió a mí con sevicia, y fue que sentí tremendo apego  al mundo, y me dolieron los zapatos de ante que quizá no me pondría, porque el juanete se inflamó de pura soberbia, y me dolió saber que, se quedarían empeñadas para siempre en una casa de pignorantes desesperados, las cadenas de vanidad disfrazadas con cachos de metal amarillo. A la vez, se me fruncían los oídos imaginando la voz de falsete de una colombiana desquiciada que preguntaba ¿dónde están los ladrones? Y al tiempo se burlaba de quién la oía, diciendo, soy yo una de todos esos, incluso el que hace llorar la guitarra, porque la toca con la lengua sádica el muy eunuco. Y era ahora la ira, que abrazaba la melancolía y apretaba contra mí el horror. No me brotaban lágrimas y ese fue quizá, el único momento que me permitió suspirar, porque creí que no me quedaba tiempo en el tiempo de aquí del mundo, para recoger mis sueños rotos, todos, toditos, y envolverlos en mi frágil tela de resignación para prenderlos apenas con alfileres de castidad ¿a dónde guardaría las lágrimas derramadas? Y apresurada quería gritarle al mundo mi desdicha, e imaginaba a todos tan indolentes, acusándome de haber fumado marihuana, como si ellos no desearan un poquito de ácido para calmar la ansiedad que les provoca la resaca por el ethanol y la nicotina. ¿No era yo, la estúpida romántica que decía que no había mayor fortuna que volver a casa? ¡Volver a casa! ¿A la casa de quién? Si no es mía, entonces ahí hay un tiránico mandón, colérico, y si no es así, sólo basta con ser el dueño, y entonces la arrimada sería yo, arrimada como estuve, de préstamo por el mundo, y no creo que pueda decir ¡El Universo me pertenece! Afortunadamente, todo eso pasó, cuando pude dormir, y dije que hube soñado cosa tan cruel, y un maniático me dijo: por más veces que despiertes, seguirás soñando, así toda una eternidad. Sueñas y no duermes, y  te despellejas el alma por atreverte a soñar, que estás en la vida queriendo vivir, pero te alocas de muerte queriendo dormir...

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